Minoo traga saliva.
—¿Y si nos vamos a tu habitación? —propone.
Gustaf parece desconcertado.
—Para que puedas descansar un rato.
—Sí, quizá sea lo mejor.
Habla con voz monótona, pero se levanta de la silla.
Por Dios, piensa Minoo. Ida no reaccionó así. ¿Y si le hemos puesto demasiado?
Minoo oye pasos en la escalera. Pesados y rápidos. Las ideas se precipitan en su cabeza porque, ¿dónde se pasa escondido los días enteros el doble de Gustaf? ¿Qué mejor lugar para ocultar a un doble que
el sótano?
Y Lage, su padre, puede que sea parte del plan, o incluso el que lo haya planeado todo, o que todo sea un error terrible y que tanto Lage como Gustaf sean inocentes, pero ahora, por desgracia, Minoo le ha administrado a Gustaf una dosis letal de un suero mágico, así que puede que dentro de poco esté muerto.
Minoo se levanta de un salto y sujeta con el brazo a Gustaf, que parece que está a punto de desmayarse.
Se abre la puerta del sótano y sale Lage.
—Pensaba preguntar si hay comida suficiente para mí también… —comienza, pero entonces repara en Gustaf.
—¿Cómo estás, Gurra? Te veo muy pálido.
—Pues estaba bien, luego me he mareado un poco, pero ya me encuentro bien otra vez.
Lage se acerca y le pone a Gustaf la mano en la frente.
—Por lo menos no tienes fiebre —confirma un tanto inquieto.
—Minoo dice que debería echarme un rato, y me parece una buena idea —dice Gustaf.
—Puede que se haya pasado un poco con el entrenamiento —dice Minoo, y se dirige a Gustaf—. Ven, vamos a tu habitación.
Lage mira a Gustaf preocupado.
—Avísame si se pone peor. Estoy ahí abajo.
—Sí, sí —responde Gustaf.
—Mi madre es médico —dice Minoo—. La gripe que corre por ahí es bastante traicionera. De repente, te contagias y te pones malísimo.
Minoo coge a Gustaf del brazo y se deja guiar por él hasta el dormitorio de la segunda planta.
—¿Puedes encender la luz? —pregunta Minoo una vez dentro de la habitación a oscuras.
—Sí —responde, y se desploma pesadamente en la cama.
A Minoo le lleva un rato comprender que es como cuando los niños quieren hacerse los graciosos y te dicen que sí a todo.
—¿Dónde está el interruptor? —pregunta Minoo.
—A la derecha de la puerta.
Minoo enciende la luz y la oscuridad desaparece instantáneamente. Gustaf tiene la cama sin hacer. Por lo demás, la habitación está bastante ordenada.
En la pared que hay junto a la cama se ve una fotografía de Rebecka y de Gustaf. Sus caras llenan toda la imagen y es imposible saber dónde están, solo se deduce por la luz que es al aire libre. Se los ve felices. En aquella centésima de segundo, cuando la cámara congeló el instante, no tenían la menor idea de lo que les esperaba.
O quizá Gustaf sí lo supiera, se dice Minoo. Puede que la imagen represente algo completamente distinto de una pareja feliz. Puede que en realidad se trate de un asesino y su víctima.
Nota un débil empujón en la espalda. No es difícil de interpretar. Vanessa piensa que Minoo debería darse prisa, y tiene razón. No saben cuánto dura el efecto del suero. Una gota duró más o menos un minuto en el caso de Ida. Minoo ha calculado que deberían contar con diez minutos por lo menos. Pero ya han perdido parte del tiempo. Y Gustaf es más grande que Ida. Minoo se sienta en el borde de la cama. Lleva la lista de las preguntas que ha preparado en el bolsillo del vaquero. La deja donde está.
—¿Querías a Rebecka?
—Sí —responde Gustaf sin dudarlo—. Más que a nadie en el mundo.
—¿Le pediste perdón cuando fuiste a visitar su tumba?
Gustaf asiente y una lágrima le rueda por la sien desde la comisura del ojo hasta que desaparece en su melena rubia. Está tumbado, totalmente inmóvil, y mira a Minoo asustado.
—¿Tuviste algo que ver con su muerte?
—Sí —responde.
Minoo se queda helada.
—Cuéntamelo —se obliga a decir.
—Fue culpa mía. Todos decían que Rebecka tenía trastornos alimentarios, pero yo fui demasiado cobarde para preguntarle abiertamente. No quería que se pusiera triste, ni que pensara que era un pesado. No llegué a darme cuenta de que fuese tan grave. Tendría que haber intentado hablar con ella.
Sigue mirando a Minoo con los ojos muy abiertos y el miedo en la mirada.
—Tú crees que Rebecka se suicidó, ¿verdad?
La pregunta parece desconcertarlo.
—Sí —dice—. Saltó del tejado del instituto. Fue culpa mía. Si hubiera sido mejor novio eso jamás habría ocurrido.
Minoo echa un vistazo a la foto preguntándose si Rebecka puede verlos desde algún sitio. Espera que no, porque se avergüenza muchísimo de lo que está haciendo.
—¿Tú estabas con ella en el tejado? —pregunta.
—No. Estaba esperándola abajo. Fue a la reunión con la directora.
Gustaf le pone la mano en el brazo. Tiene los dedos fríos.
—Esperaba que la directora sacara el tema del trastorno alimentario. De que la obligara a abrirse, y así no tendría que hacerlo yo. Fui un cobarde.
—¿Has hecho algo especial este otoño? ¿Te has puesto en contacto con algo?
—No entiendo la pregunta.
Minoo vuelve a notar en el hombro el empujón de impaciencia, como un recuerdo de que se les acaba el tiempo.
—¿Te has puesto en contacto con algún demonio?
Gustaf vuelve a mirarla con desconcierto. Como un niño al que le hacen una pregunta de adulto.
—¿Te has estado dedicando a algún tipo de actividad sobrenatural? —continúa Minoo.
—No.
Está claro que no tiene ni idea de lo que le habla.
—Puede que ni tú mismo lo sepas. Piénsalo bien. ¿Ha ocurrido algo extraordinario?
Él niega con la cabeza.
—¿Oyes a veces una voz en la cabeza que te dice que hagas cosas?
Él vuelve a negar.
—Si yo digo «la luna de sangre», ¿qué me dices tú?
—¿Naranja sanguina?
—¿Tienes un doble?
—No —responde débilmente—. No creo.
—No puedo más —dice Vanessa de repente.
Minoo comprende perfectamente cómo se siente. Ver a Gustaf tan asustado y tan indefenso es más de lo que ella misma puede soportar. Se siente como alguien de la Inquisición. Pero tiene una pregunta más y espera de verdad que Gustaf no diga nada del beso porque, a diferencia de él, Vanessa no olvidará nada después.
—¿Me seguiste por el centro el otro día? ¿Y luego nos vimos en el viaducto?
—No.
—Nos vimos allí y… estuvimos hablando. ¿No lo recuerdas?
—No.
—Y a pesar de todo estuviste en el cementerio al mismo tiempo. Fue el día en que acudiste a la tumba de Rebecka por primera vez. Te encontrabas en dos lugares al mismo tiempo. ¿Cómo lo hiciste?
Gustaf menea la cabeza.
—¡No entiendo nada! —dice—. Me estás haciendo unas preguntas rarísimas.
Minoo no puede más. Trata de despegarse del brazo los dedos de Gustaf pero él la sujeta con mucha fuerza. Minoo le acaricia delicadamente los dedos con la esperanza de que así se tranquilice.
Y funciona. Él afloja la mano y ella se suelta y se levanta.
—Perdona.
—No sé por qué me pides perdón.
—Por todo esto.
—Yo te aprecio, Minoo —confiesa él sorprendido.
—Y yo también te aprecio —dice y de pronto se da cuenta de que lo dice de verdad—. Me gustaría poder contarte cómo murió Rebecka. Pero no fue culpa tuya.
—¿Pero qué haces, Minoo? —le susurra Vanessa.
Pero Minoo no le hace caso. Es facilísimo no hacerle caso a una persona invisible.
—¿Puedes intentar acordarte de una cosa? —pregunta Minoo—. Trata de conservarla en algún lugar de tu cabeza. ¿Me prometes que lo intentarás?
—Te lo prometo —responde Gustaf.
—
No fue culpa tuya.
Rebecka te quería.
Las lágrimas vuelven a aflorar a los ojos de Gustaf y Minoo hace un gesto de asentimiento, tratando de grabar aquel mensaje en su subconsciente.
—Ella nunca te habría abandonado voluntariamente —dice.
Gustaf esboza una sonrisa, pero no la termina de dibujar.
—Me siento muy cansado —dice.
—Pues creo que deberías dormir un rato.
Gustaf cierra los ojos, y Minoo y Vanessa se quedan hasta que se ha dormido. Luego salen muy despacio para no despertarlo.
Vanessa se ha dado una buena ducha, y aun así no tiene la sensación de estar del todo limpia. Cuando se despidió de Minoo acordó con ella que no le contarían nunca a nadie lo que Gustaf había dicho. Enviaron un mensaje a las demás diciéndoles que estaban seguras de que no sabía nada de su doble. Nada más. El resto no le importa a nadie. A ellas tampoco, por supuesto. Por eso se siente tan sucia. No quiere volver a hurgar en los pensamientos más profundos de otra persona.
Ahora está prácticamente inhalando el guiso de salchicha que ha preparado Sirpa para la cena. Vanessa va ya por la segunda ración, pero no hay señales de que se le vaya a aplacar el hambre. Como siempre que se ha pasado mucho rato siendo invisible, el cuerpo le pide alimento. Muchísimo alimento.
—Tranquila, Nessa —dice Wille, sin poder aguantarse la risa.
—Tú ocúpate de lo tuyo —le dice con la boca llena de arroz con tomate a medio masticar.
—Si sigues así llegarás a pesar una tonelada.
—De todos modos, seguiría siendo más guapa que tú.
Se sirve más leche y se la toma de un trago.
Sirpa los mira nerviosa.
—Perdona que devore de esta manera —se disculpa Vanessa—. Es que estaba tan rico. Como siempre.
—Pues me alegro de que te guste —dice Sirpa.
Parece que lo dice de verdad, pero Vanessa sabe que tiene que ser difícil para ella alimentar una boca más. Además, una boca insaciable.
Claro que Vanessa le entrega todos los meses la mitad de la ayuda estatal, pero eso no da para mucho.
—Muchas gracias por la comida —dice y se traga el último bocado de salchicha.
Empieza a quitar la mesa. Está demasiado nerviosa para quedarse sentada. Cuando Sirpa hace amago de ir a levantarse, le dice que por qué no se va a ver la tele. Sirpa le sonríe agradecida y se dirige al salón. Wille no se mueve y se balancea en la silla mientras se prepara una bola de rapé.
Vanessa apila los platos sucios en el fregadero y lo llena de agua. Luego empieza a limpiar un plato con el cepillo. El agua está tan caliente que empieza a sudarle la frente. Es estupendo poder concentrarse en algo totalmente cotidiano. Frotar y hacer espuma hasta que desaparezcan los restos de comida.
De repente nota unas manos en la cintura.
—¿Sabes? —dice Wille y le da un beso en la nuca—. He visto un anuncio de un viaje a Tailandia muy barato dentro de una semana.
—Yo tengo clase.
Tailandia, Tailandia, Tailandia. Los últimos meses no ha hablado de otra cosa.
—Pues pasa —murmura Wille—. Nos largamos. Creo que puedo conseguir que Jonte me suelte algo de dinero.
Ella se hace a un lado para librarse de sus manos, pero vuelven a la carga enseguida, y Vanessa se las sacude con más resolución.
—¿Qué pasa? —pregunta él.
—¿No puedes dejarme tranquila un solo segundo?
—¿Por qué estás tan arisca?
—¿Y por qué te pegas a mí como una lapa todo el tiempo?
Wille se queda detrás de ella. Vanessa nota que irradia decepción.
—Solo quiero hacerte unos mimos.
—Y yo quiero que me dejes en paz, ¿vale? ¿Tanto te cuesta comprenderlo?
—Lo que no comprendo es por qué estás tan cabreada a todas horas —dice Wille y vuelve a sentarse a la mesa.
Vanessa va secando la vajilla mientras espera. Sabe que no puede estar callado mucho tiempo.
—He estado mirando los enlaces que me enviaste —le dice al fin.
Ella se da la vuelta con un vaso en una mano y el paño de cocina en la otra.
—Yo creo que eso no es para mí —continúa.
Vanessa aprieta el vaso con tal fuerza que debería romperse.
—¿Es que no has encontrado nada que te guste?
—Joder, Nessa, yo no quiero dedicarme a las ventas por teléfono.
—¿Y qué coño quieres entonces, Wille?
Él se ríe sin convicción, parece que no comprende lo enfadada que está.
—No lo sé… A mí me parece que estoy bastante bien como estoy. Como estamos.
—Y luego, ¿qué?
—¿Cómo que luego? —dice él.
O sea, Vanessa es la que sabe que se acerca el fin del mundo y, a pesar de todo, es
Wille
el que no quiere pensar en el futuro.
—Si quieres un trabajo mejor, tendrás que empezar a estudiar.
—Anda ya, si yo era un desastre en el instituto.
—También puedes estudiar formación profesional.
—Ya, pero… No sé.
—Así que estás
satisfecho
con la situación, ¿no? ¿Lo dices en serio?
—Bueno, tener un apartamento propio estaría guay, claro. De eso a lo mejor puedes encargarte tú cuando termines el instituto y empieces a trabajar, ¿no? —propone Wille bromeando, y Vanessa se da cuenta de que se cree muy gracioso.
Nada le gustaría más que estrellar el vaso contra la pared. Y seguramente lo habría hecho si no fuera de Sirpa. Igual que todo lo que tienen a su alrededor. Puesto que están viviendo en el apartamento de Sirpa. Y Vanessa no quiere explotar allí. No puede hacerse responsable de lo que ocurriría.
Deja el vaso en la encimera y el paño de cocina en la mesa delante de Wille.
—Ya puedes relevarme —dice.
—¡Nessa, si estaba de broma! Ya sé que esto no se sostiene, pero no sé qué voy a hacer.
—Ya sé que estabas de broma. Pero tengo que salir un rato. Si quieres que sigamos juntos, la mejor sugerencia que puedo hacerte en estos momentos es que cierres el pico.
Vanessa pasea por la ciudad sin saber adónde ir. No para de darle vueltas a la cabeza. Vueltas, vueltas y más vueltas, como un tiovivo que provoca el vómito.
En estos momentos existen demasiadas Vanessas y ella ya no sabe cuál es la verdadera. La Vanessa de cuando está con Michelle y Evelina, por ejemplo, es completamente distinta de la que trata de salvar el mundo. Luego está la Vanessa que tiene que ser cuando está con Wille para que la cosa funcione, y la Vanessa que trata de no ser una carga demasiado pesada para Sirpa, además de la Vanessa que intenta sacar por lo menos un aprobado en el instituto… Se ha perdido en todas esas personalidades.