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Authors: Anna Gavalda

Tags: #Romántica

El Consuelo (54 page)

BOOK: El Consuelo
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Dio un rodeo para pasar por el Flatiron Building, ese inmenso edificio con forma de plancha que lo impresionó tanto en su primera visita... Construido en 1902, uno de los más altos de su época y, sobre todo, una de las primeras estructuras de acero. Charles levantó los ojos.
1902...
¡Joder, 1902!
Qué genios...

 

Y como se había perdido, fue a parar delante del escaparate de una tienda de material para reposteros. N. Y. Cake Supplies. Pensó en ella, en todos ellos, y se dejó un dineral en moldes para galletas.
Nunca en su vida había visto tantas. De todas las formas posibles e imaginables...
Encontró perros, gatos, una gallina, un pato, un caballo, un pollito, una cabra, una llama (sí, había moldes en forma de llama...), una estrella, una luna, una nube, una golondrina, un ratón, un tractor, una bota, un pez, una rana, una flor, un árbol, una fresa, una caseta para perros, una paloma, una guitarra, una libélula, un cesto, una botella y... un corazón.
La dependienta le preguntó si tenía muchos hijos.
Yes
, contestó Charles.

 

Volvió a su hotel molido y cargado de bolsas como buen turista que era y que le encantaba haber sido.
Se dio una ducha y, sin necesidad de molde, adoptó la forma de un pingüino y pasó una velada deliciosa. Howard lo abrazó diciendo «
My son!
» y le presentó a un montón de gente interesantísima. Habló mucho rato de Ove Arup con un brasileño y dio con un ingeniero que había trabajado en el revestimiento de la ópera de Sydney. Conforme bebía, su inglés iba ganando en fluidez, y al final Charles terminó en una terraza enfrente de Central Park ligándose a una chica guapa
in the moon light
.
Le preguntó si era arquitecta.

Nat meee...
graznó la chica.
Era...
Charles no se enteró. Comentó que era fantástico y la escuchó soltarle un montón de chorradas sobre París que era
so romantic
, el queso,
so good
y los franceses,
so great lovers
.
Charles observaba sus dientes perfectos, sus manos con manicura, su inglés sin monarquía y sus brazos delgaduchos. Se ofreció a traerle otra copa de champán y se perdió por el camino.

 

Compró celo y un rollo de papel de regalo en una tiendecita paquistaní, paró un taxi en la calle, se quitó el cuello postizo y se fue tarde a la cama.
Embaló por separado perros, gatos, una gallina, un pato, un caballo, un pollito, una cabra, una llama, una estrella, una luna, una nube, una golondrina, un ratón, un tractor, una bota, un pez, una rana, una flor, un árbol, una fresa, una caseta para perros, una paloma, una guitarra, una libélula, un cesto, una botella y un corazón.
Todo eso bien envuelto y mezclado en un paquete, Kate no comprendería nada.
Se durmió pensando en ella.
En su cuerpo, un poco.
Pero sobre todo en ella.
En ella con su cuerpo alrededor.

 

Era una cama inmensa, en plan
double big
obeso
King Size
, entonces ¿cómo era posible?
¿Cómo era posible que esa mujer, que apenas conocía, ocupase ya todo el espacio?
Otra pregunta más para Yacine...

 

Desayunó en el patio y dibujó, en el papel de cartas del hotel, las tribulaciones de un tejón en Nueva York.
Las suyas, pues.
Sus bolsillos llenos de grasa de castor, su deambular por Strand, su sesión de lectura en medio de vagabundos y adolescentes rebeldes (se esforzó mucho por que se viera bien la camiseta de uno de ellos:
Keep shopping every thing is under control)
, su pelaje repeinado, ataviado con un bonito esmoquin, su cola al viento en la terraza con una tejona nada molona, su noche pasada cortando pedacitos de celo que se le quedaba pegado en las garras y... no... no contó lo exigua que era la cama...
Encontró el código postal de Les Marzeray en internet, fue al Post Office y precisó
Kate and Co
. en el paquete.
Volvió a cruzar el océano descubriendo el destino de Downe y de Barnet.
Horroroso.
Después leyó las cartas que Wilde había escrito desde la cárcel.
Refreshing
.
Al aterrizar, se irritó por haber perdido cinco horas de vida. Preparó su expediente de «inquilino solvente», pasó por casa de Laurence, metió su ropa, unos cuantos discos y algunos libros en una maleta más grande y dejó su juego de llaves bien a la vista encima de la mesa de la cocina.
No. Ahí Laurence no lo vería.
Sobre la encimera del cuarto de baño.
Un gesto del todo estúpido. Todavía tendría que llevarse tantas cosas, pero bueno... Digamos que fue por la mala influencia del dandi..., de aquel que, abandonado por todos y agonizando ante un papel pintado que detestaba, todavía había tenido la chulería de murmurar: «Decididamente, los dos no podemos seguir aquí: o se va el papel pintado, o me voy yo...»
Charles se marchó.

 

7

 

Nunca trabajó tanto como en ese mes de julio.
Dos de sus proyectos habían pasado la primera ronda de selección. Uno no tenía mayor interés, un edificio administrativo de lo más garbancero; el otro, más emocionante pero también mucho más complicado, era muy importante para Philippe. La concepción y la realización de una nueva Zona de Urbanización Concertada (ZUC) en un nuevo barrio periférico. Era un proyecto enorme, y Charles tardó en dejarse convencer.
El terreno estaba en pendiente.
—¿Y qué pasa? —replicó su socio.
—¿Que qué pasa? Espera, te elijo una al azar... Mira, la del pasado 15 de enero, por ejemplo:
»"Cuando es necesaria una pendiente para colmar un desnivel, debe ser inferior a un 5 %. Cuando es superior a un 4 %, se prevé un descansillo encima y debajo de cada plano inclinado y cada 10 metros de plano continuo. A lo largo de toda ruptura de nivel de más de 0,40 metros, es obligatoria una barandilla que permita tomar apoyo. En caso de imposibilidad técnica, debida principalmente a la topografía y a la disposición de las edificaciones existentes, se tolera un desnivel continuo superior a un 5 %. Ese desnivel puede ser de un 8 % como máximo en un tramo inferior o igual a 2 metros y hasta..."
—Basta.
Charles se instaló en su mesa de trabajo meneando la cabeza de lado a lado. Detrás de esas cifras absurdas, la administración les indicaba que la pendiente media de un terreno edificable no podía ser superior a un 4 %.
¿En serio?
Charles se puso a pensar en el grave peligro que representaban la calle Mouffetard, la calle Lepic, la colina de Fourviére y las
stradine
que subían al asalto de las colinas de Roma...
Por no hablar de los barrios de Alfama y del Chiado en Lisboa. Y de la ciudad de San Fran...
Vamos... A trabajar... Aplanemos, nivelemos, uniformicemos, puesto que era eso lo que querían, transformar el país en un gigantesco
suburbia
.
¡Y todo en desarrollo sostenible, ¿eh?!
Claro. Claro.

 

Charles se consolaba reservando las pasarelas para el final. Le encantaba dibujar y concebir pasarelas y puentes. A su juicio, en ellos resultaba visible la mano del hombre.
En el vacío, la industria se veía obligada todavía a quitarse el sombrero ante los que concebían todo aquello...
De haber podido elegir, habría nacido en el siglo XIX, en la época en que los grandes ingenieros eran también grandes arquitectos. Los mejores logros, según Charles, ocurrían cuando se utilizaban materiales por primera vez. Maillart el hormigón, Brunel y Eiffel el acero, o Telford el hierro colado...
Sí, esos tipos se lo tenían que haber pasado muy bien... Entonces los ingenieros eran también empresarios y corregían sus errores a medida que se iban presentando. Resultado, sus errores eran perfectos.
El trabajo de Heinrich Gerber, de Ammann o de Freyssinet, el viaducto del Kochertal de Leonhardt, y el viaducto colgante de Brunel en Clifton. Y el Verreza... Bueno, que te vas por las ramas. Tienes entre manos una Zona de Urbanización Concertada, así que concéntrate y saca el código de urbanismo.
«... hasta un 12 % en un tramo igual o inferior a 0,50 metros.»
Pero esas dudas quizá fueran beneficiosas... Ponerse en la situación de ganar era también ponerse en la de fracasar. Querer lograr algo a toda costa llevaba a una actitud tímida y conservadora. No escandalizar... Philippe y él estaban de acuerdo sobre ese punto, y Charles trabajó en ese proyecto como un poseso. Pero relajado.
Flexible, inclinado.
La vida estaba en otra parte.

 

Cenaba casi todas las noches con el joven Marc. Descubrían, al fondo de peregrinos callejones sin salida, salones interiores de restaurantuchos que seguían abiertos después de medianoche, comían en silencio y probaban cervezas de todo el mundo.
Siempre terminaban por declarar, ebrios de agotamiento, que iban a escribir una guía.
Pendiente acusada del gaznate o La ZUG (Zona de Urbanización de la Glotis)
, ¡y que por fin, por fin, el mundo reconocería su talento!
Luego Charles lo dejaba en casa en su taxi y se desplomaba sobre un colchón a ras de suelo en una habitación vacía.
Un colchón, un edredón, un jabón y una maquinilla de afeitar era todo lo que tenía por ahora. Oía la voz de Kate, «esta vida de robinsones nos salvó a todos...», se dormía desnudo, se levantaba con el sol y tenía la impresión de que el puente de su vida lo estaba construyendo ahí.

 

Habló varias veces con Mathilde por teléfono, le anunció que se había marchado de la calle Lhomond y había instalado su campamento al otro lado del Sena, al pie de la montaña Sainte-Geneviéve, en el Barrio Latino.
No, todavía no había elegido su habitación.
Esperaba a que volviera ella...

 

Nunca había tenido conversaciones tan largas con ella y se dio cuenta de lo mucho que había madurado en esos últimos meses. Le habló de su padre, de Laurence, de su hermanastra pequeña, le preguntó si había ido a algún concierto de Led Zeppelin, por qué Claire no había tenido hijos y si era verdad eso de que se había chocado con una puerta.

 

Por primera vez, Charles habló de Anouk a alguien que no la había conocido. Por la noche, mucho tiempo después de haberse despedido de Mathilde con un beso, le pareció evidente. Haberla compartido con un corazón que tenía la edad del suyo cuando...
—Pero ¿la querías?, o sea, ¿era amor lo que sentías por ella? —terminó por preguntarle Mathilde.
Y como no le contestó enseguida pues buscaba otra palabra, más exacta, más precisa, menos comprometedora, oyó un gruñido desengañado que le dio la bofetada que esperaba desde hacía más de veinte años para poder volver en sí:
—Mira que soy tonta... Cuando se quiere es amor lo que se siente.

 

* * *
El 17 de julio estrechó por última vez la manaza de su chófer ruso. Acababa de pasarse dos días arrancándose el poco pelo que le quedaba en un solar fantasma. Pavlovich había desaparecido, la mayor parte de la gente se había ido con la constructora Bouygues, los que se habían quedado amenazaban con sabotearlo todo si no les pagaban
siu minutu
, doscientos cincuenta kilómetros de cables se habían quedado en doce y todavía faltaba una autorización por...
—¿Qué autorización? —bramó Charles, sin tomarse siquiera la molestia de hablar en inglés—. ¿Qué otro chantaje me tenéis preparado? ¿Cuánto queréis en total, hostia? ¿Y dónde estaba ese cabronazo de Pavlovich? ¿Él también se había marchado a Bouygues?

 

Ese proyecto había sido un berenjenal desde el principio. Ni siquiera suyo, de hecho, sino de un amigo de Philippe, un italiano que había ido a suplicarles
di salvargli
, que salvaran
Vonore, la reputazione, le finanze, lo studio, la famiglia e la santa Vergine
. Sólo le había faltado santiguarse besándose luego la punta de los dedos... Philippe había aceptado, y Charles no había dicho nada.
Imaginaba que debajo de todo eso había una partida de billar a tres bandas cuyo secreto sólo conocía el genio incorruptible de su acólito. Salvar ese proyecto era meterse a Fulanito en el bolsillo, Fulanito que era el brazo derecho de Menganito, Menganito que tenía 10.000 metros cuadrados que descentralizar y... en resumen, que Charles había estudiado los planos, creído que sería fácil, recuperado su ejemplar de Tolstoi cuyas páginas empezaban ya a amarillear y, como el pequeño Emperador, se había marchado con seiscientos mil hombres a enseñarles lo buenos estrategas que eran...

 

Y, como él, volvió aniquilado.
No, ni siquiera. Le traía totalmente sin cuidado. Se limitó a estrechar largo rato la mano de Viktor y sintió crujir un poco sus falanges y las sonrisas de ambos. En otra vida habrían sido buenos amigos...
Le tendió también el fajo de rublos que llevaba encima. Viktor se mostró reacio a aceptarlos.
—Por las clases de ruso...

Nyet, nyet
—decía, mientras seguía aplastándole los metacarpos.
—Para tus hijos...
Ah, bueno, entonces sí. Lo liberó.
Se dio la vuelta una última vez, no vio las llanuras desoladas, las ruinas de soldados hambrientos con los pies helados y envueltos en trapos o en pieles de borrego, sino un último tatuaje. Un alambre de espino en un brazo que se había alzado muy alto para desearle mucha
shtchastya...

 

La vuelta, en cambio, fue difícil. Vivir como un joven estudiante cuando la vida se ponía difícil apenas le pesaba, pero aterrizar de una derrota cuando uno ya no tenía hogar era... otra paliza más.
No tuvo valor para coger un taxi y rumió su hundimiento en el tren.
Mísero trayecto. Triste y sucio. Bloques de pisos a la derecha, campamentos de gitanos a la izquierda... Y de hecho, ¿por qué llamarlo «campamentos de gitanos»? No seamos tan delicados, barrio de chabolas era la expresión más adecuada. Agradezcámosle a la mundialización el que nos permita gozar de las mismas curiosidades que en muchos otros lugares... Avanzando por esa vía férrea, Charles veía desfilar un montón de horrores y recordó que Anouk había muerto por ahí.
BOOK: El Consuelo
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