El ciclo de Tschai (66 page)

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Authors: Jack Vance

BOOK: El ciclo de Tschai
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Reith no supo hallar una respuesta. Se dio la vuelta y abandonó la oficina.

En el almacén, el trabajo proseguía a su ritmo habitual: un refugio de normalidad tras los Carabas y el retorcido coloquio con Woudiver. Traz aguardaba junto al portal.

—¿Qué ha dicho?

—Ha dicho que Anacho era un criminal, que yo he venido aquí para explotarle. ¿Cómo puedo discutírselo?

Traz frunció los labios.

—¿Y Anacho?

—En la Caja de Cristal. Woudiver dice que es fácil entrar pero imposible salir. —Reith paseó arriba y abajo por el almacén. Se detuvo junto a la puerta y observó al otro lado del agua la gran forma gris—. ¿Quieres decirle a Deine Zarre que venga un momento aquí?

—Deine Zarre apareció a los pocos instantes.

—¿Has visitado alguna vez la Caja de Cristal? -le preguntó Reith.

—Hace mucho tiempo.

—Woudiver dice que un hombre puede arrojar una cuerda desde la galería superior.

—Si es que no le importa su vida.

—Quiero dos cantidades de battarache de alta potencia... el suficiente, digamos, como para destruir diez veces este almacén. ¿Dónde puedo conseguirlo en poco tiempo?

Deine Zarre reflexionó unos instantes, luego asintió lentamente.

—Espera aquí.

Regresó algo después de una hora con dos botes de arcilla.

—Aquí está el battarache; éstos son los detonadores. Es material de contrabando; por favor, no reveles que yo te lo he proporcionado.

—El tema nunca saldrá a la luz —dijo Reith—. O al menos eso espero.

17

Envueltos en capas grises, Reith y Traz cruzaron la Izada al continente. Entraron en la ciudad Dirdir de Hei por una hermosa y amplia avenida asfaltada con una una sustancia blanca que raspaba bajo los pies. A ambos lados se alzaban espiras, púrpuras y escarlatas; las de metal gris y plata se alzaban lejos al norte, tras la Caja de Cristal. La avenida les condujo hasta el lado de una columna escarlata de unos treinta metros de alto. A su alrededor había una zona despejada de resplandeciente arena blanca donde descansaban una docena de peculiares objetos de piedra pulida. ¿Objetos artísticos? ¿Fetiches? ¿Trofeos? No había forma de saberlo. Frente a la espira, en una plataforma circular de mármol blanco, había tres Dirdir. Por primera vez Reith vio a un Dirdir hembra. La criatura era más baja y parecía menos robusta, menos flexible, que el macho; su cabeza era más ancha en la parte del cuero cabelludo y puntiaguda en la zona correspondiente a la barbilla; su color era algo más oscuro, un gris pálido sutilmente teñido de malva. La pareja contemplaba al tercer Dirdir, un cachorro macho de la mitad del tamaño que el adulto. De tanto en tanto las refulgencias de los tres oscilaban para apuntar a una u otra de las rocas pulidas, una actividad que Reith no hizo ningún esfuerzo por comprender. Reith los observó con una mezcla de revulsión y reluctante admiración, y no pudo evitar pensar en los «misterios».

Hacía algún tiempo, Anacho le había explicado los procesos sexuales Dirdir.

—Esencialmente, los hechos son estos: hay doce estilos de órganos sexuales masculinos, catorce de femeninos. Sólo son posibles algunos emparejamientos. Por ejemplo, el Macho Tipo Uno es compatible solamente con las Hembras Tipo Cinco y Nueve. La Hembra Tipo Cinco se ajusta solamente al Macho Tipo Uno, pero la Hembra Tipo Nueve posee un órgano más general que es compatible con los Machos Tipo Uno, Once y Doce.

»El asunto se vuelve fantásticamente complejo. Cada estilo macho y hembra posee su nombre específico y sus atributos teóricos, que se ven muy raramente realizados... ¡puesto que el tipo de un individuo permanece siempre secreto! ¡Ésos son los «misterios» Dirdir! Si el tipo de un individuo resulta conocido, se espera que ese individuo se comporte de acuerdo con sus atributos teóricos, independientemente de sus inclinaciones; raramente lo hace, y así siempre se ve azarado por ese motivo.

»Como puedes imaginar, un asunto tan complicado absorbe una gran cantidad de atención y energía, y quizá, manteniendo a los Dirdir fragmentados, obsesionados y pendientes del secreto, les ha impedido avasallar a todos los mundos del espacio.

—Sorprendente —había dicho Reith—. Pero si los tipos son secretos y generalmente incompatibles, ¿cómo se aparean? ¿Cómo se reproducen?

—Hay varios sistemas: el ensayo de matrimonio, los llamados «encuentros en la oscuridad», los anuncios anónimos. Las dificultades son superadas. —Anacho había hecho una pausa, luego había proseguido delicadamente—: No necesito señalar que los Hombres-Dirdir y Mujeres-Dirdir de baja casta, a quienes les falta la «noble divinidad» y carecen de «secretos», son considerados por ello deficientes y algo ridículos.

—Hummm —había musitado Reith—. ¿Por qué especificas «Hombres-Dirdir de baja casta»? ¿Qué pasa con los Inmaculados?

Anacho había carraspeado.

—Los Inmaculados eluden esa vergüenza mediante elaborados métodos quirúrgicos. Se les permite alterarse de acuerdo con uno de ocho estilos; así les son concedidos también «secretos», y pueden llevar el Azul y Rosa.

—¿Y el apareamieto?

—Es más difícil, y de hecho se convierte en un ingenioso análogo del sistema Dirdir. Cada estilo encaja como máximo con dos estilos del otro sexo.

Reith no había podido seguir reprimiendo su hilaridad. Anacho lo había escuchado con una expresión medio hosca, medio avergonzada.

—¿Y tú? —había preguntado Reith—. ¿Hasta qué punto te implicaste en todo eso?

—No demasiado —había respondido Anacho—. Debido a ciertas razones que no son del caso, llevé el Azul y Rosa sin proveerme previamente del requisito «secreto». Por ello fui declarado un fuera de la ley y un atavismo; ésta era mi situación cuando nos encontramos por primera vez.

—Un curioso crimen —había comentado Reith.

Ahora Anacho huía para salvar su vida en medio del simulado paisaje de Sibol.

La avenida que conducía a la Caja de Cristal se hizo más amplia aún, como en un intento de mantenerla a la escala de la enorme mole. Todos aquellos que caminaban por la raspante superficie blanca —Dirdir, Hombres-Dirdir, obreros envueltos en capas grises— parecían artificiales, irreales, como figuras en los clásicos ejercicios de perspectiva. Mientras caminaban no miraban ni a derecha ni a izquierda, pasando junto a Reith y Traz como si fueran invisibles.

Las espiras escarlatas y púrpuras se alzaban por todas partes a los lados y detrás; delante se alzaba la Caja de Cristal, empequeñeciendo todo lo demás. Reith empezó a sentir una opresión mental; los artefactos Dirdir y la psique humana estaban en discordancia. Para tolerar tales entornos, un hombre tenía que acabar negando su herencia y someterse a la visión Dirdir del mundo. En pocas palabras, tenía que convertirse en un Hombre-Dirdir.

Llegaron a la altura de otros dos hombres, envueltos como ellos en capas grises con capucha. Reith dijo:

—Quizá podáis informarnos. Deseamos visitar la Caja de Cristal, pero no sabemos la forma de hacerlo.

Los dos hombres lo observaron con una incierta curiosidad. Eran padre e hijo, ambos bajos, de rostros redondeados y aspecto gordezuelo, con brazos y piernas delgados. El más viejo dijo con voz aguda:

—Basta con subir por cualquiera de las rampas grises; no se necesita saber nada más.

—¿Vais también a la Caja de Cristal?

—Sí. Hay una caza especial al mediodía, dedicada a un gran delincuente, un Hombre-Dirdir, y puede que haya un buen despedazamiento.

—No habíamos oído nada de eso. ¿Quién es ese Hombre-Dirdir que ha cometido un crimen tan grande?

Sus dos interlocutores lo examinaron de nuevo dubitativamente, al parecer debido a una innata inseguridad en sí mismos.

—Un renegado, un blasfemo. Nosotros formamos parte del equipo de limpieza de la Planta de Fabricación Número Cuatro; recibimos la información de los propios Hombres-Dirdir.

—¿Venís a menudo a la Caja de Cristal?

—Bastante —dijo el padre, sin querer comprometerse más.

Su hijo fue más explícito:

Es algo autorizado por los Hombes-Dirdir. Además, es gratuito.

—Vamos —dijo el padre—. Tenemos que apresurarnos.

—Si no tenéis objeción —dijo Reith—, vendremos con vosotros, y así aprovecharemos vuestra familiaridad con el procedimiento.

El padre asintió sin demasiado entusiasmo.

—Pero no queremos retrasarnos. —Los dos echaron a andar por la avenida, las cabezas hundidas en los hombros, el andar característico de los trabajadores de Sivishe. Imitándoles, Reith y Traz les siguieron. Las paredes de cristal se alzaban ante ellos como farallones vitreos, mostrando destellos de un rojo magenta allá donde la iluminación del interior penetraba en el cristal. Torciendo en ángulo en las esquinas había rampas y escaleras codificadas por colores: púrpura, escarlata, malva, blanco y gris, cada una de ellas conduciendo a distintos niveles. Las rampas grises desembocaban en una galería a sólo treinta metros del suelo, evidentemente la más baja. Reith y Traz, uniéndose al flujo de hombres, mujeres y niños, subieron la rampa, atravesaron un pasadizo maloliente que se retorcía en todas direcciones, y de pronto emergieron sobre una brillante extensión de tétrico aspecto iluminada por diez soles en miniatura. Había pequeñas gargantas y bajas colinas, matorrales de áspera vegetación: ocre, tostado, amarillo, blanco hueso, marrón pálido. Debajo de ellos había un estanque salino, unos matorrales de plantas blancas parecidas a cactus; cerca se alzaba un bosque de espiras blanco hueso idénticas en forma y tamaño a las torres residenciales Dirdir. La similitud, pensó Reith, no podía ser coincidencia; evidentemente, en Sibol los Dirdir vivían en troncos huecos. Por algún lugar entre las colinas y los matorrales vagaba Anacho, temiendo por su vida, lamentando amargamente el impulso que lo había traído a Sivishe. Pero no se le veía por ninguna parte; de hecho, no había el menor signo
de
vida de hombre o Dirdir. Reith se volvió hacia los dos obreros en busca de una explicación.

—Es un período de pausa —señaló el Padre—. ¿Observas la colina de allá? ¿Y su gemela al norte? Ésos son los campamentos base. Durante el período de pausa la presa se refugia en uno u otro de los campos. Déjame ver: ¿cuál es el programa?

—Yo lo llevo —dijo el hijo—. La pausa durará todavía una hora; la presa está ahora en esta colina más cercana.

—Hemos llegado a buena hora. Según las reglas de este ciclo en particular, habrá oscuridad dentro de una hora, por un período de catorce minutos. Entonces la Colina Sur se convertirá en territorio de caza y la presa deberá acudir a la Colina Norte, que entonces se convertirá en refugio. Me sorprende que con un criminal tan célebre no hayan autorizado las reglas de Competición.

—El programa fue establecido la semana pasada —respondió el hijo—. El criminal fue atrapado hace un día o dos.

—De todos modos veremos buenas técnicas, y quizá uno o dos despedazamientos.

—¿Entonces, dentro de una hora el campo se vuelve oscuro?

—Durante catorce minutos, en los que empieza la caza.

Reith y Traz volvieron al exterior de la galería y al repentinamente oscurecido paisaje de Tschai. Echando hacia delante sus capuchas, hundiendo sus cabezas entre los hombros, descendieron la rampa hasta el suelo.

Reith miró en todas direcciones. Obreros envueltos en capas avanzaban estólidamente rampa gris arriba. Los Hombres-Dirdir utilizaban las rampas blancas; los Dirdir tenían reservadas las escaleras malva, escarlata y púrpura, que conducían a las galerías más altas.

Reith se dirigió a la grisácea pared de cristal. Se sentó y fingió estar ajustándose el zapato. Traz se mantuvo de pie frente a él. Reith extrajo de su bolsa un bote de battarache y el mecanismo disparador a relojería. Ajustó cuidadosamente un dial, alzó una palanca, dejó el bote tras un arbusto, apoyado contra la pared de cristal.

Nadie les prestó la menor atención. Ajustó el mecanismo de tiempo del segundo bote de battarache, tendió bolsa, battarache y mecanismo a Traz.

—Ya sabes lo que tienes que hacer. Traz tomó reluctante la bolsa.

—Puede que el plan tenga éxito, pero seguro que tú y Anacho vais a resultar muertos.

Reith fingió que Traz estaba equivocado por una vez, con la esperanza de darse ánimos a los dos.

—Cuando hayas dejado el battarache... tendrás que apresurarte. Recuerda, exactamente en el lado opuesto a aquí. No hay mucho tiempo. Te veré en el almacén de construcción.

Traz se dio la vuelta, ocultando su rostro en los pliegues de su capucha.

—Muy bien, Adam Reith.

—De todos modos, en caso de que algo fuera mal, toma el dinero y márchate tan rápido como puedas.

—Adiós.

—Apresúrate.

Reith observó cómo la figura gris se empequeñecía a lo largo de la base de la Caja de Cristal. Lanzó un profundo suspiro. Había poco tiempo. Debía empezar a actuar inmediatamente; si llegaba la oscuridad antes de que hubiera localizado a Anacho, todo el esfuerzo y riesgo habría sido en vano.

Regresó a la rampa gris, cruzó el portal y entró de nuevo en el resplandor de Sibol.

Registró el campo, tomando cuidadosa nota de todas las localizaciones y direcciones, luego se dirigió hacia el sur siguiendo la galería, hacia la Colina Sur. Los espectadores eran allí mucho menos numerosos, apiñados todos hacia la parte media o norte.

Reith seleccionó un lugar cerca de un soporte de la galería
.
Miró a derecha e izquierda. No había nadie en un radio de treinta metros. Las plataformas más arriba estaban vacías. Extrajo un rollo de cuerda fina y resistente, lo abrió, pasó su parte central en torno al soporte, y dejó caer los dos extremos. Con una nueva mirada a derecha e izquierda, saltó por encima de la barandilla y se dejó deslizar por la cuerda hasta el terreno de caza.

No pasó desapercibido. Pálidos rostros miraron sorprendidos hacia abajo. Reith no les prestó atención. Ya no compartía su mundo: se había convertido en presa. Tiró del extremo de la cuerda y echó a correr hacia la Colina Sur, enrollándola mientras corría por entre bosques de quebradizas ramas, saltando salientes de piedra caliza y cuarzo color café.

Llegó cerca de las primeras estribaciones de la Colina Sur sin haber visto ni cazadores ni presas. Los cazadores debían hallarse en aquellos momentos tomando las posiciones dictadas por la táctica; las presas debían estar agazapadas en la base de la Colina Sur, preguntándose acerca de la mejor manera de alcanzar el refugio de la Colina Norte. De pronto Reith tropezó con un joven Gris, acurrucado a la sombra de un conjunto de plantas parecidas a bambúes blancos. Llevaba sandalias y un taparrabo; sostenía una maza en sus manos y una daga hecha con una púa de cactus.

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