Él sisea, le agarra el anorak y la atrae hacia sí.
Minoo se suelta y Gustaf pierde el equilibrio, resbala en el hielo de la acera y aterriza de rodillas. La mira con desesperación.
—¿No comprendes que Rebecka está muerta? ¡Nosotros debemos seguir adelante!
A Minoo le repugnan sus palabras. La despiertan de esa sensación onírica y se seca la boca en un intento por borrar cualquier huella de aquel beso.
—Perdona —dice Gustaf—. No comprendo cómo he podido decir eso.
—Yo tampoco —responde Minoo retrocediendo un poco.
—Minoo…
—Déjame en paz —dice, y se da la vuelta y se marcha por la acera cubierta de hielo, aterrada ante la idea de resbalar justo en ese momento.
Quiere lavarse la boca con estropajo y enjuagársela con lejía. Lo oye gritar a su espalda.
Qué asqueroso, qué asqueroso, qué asqueroso, piensa.
No está segura de si se refiere a Gustaf o a sí misma.
Y entonces recuerda a Vanessa. La acechadora invisible de Gustaf. Ella lo habrá visto todo.
Vanessa casi ha llegado a la verja del cementerio cuando aparece
Gato.
La mira iracundo con su único ojo verde. Es obvio que tanto los perros como los gatos pueden verla cuando es invisible. Ni siquiera les hacen falta los dos ojos.
—Y tú, ¿qué quieres? —pregunta airada.
Gato
maúlla y entra en un sendero muy estrecho, casi impracticable por la nieve, que se pierde por entre las lápidas más antiguas. El animal se da la vuelta y se la queda mirando como si quisiera asegurarse de que irá detrás.
Vanessa mira a Gustaf, que está esperando el autobús en la calle, un buen tramo más allá. Delibera consigo misma sobre qué hacer.
El rato que ha pasado junto a la tumba de Rebecka la hace sentirse mal. Gustaf no es culpable. Está segura de ello. Ya está bien de tanta tontería. Solo quiere irse a casa y olvidarlo todo. Entrar en calor dándose un baño, leer los libros de Harlequin que tiene Sirpa y comerse los dulces que sobraron de la Nochebuena, aunque ya solo quedan los que están asquerosos.
Gato
maúlla muy fuerte y muy seguido, al tiempo que a Vanessa empieza a vibrarle el móvil en el bolsillo. Consigue sacarlo y pulsar el botón de responder, a pesar del guante.
—¿Hola? —dice.
—Solo quería que supieras que no es lo que tú crees.
Es Minoo. La oye jadear y parece nerviosa.
—¿A qué te refieres?
—A Gustaf.
—Ya, ya lo sé —dice Vanessa—. O, bueno, ¿a qué te refieres?
Minoo se queda en silencio un instante.
—¿A qué te refieres
tú?
—pregunta al fin.
—Lo he seguido hasta el cementerio.
—¿Cuándo?
—Hace un momento. Apenas unos minutos.
Minoo calla.
—No es posible. Eso no puede ser.
—¿Es que crees que estoy mintiendo o qué?
—Yo también acabo de ver a Gustaf hace un momento. Junto al viaducto.
A Vanessa le lleva un rato comprenderlo. Es como si el cerebro se le hubiera congelado en medio de tanto frío. Mira hacia la carretera: Gustaf está subiendo al autobús en ese momento.
—Pero si eso está en la otra punta de la ciudad —dice Vanessa con voz apagada—. ¿Estás segura de que era él?
—Créeme, era él.
—Pues es imposible —dice Vanessa, como si no fuera evidente.
En el cobertizo no hace frío. Anna-Karin acaba de ayudar al abuelo a ordeñar las vacas. Él ha vuelto a entrar en casa, pero ella se ha quedado un rato, observando a las vacas una a una mientras intenta contagiarse de su calma.
Le suena el móvil en el bolsillo, pero no hace caso. Sabe que son Julia y Felicia. No se rinden, aunque Anna-Karin les ha dicho que está enferma.
Es el último día de las vacaciones de Navidad y, por primera vez desde que terminó la guardería, no sabe qué le espera a la vuelta.
Antes, al menos, sabía quién era. Había algo limpio en eso. Conocía las condiciones. No tener nada que perder entrañaba cierta seguridad. Entonces las cosas solo podían ir a mejor; entonces podía soñar con verse libre un día del papel que le habían asignado en aquella ciudad odiosa. Ahora, en cambio, tiene más miedo que nunca. Miedo de volver a ser la de siempre, miedo de seguir siendo la persona en la que se ha convertido.
Después de la fiesta de Jonte, dejó de usar su poder con su madre y el cambio se notó enseguida. Era capaz de emprender el proyecto de hacer unos bollos a medianoche, pero luego no tenía fuerzas para sacar las bandejas del horno, sino que se sentaba a fumar en la cocina, mientras los dulces se carbonizaban lentamente. Tan pronto le daba a Anna-Karin un abrazo tan fuerte que le hacía daño, como le gritaba que ojalá no hubiera nacido nunca. Va alternando entre la madre nueva y la madre de siempre, solo que las dos son ahora
mucho peores
.
Anna-Karin no puede imaginar siquiera lo que ocurrirá con los cientos de personas del instituto en las que ha estado influyendo con su poder. ¿Qué harán Julia y Felicia? ¿Le besarán los pies para, al minuto, cogerla y meterle la cabeza en el váter?
Oye cómo un coche se acerca y se detiene en la explanada. Oye que cierran la puerta y al abuelo, que saluda alegre, como siempre. Anna-Karin se acerca a un ventanuco muy sucio y se asoma.
Es el padre de Jari. Ahora está hablando con el abuelo, que le da un destornillador.
Jari se ha quedado en el coche.
A Anna-Karin no le da tiempo de agacharse. La ha visto. Y tiene los ojos desorbitados de miedo. Como si Anna-Karin lo asustara más que ninguna otra cosa.
Se aparta de la ventana.
Si aún no estaba segura, ahora no le cabe la menor duda. Ha tomado la decisión correcta. Jamás volverá a usar la magia para cambiar su vida. No tiene miedo de no controlar su poder. Teme no poder controlarse a sí misma.
Minoo baja deslizándose por el terraplén y continúa avanzando con dificultad por la gruesa capa de nieve. El sol, que apenas ha tenido fuerzas para salir, envía rayos oblicuos que la obligan a entornar los ojos. Pronto se ocultará tras los abetos.
El aliento se queda como un ramillete de plumas delante de la boca cuando sale al camino de grava lleno de nieve y empieza a seguirlo.
Es el último día de vacaciones. Cada vez que empieza un semestre, siente la misma mezcla de temor y expectación.
Ahora, el esfuerzo ha de ser mucho mayor. Ahora se trata de un verdadero peligro de muerte. Si alguna esperanza abriga es la de sobrevivir. Y aunque logre sobrevivir desde un punto de vista puramente físico, está segura de que el corazón se le romperá en pedazos. De no haber dado un beso nunca, ha pasado, en el transcurso de unas semanas, a liarse con el profesor de matemáticas y con el novio de su amiga muerta, que puede que sea su asesino, que está claro que tiene un doble y que, probablemente, está confabulado con los demonios.
Apenas han pasado veinticuatro horas desde que Gustaf la besó, y no se lo ha contado a nadie. Le da vergüenza. Le da tanta vergüenza que no puede ni pensar en ello. ¿Cómo iba a poder explicarlo? En cuanto se lo plantea, ve ante sí la cara de Linnéa rezumando desprecio.
Supongo que Rebecka y tú no erais tan buenas
amigas, después
de todo.
Para colmo, Nicolaus le ha reñido esta mañana. Se niega a ofrecerles el piso mientras no inviten a Ida a las sesiones de entrenamiento.
—Merece las mismas oportunidades que vosotras. Una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil. Si no se lo contáis, lo haré yo.
Se lo contaré. Se lo pienso contar hoy mismo, piensa Minoo. Digan lo que digan las demás.
Llega al terraplén helado cuando, de repente, intuye algo negro que se mueve por el suelo.
Minoo sabe que es
Gato
incluso antes de bajar la vista.
Gato
maúlla descontento y Minoo lo observa con una sensación de calidez que la sorprende. Nicolaus no quería venir personalmente, pero ha enviado a su
familiaris.
Una parte de él.
—Bueno, pues vamos —dice Minoo.
Son un grupo tan raro, piensa Minoo mientras cruza la verja del parque.
Vanessa, que parece estar helada con ese anorak tan fino. Anna-Karin, que tiene el aspecto de una niña que ha crecido demasiado, con ese gorro puntiagudo de colores encajado hasta las orejas. Linnéa, que se esconde debajo de una piel falsa de leopardo. E Ida, con el anorak blanco.
Minoo deja la mochila en el suelo y saca unos papeles que ha impreso en internet. Está nerviosa. Pero entonces ve a
Gato,
que se tumba a su lado de un salto, y se siente un poco más fuerte. Levanta la vista y se encuentra con la mirada de Ida.
—Ida —dice—. ¿Has encontrado algo en el
Libro
?
Ida niega con un gesto mientras mastica ruidosamente un chicle. El hálito de sandía sintética llega hasta Minoo.
—Nada sobre Gustaf y un posible gemelo misterioso —dice con una sonrisa enigmática, como queriendo dar a entender que sí ha encontrado otras cosas que no piensa contarle a Minoo.
Esta se traga la irritación y pasea la mirada por sus papeles.
—Pues yo quizá haya encontrado algo —dice.
Los demás esperan. Todo está en silencio salvo por el chapoteo del chicle en la boca de Ida.
—La cuestión es cómo pudo Gustaf estar en dos sitios al mismo tiempo —comienza Minoo.
El chapoteo cesa.
—No —responde Ida—. La cuestión es por qué no vamos a la directora.
—Ya sabes por qué no podemos ir a la directora —dice Linnéa—. No piensa hacer una mierda, salvo
impedir
que nosotras hagamos algo.
—Puede que tenga algún medio de ayudarnos si se lo pe…
—Tenemos que ayudarnos a nosotras mismas —ataja Linnéa.
Le dedica a Ida una mirada tan asesina que Minoo queda impresionada. Pero Ida resopla sin más y sigue masticando el chicle.
—Imagínate lo que haría la directora si se enterara de esto —dice.
—Pero no se va a enterar —añade Linnéa—. ¿Verdad que no?
Ida no responde.
Chuing, chuing, chuing,
eso es todo.
—¿Verdad que no? —repite Linnéa.
Ida se encoge de hombros.
—Ya veremos.
Minoo pasa los dedos por sus papeles. La situación ya se le ha escapado de las manos. Carraspea un poco.
—Ida —dice—. Tenemos que poder confiar en ti.
Aunque te estamos engañando, piensa, y siente náuseas.
—No tengo ninguna razón para ser leal a ninguna de vosotras.
—Nos lo prometimos. Nos prometimos que íbamos a colaborar y que nos mantendríamos unidas.
—Estoy aquí, ¿no? —dice Ida poniendo las palmas de las manos hacia arriba—. Pero si no empiezas ya, me voy.
—Por Dios, cómo te íbamos a echar de menos —murmura Linnéa.
—Como os decía… —interrumpe Minoo antes de que se enzarcen otra vez en una discusión—. Como os decía, estuve intentando averiguar cómo es posible que Vanessa y yo viéramos a Gustaf al mismo tiempo en dos lugares diferentes. Empecé a buscar la palabra «doble» en la red y resulta que la figura existe en casi todas las mitologías.
Levanta la vista para comprobar que la están escuchando.
—Yo creía que la censura soviética de la directora eliminaba toda la información verdadera de la red —dice Linnéa.
—Pero también dijo que hay rastros de verdad en lo que queda —objeta Anna-Karin.
Minoo la mira sorprendida.
—Lo dijo, ¿no? —insiste Anna-Karin con un hilo de voz.
—Exacto —responde Minoo, que se siente como un maestro que alaba a una alumna—. En Alemania se llaman
Doppelgänger
. En las viejas sagas irlandesas se habla de un ser llamado
fetch.
Hay antiguos cuentos noruegos sobre el
vardøgern,
una especie de presencia fantasmagórica de una persona que aún no ha llegado al sitio. En el extremo norte de Finlandia se llama
etiäinen.
Todas las mitologías coinciden en que los dobles son un mal presagio. Ver a tu propio doble significa, por lo general, que te vas a morir.
Minoo hojea el montón de documentos.
—Pero tengo la sensación de que no es eso exactamente lo que buscamos. Me topé por casualidad con un montón de referencias de fenómenos similares que se llaman «bilocación». Está documentado en todo el mundo. Lo mencionan en los orígenes de la filosofía griega, en el hinduismo, el budismo, el chamanismo, el misticismo judío…
—¿Y qué es? —pregunta Vanessa impaciente.
—La capacidad de encontrarse en dos lugares al mismo tiempo —responde Minoo—. Se crea una copia que puede recabar información en un lugar mientras uno se encuentra en otro. No he comprendido muy bien si el doble tiene voluntad propia o si simplemente se lo controla a distancia. Pero es la mejor explicación que he encontrado.
—Así que solo uno de los dos Gustafs que vimos es el auténtico —dice Vanessa—. ¿Cómo era el tuyo?
—Desde luego, había algo que no encajaba —se apresura a explicar Minoo—. El que tú viste debía de ser el original.
—Y el que mató a Rebecka tuvo que ser la copia —añade Anna-Karin—. Porque como que no era él.
Minoo experimenta de nuevo la sensación de querer enjuagarse la boca con lejía. Ya no cabe la menor duda. El Gustaf al que vio, y que la besó, fue el mismo que mató a Rebecka.
—Todo encaja —dice Linnéa, que llevaba un rato absorta en sus pensamientos—. Si Gustaf es un chico tan bueno como decís, no sería capaz de mancharse las manos con un asesinato. ¿Por qué no crear una copia que pueda hacer el trabajo sucio?
Minoo nota el calor en las orejas. ¿Qué pretendería Gustaf con aquel beso?
—Minoo —dice Linnéa levantando la vista—. Tú oíste dos voces cuando intentaban matarte. ¿Podrían ser Gustaf y su copia hablando entre sí?
—Uno de los dos quería matarte y el otro no —explica Anna pensativa.
—Eso querría decir que el doble tiene voluntad propia —constata Vanessa.
Todas quedan en silencio unos instantes.
—O sea, que el peligroso no es Gustaf sino la copia —dice Anna-Karin.
—Ya, la copia que
él ha creado
—aclara Linnéa—. Vamos, que no es del todo inocente.
—¿Y cómo sabemos que la ha creado él? —pregunta Anna-Karin—. Quiero decir, ¿no puede haber surgido sola?
—La única que puede averiguar cómo funciona todo esto es Ida —se oye a Minoo decir con amargura.
—Sí, bueno, bueno. Lo intentaré otra vez —dice Ida—. Pero ¿qué creéis que diría la directora sobre que Vanessa se pase los días espiando a Ge?