—Podríais preguntarle a ella —se oye decir a una voz familiar.
Todas se vuelven con un movimiento perfectamente sincronizado y ven a la directora, que se acerca a la pista de baile. Su largo abrigo negro aletea acariciando la nieve.
Gato
le bufa iracundo al cuervo de la directora, que responde desde el aire con un graznido.
—¡Yo he tratado de explicárselo! —grita Ida—. Me has oído, ¿verdad?
—Me habéis decepcionado muchísimo —dice la directora sin hacer caso a Ida. Dirige una mirada acusadora a Minoo—. Sobre todo tú. ¿No te dije expresamente que no hicieras nada por tu cuenta?
Minoo no puede articular palabra.
—Y tú, Vanessa —continúa la directora—. ¿No comprendes el peligro mortal al que te expones espiando a Gustaf? El Consejo lo considera una amenaza potencial y ha instituido…
Una risotada la interrumpe. Minoo no ha oído nunca nada semejante, y le lleva un rato comprender que es Linnéa. Se ríe de tal modo que casi le da hipo.
Todas se la quedan mirando.
—Perdón… —se disculpa Linnéa—. Pero… es que es… tan trágico.
Adriana se cruza de brazos.
—Puede que quieras contarnos qué es lo que te parece tan divertido.
La risa de Linnéa se extingue y una sonrisa burlona se le congela en la cara.
—¿Cuánto tiempo piensas seguir con este juego?
—No sé de qué hablas —responde Adriana—. Tenéis que contarme todo lo que habéis averiguado sobre Gustaf…
—No —la interrumpe Linnéa sin apartar la vista de la directora—. Ahora te toca hablar a ti. Contarnos lo que hacéis en realidad el Consejo y tú. Fingís ser tan poderosos como dioses, pero lo único que sabéis hacer es prender hogueras insignificantes. Solo podéis controlarnos haciéndonos creer que dependemos de vosotros, pero en realidad no sabéis
nada
. No
podéis
protegernos ni aunque queráis.
—Eso no es verdad —asegura la directora.
—Te contamos lo de los círculos en la casa de Adriana —le dice Minoo a Linnéa con impaciencia—. Con ellos podía teletransportarse desde Estocolmo. Eso debe de ser magia de la más potente.
Pero Linnéa no le hace caso. Concentra toda su atención, afilada como un láser, en la persona de Adriana.
—Ya tienes dos vidas sobre tu conciencia. Pero lo que quieres es que muramos todas. Quizá sea eso lo que pretendes.
—¡No!
La voz de la directora le recuerda a Minoo el grito de un pájaro. La directora aprieta los labios. Minoo puede ver el esfuerzo que está haciendo por serenarse. Pero es demasiado tarde. Se le ha caído la máscara. Ya no puede ocultar su miedo por más tiempo.
La directora respira hondo y exhala un largo suspiro.
—No sé por dónde empezar.
—Empieza por los círculos que había en tu casa —sugiere Linnéa—. Explícale a Minoo por qué no son tan impresionantes después de todo.
Linnéa mira triunfal a la directora y, de repente, Minoo siente un miedo atroz. No quiere oír lo que la directora tenga que decir. Si todo es mentira, si la directora y el Consejo no se revelan tan sabios y tan poderosos como ha dado a entender, prefiere vivir en el engaño. La directora ha sido la única autoridad con la que han contado hasta el momento: la única que tenía alguna respuesta. Verse totalmente solas, sin guía… Sencillamente, le parece una idea espantosa.
—Los círculos… —comienza la directora, y hace una larga pausa—. Nos llevó medio año y el poder de cinco brujas, hasta que pudimos hacer el sortilegio. Fue como el equivalente al sistema de alarma más caro del mundo. Con la diferencia de que hay que repetir todo el procedimiento cada vez que se usan. Linnéa tiene razón. La magia que me habéis visto poner en práctica con el fuego es lo único que puedo hacer sin dificultad. Todo lo demás requiere días, a veces semanas de preparativos y, casi siempre, ayuda de otras brujas.
Vuelve a hacer una pausa más breve, como para tomar aliento. Se diría que le doliera cada palabra que pronuncia, pero las va diciendo, una tras otra:
—A diferencia de vosotras, yo no nací con ningún poder. Crecí en una familia de brujas con formación y me educaron en la creencia de que el Consejo siempre hace lo correcto.
Guarda silencio un instante.
—Me siento terriblemente culpable por lo que les sucedió a Elías y a Rebecka —prosigue—. Deberíamos haber hecho más por evitar… Deberíamos haber confiado más en vosotras desde el principio.
Baja la vista en silencio. El cuervo se acerca aleteando ruidosamente, se le posa en el hombro y esconde la cabeza debajo del ala.
—¿Y el todopoderoso Consejo? —pregunta Linnéa con una sonrisa rayana en la autosuficiencia.
Se comporta como un policía sádico en pleno interrogatorio, piensa Minoo.
—Sus miembros os tienen miedo —confiesa la directora—. Las consecuencias serían terribles para mí si supieran lo sincera que estoy siendo con vosotras. Quieren que os controle; que os obligue a hallar en el
Libro de los paradigmas
las respuestas que ellos no son capaces de ver. Y que utilice ese conocimiento para fortalecer al Consejo.
—O sea, que el Consejo es tan inútil como tú, ¿no? —pregunta Linnéa.
—Oye, no tienes por qué hacer leña del árbol caído —la reprende Minoo—. La has descubierto, con eso basta.
—Comprendo que estés decepcionada, Minoo. No es una profesora a la que hacerle la pelota, ¿verdad? —dice Linnéa.
—No, eso no es verdad, el Consejo no es impotente —la interrumpe la directora con voz enérgica—. No debéis menospreciarlo ni considerarlo inofensivo. El Consejo es una institución bien organizada y tiene infinidad de súbditos en todo el mundo, capaces de hacer juntos una magia extremadamente poderosa. Podrían recurrir a métodos drásticos para someteros.
Al decir estas palabras, mira a Anna-Karin.
—¿Métodos drásticos? —repite Linnéa con tono burlón—. Pues a mí me parece que lo que han demostrado es que no tienen ningún método en absoluto.
La directora duda un instante. Luego se desabrocha el largo abrigo. Debajo lleva, como de costumbre, uno de sus trajes elegantes y discretos, con camisa blanca. Se desabrocha los tres primeros botones.
Minoo no puede evitarlo. Aparta la vista abiertamente, con una falta de discreción reprobable. Debajo de la clavícula de la directora se ve grabado en la piel el signo del fuego. A su alrededor se extiende una red de piel requemada y deformada.
—Una vez tuve planes de abandonar la comunidad de las brujas —dice la directora con una sonrisa tristona—. Había un hombre de por medio. Puede que os parezca que esto tiene mala pinta…
Mantiene la mirada fija en Linnéa.
—Pero esto no es nada comparado con lo que le hicieron a
él.
Linnéa tiene la cara tensa y la boca entreabierta. Da unos pasos vacilantes hacia atrás.
La directora se abrocha la camisa y se cierra el abrigo.
—Propongo que os vayáis todas a casa. Mañana empieza el instituto. Ida puede seguir buscando en el
Libro
—dice—. Pero eso es lo único que debéis hacer.
Se vuelve y mira a Minoo. Solo medio segundo de más. Hay algún tipo de mensaje en esa mirada. Un mensaje que Minoo no es capaz de interpretar.
—Eso y nada más —repite Adriana.
—¡Ida! —grita Minoo—. ¡Espera!
Ida se detiene pero no se da la vuelta.
—Tengo que hablar contigo —dice Minoo cuando le da alcance.
Ida se vuelve a regañadientes. Tiene los ojos de un azul antinatural, en contraste con el anorak blanco y con toda la nieve que las rodea. En realidad, Ida es muy bonita, como una muñeca. Una muñeca maligna, sí…
No, no debe pensar así. Ya es hora de pasar página.
—Sé lo que me vas a decir —comienza Ida—. Os habéis estado viendo en secreto. En casa de Nicolaus. Allí estamos seguras porque tiene en la pared una cruz de plata con poder mágico. Lo decía en una carta que había en una caja fuerte a la que os llevó
Gato.
Gato
es el
familiaris
de Nicolaus. Nicolaus también es brujo. Su elemento es la madera, pero eso vosotras no lo sabíais.
Minoo se la queda mirando mientras trata frenéticamente de dar con una explicación. ¿Quién se lo habrá contado?
—Me lo ha revelado el
Libro
—dice Ida triunfal—. Me contó que habéis estado practicando magia sin mí.
Se quita un poco de agüilla de la punta de la nariz.
—Me tenéis excluida.
—No…
—Ya —continúa Ida—. Ah, será que no dijiste que querías que me muriera, ¿verdad?
—Lo siento muchísimo, estoy muy arrepentida —dice Minoo—. Mucho. Y ha sido un error ocultarte que nos estábamos viendo en secreto. Pero eso era lo que quería contarte.
—Pero es solo porque yo puedo leer el
Libro.
Me necesitáis.
A Minoo casi se le desgarra la garganta al pronunciar estas palabras:
—Sí. Te necesitamos. Y te pido perdón de verdad. ¿Piensas ayudarnos? ¿Sin que la directora lo sepa?
Ida resopla y mira para otro lado.
—El
Libro
dice que tengo que ayudaros. De lo contrario, no me mostrará nada más.
La situación con ese libro tan chivato resulta cada vez más rara.
—¿Podrías buscar algo que nos ayude a encontrar la verdad? —pregunta Minoo.
—Bueno. Pero no lo hago por vosotras. Lo hago por Ge.
Vanessa se despierta con frío. Está atrapada en el hueco que hay entre la cama y la pared. Tiene la cabeza llena de imágenes de un sueño desagradable. La quemadura de la directora. Gustaf junto a la tumba entregado a la tarea de desenterrar el ataúd de Rebecka. El ojo verde penetrante de
Gato
.
Se da la vuelta y contempla a su novio, que aún duerme. Wille ha vuelto a llevarse todo el edredón y se ha enrollado en él de tal forma que parece una tortilla mexicana. Solo asoma el pelo. Vanessa le da una patada pero él suelta un ronquido y se da la vuelta.
Echa una ojeada al despertador de Batman, una reliquia de la infancia de Wille. De todos modos tiene que levantarse dentro de cinco minutos. Pasa por encima de él y está a punto de perder el equilibrio cuando sale de la cama.
La habitación siempre ha parecido una excavación arqueológica con hallazgos de diversas épocas en varias capas. Desde que Vanessa se mudó con él, todo está el doble de revuelto. Ninguno de los dos es capaz de mantener el orden y, para bien y para mal, Sirpa no hace el menor caso de lo que ocurre en la habitación.
Vanessa nota algo blando y pegajoso en la planta del pie y descubre que acaba de pisar una rebanada de pan con paté.
Siente que la ira aflora en su interior como un géiser. Coge una de las zapatillas de Wille y la lanza contra la cama. Rebota en el cabecero y aterriza en la cara. La tortilla mexicana despierta a la vida.
—¿Qué coño pasa? —pregunta con voz soñolienta.
—¿Que qué coño pasa? —repite Vanessa—. ¡Pues que he plantado el pie en el apestoso bocadillo de paté que has dejado en tu suelo lleno de mierda!
Wille se incorpora aún envuelto en el edredón.
—Pero si no es mi bocadillo.
—Yo-no-como-paté —responde Vanessa articulando exageradamente como si Wille fuera un viejo sordo—. ¡Mira qué lío hay aquí!
—También es tu habitación.
—¡Yo me paso el día entero en el instituto, pero tú no haces nada! ¿No podrías limpiar por lo menos?
—Ya, joder, pero tú acabas de tener unas largas vacaciones de Navidad. Ordena tu mierda y yo ordenaré la mía —dice sacando uno de sus sujetadores, que al parecer estaba debajo del almohadón.
Se lo arroja furioso y aterriza a los pies de Vanessa.
Ella siente deseos de gritar, pero recuerda que Sirpa está en la habitación de al lado y se contiene. Se agacha, coge el sujetador y se lo tira a Wille. Aterriza en la cabeza y queda con una copa colgándole por delante de la cara.
—Venga ya —protesta Wille, pero Vanessa puede ver que, por debajo del sujetador, está sonriendo.
Vanessa recoge del suelo una revista de automovilismo y se la arroja.
—Para ya —dice Wille, que un segundo después recibe en la cara el impacto de un calcetín asqueroso que había en la silla del escritorio—. Ahora sí que… —dice retirando el edredón, sale corriendo, coge a Vanessa en brazos y se la lleva otra vez a la cama.
—¡Suéltame, tengo el pie lleno de paté!
—Me da igual.
—¡Tengo que ir al instituto!
—Qué vas a tener que ir.
—¡Pues claro que sí! ¡Se han terminado las vacaciones!
—El primer día del segundo semestre siempre es día de deportes —dice Wille y la suelta en el colchón.
Vanessa dibuja una amplia sonrisa. Se le había olvidado por completo. Tira del edredón y se envuelve en él. El día de deportes es un día libre. Eso lo sabe todo el mundo.
—Pues entonces voy a seguir durmiendo —dice—. Y mientras yo duermo, tú recoges ese bocadillo de paté asqueroso. Y me limpias el talón —añade moviendo el pie.
Wille sale de la habitación y Vanessa cierra los ojos. Vuelve a conciliar el sueño con una rapidez sorprendente. Solo se despierta un instante cuando Wille le limpia el talón con papel de cocina y le hace una reverencia después.
El dolor es tan agudo y repentino que, durante unos segundos,
Minoo se olvida de cómo respirar. Está segura de que se ha roto el coxis y ha pulverizado el hielo sobre el que ha caído.
Oye silbidos y aplausos amortiguados por los guantes e intenta reír
—
no, qué va, estoy bien, no duele nada y mira qué capacidad tengo de verlo desde fuera
—
,
aunque las lágrimas le arden en los ojos.
Ha elegido una jornada entera de patinaje sobre hielo solo porque Max será el profesor encargado en el estadio de Engelsfors. Como es lógico, apenas si la ha mirado.
Minoo trata de levantarse. Los patines se deslizan y obligan a las piernas a doblarse en formas imposibles. Pone las manos en la superficie lisa del hielo y hace un nuevo intento. Esta vez termina aterrizando en las rodillas. Otro latigazo de dolor le sube por las piernas.
Oye que alguien se le acerca patinando. Minoo levanta la vista al mismo tiempo que Max hace una frenada perfecta, que provoca una lluvia de cristales de hielo diminutos sobre toda ella. Le tiende la mano y le ayuda a levantarse, pero está a punto de volver a caerse y de arrastrarlo consigo. Max casi pierde el equilibrio. Por un instante se apoyan el uno en el otro y casi parece un abrazo. Experimenta la vertiginosa sensación de que la va a besar otra vez. Pero Max aparta la vista.