—No sé de qué hablas, pero sí, claro.
—Y además, puede que no sea una buena idea que Wille venga a casa en lo sucesivo.
Su madre dice estas palabras sin mirarla a los ojos. Vanessa comprende de inmediato que es Nicke quien ha impuesto esa condición.
—Tampoco creo que a él le apetezca —dice Vanessa con acritud—. Después del trato que recibió la última vez.
—Lo comprendo.
Puede que no sea mucho, pero su madre nunca ha estado tan cerca de reconocer que Nicke ha hecho algo mal.
—Por cierto, hemos arreglado la tubería de la ducha —continúa con un atisbo de sonrisa—. Así que ahora no se despelleja uno por las mañanas.
—¿Ha conseguido Nicke…?
—No —responde su madre—. Al final, tuvimos que llamar a un par de fontaneros. No les quedó más remedio que deshacer todo lo que había hecho Nicke y empezar desde el principio. Ha resultado el doble de caro que si los hubiéramos llamado desde el primer momento.
Ahora sí, lo que Vanessa ve en la boca de su madre es, definitivamente, una sonrisa. Puede que, después de todo, haya algo de esperanza.
Tienen física a última hora y trabajan por parejas. Minoo deja que Levan, su compañero, construya una rampa por la que debe deslizarse un vagón minúsculo para… no sabe qué. No es capaz de concentrarse en el problema. No puede pensar. Evita mirar a Max. Evita mirar a Anna-Karin. Tiene que esforzarse por no empezar a hiperventilar. Levan trabaja, toma medidas. Minoo va anotando como un autómata.
Tiene la otra mano en el bolsillo, acariciando el frasco. Mira de reojo la taza de café de Max, que está en la mesa. Quedan cinco minutos de clase. Max está al fondo del aula, de espaldas a ella, explicándole algo a Kevin Månsson.
—Voy a sonarme la nariz —le dice a Levan.
Se acerca despacio al otro lado del aula. El dispensador de papel de cocina está a un lado, detrás de la mesa del profesor.
Mira de reojo en dirección a Max. Sigue inclinado sobre Kevin, explicándole. Le gustaría oír lo que están diciendo, para saber si están en medio de una conversación o a punto de terminarla. Por irónico que parezca, la supervivencia de las Elegidas y el futuro del mundo dependen de Kevin: de que sea lo bastante torpe para necesitar la ayuda de Max el tiempo suficiente como para que Minoo pueda hacer lo que tiene que hacer.
Minoo saca el frasco del bolsillo. Tiene los dedos resbaladizos y se le escurre, pero no llega a caérsele al suelo.
Desenrosca el tapón con el cuentagotas. La taza está en la mesa, a tan solo unos centímetros. Queda más o menos la mitad de café.
Y él siempre lo apura antes de que acabe la clase.
Minoo echa una ojeada nerviosa por encima del hombro. Todos están concentrados en las rampas. Max sigue con Kevin. Es ahora o nunca.
Hazlo ya, se dice.
Estira el brazo, aprieta la goma del cuentagotas y lo saca, insegura de que haya caído dentro. En el frasco solo quedan unas gotas. Levanta la vista con el corazón desbocado.
Max ha terminado con Kevin y se pasea por el aula con las manos a la espalda.
¿Lo habrá visto? No lo sabe. No tiene ni idea.
Tiene la cara inexpresiva. Normal.
Minoo hace como que se suena y vuelve a su sitio. Ha concluido la primera parte.
Entonces se oye el sonido vibrante del timbre. Levan ya ha recogido todo el material y la mira enfadado. Ha tenido que hacer todo el trabajo él solo.
—Perdón, hoy estoy tan cansada…
—Ya —replica él brevemente, mientras mete las cosas en la mochila.
Ella guarda los libros en la suya tan despacio como puede, mientras van saliendo los últimos alumnos. ¿Por qué tardan tanto hoy, precisamente? Tiene ganas de gritarles que salgan corriendo, como hacen siempre.
Pero al final solo quedan ella y Max. Tiene la taza en la mano. ¿Se habrá tomado el café? Trata de interpretar la expresión de su cara.
—¿Todo en orden? —pregunta Max.
Ella se obliga a esbozar una sonrisa, le tiemblan las comisuras de los labios.
—Sí, claro. ¿Por qué?
—Está claro que te pasa algo —insiste él.
Ella se acerca a la mesa. Lo mira a los ojos. A esos ojos preciosos entre verde y caramelo. Los ojos de un asesino.
La mira mientras se toma hasta la última gota de café. Se le mueve la nuez mientras traga.
Max carraspea. Traga una vez más.
—¿No está muy… cargado esto? —pregunta.
Y Minoo comprende que ha funcionado.
—¿Fuiste tú? —le susurra—. ¿Fuiste tú quien mató a Elías y a Rebecka?
Aguardar la respuesta le parece una caída en el vacío, más rápido cada milésima de segundo.
—Sí —responde Max.
Y esa es la respuesta. Que lo cambia todo.
El amor que ha sentido por él, el mismo que tan grande y tan eterno le parecía, ha dejado de existir. Jamás pensó que uno pudiera dejar de querer a alguien de forma tan repentina. Pero el Max al que ella quería tampoco existe. No ha existido nunca.
—¿Fuiste tú quien suplantó a Gustaf en el viaducto? —pregunta Minoo.
—Sí, quería estar contigo.
—¿Y por qué Gustaf, precisamente?
—Porque parece que te gusta. A todo el mundo le gusta. Rebecka confiaba en él.
—¿Sabes quiénes son las demás Elegidas?
—Solo tú y Anna-Karin. Me faltan tres.
Minoo siente una gratitud inmensa al saber que Vanessa, Linnéa e Ida no corren peligro.
Un segundo después, la asalta un pensamiento terrible. Lo que Anna-Karin sugirió ayer, algo sobre lo que no ha reflexionado.
…el asesino podía adoptar el aspecto de cualquiera…
—¿Te has hecho pasar por alguna otra persona? ¿Por mí, o por Anna-Karin?
—Lo he intentado —responde Max—. Pero, por alguna razón, solo puedo hacerme pasar por otros hombres. Me dijeron que algunos tenemos esa limitación, que solo podemos adoptar la apariencia de personas del mismo sexo.
—¿Te dijeron? ¿Quiénes?
—Los que me han bendecido —responde Max sin pestañear—. Ellos me hablaron de vosotras. Y me dijeron lo que tenía que hacer.
—¿Los has visto? ¿Los conoces?
—No. Al principio no eran más que voces que resonaban en mis sueños. Pero ahora también se presentan cuando estoy despierto. Siempre están conmigo. En estos momentos, me están pidiendo que guarde silencio, pero no puedo.
—¿Por qué? —pregunta Minoo—. ¿Por qué quieres matarnos?
—Cerré un trato con ellos. Pero ahora ha cambiado.
Mira a Minoo con ojos llorosos, y sonríe.
—No tienes de qué preocuparte, Minoo. Hay un nuevo plan para ti.
A Minoo se le eriza el pelo de la nuca.
—¿Un plan? —pregunta.
—Aún no me han contado los detalles. Lo que cuenta es que han accedido a dejarte vivir. Es lo único que me importa.
—Ya, pero no tienes el menor problema en matar a las personas que no te importan, ¿no?
—No es que me guste, pero es necesario.
—¿Necesario?
Max parpadea. El suero ha dejado de surtir efecto. Centra en ella la mirada, como si acabara de tomar conciencia de que está ahí.
—¿De qué estábamos hablando? —pregunta.
Minoo abre la boca, pero no puede articular una sola palabra. Es como si se le hubieran agotado las mentiras.
Y Max lo comprende.
¿O será que los demonios se lo han contado?
A ellos
no les ha afectado el suero. A Max se le enfría la mirada.
Minoo trata de ir hacia la puerta, pero él le coge la muñeca, con fuerza. Y tira de ella.
—Suéltame.
Lo dice con voz débil, como en uno de esos sueños en que no puedes gritar, solo susurrar.
—¿Qué has hecho?
—Nada.
—¿Qué has hecho? —repite Max.
—No sé de qué me estás hablando —responde Minoo en un murmullo—. Tengo que irme.
Max la suelta por fin.
—No te haré daño, Minoo —asegura Max en tono suplicante.
Minoo siente náuseas al recordar que lo ha besado.
¿Cómo pudo besarlo
dos veces
sin comprender que era el asesino? ¿Y cómo podrá contárselo a las demás?
—No sé de qué me hablas —insiste Minoo, y sale corriendo del aula, escaleras abajo.
Se han reunido alrededor de la mesa, en la cocina de Nicolaus. Él está apoyado en la encimera, acariciando abstraído a
Gato.
Minoo tiene los hombros tensos y tan encogidos que parece que los tenga colgados de las orejas. Se inclina con las manos sobre la mesa. Ahora tiene que ser fuerte. Tiene que contárselo todo. Al otro lado de la mesa está Anna-Karin. Ella también se ha visto obligada a desvelar sus secretos.
Minoo ha ensayado en la cabeza una y otra vez lo que iba a decir, tratando de armarse de valor; tratando de ahogar la vergüenza que, en el fondo, sabe que no debería sentir, pero ¿de qué le sirve, si la
siente
con tanta fuerza?
Y ahora, todo el mundo la está mirando.
—Es Max —dice—. Max es el asesino.
No era así como tenía pensado empezar.
—¿Max? —pregunta Anna-Karin.
—¿Qué Max? —dice Vanessa.
—Nuestro tutor —responde Anna-Karin—. Y nuestro profesor de mates y física.
—¿El guaperas? —pregunta Ida.
—¿Y por qué iba a ser él? —insiste Anna-Karin.
Y Minoo se lo cuenta todo, sin mirarlas a la cara. Les habla de Max y de Alice y de la mujer del cuadro, de la noche en que fue a su casa, del beso junto al viaducto, de la copia de Gustaf, que era Max todo el tiempo, de todo lo que Max le confesó en el aula.
Lo único que no les cuenta es el plan del que le habló Max, el plan que los demonios tienen preparado para ella. Es demasiado aterrador.
—¿Cómo has podido ser tan imbécil? —pregunta Vanessa.
—No lo sabía —balbucea Minoo—. No lo supe hasta ayer…
—No me refiero a eso —la interrumpe Vanessa—. ¡Hablo del suero! ¡Podría haber ocurrido cualquier cosa! ¿Cómo pudiste usarlo con él tú
sola?
—Era responsabilidad mía —responde Minoo.
Linnéa lleva todo el rato mirando a Minoo sin decir nada. Pero ahora se adelanta y sonríe con frialdad.
—Vale, ¿y qué habría pasado si Max te hubiera matado a ti? Nunca habríamos sabido que él es el asesino.
—Solo quería estar segura de que era él —reconoce Minoo.
—Exacto. Para no tener que contarnos vuestro secretito sin necesidad, ¿no?
Minoo no sabe qué responder.
—Y besaste a Gustaf cuando creíamos que era el asesino —continúa Linnéa—. No sé qué pensar.
—Él me besó a mí, pero
yo lo aparté de un empujón.
—Pero, por un instante, te gustó —dice Linnéa—. Aunque creías que era el asesino, te gustó.
—Yo no he dicho eso.
—No hace falta.
Es como si Linnéa la estuviera disecando en vivo, extrayendo todas las piezas y demostrando lo repugnante que es y lo perturbada que está.
—¡Bueno, joder, ya vale! —le grita Vanessa a Linnéa—. Jonte le vendía droga a Elías y tú, ¿qué hiciste con él, eh?
Minoo no sabe de quién están hablando, pero es obvio que ha sido un golpe para Linnéa, que se ha quedado callada y se ha hundido en la silla.
—Ya está bien —interviene Nicolaus—. No creo que ninguna de vosotras tenga la conciencia inmaculada. Tenemos que continuar.
—Pero ¿qué vamos a hacer? —pregunta Ida.
—Lo que sea, tenemos que hacerlo deprisa —dice Anna-Karin—. Ahora Max sabe que Minoo lo sabe.
Las demás van tomando conciencia de sus palabras.
Se han pasado todo el otoño y todo el invierno esperando este instante. Han estado practicando y preparándose. Pero la espera ha terminado. No hay tiempo para más preparativos. Y, al mirar a las demás, Minoo se pregunta si alguna de ellas está lista para enfrentarse a Max. La persona que ya ha matado a dos de ellos.
—Ya sabéis lo que pienso —dice Linnéa—. La gente como él no debería vivir. Ha elegido bando.
—Estoy de acuerdo —dice Ida.
—Es una persona —les recuerda Nicolaus.
—Exacto —replica Linnéa—. Solo es una persona. Tiene que ser posible matarlo, aunque esté bendecido por los demonios.
—No matarás —dice Nicolaus.
—Ojo por ojo, diente por diente —responde Linnéa.
—¿Por qué no nos dejamos de citas bíblicas? No podemos matarlo —concluye Minoo.
—Tú no tienes nada que decir aquí —dice Linnéa—. Tú sientes algo por él.
Minoo está a punto de protestar cuando Anna-Karin se levanta y clava la vista en Linnéa.
—Conmigo no contéis para matar a un ser humano —dice—. No podemos transgredir ese límite.
—Empate a dos —dice Linnéa—. Tú desempatas, Vanessa.
Minoo piensa que todo aquello es absurdo. Allí están, votando si van a matar o no a una persona.
—Estoy de acuerdo con Anna-Karin —dice Vanessa.
Linnéa fija la mirada en la mesa.
—Bueno. Pues entonces no hay nada más que decir.
—¡Oh, qué bien, todas tan amigas otra vez! —exclama Ida con ironía al cabo de unos instantes—. ¿Soy la única que no ha terminado de digerir que Minoo se haya liado con un
profesor?
De repente,
Gato
suelta un largo maullido y sale del cuarto de estar como un rayo.
Un segundo después, la cabeza de Ida cae de golpe hacia delante, como si tuviera algo muy interesante en la barriga.
Minoo siente una especie de descarga eléctrica. La reconoce desde la noche del parque, la noche en que empezó todo.
La silla de Ida se desplaza lentamente apartándose de la mesa con un chirrido. Las patas dejan unas marcas alargadas en el suelo de madera.
Reina un silencio sepulcral en torno a la mesa. Todos miran a Ida.
La silla se para en seco. El aliento se convierte en una nube de humo apenas perceptible. Y luego, Ida se vuelve… ¿más alta?
No, Minoo acaba de darse cuenta. La silla está flotando en el aire.
—Ha vuelto —murmura Nicolaus.
Ida levanta la cabeza y las mira con las pupilas dilatadas. Un hilillo de ectoplasma le corre por la comisura del labio.
—Hijas mías. Me alegro tanto de veros… —dice Ida con esa voz cálida y suave que no le pertenece—. Pero es terrible comprobar que aún no os tenéis confianza. Tenéis que confiar plenamente las unas en las otras si queréis salir victoriosas.
Las mira una a una, y Minoo cree advertir que se demora un poco más en Linnéa.
—Tenéis que enfrentaros juntas al enemigo. Debéis estar unidas. Solo así podréis vencerlo. El círculo es la respuesta. El círculo es el arma.