—Joder qué buena estás —le susurra.
El calor de su aliento se difunde desde la oreja por todo su cuerpo. Vanessa le da un mordisco en el labio. Él se ríe.
—Ten cuidado —le susurra mientras desliza las manos hacia sus nalgas.
—¿Nos vamos a algún sitio? —pregunta ella.
Wille no contesta. La baja de la mesa. Se abrazan. La canción cobra cada vez más protagonismo, llena la habitación mientras ellos se abrazan.
La música es como una burbuja que los envuelve a los dos, que difumina a los demás. Lo único que significa algo en el mundo es el aquí y el ahora, el calor de sus cuerpos abrazados.
—Deberíamos largarnos de aquí —le susurra Wille al oído—. Pasa del instituto. Nos vamos a Tailandia. Allí apenas hace falta dinero. Nos pasaremos los días tumbados en la playa. Las noches follando y fumando. Tú y yo solos. Es lo único que necesitamos.
Vanessa no ha estado nunca en Tailandia, pero se lo imagina perfectamente: playas blancas, el mar de un azul reluciente, el cuerpo de Wille tostado por el sol y no tener que pasar frío nunca más. Largarse simplemente y dejarlo todo atrás, a su madre, el miedo, los libros de magia y esa responsabilidad pesada como el plomo. En realidad, ¿por qué no?
La canción cesa de repente y alguien vuelve a poner hip-hop.
—Ven —susurra Vanessa, cogiendo a Wille de la mano, y suben al piso de arriba. Echa una ojeada por encima del hombro y ve que Evelina y Michelle siguen en lo alto de la mesa. Están bailando medio en broma un baile muy feo, pero consiguen parecer
sexy
. Lucky se está enrollando con una chica que tiene el pelo teñido de azul, una de las amigas de Linnéa. Pero Linnéa no está por allí.
—Te quiero —dice Wille cuando se tumban en la cama de Jonte.
Ella se quita la camiseta sudada mientras él le desabotona los vaqueros, se los baja hasta los muslos, luego hasta las pantorrillas, tironea un rato hasta que consigue sacar los pies. Después él también se quita la camiseta y se tumba a su lado.
—¿Lo dices en serio? —susurra Vanessa.
—¿Que te quiero?
—Que te largarías conmigo así, sin más.
—Nos vamos mañana mismo —le susurra Wille con voz pastosa—. No tenemos ni que hacer las maletas, no nos hace falta ropa.
Intenta quitarse los vaqueros y se cae al suelo. Vanessa se ríe y le ayuda a volver a subirse a la cama. Lo besa y le pasa la mano por los calzoncillos. Wille deja escapar un gemido y le quita las bragas, le besa el pecho, la barriga, y continúa hacia abajo.
Vanessa pasa de lo que ha ocurrido, pasa del futuro. Lo único que importa es Wille y el modo en que consigue que lo olvide todo.
Después Wille baja a buscar una cerveza. Vanessa se pone la ropa y nota que la camiseta huele a tabaco. Entra en el cuarto de baño para hacer pis y repasar un poco el maquillaje. Encuentra una botella de vino medio llena debajo del lavabo y da unos cuantos tragos mientras se arregla. Le tira unos besos al espejo con un gesto exagerado, hace una pose, se descubre el pecho y suelta una risita. Empieza a tener un buen pedo.
Cuando abre la puerta se encuentra con Linnéa, que está fumándose un cigarro apoyada en la pared. Lleva un vestido negro corto cuya parte de arriba parece un corsé, medias de rejilla y botas negras. Tiene los ojos muy maquillados bajo el largo flequillo negro. Se miran un instante.
—Pareces hecha polvo —dice Linnéa al cabo de un rato con una sonrisa.
—Pues muchas gracias —responde Vanessa devolviéndole la sonrisa.
Siente una alegría inesperada por ver a Linnéa. Esta noche parece un largo viaje en el que todo es amor. Se pregunta vagamente si no habrán echado éxtasis en el vino que acaba de beber.
—Hecha polvo pero guapa —añade Linnéa.
—Tú también estás muy guapa —responde Vanessa—. Aunque no hecha polvo.
—Solo por dentro —dice Linnéa sonriendo.
Vanessa se pregunta si Linnéa estará borracha. Seguramente es una de esas personas a las que no se les nota mucho.
—La última vez fue… Muy intenso —dice Linnéa, y Vanessa se pregunta si es su forma de decir «perdona que me comportara como una chiflada asesina».
Linnéa se echa a reír dejando al descubierto unos dientes perfectos.
Joder, qué guapa es, piensa Vanessa.
—Pero lo decía en serio —continúa Linnéa—. No podemos confiar en la directora. Ella no puede protegernos.
Vanessa le coge el brazo a Linnéa y clava la mirada en sus ojos oscuros. Nota que se pone un poco bizca. Mierda, no tendría que haberse bebido ese vino. Pero no puede permitir que Linnéa vea lo borracha que está porque, entonces, nunca la tomará en serio, y lo que piensa decirle ahora es muy importante.
—Aunque sea verdad no importa. De todos modos tenemos que seguir unidas. Nos lo prometimos.
Siente el frescor del brazo de Linnéa y, de repente, teme tener la mano sudorosa. La retira y casi pierde el equilibrio.
—Por cierto —dice Linnéa—, nosotras no somos las únicas que estamos aquí esta noche.
Vanessa no sabe a qué se refiere.
—Hay una bruja más en esta casa —susurra Linnéa con exagerado dramatismo. Y luego añade en un tono algo más serio—: Y creo que deberíamos comprobar lo que está haciendo.
Jari abre una lata de cerveza, que emite un silbido, y se la ofrece a Anna-Karin. Ella lame despacio la espuma que se ha desbordado y toma un trago. Desde luego que no está rica, pero tampoco es asquerosa. El sabor es más bien amargo y un poco metálico. Toma unos tragos más y ahoga un eructo.
La mayoría de la gente que hay allí es mayor. Nunca se han visto influidos por los poderes de Anna-Karin y resulta difícil controlar a todas esas personas que se mueven torpemente por la casa. Se balancean despacio hablando en pequeños grupos por todas partes. Se caen unos encima de otros y hablan demasiado alto. Anna-Karin no consigue hacerse con unas conciencias dominadas por el alcohol y, según sospecha, por otras sustancias.
La música es ensordecedora. Apura la lata de cerveza y la estruja. Jari la coge y le da otra enseguida. Ella le sonríe agradecida.
—Salud —dice Jari.
—Salud.
Las latas se entrechocan en el aire, ella echa la cabeza hacia atrás y deja que el líquido le corra por la garganta. Se acostumbra al sabor con una rapidez sorprendente. Ahora ya le parece de lo más normal.
Anna-Karin empieza a relajarse. Reduce un poco el control. No tiene demasiada importancia lo que piensen de ella todos los demás, mientras Jari siga mirándola de ese modo.
Esta noche se siente bastante guapa. Lleva un vestido corto rosa chillón con purpurina plateada. Tiene un escote amplio y le marca el pecho al tiempo que le disimula la barriga. Julia y Felicia pensaban que debería haber elegido una prenda totalmente entallada, pero hasta ahí llegaba el límite de la confianza de Anna-Karin en sí misma.
—Vaya, parece que no han matado a todos los cerdos para la cena de esta Navidad —chilla un chico totalmente pedo al que no había visto nunca. La está señalando y sus amigos se ríen a carcajadas.
Anna-Karin siente una puñalada que le resulta muy familiar. Hacía tanto tiempo que nadie le decía algo así que casi había olvidado lo mucho que dolía.
Apura la cerveza en silencio mientras maquina una venganza apropiada. Jari la sigue mirando con una expresión de adoración absoluta.
VEN. QUE SE ENTEREN.
Jari se abalanza sobre ella literalmente. Es como si llevara cien años esperando el momento y no pudiera aguantarse ni un segundo más. Aprieta los labios contra los de ella. Luego nota la punta de la lengua abriéndole la boca.
—Pero Jari, ¿qué coño haces?, en serio… —dice el chico.
Jari no responde. Le pone la mano en la nuca a Anna-Karin y se aprieta más aún contra ella. La cabeza le da vueltas mientras él mueve la lengua por toda su boca. Le cuesta seguir su ritmo. Es su primer beso y tiene la sensación de que se la estuvieran comiendo. Pero por lo menos el chico y sus amigos se han quedado callados. Anna-Karin necesita respirar. Se retira.
—¿Por qué no me traes otra cerveza? —le pregunta.
Jari abre los ojos y sonríe. Agradecido, como si la posibilidad de hacerle un favor a Anna-Karin fuera un regalo maravilloso; sale corriendo en busca de una cerveza, que están enfriando fuera, en la nieve.
—Ven —le ordena alguien al oído, tirándole bruscamente del brazo.
Vanessa.
Anna-Karin se deja conducir. Por el camino pasan por delante de Linnéa, que las acompaña a una habitación donde hay un par de chicos tumbados en el suelo jugando a un videojuego. Allí la cosa está más o menos tranquila. Se van a un rincón de la habitación, tan lejos como pueden de los chicos.
—¿Qué coño haces? —pregunta Linnéa.
—Hemos visto tu espectáculo con Jari. ¡Tienes que dejarlo ya, joder! —exclama Vanessa.
Se comportan como acosadoras. La tienen acorralada en un rincón y no paran de acusarla. Solo porque no hace lo que ellas dicen. ¿Qué quieren? ¿Que vuelva a ser la Anna-Karin de siempre, la que no se atrevía a mirar a nadie a la cara, la que siempre estaba sola?
El bajo de la música se filtra por las paredes de la habitación. Algo explota en la pantalla de la televisión y los chicos que hay tumbados en el suelo sueltan un grito.
Vanessa y Linnéa están demasiado cerca de ella. Anna-Karin no está muy segura de si dos cervezas serán demasiadas, pero sabe que quiere beberse otra. Ahora mismo.
—Dejadme en paz —dice—. Sé lo que hago.
—¿Estás segura? —pregunta Linnéa.
—Lo tengo todo controlado.
—No me lo creo —contesta Linnéa—. A mí parece que estás enganchada. Y lo de Jari, eso…
—¿A vosotras qué mierda os importa que yo tenga novio?
—No, si no nos importa —responde Vanessa—. Puedes tener todos los novios que quieras. Pero Jari no es tu novio. Es solo que lo has hechizado.
—Anna-Karin, no es que no te comprendamos —dice Linnéa—. Yo sé lo que es sentirse excluida. Yo sé lo que es querer algo que nunca podrás conseguir.
Linnéa la mira compasiva, con una expresión pastosa y pegajosa. Anna-Karin casi puede leerle el pensamiento:
Pobre Anna-Karin. Es tan fea y tan desastrosa que tiene que recurrir a la magia para que alguien la quiera. No tiene nada que le pueda gustar a nadie y puede que consiga engañar a todo el mundo, pero nosotras siempre veremos su verdadero yo. A la persona obesa, cortada, repulsiva, paleta, idiota, apestosa, grasienta, celulítica, temblona, torpona y absurda que siempre ha sido. Que se pone un vestido nuevo y por un instante se cree que vale para algo. Qué ridículo
.
—Vete a la mierda —dice Anna-Karin muy despacio.
Es tal la ira que siente que se asusta de sí misma. Le da un empujón a Vanessa para abrirse camino y salir de allí.
Aquello está hasta arriba de gente. Anna-Karin se hace hueco por entre los grupitos en busca de Jari. Tanto cuerpo caliente forma un muro carnoso. Es como una pesadilla en la que uno echa a correr pero no llega a ninguna parte. Va agachándose para esquivar los cigarrillos encendidos, saltando a un lado para que no la bañen en cerveza, buscando un resquicio por el que pasar entre tanta gente. Hasta que al final se harta.
APARTAOS,
ordena.
Es como cuando Moisés abrió las aguas del mar Rojo. Abrid paso al Señor. Todos se hacen a un lado y dejan vía libre a Anna-Karin.
Ella respira aliviada. Ya puede recorrer la casa tranquilamente. Los demás están hacinados como arenques formando una onda de paredes vivientes que enmarcan su camino.
Busca por todas partes pero no encuentra a Jari. Al final cruza la entrada y abre lo que debe de ser la puerta del sótano. Una simple bombilla ilumina las paredes paneladas de pino sin lijar y sin pintar. Anna-Karin entra sigilosamente, cierra la puerta a su espalda y baja la escalera.
En la pequeña habitación del sótano hay una caldera de calefacción y un congelador enorme, que compiten por ver cuál emite el zumbido más alto. Una vez cerrada la puerta que da a la escalera, se atenúan la música y las voces.
En una pared hay un reloj de Mora con los sinuosos dibujos típicos de la región de Dalarna, una guitarra rota y dos trineos. Restos del naufragio del pasado. Huele a piedra, a humedad, a tierra. Al fondo de la habitación hay una puerta de acero pintada de verde que está entreabierta. Anna-Karin sabe instintivamente que no debería entrar allí. Quizá por eso no puede resistir la tentación de hacerlo.
La luz la ciega. Es una habitación grande de paredes blancas. Varias lámparas de rayos ultravioleta cuelgan del techo sobre hileras perfectas de plantas de color verde. Hace mucho calor y hay mucha humedad y Anna-Karin oye un sonido agudo, como de una especie de ventilador.
En un primer momento piensa que es muy raro que alguien cultive verduras en el sótano. Pero enseguida se da cuenta de lo ingenua que es. Esas matas verdes que crecen debajo de las lámparas son plantas de hachís. O de marihuana. ¿Será lo mismo? No tiene ni idea.
Dirige la mirada a una mesa atestada de herramientas e instrumental de todo tipo y una pila de libros de instrucciones manoseados. Y allí, junto a los manuales, hay una pistola.
Anna-Karin se acerca. Es negra, con una parte marrón en la culata. Parece usada.
En ese mismo momento oye pasos en la escalera y el ruido de una puerta que se abre. Mira nerviosa a su alrededor. Los pasos se acercan. No hay donde esconderse.
Un chico alto y desgarbado entra en la habitación. Lleva un gorro gris encajado hasta las cejas. Tiene la mirada abstraída y, a pesar de todo, intensa. Anna-Karin comprende enseguida quién es. Jonte.
—Esta puerta tiene que estar cerrada —dice.
—Estaba abierta —dice Anna-Karin—. No sabía…
Jonte entorna los ojos. Se le acerca y Anna-Karin retrocede hasta darse con la mesa.
—¿Qué coño estás haciendo aquí?
Anna-Karin concentra todo su poder en él, intenta envolverlo en una sensación suave y agradable que emana de ella. Jonte se detiene. Ladea la cabeza. A Anna-Karin le recuerda un animal atento al peligro. De pronto se le relaja la expresión de la cara, aunque la alerta no desaparece por completo. Anna-Karin no logra dominarlo del todo. Se pregunta si tendrá algo que ver con la cerveza.
—¿Anna-Karin? —se oye la voz de Jari.
—¡Estoy aquí! —responde a gritos, quizá demasiado alto.
Siente un alivio enorme cuando ve a Jari entrar en la habitación.