El círculo (23 page)

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Authors: Mats Strandberg,Sara B. Elfgren

Tags: #Intriga, #Infantil y juvenil

BOOK: El círculo
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Entran en la habitación. Minoo apenas se atreve a respirar. La luz de la luna se filtra a través de las vidrieras y lo baña todo otorgándole un aspecto onírico. Los cristales de colores forman dibujos irregulares en el suelo. A diferencia del resto de la casa, hay allí un suave aroma a vida, papeles polvorientos y cuero antiguo. Además flota en el aire un matiz oloroso a madera quemada y un hedor intenso que Minoo no puede identificar.

Es la habitación más grande de la primera planta. Allí también hay una chimenea que, a juzgar por la tizne del hogar, sí parece haberse utilizado con asiduidad. En la pared de enfrente hay una librería. Encima de la última balda hay tres pájaros disecados: dos variedades de lechuza y un cuervo negro como la noche con el pico afilado como una navaja, que las miran desde lo alto. El contenido de la librería está protegido por dos pares de puertas de cristal cerradas con grandes candados.

La mayoría de los lomos de los libros están tan desgastados que los títulos resultan ilegibles, pero Minoo se fija en uno,
Cultos inhumanos,
y un escalofrío le recorre el cuerpo, como si hubiera rozado algo antiquísimo y totalmente maligno.

—¿Dónde estás? —pregunta Minoo.

—Junto al escritorio. Mira —la llama Vanessa, y hace visible una mano para poder señalar.

Bajo una pila de libros en diverso grado de deterioro hay un plano antiguo de Engelsfors. Al lado ven un extraño objeto de hierro con un tornillo enorme en el centro. Y dos fotografías, ampliaciones del anuario escolar de noveno. Una de Elías. Y otra de Rebecka.

—Voy a hacer fotos para que las demás lo vean —le dice Vanessa con voz tensa.

Minoo se dirige a la estantería que hay junto a la chimenea. Está llena de tarros de cristal ámbar. Las etiquetas están numeradas con números romanos. Coge al azar el número XI y desenrosca la tapadera.

En un primer momento no distingue qué son aquellas bolitas resecas.

Ojos.

Enrosca bien la tapa y devuelve el tarro a su lugar.

Los fogonazos discretos del
flash
iluminan la habitación mientras Vanessa fotografía el escritorio con la cámara del móvil.

De repente Minoo tiene la sensación de haber percibido un movimiento en el techo. Detiene la mirada en las aves disecadas. Se queda inmóvil mirándolas. A la espera de que abran el pico, de que agiten un ala. Pero no se mueven, como es lógico.

Minoo se obliga a centrarse en la misión. Encontrar pistas. Pruebas. No puede dejarse dominar por el miedo. Tiene que pensar en Rebecka y en Elías. Está allí por ellos.

Se dirige hacia una mesita de madera que hay junto a un sillón de piel desgastada. Sobre ella ve una caja de madera de color granate y circular. Minoo la ilumina con la linterna. Una línea vertical divide la tapa en dos mitades. Una ciudad cuya extraña arquitectura, distinta de cuanto Minoo ha visto hasta ahora, se aprecia grabada con todo lujo de detalles. En el otro lado hay remolinos de galaxias y formas reptantes e innombrables. En el centro hay un hombre que tiene las manos extendidas hacia los lados como formando un puente entre ambas mitades. La línea central le divide el cuerpo por la mitad. Tiene los ojos cerrados.

—Minoo…

La voz de Vanessa le resuena muy cerca, a la espalda. Minoo se da la vuelta. Vanessa se ha vuelto visible otra vez.

—Mira hacia abajo —le pide.

¿Cómo ha podido pasar por alto aquellas líneas cuando entró en la habitación? ¿O habrán aparecido mientras estaban allí dentro?

En el suelo hay dibujado un amplio círculo blanco. En el centro hay un círculo más pequeño de aproximadamente medio metro de diámetro. En su interior hay un símbolo extraño. Tanto Minoo como Vanessa están dentro del mayor de los dos círculos.

Minoo se agacha y desliza con cuidado el dedo índice sobre la línea exterior. Está grasienta y rugosa. Y
caliente.
Aparta la mano.

—Tenemos que salir de aquí —dice Vanessa.

El aire se ondula por encima del círculo más pequeño, igual que ocurre sobre el asfalto en un caluroso día de verano. Minoo trata de salir corriendo pero le resulta imposible moverse, literalmente. Presiente un sonido sordo, una pulsión en el techo.

Una ola de calor atraviesa la habitación. El ardor del aire les dificulta la respiración. El ruido sordo del techo se oye cada vez más alto. Les vibra en el pecho como un tambor gigante.

—No puedo moverme —dice Vanessa.

Minoo lo intenta con todas sus fuerzas, pero tiene los pies como pegados al suelo. Es tal la temperatura que el sudor le corre desde la raíz del pelo por toda la frente. Vanessa extiende la mano.

—¡Estoy atrapada! —grita sobreponiéndose al estruendo. Minoo le coge la mano. En el instante en que se tocan, la presión que les tenía los pies inmovilizados en el suelo cede ligeramente. Lo justo para que puedan moverse.

—¡Corre! —exclama Vanessa.

Y echan a correr las dos, cogidas de la mano. Minoo alcanza a ver un último atisbo de la habitación y algo incomprensible allí dentro, antes de huir hacia la escalera.

Se acrecienta el retumbar sordo de tambor y las dos corren por el pasillo, escaleras abajo y a través de las habitaciones de la primera planta. Tintinean los cristales de las ventanas y, en el salón, un cuadro cae al suelo.

Vanessa abre la puerta de golpe y salen al aire de la noche. Minoo corre tras ella por entre la oscuridad hacia la verja abierta.

Ve a Linnéa con el rabillo del ojo. No hace preguntas, simplemente se les une en la carrera al lado de Minoo.

Casi cae la una encima de la otra cuando las tres entran atropelladamente en el coche de Nicolaus.

—¿Lo has visto? ¿En medio de la luz? —pregunta Vanessa a Minoo cuando ya están en el asiento trasero.

Minoo asiente. Sabe a qué se refiere Vanessa. A una figura humana que cobraba forma en una columna de luz.

23

Cuando Minoo y Vanessa cuentan lo que han visto en casa de la directora, Anna-Karin se siente inesperadamente excluida. Es como si hubiera necesitado verlo con sus propios ojos para creerlo. Ella era la que más motivos tenía para haber aceptado a aquellas alturas que lo sobrenatural es natural. Pero mientras las oye contarlo, le suena como una historia de fantasmas cualquiera.

Anna-Karin está sentada en el escenario contemplando la pista de baile. Allí se conocieron sus padres hace mucho tiempo. Y eso más o menos es lo que sabe. Su madre suele decir que su padre era guapo y que bailaba bien.

—Si hubiera sabido lo rematadamente mal que hacía todo lo demás, habría echado a correr tan lejos como me hubieran permitido las piernas —dice siempre para concluir la historia, con una risita amarga. Y siempre parece que habría preferido salir corriendo, aunque eso hubiera implicado que ella no hubiera existido.

Ha empezado a caer una lluvia fina que resuena débilmente sobre el techo de la pista de baile. Va goteando y en el suelo de madera se han formado pequeños charcos. A los pies de Nicolaus se ha enroscado el gato negro de un solo ojo. Parece que Nicolaus ya se ha acostumbrado a él, e incluso ha tenido tanta imaginación, que le ha puesto al animal el nombre de
Gato.

—Bueno, pues ya tenemos la certeza de que la directora es el asesino —concluye Vanessa.

—La certeza no —objeta Minoo.

—¿Cuántas pruebas necesitas? —pregunta Linnéa.

—Perdona —dice Ida—. Pero para mí que se os está escapando lo más importante.

—¿Y qué es? —replica Linnéa.

—Pues sí, te lo voy a explicar —dice Ida con un tono de voz que chorrea miel y veneno—. Lo importante no es que nosotras sepamos que es ella; lo importante es que ella sabe que hemos estado allí.

—No sabemos si nos vio —objeta Vanessa—. Si es que era ella.

Ida hace un gesto de exasperación.

—Os recuerdo que no somos del todo impotentes —dice Minoo, aunque no parece muy convencida.

—Si os enfrentáis a ella, me temo que sí —concluye Nicolaus.

Hasta ese momento ha estado ojeando en silencio las fotos del móvil de Vanessa. Ahora tiene la mirada perdida en el vacío.

—Sospecho que la directora tiene una alianza con fuerzas demoníacas.

Minoo saca un cuaderno y escribe frenéticamente.

—¿Fuerzas demoníacas? ¿De dónde mierda te has sacado eso? ¿Es que has tenido una iluminación? —pregunta Vanessa.

—Dios proteja vuestras almas —murmura Nicolaus y le flaquean las piernas.

Minoo aparta el cuaderno y lo mira extrañada.

—¿Estás bien?

Nicolaus dirige la vista hacia ella. Una vez más, está totalmente desorientado.

—¿De qué estábamos hablando?

—De la directora —responde Anna-Karin—. Y no sé qué de fuerzas demoníacas.

—¡Es verdad! Fuerzas demoníacas… La directora… —Desliza la mirada de nuevo a las fotos—. Yo he visto antes este objeto. Que Dios nos ayude.

—Valeeee… —dice Vanessa.

Anna-Karin se levanta y se le acerca mientras él sostiene el móvil mostrándole una de las imágenes. Representa un objeto de hierro con un tornillo enorme.

—Me resultaba familiar… Es un instrumento de tortura para arrancar la lengua.

—¿Cómo? —pregunta Ida con voz chillona.

—Se obliga a la víctima a meter la lengua por este aro, se atornilla y se tira de la lengua así… —Les muestra el procedimiento sacando la lengua todo lo que puede—. Luego se gira una rueda de modo que la lengua se va estirando cada vez más. Y se sigue hasta que se desgarran los músculos y se arranca la lengua. La lengua humana tiene una longitud sorprendente.

Anna-Karin contempla la imagen y se guarda la lengua todo lo que puede, como para protegerla. De repente ya no le resulta tan difícil creer en esa historia de fantasmas.

—La directora nos vio —dice Minoo en voz baja—. Estoy bastante segura. ¿Creéis que nos hará algo en el instituto?

—Allí fue donde murieron Elías y Rebecka —responde Linnéa.

—Pues ya veremos a quién de nosotros le toca el lunes —dice Vanessa.

Puede que lo haya dicho de broma, pero nadie se ríe.

24

El lunes por la mañana, Vanessa se plantea por un instante quedarse en casa y no ir al instituto. Los sucesos del sábado la llenaban de temor, pero la idea de pasar el día en su casa, completamente sola, y esperando a que ocurriera algo horrible se le antoja mucho peor.

Nicke no ha hecho el menor comentario acerca de ningún robo en «La pequeña calma». De haberse producido una intervención de emergencia por algo tan espectacular, lo habría contado sin duda a la hora de cenar. Claro que eso no tiene por qué significar que estén seguras. Vanessa duda de que una persona que haya establecido una alianza con las fuerzas demoníacas llame a la Policía cuando advierte que alguien ha entrado en su cámara secreta de tortura.

Su madre está leyendo un grueso volumen sobre astrología. Hoy tiene el día libre y canturrea abstraída mientras toma notas hojeando el libro. Tiene una expresión tranquila en el semblante que la hace parecer más joven. Su madre solo tenía diecisiete años cuando ella nació, y a los treinta y tres, en realidad, se es bastante joven. A veces Vanessa piensa que su madre ha desaprovechado su vida. Trabaja demasiado, ¿y para qué? Madre de dos hijos y cuidadora en una residencia de ancianos, ¿en eso va a quedar su vida? ¿No tiene más ambiciones? Vanessa no piensa cometer el mismo error. No piensa precipitarse. Tiene la intención de ser joven tanto tiempo como sea posible antes de ser adulta. Quiere saborear la vida. La vida de verdad, la que existe más allá de Engelsfors. Si es que el mundo sigue existiendo. Si es que ella sobrevive el tiempo suficiente.

—Ya me voy —dice.

Su madre levanta la vista y sonríe. Parece bastante satisfecha para haber desaprovechado su vida.

—Oye, acabo de acordarme. ¿Qué tal te fue con Mona?

¿Por qué siempre se las arregla su madre para sacar precisamente el tema del que ella no quiere hablar?

—Bien —murmura Vanessa.

—A mí me impresionó muchísimo. ¿A ti qué te dijo?

—Es personal.

—No pasa nada, Nessa. Me hago cargo de que no quieres contárselo todo a tu madre. Y puede que yo tampoco quiera saberlo.

Ha dicho estas palabras con una sonrisa elocuente, como diciéndole que comprende por lo que está pasando, que entiende cómo se siente uno cuando es adolescente. Pero su madre no tiene ni idea de lo que está viviendo Vanessa. Y nunca podrá contárselo.

—No, no creo que quieras —dice bajito, y le da a su madre un abrazo rápido.

La primera persona a la que ve Vanessa al llegar al instituto es Jari. Está hablando con Anna-Karin, que agita la melena y ríe exageradamente.

—Estás como una chota —dice Anna-Karin con una risita por algo que le ha dicho Jari, y Vanessa acelera el paso para no tener que oír más.

Se pasa las clases de la mañana en total tensión. Cualquier movimiento que se produce en el aula la sobresalta. Evelina y Michelle la miran como si estuviera para ponerle una camisa de fuerza y atiborrarla de tranquilizantes. Seguramente tienen razón. Cuando baja al comedor ve a la directora junto al bufé de las ensaladas. Adriana López se sirve en el plato una montaña de zanahoria rallada. De pronto siente que todo es absolutamente irreal y ridículo.

Puede que la directora sea un demonio. Pero Vanessa ha superado el límite del tiempo que puede aguantar con el miedo en el cuerpo. Por lo menos el miedo a un demonio que come zanahorias. Llega el martes, el miércoles, el jueves y el viernes. No pasa nada. Se reúnen una vez en el teatro para diseñar una especie de estrategia. Linnéa quiere que utilicen los poderes de Anna-Karin para que la directora se delate. Minoo protesta. Rebecka también tenía superpoderes y, aun así, murió.

Vanessa tiene ganas de gritar de impotencia. No hay a quien pedir ayuda ni consejo. Están esperando su turno como animales de sacrificio. Sin ni siquiera
intentar
defenderse. Una tarde vio que la directora se metía en el coche y le entraron ganas de acercarse corriendo, abrir la puerta y gritarle: «¡Pero hazlo de una vez! ¿A qué esperas?».

Vanessa había pensado pasar el fin de semana con Wille, tratar de olvidarlo todo, pero le dijo que tenía que ayudar a Jonte con «una cosa». Michelle y Evelina están en Köping todo el fin de semana, han ido a un concierto pero Vanessa no tenía dinero.

El sábado llega la tormenta. Caen las últimas hojas del otoño y el mundo se llena del rugir de un viento que pulveriza de lluvia toda la ciudad.

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