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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (45 page)

BOOK: El caballero del rubí
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Wargun, que había vuelto a beber, miró en derredor con satisfacción.

—Bien —dijo—, ya están casi listos. Venid, Sparhawk, y traed a vuestros amigos. Vamos a hablar con Obler.

Mientras cabalgaban por las estrechas calles adoquinadas de Acie, Talen situó su caballo al lado del de Sparhawk.

—Voy a rezagarme un poco —anunció en voz baja—. Quiero echar un vistazo. Es muy difícil escabullirse en el campo, pero en una ciudad siempre hay sitios donde esconderse. El rey Wargun no se dará cuenta, pues apenas ha reparado en mí. Si encontrara un buen escondrijo, tal vez podríamos trasladarnos a él y esperar a que se haya ido el ejército. Entonces podríamos partir hacia Thalesia.

—Ten mucho cuidado.

—Por supuesto.

Unas calles más allá, Sephrenia refrenó bruscamente su blanco palafrén y ella y Flauta desmontaron con presteza y se encaminaron a una estrecha calleja donde saludaron a un anciano estirio de larga barba nívea vestido con una túnica de prístina blancura. Entre los tres parecieron celebrar una especie de ceremonia ritual cuyos detalles no alcanzó a advertir Sparhawk. Sephrenia y Flauta conversaron ardorosamente con el viejo un momento y luego éste se inclinó en señal de reconocimiento y se alejó por el callejón.

—¿Qué estabais haciendo? —preguntó con suspicacia Wargun cuando Sephrenia y la niña volvieron con ellos.

—Es un viejo amigo, majestad —respondió Sephrenia—, y el hombre más sabio y venerado de toda Estiria occidental.

—¿Un rey, queréis decir?

—Ésa es una palabra que carece de sentido en Estiria, majestad —replicó la mujer.

—¿Cómo podéis disponer de un gobierno sin un rey?

—Existen otros medios, majestad, y, por otra parte, los estirios ya no necesitan tener gobierno alguno.

—Es absurdo.

—Muchas cosas parecen absurdas… en principio. Puede que los elenios sufráis un proceso similar con el tiempo.

—Es una mujer muy exasperante a veces, Sparhawk —gruñó Ulath, volviendo a situarse a la cabeza de la columna.

—Sparhawk —llamó quedamente Flauta.

—Dime.

—Ya hemos llevado a cabo la tarea que había que realizar en Acie. Ahora podemos partir hacia Thalesia cuando queramos.

—¿Cómo te propones lograrlo?

—Os lo diré más tarde. Id a hacer compañía a Wargun. Se siente solo sin vos.

El palacio, un edificio que no resultaba particularmente imponente, parecía más bien un complejo de oficinas administrativas que algo erigido con fines de ostentación.

—No sé cómo puede vivir Obler en este cuchitril —comentó con desdén Wargun, tambaleándose sobre la silla—. Eh, vos —tronó, dirigiéndose a uno de los guardias apostados en la puerta principal—, id a anunciar a Obler que ha llegado Wargun de Thalesia.

—Enseguida, majestad. —El guardia saludó y entró en palacio.

Wargun desmontó y, descolgando el odre de la faldilla de la silla, tomó un largo trago.

—Espero que Obler tenga cerveza fresca —deseó—. Este vino está comenzando a darme acidez de estómago.

—El rey Obler os recibirá, majestad —comunicó, de vuelta, el guardia—. Tened la bondad de seguirme.

—Conozco el camino —replicó Wargun—. Ya he estado aquí. Encargad a alguien del cuidado de los caballos. —Guiñó un enrojecido ojo a Sparhawk—. Vamos pues —ordenó sin mostrar asomo de haber advertido la ausencia de Talen.

Recorrieron en tropel los austeros corredores del palacio del rey Obler y encontraron al anciano monarca de Deira sentado frente a una gran mesa atestada de mapas y papeles.

—Perdonad el retraso, Obler —se disculpó Wargun, quitándose la capa púrpura y dejándola caer al suelo—. Me desvié hacia Kelosia para recoger a Soros y reclutar una suerte de ejército. —Se desplomó en una silla—. He estado un poco incomunicado. ¿Qué ha ocurrido?

—Los rendoreños han sitiado Larium —repuso el rey de Deira—. Los alciones, genidios y cirínicos resisten en la ciudad y los pandion están en campo abierto, combatiendo con partidas que emprenden correrías.

—Es más o menos lo que pensaba —concedió Wargun—. ¿Podríais hacer que nos trajeran un poco de cerveza, Obler? Estos últimos días he estado un poco fastidiado del estómago. ¿Os acordáis de Sparhawk?

—Por supuesto. Fue el hombre que salvó al conde Radun en Arcium.

—Y éste es Kalten. Ése tan alto es Ulath. El de piel morena es Bevier y estoy seguro de que ya conocéis a Tynian. La mujer estiria se llama Sephrenia…, aunque no estoy convencido de que ése sea su verdadero nombre. Ella enseña magia a los pandion, y esta adorable niña de aquí es su hija. Los otros dos trabajan para Sparhawk. No querría ofender a ninguno de ellos. —Miró en derredor con ojos nublados—. ¿Qué se ha hecho de ese chico que iba con vos? —preguntó a Sparhawk.

—Sin duda estará explorando por ahí —repuso afablemente Sparhawk—. Las discusiones políticas le aburren.

—A veces también me aburren a mí —confesó Wargun. Volvió la mirada hacia Obler—. ¿Se han movilizado ya los elenios?

—Mis agentes no tienen prueba de ello.

Wargun comenzó a proferir juramentos.

—Me parece que me detendré en Cimmura de camino hacia el sur para colgar a ese bastardo de Lycheas.

—Yo os prestaré una cuerda, majestad —ofreció Kalten.

Wargun soltó una carcajada.

—¿Cuáles son las noticias provenientes de Chyrellos, Obler?

—Clovunus está delirante —respondió Obler—. Me temo que no dure mucho. La mayoría de los prelados se encuentran allí para preparar la elección de su sucesor.

—El primado de Cimmura, lo más probable —gruñó Wargun con acritud. Tomó una jarra de cerveza de la bandeja de un criado—. Está bien —dijo—, pero dejad el barril. —Articulaba mal las palabras—. Éste es mi punto de vista, Obler. Será mejor que vayamos a Larium sin la menor dilación. Echaremos a los rendoreños al mar para que las órdenes militantes puedan ir a Chyrellos e impedir que Annias se convierta en archiprelado. Si ello ocurriera, habríamos de declarar la guerra.

—¿A la Iglesia? —Obler parecía perplejo.

—No sería la primera vez que se depone un archiprelado, Obler. A Annias no le servirá de nada tener una mitra cuando ya no tenga cabeza. Sparhawk ya se ha ofrecido voluntario para poner en acción su cuchillo.

—Vais a provocar una guerra civil generalizada, Wargun. Nadie se ha enfrentado directamente a la Iglesia durante siglos.

—Entonces tal vez sea ya hora. ¿Alguna otra novedad?

—El conde de Lenda y el preceptor Vanion de los pandion acaban de llegar hace una hora —informó Obler—. Querían asearse. He mandado ir a buscarlos cuando me han comunicado vuestra llegada. Se reunirán en breve con nosotros.

—Perfecto. En ese caso podremos tomar un buen número de decisiones aquí. ¿Qué día es hoy?

El rey Obler le respondió.

—Vuestro calendario debe de estar incorrecto, Obler —señaló Wargun después de sacar la cuenta de los días con los dedos.

—¿Qué hicisteis de Soros? —inquirió Obler.

—Estuve a punto de matarlo —gruñó Wargun—. Nunca he visto a nadie rezar tanto cuando había trabajo que atender. Lo envié a Lamorkand para que enrolara a los barones de allí. Cabalga al frente del ejército, pero en realidad es Bergsten quien ostenta el mando. Bergsten podría ser un buen archiprelado, con tal que consiguiéramos quitarle esa armadura. —Emitió una carcajada—. ¿Os imagináis cómo reaccionaría la jerarquía ante un archiprelado con cota de malla, un yelmo con cuernos y un hacha de guerra en las manos?

—Tal vez proporcionaría cierta vitalidad a la Iglesia, Wargun —acordó Obler con una leve sonrisa.

—Sabe Dios que le conviene —aprobó Wargun—. Desde que Clovunus cayó enfermo viene comportándose como una vieja doncella frígida.

—¿Tendrán sus majestades la bondad de excusarme? —solicitó con deferencia Sparhawk—. Me gustaría entrevistarme con Vanion. Hace tiempo que no nos vemos y he de ponerlo al corriente de algunos sucesos.

—¿Referentes a ese interminable asunto eclesiástico? —inquirió Wargun.

—Ya sabéis cómo están las cosas, majestad.

—No, a Dios gracias no lo sé. Adelante, caballero de la Iglesia, id a hablar con vuestro superior, pero no lo retengáis mucho rato. Tenemos asuntos importantes que dirimir aquí.

—Sí, majestad. —Sparhawk ofreció una reverencia a los monarcas y abandonó en silencio la estancia.

Vanion, que luchaba para ponerse la armadura, miró con sorpresa a su subordinado cuando éste entró en la habitación.

—¿Qué hacéis aquí, Sparhawk? —preguntó—. Pensaba que estabais en Lamorkand.

—Sólo estamos de paso, Vanion —repuso Sparhawk—. Se han producido algunos cambios. Os lo contaré sucintamente ahora y ya os daré más detalles cuando el rey Wargun haya ido a acostarse. —Observó a su preceptor—. Parecéis cansado, amigo mío.

—La edad —replicó Vanion con tristeza—, y todas esas espadas que hice que me transfiriera Sephrenia me resultan más pesadas cada día. ¿Sabéis que Olven ha muerto?

—Sí. Su fantasma entregó su espada a Sephrenia.

—Me lo temía. Ahora me haré yo cargo de ella.

Sparhawk golpeó con los nudillos el peto de Vanion.

—No tenéis por qué llevarla. Obler es bastante informal y Wargun ni siquiera sabe qué es la etiqueta.

—Las apariencias, amigo mío —explicó Vanion—, y el honor de la Iglesia. En ocasiones es tedioso, lo reconozco, pero… —Se encogió de hombros—. Ayudadme a enfundarme esta coraza, Sparhawk. Podéis seguir hablando mientras tensáis las correas y sujetáis las hebillas.

—Sí, mi señor Vanion. —Sparhawk se dispuso a asistir a su amigo y le expuso un resumen de lo acaecido en Lamorkand y Kelosia.

—¿Por qué no perseguisteis al troll? —le preguntó Vanion.

—Topamos con algunos obstáculos —contestó Sparhawk, sujetando la negra capa de Vanion a los espaldares de acero—. Wargun entre otros. Incluso me ofrecí a combatir con él, pero el patriarca Bergsten se interpuso.

—¿Desafiasteis a un rey? —Vanion parecía estupefacto.

—En ese momento lo consideré indicado, Vanion.

—Oh, amigo mío —suspiró Vanion.

—Tenemos que irnos —propuso Sparhawk—. Tengo muchas cosas que contaros, pero Wargun está impacientándose. —Sparhawk revisó la armadura de Vanion—. Erguíos —indicó—. Estáis encorvado. —Entonces presionó con ambos puños las espalderas—. Ya está —dijo—. Así está mejor.

—Gracias —contestó secamente Vanion, doblando un tanto las rodillas.

—El honor de la orden, mi señor. No querría que presentarais el aspecto de ir vestido con un traje de hojalata.

Vanion prefirió no responderle.

El conde de Lenda ya se encontraba en la sala cuando entraron Sparhawk y Vanion.

—Heos aquí, Vanion —dijo el rey Wargun—. Ahora ya podemos empezar. ¿Qué ocurre en Arcium?

—La situación apenas ha sufrido cambios, majestad. Los rendoreños continúan sitiando Larium, pero los genidios, cirínicos y alciones se encuentran en el interior de las murallas junto con el grueso del ejército arciano.

—¿Corre un peligro real la ciudad?

—No de consideración. Está construida como una montaña. Ya conocéis la afición de los arcianos por las fortalezas de piedra. Probablemente podría resistir veinte años. —Vanion posó la mirada en Sparhawk—. Vi a un viejo amigo vuestro allí —le comunicó—. Al parecer Martel se halla al mando de las huestes rendoreñas.

—Lo sospechaba. Creí haberlo dejado clavado en suelo rendoreño, pero por lo visto logró convencer a Arasham para que le permitiera viajar.

—No tuvo necesidad de hacerlo —lo disuadió Obler—. Arasham falleció hace un mes… en circunstancias harto extrañas.

—Diríase que Martel ha vuelto a echar mano del frasco de veneno —dedujo Kalten.

—¿Quién es el nuevo líder espiritual de Rendor? —inquirió Sparhawk.

—Un hombre llamado Ulesim —respondió el rey Obler—. Según tengo entendido era uno de los discípulos de Arasham.

Sparhawk soltó una carcajada.

—Arasham ni siquiera sabía de su existencia. Conozco a Ulesim y os aseguro que es un completo idiota. No durará ni seis meses.

—Volviendo al tema que nos ocupa —prosiguió Vanion—, he dispersado a la orden pandion por la campiña para que se ocupen de las partidas de saqueo. Martel no tardará en sentir hambre. Eso es todo, majestad —concluyó.

—Buena decisión. Gracias, Vanion. Lenda, ¿qué noticias traéis de Cimmura?

—La situación es prácticamente la misma, majestad…, con la salvedad de que Annias ha ido a Chyrellos.

—Y sin duda estará acechando al pie de la cama del archiprelado como un buitre —infirió Wargun.

—No me extrañaría que así fuera, alteza —convino Lenda—. Dejó a Lycheas el mando. Hay cierto número de personas en palacio que trabajan para mí, y una de ellas se las ingenió para escuchar cómo daba las instrucciones finales a Lycheas. Le ordenó que mantuviera el ejército elenio al margen de la campaña de Rendor. Tan pronto como fallezca Clovunus, el ejército… y los soldados eclesiásticos de Cimmura… deberán marchar hacia Chyrellos. Annias pretende inundar la Ciudad Santa con sus propios hombres para intimidar a los miembros independientes de la jerarquía.

—¿El ejército elenio se movilizará pues?

—Al completo, majestad. Han levantado su campamento a unas diez leguas al sur de Cimmura.

—Seguramente habremos de batirnos con ellos, majestad —opinó Kalten—. Annias ha depuesto a la mayoría de los antiguos generales y los ha sustituido por mandos que le son leales.

Wargun emitió una retahíla de juramentos.

—Es posible que no sea tan grave como parece, majestad —observó el conde de Lenda—. He efectuado un exhaustivo estudio de la ley. En tiempos de crisis religiosa las órdenes militantes están autorizadas a tomar el mando de todas las fuerzas de Eosia occidental. ¿No os inclinaríais a pensar que una invasión de herejes eshandistas recibe el calificativo de crisis religiosa?

—Por Dios que tenéis razón, Lenda. ¿Es ésa una ley elenia?

—No, alteza. Es ley eclesiástica.

Wargun prorrumpió en súbitas carcajadas.

—¡Oh, es genial! —bramó, aporreando el brazo del sillón con el puño—. Annias pretende convertirse en la cabeza de la Iglesia y nosotros nos valemos de leyes eclesiásticas para atarle los pies. Lenda, Dios os inspira.

—Tengo mis buenos momentos, majestad —replicó con modestia el conde—. Yo diría que el preceptor Vanion está capacitado para convencer al Estado Mayor para que se sumen a vuestras fuerzas…, en especial si tenemos en cuenta el hecho de que las leyes de la Iglesia le otorgan el poder de recurrir a medidas extremas en el caso de que algún oficial rehusara aceptar su autoridad en tales situaciones.

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