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Authors: César Mallorquí

El Círculo de Jericó (27 page)

BOOK: El Círculo de Jericó
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¿En qué tradición se apoyan estos dos tabúes? En ninguna. ¿Por qué no se puede salir de noche, o pisar el cerro Pchaguptirimé? Sencillamente, porque no.

Esta mañana, poco después del amanecer, vino a mi cabaña Mará. Tenía ojeras y parecía cansada, como si no hubiese dormido.

—¿Has hecho que se haga el tosnaya, P'bbo? —preguntó nada más entrar—. ¿Harás que se haga ya? La sed es en mi boca...

Saqué la botella de vodka y se la mostré. Se le iluminaron los ojos e intentó cogerla, pero la aparté de su alcance. Luego le expliqué las condiciones del trato: un vaso de vodka por cada pregunta contestada. Torció el gesto, pero asintió. Conecté el magnetófono.

—Bien, Mará, ésta es la primera pregunta: ¿qué es y qué hace el Rey-Sol?

Era lógico empezar por ahí. El Rey-Sol es un misterio. Si no hay religión ni ritos entre los pchapchá, ¿qué hace ese personaje subido a una atalaya y mirando el sol, todo el día, a través de un cristal ahumado? Desde luego, se trata de una institución clave dentro de la tribu. A fin de cuentas, actualmente hay en la aldea tres ex reyes-sol ciegos (el cristal no debe protegerles mucho los ojos).

En realidad, todo lo relacionado con el Rey-Sol tiene un tufo tremendo a culto solar. Pero no es así. En cierta ocasión, al poco de llegar al poblado, le dije a un pchapchá:

—El poderoso Hacedor brilla en el cielo. —Extendí el brazo y señalé el sol—. Grande es su fuerza y su luz, ¿eh?

El pchapchá me miró inexpresivo, y luego, con el mismo tono que emplearía un terapeuta comprensivo para dirigirse a un subnormal, contestó:

—¿Te ha afectado el calor, P'bbo? El sol no es el Hacedor. El sol es un globo de gas caliente. ¿Lo entiendes, P'bbo?

Pero estoy divagando. Hablaba de mi entrevista con Mará. Le había preguntado por el Rey-Sol. Ella frunció el ceño.

—El Rey-Sol hace que el sol haga. —Sonrió expectante—. ¿Tosnaya, P'bbo?

—No —repuse enérgico—. Eso no es respuesta y no te daré vodka. ¿Por qué el Rey-Sol se pasa el día observando el sol?

Mará movió la cabeza de un lado a otro, mirándome con una mezcla de enfado y suficiencia. Parecía una maestra ante un alumno poco aventajado.

—El Rey-Sol mira el sol y hace que las cosas sean ordenadas en el sol. Mira y mira si funciona bien, cuenta los segundos y hace que el sol haga. El Rey-Sol hace que las cosas sean para que el sol salga por el este y se ponga por el oeste. —Mará se encogió de hombros y frunció los ojos, como buscando las palabras adecuadas—: El Rey-Sol se ocupa del sol, igual que yo soy la Reina-Luna y me ocupo de la luna, o Tama es el Rey-Tierra y se ocupa de la Tierra... Sencillo, ¿eh? ¿Harás ahora tosnaya?

Asombrado, serví una generosa ración de vodka en un vaso. Mará se lo bebió de un trago. Yo intenté ordenar las ideas: esa vieja estaba hablándome de una especie de culto celeste...

Increíble: no sólo había un Rey-Sol, sino también una Reina-Luna y un Rey-Tierra (Tama, un adulto que siempre caminaba mirando el suelo, sin levantar la vista). ¿ Cuál era el alcance de esa religión astronómica?

—¿Y el resto de la tribu...? —pregunté con un hilo de voz. —Oh, bueno. —Mará se relamió—. Kumé es el que hace que los pchapchá se ordenen para hacer. Tsué, Sato, Kina, Duma y otros cuatro, se ocupan de que los planetas hagan (son difíciles los planetas, tienen muchas lunas). Los demás pchapchá miran las estrellas y hacen que las estrellas hagan, y hacen que hagan los cometas y los asteroides. Los niños pequeñitos, que todavía no miran bien, procuran que el polvo del cielo haga. A veces hacen que las estrellas fugaces hagan.

—Pero ¿cuándo miran los pchapchá, y cómo? —pregunté.

—No. —Mará chasqueó la lengua—. Tú preguntas, yo contesto, yo tosnaya. Haz que el tosnaya se haga, P'bbo. Luego pregunta.

Serví el vodka. La anciana sólo lo hizo durar un segundo en el vaso. Chasqueó la lengua y dijo:

—El Rey-Sol mira durante el día, porque de día pasea el sol por el cielo. Yo, a veces, también tengo que mirar de día, porque la luna es inconstante, y también quiere caminar de día. El resto de los pchapchá se reúnen en secreto por la noche, miran el firmamento y hacen que el universo haga. ¿Cómo lo hacen? —La risa de la anciana fue como el graznido de un cuervo—. Miramos con la gupta, P'bbo. Y con la gupta hacemos que se haga. Trazamos senderos en el cielo, P'bbo. Trazamos senderos.

Mará enmudeció y miró expectante la botella. Mientras le servía su líquida recompensa, intenté serenarme. En definitiva, los pchapchá poseían una religión y un ritual. Se trataba de algo tabú, ya que lo mantenían celosamente oculto. Incluso celebraban ceremonias secretas.

—¿Cuándo se reúnen los pchapchá para mirar el firmamento, Mará? —pregunté.

—¡Todas las noches, P'bbo! —exclamó la vieja, mirándome como si yo fuera idiota—. Las estrellas aparecen por la noche, ¿no?

—Pero está prohibido salir de noche...

—Oh, vamos, P'bbo. Eres tú quien no puede salir de noche, porque no sabes mirar, ni sabes hacer que se haga, y lo único que harías es preguntar tonterías y molestar. —Mará profirió una risotada despectiva—. Los monos blancos sois ciegos, P'bbo. Y estúpidos: no entendéis nada, no sabéis nada.

Tanto por la insolencia de sus palabras, como por el tono pastoso que iba adquiriendo su voz, resultaba claro que Mará se estaba agarrando una buena curda. Contribuí a ello con un nuevo vaso de vodka.

—¿Dónde os reunís, Mará?

—¿Ves como eres tonto? ¿Dónde se ve bien el cielo? Desde lo alto, P'bbo, desde lo alto. Y ¿qué lugar alto hay por aquí?

—¡ Pchaguptirimé!

Mará asintió con expresión risueña. Le serví otro trago.

De modo que los pchapchá se reunían secretamente en el cerro prohibido. Y lo hacían todas las noches (lo cual explicaba su constante dormitar diurno).

—¿Por qué lo hacéis, Mará? —pregunté, tras un grave carraspeo doctoral (mi profesor de Religiones Comparadas siempre carraspeaba cuando llegaba a una cuestión importante)—. ¿Por qué miráis al cielo?

Mará entrecerró los ojos y permaneció muda e inmóvil largo rato. Comenzaba a pensar que se había dormido cuando dijo:

—¿Quieres saber por qué lo hacemos, P'bbo? Te lo contaré. Pero te costará lo que queda de tosnaya. Yo te digo el secreto de los pchapchá y tú me das todo el tosnaya que queda, ¿sí?

La botella estaba aún medio llena. Podía haber regateado con Mará, pero me sentía demasiado ansioso por obtener respuestas, de modo que asentí. Entonces la anciana me arrebató la botella de un manotazo y, antes de que yo pudiese reaccionar, la vació de un trago. Pensé que aquello iba a matarla, pero lejos de ello, Mará se relamió y con voz muy turbia comenzó su relato:

—Al principio no había Pchapcharimé, ni selva, ni cielo; no había nada, y nada se hacía. Entonces llegó el Tutí...

—¿El Tutí?

—El Tutí, sí. —Mará me dirigió una mirada llena de tedio—. Tutí, al que tú llamas Hacedor, el Creador... —Se refería a una divinidad; pero Tutí, en lenguaje pchapchá, significa «torpe», lo que no deja de ser un extraño nombre para un dios. La anciana prosiguió—: El Tutí vio la nada y decidió hacer que la nada hiciese. Y torció la nada hasta que la nada hizo buuum, y así creó el universo. Pero el Tutí fue un manazas, no realizó un buen trabajo. Al principio el universo hizo bien, sí; pero al poco comenzó a hacer mal. Y las cosas no funcionaban en el cielo, porque el Tutí había hecho el universo con poco material. Entonces el Tutí habló a los pchapchá y les dijo: «Lo siento, pero metí la pata. El universo no funciona, hay demasiado poco de todo. Así que me voy. Aquí os dejo la gupta. Vigilad el cielo. Adiós-adiós.» Y así fue como los pchapchá recibieron la carga de mirar el cielo y hacer que el cielo hiciese.

La voz de Mará se fue apagando, hasta enmudecer. Me disponía a formular una nueva pregunta, pero los ronquidos de la anciana me hicieron desistir. Apagué el magnetófono y permanecí allí unos minutos, pensativo, como velando en silencio el sueño de aquella vieja borracha.

¿El Tutí, eh? De modo que «el Torpe»...

Vaya historia.

Pchapcharimé. Catorce de junio.

Con todo, el mayor misterio de Pchapcharimé siempre ha sido el lenguaje de los pchapchá: no se parece a ningún idioma amerindio. De hecho no se parece a ninguna otra lengua del mundo.

El pchapché es un lenguaje muy tosco (como ocurre con casi todo lo relacionado con los pchapchá). Las frases se forman acumulando palabras y partículas sin orden predeterminado. Sólo hay tres tiempos verbales, y se expresan mediante entonaciones distintas de la misma palabra. Algo realmente simple. No obstante, es una lengua muy precisa en lo tocante a los números. Al parecer, a los pchapchá les gusta contar (su sistema de numeración se basa en el once; una vez le pregunté a un pchapchá: «¿Por qué el once?» Se llevó las manos a la cara y, riendo tontamente, dijo: «Porque tenemos diez dedos y la punta de la nariz»).

Otra peculiaridad de su lenguaje es la desquiciante retórica con que se refieren a sí mismos y a lo que hacen. Por ejemplo: si ven que una papaya se desprende de su rama, dicen que la papaya cae. Pero si es un pchapchá quien tira la papaya, el pchapchá «estará haciendo que la papaya haga su caída». O si, pongamos, un pchapchá mira una nube, dirá que está «haciendo que la nube haga». Parece una extraña forma de solipsismo lingüístico, como si los pchapchá creyesen que ellos son el ombligo del mundo.

Bueno, finalmente había pillado a esos cabrones: tenían una religión (animista, por cierto), tenían rituales, tenían leyendas... en definitiva, tenían casi todo lo que hay que tener. Y yo lo había descubierto. Estaba pensando en cómo aparecería mi nombre en el Scientific American, y en Nature, y en Anthropos... cuando me di cuenta de que la única prueba con que contaba era el testimonio de una anciana dipsómana.

Muy poca cosa, la verdad.

Fui a buscar a Mará, pero ya no estaba en mi cabaña. Intenté localizarla por el poblado. En vano, se había esfumado. Busqué y busqué, sin encontrarla.

Finalmente, fue ella la que me encontró a mí.

—¿Tosnaya, P'bbo? —me dijo nada más entrar en mi choza—. ¿Tú preguntas y yo tosnaya?

—Todavía no —dije con severidad académica—. Mará, ¿te acuerdas del profesor Castelo-Silva? ¿Por qué no le contaste a él lo mismo que me has contado a mí?

—¿C'telo'ilvá...? —Mará frunció el ceño haciendo memoria. De pronto sus ojos se iluminaron—. ¡Ah, doctor loco! ¡Sí! C'telo'ilvá me dio tosnaya para que yo le hiciera conocer la lengua pchapché. Y yo le enseñé pchapché. ¡Fue como amaestrar a un mono blanco! Pero luego a doctor loco se le acabó el tosnaya. Y si él no hacía que se hiciese el tosnaya, yo no haría que se hicieran las respuestas.

Vaya, de modo que Castelo-Silva había estado muy cerca. Pero al muy pirata se le acabó la moneda de cambio. Bueno, por mí perfecto: todavía me quedaba una botella.

Y ahora necesitaba pruebas.

—Mará —dije en tono amable (aunque enérgico)—, necesito ver cómo miráis los pchapchá por la noche. Tengo que ir a Pchaguptirimé y comprobar cómo hacéis que el cielo haga.

—¡No, no! —Mará parecía asustada—. ¡No puedes ir a Pchaguptirimé! ¡Kumé me mataría!

—Me esconderé, Mará. Nadie me verá.

—¡No, no, no! Yo respondo a tus preguntas y tú haces que se haga el tosnaya. Eso, sí. Pchaguptirimé, no.

Saqué la botella de vodka y se la mostré. La anciana tragó saliva y se mordió los labios.

—Si no me ayudas a ir al cerro sagrado, no te daré más vodka. —Resulta increíble la alegría con que me estaba entregando al soborno y la injerencia cultural.

—¿Me darás toda la tosnaya si te llevo a Pchaguptirimé? —preguntó vacilante. Asentí. Mará chasqueó la lengua—. Te llevaré a Pchaguptirimé, P'bbo. Pero no ahora. Dentro de una semana vuelve a comenzar el ciclo del cielo y hay que comprobar las cosas. Todo el mundo estará muy ocupado y, quizá, no te verán. Dentro de una semana te diré cómo hacer que seas de noche en la cima del Pchaguptirimé. Y tú me darás toda tosnaya.

Y dicho esto, la anciana se deslizó fuera de la choza. «Dentro de una semana se reinicia el ciclo del cielo.» ¡Claro que sí! Veintiuno de junio: el solsticio de verano.

Pchaguptirimé. Veintiuno-veintidós de junio.

Debo escribir deprisa, porque no se cuándo volverán. Y también porque ignoro lo que harán conmigo. Todo parece confuso: jamás hubiese creído a los pchapchá capaces de emplear la violencia. Ahora no sé qué creer. Tampoco sé qué pensar acerca de lo que vi, o creí ver, anoche en el cerro. Pero soy un científico, así que intentaré relatar objetivamente los hechos.

El día veintiuno (ayer) al atardecer, poco antes de que los pchapchá tomaran su dosis diaria de gupta, Mará vino a verme a la cabaña. Parecía nerviosa.

—Todo listo, P'bbo. Escucha: no podrás ir a Pchaguptirimé por los árboles, te verían. Tendrás que ir por el suelo, ¿sí? Cuando llegues al pie del cerro, busca una escala de cuerda. Yo la puse allí. Úsala y sube en silencio. Llegarás al lugar donde los pchapchá miramos. ¡Con cuidado de hacer que no te vean! Por eso, no hagas que se haga nada hasta el anochecer, ¿eh? —Tragó saliva—. Ahora dame tosnaya, P'bbo. Dámela ya.

Le entregué la botella de vodka. La anciana ocultó el alcohol dentro del atado de hojas y raíces que colgaba de su hombro. Luego me dirigió una nueva advertencia: «Haz que se haga que no te vean, P'bbo, sé cuidadoso», y se fue a toda prisa.

En fin, cayó la noche y aguardé a que el silencio reinase en el poblado; cogí la cámara de vídeo y el magnetófono, y salí al exterior. No había nadie en Pchapcharimé, ni tampoco en el interior de las cabañas (salvo en una, donde dormía a pierna suelta el Rey-Sol). Aún así actué con sigilo y, sin hacer el menor ruido, descendí al suelo de la selva. Con ayuda de la linterna me orienté hasta llegar al pie del Pchaguptirimé. Tardé un buen rato en encontrar la escala de cuerda, y aún más tiempo me llevó alcanzar la cima del cerro. Pero una vez arriba, el espectáculo que contemplé compensó con creces mis esfuerzos.

Todos los pchapchá estaban allí: hombres, mujeres y niños, sentados sobre una gran plataforma rocosa, contemplando el cielo inmóviles y silenciosos. Tan sólo Kumé, que parecía actuar como director de la ceremonia, se movía de un lado a otro, mirando las estrellas como si comprobase algo. De vez en cuando se dirigía a algún pchapchá, diciéndole por ejemplo: «Corrige Aldebarán dos centésimas de arco», o «Incrementa 0,3 la magnitud de Mizar».

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