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Authors: Anna Gavalda

Tags: #Romántica

El Consuelo (9 page)

BOOK: El Consuelo
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Era una tontería, pero ¿qué otra cosa podía hacer?
Acababa de cerrar la puerta del cuarto de baño y se estaba poniendo un jersey antes de volver a derrumbarse en el sofá. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Dieron largos paseos, bebieron mucho, fumaron todo tipo de hierbas raras e incluso bailaron, algunas veces. Pero la mayor parte del tiempo no hicieron nada.
Se quedaban sentados y miraban la luz. Charles dibujaba, pensaba, regateaba en el puerto y preparaba la comida mientras su hermana releía indefinidamente la primera página de su libro antes de cerrar los ojos.
Pero nunca dormía. Si Charles le hubiera hecho la más mínima pregunta, la habría oído y le habría contestado.
Pero no le hizo ninguna.
Se habían criado juntos, habían compartido el mismo apartamento minúsculo durante casi tres años y conocían a Alexis desde siempre. Nada se les resistía.
Y no había ninguna sombra en esa terraza.
Ninguna.
La última noche fueron a cenar fuera y a la segunda botella de Retsina tanteó su estado de ánimo.
—¿Estás mejor?
—Sí.
—¿Seguro?
Claire movió la cabeza de arriba abajo.
—¿Quieres que volvamos a compartir casa?
De izquierda a derecha.
—¿Adonde vas a ir?
—A casa de una amiga... Una chica de la facultad...
—Bueno...
Charles acababa de correr su silla para disfrutar con ella del espectáculo de la calle.
—De todas maneras todavía tienes las llaves...
—¿Y tú?
—¿Yo, qué?
—Nunca me hablas de tus historias de amor... —hizo una mueca—, bueno... de amor... de tus historias, vaya...
—Pues me imagino que porque no hay nada muy emocionante...
—¿Y la geómetra aquella?
—Se fue a otro lado a hacer sus cálculos...
Claire le sonrió.
Aunque estaba morena, su rostro le pareció extremadamente frágil. Volvió a llenar los vasos y la obligó a brindar por tiempos mejores.
Al cabo de un largo momento, Claire intentó liarse un cigarro.
—¿Charles?
—Ése soy yo.
—No le vas a decir nada, ¿verdad?
—¿Qué quieres que le diga? —dijo con una risita amarga—. ¿Que le hable de honor?
Se le rompió el papel. Charles le quitó el paquete de tabaco, llenó con cuidado un canutillo de papel y se lo llevó a la boca para chupar el borde.
—Me refería a Anouk...
Charles se puso rígido.
—No —dijo, escupiendo una hebra de tabaco—, no. Claro que no.
Le pasó el cigarro y se volvió un poco más hacia el mar.
—¿Si... sigues en contacto con ella?
—Muy de tarde en tarde.
Charles se volvió a ajustar las gafas sobre la nariz. Claire no insistió.

 

* * *
En París llovía. Compartieron un taxi y se separaron en la avenida de los Gobelinos.
—Gracias —le murmuró ella al oído—. Se acabó, te lo prometo. Voy a salir de ésta...
Charles la miró bajar a toda velocidad las escaleras del metro.
Ella debió de notarlo, pues se volvió a medio camino para guiñarle un ojo y hacerle el gesto de los submarinistas, formando un círculo con el índice y el pulgar.
Ese gestito tranquilizador que te asegura que todo va bien.
Charles la creyó y se alejó con el corazón ligero.
Entonces era joven e ingenuo... Creía en los gestos...
Fue ayer y hará diecinueve años dentro de pocas semanas.
Claire lo engañó bien.

 

7

 

Se había quedado traspuesto y cuando despertó, Snoopy lo miraba fijamente sin decir nada. Era el Snoopy de antaño, un rostro redondo, hinchado de sueño y que se rascaba la oreja con la pata delantera.
El alba llamaba a la ventana, y Charles se preguntó por un instante si no estaría aún soñando. Las paredes estaban tan rosas...
—¿Has dormido aquí? —le preguntó ella con aire triste.
Oh, no. Así era la vida. Nuevo asalto.
—¿Qué hora es? —preguntó, bostezando.
Ella se había dado la vuelta y se marchaba ya a su habitación.
—Mathilde...
Se paró en seco.
—No es lo que tú crees...
—Yo no creo nada —le contestó.
Y desapareció.

 

Las 6:12. Charles se arrastró hasta la cafetera y puso el doble de café. El día se anunciaba largo...
Helado, se encerró en el cuarto de baño.
Con medio trasero apoyado en el reborde de la bañera y la barbilla aplastada bajo el puño, dejó divagar la mente en el agua hirviendo y el vapor tibio. Lo que lo absorbía podía expresarse en pocas palabras: Balanda, ya te vale. Basta ya, recupérate de una vez.
Hasta ahora siempre has sido capaz de tirar para adelante sin pararte a pensar demasiado, así que no vas a empezar ahora. Es demasiado tarde, ¿entiendes? Eres demasiado viejo para permitirte el lujo de esta clase de desastre. Está muerta. Están todos muertos. Cierra el telón y ocúpate de los vivos. Al otro lado de esta pared hay una niñita frágil que se hace la dura pero que salta a la vista que lo está pasando mal. Que se levanta demasiado temprano para su edad... Cierra este puto grifo y ve a quitarle los cascos un minuto.
Llamó suavemente a la puerta y fue a sentarse en el suelo, a sus pies, con la espalda apoyada contra la cama. —No era lo que tú crees...
—...
—¿Dónde estás, mi leal amiga? —murmuró—. ¿Estás dormida? ¿Escuchas canciones tristes debajo del edredón o te preguntas por qué vendrá a darte la tabarra el idiota de Charles?
—Si he dormido en el sofá es precisamente porque no conseguía dormir... Y no quería molestar a tu madre...
La oyó darse la vuelta, y algo suyo, la rodilla quizá, le tocó el hombro.
—Y mientras te digo esto, a la vez me digo a mí mismo que hago mal... Porque no tengo por qué darte explicaciones de nada... Esto no es asunto tuyo, o mejor dicho, no te concierne. Son historias de mayores, bueno... de adultos, y...
Mierda, tío, estás desbarrando otra vez, ¿no te das cuenta? Háblale de otra cosa.
Levantó la cabeza e inspeccionó la pared en penumbra. Hacía mucho tiempo que no se había asomado a su pequeño mundo, con lo que le gustaba hacerlo. Le encantaba mirar sus fotos, sus dibujos, su desorden, sus pósters, su vida, sus recuerdos-Las paredes de un niño que crece son siempre como una lección divertida de etnología. Metros cuadrados que palpitan y se renuevan sin cesar atiborrados de celo. ¿En qué andaba ahora Charlotte? ¿Con qué amigas había ido a hacer el ganso en el fotomatón? ¿Cuáles eran los amuletos del momento, y dónde se ocultaba el rostro de aquel al que más le valía ser un árbol para dejarse abrazar sin protestar?
Le extrañó descubrir una foto de Laurence y de él que no conocía. Una foto que Mathilde había tomado cuando aún era una niña. Del tiempo en que su dedo índice siempre aparecía en una esquina del cielo. Parecían felices, y se veía la montaña Sainte-Victoire detrás de sus sonrisas. Y había también una cápsula metida en una bolsita transparente en la que podía leerse
Be a Star instantly
, un poema de Jacques Prévert copiado en una hoja de cuadros grandes y que terminaba por estas palabras:

 

En París
Sobre la tierra
La tierra que es un astro

 

Fotos de actrices rubias y labios carnosos, direcciones de páginas de internet apuntadas en posavasos de marcas de cerveza, llaveros, peluches tontos, invitaciones— muy historiadas para conciertos en discotecas de los suburbios, pulseras de hilos, un anuncio del señor G que consigue que vuelva el ser amado y asegura
écsito
en los
ecsamenes
, la sonrisa de Corto Maltes, un viejo abono para pistas de esquí e incluso esa reproducción de la Afrodita de Calimaco que le había mandado él para poner fin a un asunto espinoso.
Su primera gran crisis...
Charles se había puesto como loco porque Mathilde empezaba a descubrirse el vientre.
«¡Calcomanías, tatuajes,
piercings
, todo lo que quieras!», gritaba, «¡incluso plumas en el culo si te da la gana! Pero tu vientre, no, Mathilde. Tu vientre, no...». Por las mañanas, antes de salir para el colegio, la obligaba a levantar los brazos y la mandaba de vuelta a su habitación si la camiseta se le subía por encima del ombligo.
Habían seguido semanas enteras de enfurruñamiento, pero Charles no había cedido. Era la primera vez que le oponía resistencia. La primera vez que asumía su papel de padre obsesionado.
Pero su vientre no. No.
«El vientre de una mujer es lo más misterioso que hay en el mundo, lo más conmovedor, lo más bello, lo más sexual incluso, para hablar como en esas revistas tontas que leéis tú y tus amigas», la sermoneaba, ante la mirada condescendiente de Laurence. «Y... No... Escóndelo. No les dejes que te roben eso... No estoy jugando a ponerme en plan padre que da lecciones de moral, ni te estoy hablando de decencia, Mathilde... Te hablo de amor. Un montón de tíos tratarán de adivinar el tamaño de tu culo o la forma de tus pechos, y no hay que reprochárselo, pero tu vientre resérvalo para el hombre al que ames, me... ¿me comprendes?»
«Sí, bueno, me parece que está muy claro», había concluido secamente su madre, que quería pasar a otra cosa. «Anda, hija, ve a ponerte el hábito de monja.» Charles la había mirado, meneando la cabeza de lado a lado, y al final se había callado. Pero al día siguiente había ido a la tienda del Museo del Louvre y le había mandado esa postal en la que había escrito:
«Mira, si es tan bonito es precisamente porque no se ve.» El rostro y las prendas de vestir de la adolescente se alargaron, pero nunca mencionó esa postal. Charles estaba incluso convencido de que la había tirado a la basura. Pero no... Ahí estaba... Entre una cantante de rap en tanga y una Kate Moss medio desnuda.

 

Charles prosiguió con su exploración...

 

—Anda, ¿te gusta Chet Baker? —preguntó, extrañado.
—¿Quién?
—Ese de ahí...
—Ni siquiera sé quién es... Es sólo que me parece guapo que te mueres.
Era una foto en blanco y negro. Cuando era joven y se parecía a James Dean, pero en más ansioso. En más inteligente y más demacrado. Estaba apoyado como sin fuerzas contra una pared y se agarraba al respaldo de una silla para no caerse del todo.
Con la trompeta en el regazo y la mirada perdida.

 

Mathilde tenía razón. Guapo que te mueres.
—Es curioso...
—¿El qué?
Su aliento estaba muy cerca ahora de su nuca.
—Cuando yo tenía tu edad... no, éramos un poco mayores... Tenía un amigo que estaba loco por él. Pero loco, loco, loco, le gustaba a rabiar. Y me imagino que debía de llevar esa misma camiseta blanca y se conocía esa foto de memoria... Y precisamente por él me he pasado la noche muerto de frío en el sofá...
—¿Por qué?
—¿Por qué estaba muerto de frío?
—No... ¿Por qué le gustaba tanto?
—¡Anda, pues porque era Chet Baker! ¡Un grandísimo músico! ¡Un tío que hablaba todas las lenguas y todos los sentimientos del mundo con su trompeta! Y su voz también... Te voy a prestar mis discos para que entiendas por qué te parece tan guapo...
—¿Y quién era ese amigo tuyo?
Charles suspiró una sonrisa. Nunca conseguiría dejar atrás esa historia... Al menos no de momento, tenía que resignarse.
—Se llamaba Alexis. Y él también tocaba la trompeta... Bueno, no sólo... tocaba todos los instrumentos... El piano, la harmónica, el ukelele... Era...
—¿Por qué hablas de él en pasado? ¿Se ha muerto?
Venga, y dale con la historia...
—No, pero no sé qué habrá sido de él. Ni si ha seguido con la música...
—¿Estáis enfadados?
—Sí... y tanto, tanto, que creía haberlo borrado... Creía que ya no existía y...
—¿Y qué?
—Y resulta que no. Aquí sigue... Y si he dormido en el salón es porque anoche recibí una carta suya...
—¿Y qué te decía?
—¿De verdad lo quieres saber?
—Sí.
—Me anunciaba la muerte de su madre.
—Pues sí que... Una carta muy alegre... —gruñó.
—Y que lo digas...
—Eh... Charles...

¿Hey
, Mathilde?
—Para mañana tengo unos deberes horrorosos de física súper difíciles...
Charles se puso de pie con una mueca. Su espalda...
—¡Fantástico! —exclamó—. ¡Qué buena noticia! Es exactamente lo que necesitaba. Deberes de física súper difíciles con Chet Baker y Gerry Mulligan. ¡Se anuncia un domingo maravilloso! Hala... Ahora vuelve a dormirte. Descansa todavía unas horas, tesoro...
Ya estaba tanteando en busca del picaporte cuando ella insistió:
—¿Por qué os enfadasteis?
—Porque... Porque se creía Chet Baker, precisamente... Porque lo quería hacer todo como él... Y hacerlo todo como él significaba también hacer muchas tonterías...
—¿Como qué?
—Como drogarse, por ejemplo...
—Y entonces ¿qué pasó?
—Buenooooo, buenooooo, niñaaaaa —masculló entre dientes, con las manos en jarras, imitando al oso de un programa infantil—, el vendedor de arena que hace dormir a los niñoooos ya ha pasado, y yo me vuelvo ya a mi nubeeee... Mañana te contaré otro cuentoooo... Pero sólo si eres buenaaaaa.
Pom potn podom
.
Vio su sonrisa en el reflejo azulado del despertador.

 

Después volvió a dejar correr el agua caliente hasta el borde y se metió entero en la bañera, la cabeza y las ideas incluidas, luego subió de nuevo a la superficie y cerró los ojos.

 

* * *
Y, contra todo pronóstico, fue un bonito día de final del invierno. Un día lleno de poleas y de principio de inercia. Un día de
Funny Valentine
y de
How High Is The Moon
.
Un día del todo indiferente a las leyes de la física.
BOOK: El Consuelo
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