Sus pies empiezan a trepar por el empinado terraplén que se extiende junto a la carretera. Se resbala sobre la hierba húmeda y se le escapa una zapatilla. Nota la tierra fría bajo los pies mientras continúa hacia arriba. La luna brilla en el cielo negro. Es de un rojo sobrenatural.
No puede ser, piensa.
Cuando alcanza la cima, comienza a seguir las vías del tren. Al cabo de un rato, pierde la otra zapatilla.
El bosque se adensa en torno a las vías. El resplandor de la luna brilla intensamente iluminando los raíles. Minoo piensa que es extraño que la luna sea roja, pero que brille como siempre.
Afina el oído por si se acercara un tren.
El ferrocarril apenas se usa por la noche, pero a veces pasan largos trenes de mercancías que se oyen desde su casa.
Atisba un riachuelo susurrante y el viejo sendero de gravilla. Casi nadie lo usa desde que construyeron la carretera por el centro de Engelsfors. Tan solo algunas personas que van a recoger setas o a montar a caballo lo frecuentan.
De repente, Minoo cambia de dirección. Baja deslizándose por el terraplén que hay al otro lado de la vía hasta el sendero. Siente las piernas extenuadas, pero siguen caminando.
Se le clava la gravilla en las plantas de los pies. En algún lugar, sobre su cabeza, se oye el azote de las ráfagas de viento. A lo lejos divisa Kärrgruvan, el teatro al aire libre, cerrado desde hace mucho. La cerca de rejilla metálica que rodea la zona está rota por varios sitios. Los altos arbustos, que antes podaban con formas llenas de imaginación, han crecido libremente.
Minoo atraviesa el arco de la puerta coronado por un letrero que dice «KÄRRGRUVAN», y pasa por delante de la vieja taquilla, cerrada con listones claveteados alrededor de la ventanilla. Ve la pista de baile circular, cuyo tejado puntiagudo le recuerda a la carpa de un circo. Más allá hay una caseta desportillada de color rojo con una ventanilla cerrada. Encima se lee «SALCHICHAS», en grandes letras blancas.
Curiosamente, aquel lugar se le antoja más desierto y amenazador cuando piensa que hubo un tiempo en que estaba lleno de vida, de risas y de expectativas.
Pero no está abandonado del todo, acaba de verlo.
Hay alguien entre las sombras, junto a la pista de baile.
Los pies de Minoo se paran en seco. La figura se aparta de las sombras y adquiere una forma concreta. Minoo la reconoce enseguida.
Es el conserje del instituto.
—Me llamo Nicolaus —dice el conserje con voz solemne.
Lleva un traje negro algo anticuado, camisa blanca, una corbata de rayas rojas y azules y zapatos recién lustrados. Como si se hubiera vestido de gala.
—Bienvenida, oh tú, la Elegida —continúa—. ¡Tú, que has acudido a este lugar sagrado la noche en que la luna se ha teñido de rojo!
Alza las manos al cielo. Minoo descubre que ha recuperado el control del cuerpo cuando, instintivamente, da un paso atrás.
Está claro que este hombre está loco de atar, ahora casi aúlla:
—¡La profecía se ha cumplido!
—¿Perdón?
El conserje sigue salmodiando sin tomar nota de su pregunta.
—Nos han arrancado del sueño. ¡Y ahora se nos abren los ojos! ¡Pronto asistiremos al instante en que se cumplirá nuestro destino!
Nicolaus observa a Minoo esperanzado.
—Debes de haberte equivocado de persona —dice ella en voz baja.
Él le clava la mirada.
—Dime, ¿has venido por voluntad propia? ¿O te ha guiado hasta aquí una fuerza misteriosa que supera la razón humana?
Minoo no sabe qué decir. ¿Cómo puede estar enterado el conserje?
Nicolaus asiente satisfecho.
—Pero ¿quién eres tú, en realidad?
—Mi nombre es Nicolaus Elingius. Soy tu guía. Tú eres la Elegida.
—¿Elegida, para qué? —pregunta Minoo.
—Aún no lo sé —responde Nicolaus con impaciencia.
—Vamos que, en el fondo, no sabes más que yo acerca de lo que está ocurriendo, ¿no?
La duda asoma a la mirada del conserje.
—No. Quiero decir… Debemos tener paciencia. Estoy tratando de aprehender los recuerdos, pero es como atrapar con la mano un rayo de sol. Como el cordero recién nacido que abre los ojos a la luz, que lo ciega, también nosotros…
—Pues yo me voy a casa —ataja Minoo.
Nicolaus la manda callar. Ahora tiene la mirada fija en un punto detrás de Minoo. Un viento gélido se abre paso por debajo de la chaqueta del pijama.
—Hay alguien rezagado en las sombras —dice Nicolaus.
Minoo piensa en la figura que vio bajo el resplandor de la farola y se estremece.
De pronto, oye el crujir de la gravilla a la entrada del parque del teatro, resuena bajo los pies de alguien. Se da la vuelta despacio.
En un primer momento, Minoo no la reconoce. Vanessa tiene el pelo mojado y pegado al cuero cabelludo. El maquillaje de aquellos ojos castaños, que siempre lleva perfecto, se le ha corrido por las mejillas. Va envuelta en una manta de lana de color gris y, con gesto de irritación, se retira unas hojas que se le han quedado prendidas en los rizos. Minoo atisba bajo la manta las bragas con estampado de leopardo y el sujetador a juego.
—No comprendo… —balbucea Nicolaus contemplando a Vanessa con horror.
—¿Qué está pasando y quién coño eres tú? —pregunta Vanessa.
Es obvio que quiere ocultar que está muerta de miedo.
—Yo soy Nicolaus. El guía que va a… guiar. A la Elegida —añade con la escasa autoridad que es capaz de demostrar.
Vanessa se balancea un poco para mantener el equilibrio. Debe de estar borracha. ¿Por qué, si no, iba a andar por el bosque medio desnuda?
—Espera, ahora caigo —dice Vanessa—. Tú eres el repulsivo del conserje.
Nicolaus responde con una mueca.
—Sí, también soy el conserje —asegura.
Vanessa mira a Minoo, como si acabara de darse cuenta de que ella también está presente.
—¿Qué habéis venido a hacer aquí?
Minoo se siente ridícula al darse cuenta de que le duele que Vanessa la asocie con Nicolaus. Ella se encuentra en la misma situación, ¿es que no se ha dado cuenta?
A Vanessa se le desliza la manta de los hombros y el sujetador queda a la vista.
—Hija mía, ¡cúbrete! —grita Nicolaus espantado.
—¡Pues deja de mirar, so pervertido! —exclama entre dientes Vanessa tapándose otra vez con la manta.
El hombre retrocede con una expresión de asombro.
—Nadie siente más respeto que yo por un sexo debidamente cubierto… Pero, responde solo a una pregunta, ¿has venido aquí por voluntad propia? ¿O acaso te ha guiado una fuerza misteriosa y de gran poder? ¿Algo que supera la razón humana?
La misma pregunta, pero formulada de un modo distinto, piensa Minoo. Se da perfecta cuenta de que Nicolaus espera que diga no.
—Si has sido tú, te mato —dice Vanessa.
Nicolaus queda presa del desánimo.
—A mí me ha pasado lo mismo —le dice Minoo a Vanessa—. Ha sido como si algo se hubiese apoderado de mí.
De nuevo se oye el crujido de la grava en la entrada.
Vanessa y Minoo se vuelven a mirar.
Es Anna-Karin. Lleva un camisón de franela con el borde desgarrado. Tiene los pies cubiertos de tierra y de barro y Dios sabe qué más. Sigue avanzando por el terraplén. Va jadeando angustiada y tiene las mejillas encendidas por el esfuerzo.
Es Anna-Karin, sí, pero al mismo tiempo no lo es. Parece muy animada, Minoo nunca la había visto así.
Nicolaus tiene los ojos como platos.
—¡Que Dios me ayude! —exclama en un susurro—. Son tres.
—Cuatro —corrige Vanessa señalando a Rebecka Mohlin, que aparece detrás de Anna-Karin.
Rebecka lleva pantalón de chándal y un forro polar. Se coloca encogida junto a las demás, mirándolas de reojo.
Minoo nota que algo le roza el brazo y se vuelve con un gritito patético. Detrás de ella está Linnéa. Aún lleva la sudadera negra. Tiene los ojos inyectados en sangre y la mirada nerviosa.
—Minoo, ¿qué está pasando? —pregunta—. ¿Está sucediendo de verdad?
—Eso parece —responde Minoo.
—Creo que estoy flipando… —susurra mirando con el rabillo del ojo a Vanessa y a Nicolaus.
—No estás flipando…
Linnéa no le hace caso. De pronto, ve algo detrás de Minoo y se aferra con fuerza a su brazo.
Minoo gira la cabeza y ve que Ida Holmström camina hacia ellas. Lleva la melena rubia suelta sobre los hombros, y el camisón blanco de encaje va aleteando al ritmo de sus pasos. Parece sacada de una película de terror antigua en blanco y negro. El corazón de plata que lleva colgado lanza un destello. Tiene la mirada vacía como la de un zombi.
Minoo observa a Nicolaus, que está salmodiando algo muy bajito al tiempo que se mesa el cabello abundante y canoso.
—¡Solo tenía que haber una! —declara a voz en grito—. Así está escrito. La Elegida llegará caminando hasta el Lugar Sagrado al resplandor de la luna de sangre. Y allí debía encontrarme con ella y guiarla… —Su letanía se convierte en un susurro—. Solo puede ser una de vosotras. ¿Cómo voy a saber ahora…?
Guarda silencio y Minoo comprende que alguien tiene que empezar a formular las preguntas adecuadas.
—¿Todas habéis llegado aquí como robots teledirigidos?
El silencio que sigue a su pregunta es bastante elocuente. Minoo siente un alivio inmenso. No importa lo que esté ocurriendo, ahora sabe que ella no es la única.
—Vale, en ese caso, todas nosotras «hemos llegado caminando al resplandor de la luna de sangre».
—Espera… —interrumpe Nicolaus.
El conserje habla con esfuerzo, como jadeando. Minoo ve perfectamente cómo trata de combatir la nebulosa que le domina el cerebro. De repente, surgen las palabras de sus labios.
—Existe una razón por la que se nos ha arrancado de nuestro sueño. La Elegida debe dirigir la lucha contra el mal, y yo debo guiarla. La Elegida posee fuerzas inauditas y solo
ella
puede salvarnos a todos de la destrucción.
Anna-Karin se aparta un mechón de pelo de la cara y mira fijamente a Nicolaus.
—Ya podéis iros a casa —dice tranquilamente—. La Elegida soy yo.
Todas las miradas se vuelven hacia ella y le late el corazón tan fuerte que cree que le va a estallar en el pecho. Nicolaus acaba de hablar del mal y de la destrucción, pero a ella la asusta
más
hablar delante de estas chicas. Aunque ahora tiene que ser valiente. Sabe que lo que acaba de decir es verdad.
—Puedo obligar a otros a hacer cosas. Me ocurrió ayer, y hoy ha vuelto a pasar —dice, y nota que está hablando demasiado deprisa y que ha sonado ridículo.
—Yo creo que alguien debería llamar al psiquiátrico —dice Ida soltando una risita forzada.
Espera que las demás la secunden, pero nadie se ríe con ella. Nadie se ríe de Anna-Karin. Solo Ida. La cerda, la muy cerda de Ida.
Y vuelve a ocurrir. El miedo se apaga y el odio puro hace acto de presencia, un odio terriblemente duro e intenso. La Elegida. Ya les enseñará ella.
DI LA VERDAD,
le ordena.
DI LA VERDAD, DI POR QUÉ HAS LEÍDO HOY ESE POEMA EN EL SALÓN DE ACTOS.
Ida palidece, la boca empieza a moverse. Intenta cerrar los labios, retener las palabras, pero surgen de su garganta como si las vomitara.
—He leído el poema para que todos creyeran que Elías me importaba. Pero no es así, y pienso que lo mejor es que la gente como Elías se suicide.
Minoo y Rebecka agarran a tiempo a Linnéa, antes de que se abalance sobre Ida.
—Yo no quería… —susurra Ida llevándose la mano a la garganta. Mira a Anna-Karin—. ¡Tú me has obligado a decirlo, friki de mierda!
—¡Tú! —exclama Nicolaus aliviado dirigiéndose a Anna-Karin—. ¡Tú eres la Elegida!
—Perdona que te diga —dice Vanessa—. Pero yo el otro día me volví invisible.
Anna-Karin se enfada otra vez. ¿No comprende Vanessa que ya es tarde? Ahora le toca a ella ser el centro de atención.
—No lo hice a propósito —continúa Vanessa—. Simplemente, sucedió. Dos veces.
Nicolaus la mira aterrado. Todavía no puede decirle que se vaya.
—Pues… Yo no sé explicarlo —dice Rebecka despacio—. Pero el accidente de hoy en el salón de actos… Lo he provocado yo.
A Anna-Karin le resulta más difícil enfadarse con Rebecka, puesto que ella sí le cae bien.
—¿Vosotras habéis notado alguna otra cosa extraña? —pregunta Minoo—. Bueno, aparte del hecho de que estemos aquí, claro. —Nadie responde, de modo que continúa—: Yo soñé que estaba encerrada en una especie de mazmorra, como de otra época. Y en el sueño siguiente, iba en un carruaje. Y cuando me desperté, el pelo me olía a…
—… a humo —la interrumpe Linnéa.
—Pero, por lo demás, no he notado nada extraordinario —añade Minoo en un susurro.
Minoo está acostumbrada a ser la mejor en todo, y Anna-Karin advierte que se siente decepcionada por no poseer ninguna capacidad fuera de lo común. Seguramente cree que puede ocultarlo, pero Anna-Karin la está viendo por dentro. Es experta en eso. Cuando siempre estás en la sombra, te conviertes en un observador muy atento.
—Yo tampoco —reconoce Linnéa.
Todas miran a Ida.
Por favor, que ella no tenga ningún poder, ruega Anna-Karin para sus adentros. Si lo tiene es que no hay justicia.
—Yo me largo —dice Ida.
—Espera —intenta retenerla Rebecka.
—Pues no, no pienso esperar. ¡No pienso participar en esto! No quiero tener nada que ver con vosotras, ¡víctimas de mierda!
—¿Tú no has tenido ningún sueño raro? —pregunta Rebecka.
Anna-Karin no comprende por qué Rebecka pierde el tiempo con Ida. Allí nadie quiere tener nada que ver con ella.
—¡Puede que sí! —responde Ida con voz chillona. De repente, se le endurece la mirada—. Rebecka, todavía podemos ser amigas, si te vienes conmigo
ahora…
Rebecka no lo duda ni un instante.
—Yo pienso quedarme —responde.
—Pues espera y verás cuando se lo cuente a Ge —dice Ida, y echa a andar.
Pero no llega muy lejos.
Parece una escena de una película de dibujos animados, piensa Rebecka. Ida se detiene con un pie en el aire, como si se hubiera dado con una pared. Rebecka oye perfectamente el
boooooing,
como cuando el lobo de los dibujos se estrella en plena carrera contra una puerta pintada en la viñeta. Casi espera ver las estrellas alrededor de la cabeza de Ida.