—A mí no me hables con ese tono —le dice su madre con dureza.
—No me hables con ese tono —la imita Vanessa.
De pronto se da cuenta de que es el peor método de parecer lo bastante adulta como para prometerse. Su madre la mira con serenidad.
—Claro. Juega a que eres adulta. Wille y tú podéis mudaros a vivir juntos, así tendremos más sitio aquí.
Lo siente como una puñalada.
—Eso te encantaría, ¿verdad? Así Nicke y tú podríais
follar
en paz, ¿no? ¿O has conocido a otro con el que quieras tener otro hijo no deseado? Pues te voy a dar un consejo: esta vez, ¡anota su nombre!
Por un instante Vanessa cree que su madre le va a dar una bofetada. Sería la primera vez pero intuye que nunca ha faltado tan poco. Su madre se da media vuelta y se aleja hacia la cocina.
—¡Pues te vas a salir con la tuya! —grita Vanessa—. ¡Me mudo con Wille!
—¡Pues vete! —le dice su madre, también a gritos—. ¡Ya veremos cuánto aguantas!
—¡Te odio! Sirpa es mucho mejor madre de lo que tú has sido nunca.
Se va a su habitación y cierra de un portazo. Espera oír los pasos de su madre, que abra la puerta y que le recuerde que tiene que pensar en los vecinos, ¿o es que quiere que los echen de allí?
Pero no pasa nada.
Vanessa se queda en medio de la habitación. Se siente totalmente vacía por dentro. Lleva todo el día y toda la tarde sintiéndose como una bola de
pinball,
rebotando entre sentimientos extremos. Lo único que quiere hacer ahora es dormir. Alarga el brazo para retirar el edredón.
Llaman a la puerta. Vanessa se queda mirándola, tratando de decidir si tiene ganas de hacer las paces con su madre en ese momento. Pero su madre no entra, sino que le grita a través de la puerta.
—Hoy me han llamado al trabajo. No tienes que ir a primera hora. La directora quiere hablar contigo. Algo así como una charla rutinaria.
A última hora de la noche llama por fin a Minoo, que constata que las cinco están citadas en dirección a primera hora del día siguiente.
Media hora después Minoo abre la puerta de su habitación. La casa está totalmente en silencio. Camina sigilosamente por el pasillo, pasa por delante de la puerta cerrada del dormitorio de sus padres. Se oye un ruido allí dentro y se queda petrificada. Pero no es más que su padre que está roncando.
Hasta que no cierra la puerta no se atreve a respirar. Una densa niebla envuelve el jardín desdibujando todas las formas. No corre la menor brisa y tiene la impresión de que sus pasos resuenan en toda la manzana. Nicolaus la espera en el coche, oculto en la niebla, a unos cien metros. Se acomoda en el asiento del acompañante. Nicolaus está tiritando, lleva un abrigo demasiado fino y, cuando habla, le sale vaho de la boca.
—Buenas noches —saluda—. Aunque quizá sea una elección desafortunada de vocabulario para una noche fatídica como esta.
Se hace un silencio. Minoo le mira las manos, que tiene apoyadas en el volante. Tiene la piel totalmente roja y resquebrajada.
—Tienes que comprarte algo de ropa —le dice—. Un anorak, guantes, un gorro. El invierno no tardará en llegar. Puedes ponerte enfermo.
Nicolaus la mira con gratitud.
—Eres demasiado amable. Demasiado considerada. No me lo merezco. Me gustaría poder ayudaros. Sé que existe una solución, pero… No la recuerdo… —Frunce el ceño—. Es como una polilla que se mueve en las inmediaciones de mi campo de visión. Lo único que percibo es un atisbo de alas grises que se agitan.
Lanza un suspiro y se dirige a Minoo.
—No puedo permitir que os metáis directamente en la guarida del león —dice.
—No tenemos otra posibilidad. El león ha hablado con nuestros padres.
—Podríais… Hacer pellas. ¿No se dice así?
—No podemos pasarnos la vida saltándonos las clases. Además, no creo que tenga planeado matarnos cuando quiere vernos en su despacho a las cinco en pleno día, con el instituto lleno de gente.
—Puede que sea eso precisamente lo que quiere que creáis —dice Nicolaus.
—Adelante —dice la directora.
Adriana López lleva un vestido verde oscuro por encima de la rodilla, estilo años sesenta, y unos zapatos negros de tacón de una piel que parece de reptil.
Se sienta en el sillón junto a la mesita baja. Hay dispuestas dos sillas plegables. Minoo se sienta en el sofá, entre Vanessa y Anna-Karin. Ida y Linnéa optan por las sillas. Cuando se han sentado todas, el silencio se adueña de la habitación.
Sobre la puerta que da al despacho del subdirector hay un reloj. El tictac resuena estrepitosamente dando los segundos de uno en uno. A Minoo le recuerda al sonido de una bomba de relojería. El mundo puede volar en pedazos en cualquier momento.
—Sé que habéis estado en mi casa —dice la directora.
Minoo se queda pálida, siente que le desaparece la sangre de la cara.
—¿Habéis encontrado lo que buscabais? —prosigue.
Ida se levanta de la silla de forma tan repentina que la vuelca.
—Yo no tengo nada que ver con esto —dice.
Reina un silencio inmenso en la habitación. Solo el
tic-tac-tic-tac.
—No tengo nada que ver con
ellas
—continúa con la voz quebrándosele de desesperación.
—Siéntate —dice la directora.
Su voz es el polo opuesto de la de Ida. Controlada. Segura. Imposible de contradecir. Ida coge la silla y se sienta obediente.
Adriana cruza las piernas y entrelaza los dedos sobre la rodilla.
—Sé quiénes sois.
—Y nosotras sabemos quién eres tú —replica Linnéa.
Minoo contiene la respiración. La directora atraviesa a Linnéa con la mirada. Una leve sonrisa aflora a la comisura de sus labios.
—¿Perdona?
—Digo que nosotras también sabemos. Quién. Eres. Tú —responde Linnéa mirándola sin pestañear.
Adriana suelta una risa extraña. No una risotada de verdad, sino ese tipo de sonido condescendiente con que los adultos dan a entender que no te están tomando en serio.
—Vaya, ¿así que sabéis quién soy? Ardo en deseos de oírlo. Cuéntamelo, Linnéa. ¿Quién soy?
Minoo quiere parar aquello. Interrumpir la escena, rebobinar y empezar otra vez desde el principio. Atacar a la directora es un error gravísimo.
—Tú mataste a Elías y a Rebecka —dice Linnéa.
Y ya no hay vuelta atrás. Es demasiado tarde para retractarse de nada. Pasan tres segundos, exactamente.
Tic-tac-tic.
—Eso no es verdad —dice la directora.
—Estás mintiendo —la reta Linnéa fríamente.
—Ojo, yo no tengo nada que ver con
ellas,
¿eh? —insiste Ida.
La directora no le presta atención.
—Pero tienes razón, Elías y Rebecka no se suicidaron —dice.
Las palabras de la directora tardan unos instantes en calar.
—Supón que te creemos, que tú no eres la asesina… pero ¿sabes quién lo hizo? —pregunta Anna-Karin.
—Perdona —la interrumpe Linnéa—. Pero a mí me parece que te lo estás tragando todo demasiado rápido. ¿Has olvidado que encontramos instrumentos de tortura en su casa?
—Colecciono objetos medievales —explica la directora con calma—. Y por trágico que sea, en esa categoría se incluyen también instrumentos de tortura. Puede que sea una afición con tintes morbosos, pero eso no me convierte en una asesina.
—Fuiste la última persona a la que vieron Elías y Rebecka antes de morir —insiste Linnéa.
—Y ahora mismo os contaré por qué los llamé a mi despacho —responde la directora dirigiéndose a Anna-Karin—. Pero primero responderé a tu pregunta, Anna-Karin: no, no sé quién es el culpable. Mi principal misión consistía en dar con vosotras.
—¿Qué misión ni qué misión? —pregunta Vanessa.
La directora alisa un pliegue inexistente de su vestido. Tiene el semblante totalmente inexpresivo. Minoo experimenta la sensación de que es una máscara que podría quitarse en cualquier momento.
—Trabajo para el Consejo. Mi misión era venir aquí y averiguar hasta qué punto es verdad la profecía acerca de este lugar.
—¿La profecía? ¿Sobre Engelsfors? —pregunta Minoo.
—Engelsfors es una ciudad muy particular —dice la directora—. Se encuentra más cerca de… bueno, supongo que podríamos llamarlo «otras dimensiones». No sabemos por qué, pero la membrana que separa las diversas realidades es aquí más delgada. La profecía habla de un Elegido, al que se despertará para proteger al mundo cuando un mal desconocido trate de atravesar la membrana y de penetrar en nuestra realidad. Me enviaron aquí para encontrar a ese Elegido. Naturalmente, el que seáis tantas complicó la búsqueda. Yo estaba buscando a
una
persona. Y acababa de dar con Elías cuando falleció.
—Elías no falleció. Lo
asesinaron
—insiste Linnéa.
—Sí —reconoce la directora.
—¿Por qué no lo protegiste si sabías que él era el Elegido? —pregunta Linnéa.
—Para empezar, el Consejo examina al año una media de 764,2 profecías en todo el mundo. Aproximadamente un 1,7 por ciento se cumple. No estaba segura de que precisamente esta fuera real; al contrario, las estadísticas indicaban que no lo era. Y no tuve tiempo de que me confirmaran que Elías era el brujo que yo buscaba.
Vanessa vuelve la cabeza y le atiza a Minoo en la cara con la cola de caballo. Minoo percibe un ligero aroma a coco.
—Un momento, un momento —dice Vanessa—. ¿Has dicho
brujo?
La directora asiente con impaciencia.
—¿Nosotras somos… eso? —pregunta Anna-Karin.
—Por desgracia, es una palabra que arrastra unas connotaciones desafortunadas. Siempre se ha vinculado erróneamente a todo tipo de locas fantasías y vaguedades. Pero sí, eso sois, brujas. Igual que yo. Hay quienes nacen con ciertas cualidades, que por lo general salen a la luz en la pubertad. Pero la mayoría aprende al menos la magia más sencilla perseverando en el estudio.
Magia. A Minoo se le pone la carne de gallina al oír la palabra. Por supuesto que existe un nombre para todo lo que ha ocurrido. Una palabra que ha leído miles de veces en cuentos y libros fantásticos. Aun así, suena nueva y extraña en boca de la directora. Terrible y, al mismo tiempo, tentadora. Lo fantástico es posible.
—Tal y como ha señalado Linnéa, me reuní con Elías antes de que le quitaran la vida —continúa la directora—. El propósito no era otro que comprobar si era el Elegido. En realidad, podría haber esperado hasta que saliera la luna de sangre, pero ya tenía ciertos indicios. En cualquier caso, cogí un pelo suyo y lo envié a nuestros laboratorios. A la mañana siguiente, recibí el resultado del análisis, que confirmó mis sospechas. Pero para entonces ya era demasiado tarde. Creí que todo había terminado. Como decía, estaba convencida de que debía buscar a una sola persona. Sin embargo, durante el minuto de silencio por Elías, percibí actividad mágica en el salón de actos. Entonces comprendí que podríais ser varios.
—Pero ¿cómo supiste que éramos nosotras, precisamente? —pregunta Minoo.
La pregunta de Minoo tiene una segunda parte que ella no se ha atrevido a formular en voz alta. Si la directora ha podido localizarlas, ¿podrá también el mal?
—Algunas de vosotras no habéis sido tan discretas —dice Adriana López mirando a Anna-Karin, que se retuerce en el sofá, al lado de Minoo—. Aprovecharé para advertiros de que también en el mundo de la magia existen unas leyes que hay que cumplir.
—¿Leyes? —pregunta Anna-Karin con un hilo de voz.
—Tres reglas muy sencillas: no podéis practicar la magia sin la aprobación del Consejo; no podéis utilizar la magia para contravenir leyes no mágicas; y no podéis daros a conocer como brujas ante la gente normal. —Una vez más, se dirige a Anna-Karin—. Puede que el Consejo pase por alto lo que has estado haciendo hasta ahora. Después de todo, no conocías las reglas. Pero te aconsejo que dejes de ejercer la magia en el instituto con efecto inmediato.
—Pero ¿qué es el Consejo? ¿Y por qué debemos obedecerle? —pregunta Linnéa.
—Por las mismas razones por las que seguíais las leyes de la sociedad antes de que se manifestaran vuestros poderes —responde la directora—. Ahora formáis parte de la
sociedad mágica
y, en dicha sociedad, es el Consejo quien legisla y gobierna. Y debemos estar agradecidos por ello.
Linnéa resopla despectiva. La directora no se da por aludida y continúa:
—Pero, volviendo a cómo os descubrí… Parte de la profecía alude a sucesos relacionados con el calendario, entre otros, que el Elegido despertará a sus poderes una noche de luna de sangre. La mayoría de la gente no es capaz de verla y yo, por ejemplo, soy incapaz de distinguirla a simple vista. Sin embargo, es una luna que sigue su propio ciclo y había ciertos signos que sí pude interpretar. Envié a mi
familiaris…
—¿A tu qué? —la interrumpe Vanessa.
—En virtud de un proceso complejo, las brujas pueden establecer un vínculo con un animal. Se trata por lo general de gatos, perros, ranas o aves. Elegí un cuervo. O más bien, el cuervo me eligió a mí. Por decirlo de un modo sencillo, compartimos parcialmente nuestra conciencia. Mi
familiaris
puede funcionar como mis ojos o mis oídos cuando los míos no bastan. Así que lo envié, y él os vio reunidas en Kärrgruvan. Informé al Consejo, que me ordenó que me reuniera con vosotras de una en una. Empecé por Rebecka. Mandé a analizar un pelo suyo para asegurarme al cien por cien de que era una Elegida. Por desgracia, ella también falleció antes de que me enviaran la respuesta…
—¡La asesinaron! —grita Linnéa.
Minoo se da la vuelta. Linnéa se ha puesto de pie. Está tan tensa que no para de temblar.
—¡Los asesinaron! Los asesinaron, y tú podrías haberlo impedido. ¡Podrías haberles avisado!
—Después de la muerte de Rebecka, me puse en contacto con el Consejo para solicitar permiso para intervenir, no solo para observar. Mi petición desencadenó un intenso debate…
—¡Nosotras también podríamos haber muerto! —intenta interrumpirla Linnéa otra vez.
—… pero después de que asaltarais mi casa, se aceleró todo el proceso. Y ahora podemos diseñar un plan común —termina la directora.
—
¿Un plan común?
Eso es lo que siempre dicen las ñoñas de asuntos sociales —dice Linnéa—. Pero su idea de «común» es que ellas mandan y nosotros obedecemos. Y así es como funcionará también esta vez, ¿no?