El cumpleaños secreto (50 page)

Read El cumpleaños secreto Online

Authors: Kate Morton

Tags: #Intriga, #Drama

BOOK: El cumpleaños secreto
4.2Mb size Format: txt, pdf, ePub

El sol había comenzado a ponerse y la sala de lectura se volvía más oscura y fría por momentos; los ojos de Laurel estaban cansados de leer la pulcra pero diminuta letra de Katy Ellis durante dos horas, sin descanso alguno. Se reclinó en el asiento y cerró los ojos, con la voz de Katy dando vueltas en su cabeza. ¿Había escrito la carta a Jimmy?, se preguntó Laurel. ¿Fue eso lo que truncó el plan de su madre? ¿Las razones de Katy, que ella creía lo suficientemente persuasivas para que Jimmy renunciase a una amistad de la que Vivien no estaba dispuesta a prescindir, bastaron para causar la ruptura entre su madre y Jimmy? En un libro, pensó Laurel, eso es exactamente lo que sucedería. Había cierta justicia poética en que un par de jóvenes amantes se separasen por el acto mismo que iban a cometer con el fin de comprar su felicidad. ¿En qué estaría pensando su madre cuando le dijo en el hospital que se casase por amor, que no esperase, que nada más importaba? ¿Había esperado demasiado tiempo Dorothy, y deseando demasiadas cosas, y por eso perdió a su amante a causa de otra mujer?

Laurel había supuesto que algo intrínseco en el carácter de Vivien Jenkins la convertía en el peor objetivo que Dorothy y Jimmy podían haber escogido para su plan. ¿Era, sencillamente, porque Vivien era el tipo de mujer de la que Jimmy podría enamorarse? ¿O la intuición de Laurel se debía a algo diferente? Katy Ellis (al fin y al cabo, hija de un clérigo) estaba obviamente preocupada por el matrimonio de Vivien, pero había otro factor, además. Laurel se preguntó si Vivien padecía una enfermedad. Katy se preocupaba por todo, pero su inquietud por la salud de Vivien parecía causada más por una enferma crónica que por una veinteañera llena de vida. Vivien se había referido a sus «ausencias» del mundo exterior, cuando su marido Henry se sentaba junto a la cama y le acariciaba la mano mientras ella convalecía. ¿Padecía Vivien Jenkins un trastorno que la volvía vulnerable ante el mundo? ¿Había sufrido una crisis, emocional o física, por lo que era propensa a las recaídas?

¿O (Laurel se incorporó ante el escritorio como un resorte) había abortado varias veces tras su matrimonio con Henry? Ciertamente, eso explicaría la desvelada atención del marido; incluso, en cierta medida, las ganas de Vivien de salir de casa al recuperarse, de abandonar los confines domésticos de su infelicidad y hacer más de lo que en verdad era capaz. Explicaría incluso, tal vez, la desazón de Katy Ellis ante el trabajo de Vivien con los niños del hospital. ¿Se trataba de eso? ¿Le preocupaba a Katy que la tristeza de su amiga se avivase ahí, rodeada de recuerdos incesantes de su esterilidad? En su carta, Vivien había escrito que era propio de la naturaleza humana, y ciertamente de ella, desear lo que no se podía tener. Laurel estaba segura de haber descubierto algo… Incluso los constantes eufemismos de Katy eran característicos de
ese
tema en
esa
época.

Laurel deseó disponer de más lugares donde buscar respuestas. Se le ocurrió que la máquina del tiempo de Gerry sería de gran ayuda en estos momentos. Por desgracia, debía conformarse con los diarios de Katy. Durante unas cuantas páginas, la amistad de Vivien y Jimmy parecía afianzarse a pesar del constante recelo de Katy y, de repente, el 20 de mayo, una entrada informaba de una carta de Vivien en la que aseguraba que no volvería a ver a Jimmy, que era hora de que él comenzase una nueva vida, y que le había deseado lo mejor y le había dicho adiós.

Laurel respiró hondo y se preguntó si Katy había enviado la carta a Jimmy después de todo, y si sus palabras motivaron este abrupto cambio de parecer. En contra de lo que esperaba, compadecía a Vivien Jenkins: si bien Laurel sabía que su amistad con Jimmy no era lo que parecía a simple vista, no pudo evitar sentir lástima por esa joven que se contentaba con tan poco. Laurel supuso que se sentía así por conocer el destino aciago que aguardaba a Vivien; pero incluso Katy, quien tanto había deseado el fin de esa relación, ahora se mostraba ambivalente al respecto.

Estaba preocupada por Vivien y deseaba que su aventura con el joven tocase a su fin; ahora sufro la condena de que mi deseo haya sido otorgado. He recibido una carta que no abunda en detalles pero cuyo tono no es difícil de interpretar. Escribe resignada. Se limita a decir que yo tenía razón, que la amistad se ha acabado; y que no me preocupe, pues todo ha sido para mejor. Dolor o furia, podría aceptarlos. Este tono abatido es lo que me inquieta. No puedo evitar el temor de que no augura nada bueno. Voy a aguardar su siguiente carta con la esperanza de una mejoría, y me aferraré a la certeza de haber actuado con la mejor de las razones
.

Pero no hubo más cartas. Vivien Jenkins murió tres días más tarde, lo que Katy Ellis anotó con el dolor que cabría esperar.

Treinta minutos más tarde, Laurel se apresuraba por el césped de New College, sumido en el atardecer, hacia la parada del autobús, reflexionando sobre lo que había descubierto, cuando su teléfono comenzó a vibrar en el bolsillo. No reconoció el número, pero respondió de todos modos.

—¿Lol? —dijo la voz.

—¿Gerry? —Laurel tuvo que esforzarse para oír, debido a las interferencias en la línea—. ¿Gerry? ¿Dónde estás?

—En Londres. En una cabina telefónica de Fleet Street.

—Vaya, ¿todavía hay cabinas que funcionan?

—Eso parece. A menos que me encuentre en otra dimensión, en cuyo caso estaría en serios problemas.

—¿Qué haces en Londres?

—Buscar al doctor Rufus.

—¿Sí? —Laurel se tapó la otra oreja con la mano para oír mejor—. ¿Y? ¿Has dado con él?

—Sí. O con su diario, al menos. El doctor murió de una infección al final de la guerra.

Laurel tenía el corazón desbocado; hizo caso omiso de la muerte prematura del médico. En esta búsqueda de respuestas al misterio, era necesario imponer ciertos límites a la compasión.

—¿Y? ¿Qué has averiguado?

—No sé por dónde empezar.

—Lo más importante. Y, por favor, deprisa.

—Espera. —Laurel oyó que depositaba otra moneda en el receptor—. ¿Sigues ahí?

—Sí, sí.

Laurel se detuvo bajo la luz brillante y anaranjada de una farola cuando Gerry dijo:

—Nunca fueron amigas, Lol. Mamá y esa tal Vivien Jenkins… Según el doctor Rufus, no fueron amigas.

—¿Qué? —Se imaginó que había oído mal.

—Casi ni se conocían.

—¿Mamá y Vivien Jenkins? ¿Qué dices? He visto el libro, la fotografía… Claro que eran amigas.

—Mamá quería ser su amiga… Por lo que he leído, más bien quería ser Vivien Jenkins. Se obsesionó con la idea de que eran inseparables…, «espíritus afines» fueron sus palabras exactas, pero eran solo imaginaciones suyas.

—Pero… Yo no…

—Y entonces ocurrió algo…, no quedó claro qué exactamente…, pero Vivien Jenkins hizo algo que dejó claro a mamá que no eran buenas amigas después de todo.

Laurel recordó la disputa de la que habló Kitty Barker, que había puesto a Dorothy de muy mal humor y despertó su deseo de venganza.

—¿Qué pasó, Gerry? —preguntó—. ¿Sabes qué hizo Vivien? —O qué tomó.

—Ella… Espera. Mierda, se me han acabado las monedas. —Llegó el sonido de unos bolsillos zarandeados con energía y de un receptor que se movía—. Se va a cortar, Lol…

—Llámame. Busca más monedas y vuelve a llamar.

—Demasiado tarde, no tengo. Hablamos pronto; voy a ir a Greena…

La señal de ocupado sonó inexpresiva y Gerry desapareció.

27

Londres, mayo de 1941

Jimmy se había sentido avergonzado la primera vez que llevó a Vivien a casa a visitar a su padre. Su pequeña habitación ya le parecía bastante destartalada, pero al verla a través de los ojos de Vivien comprendió que sus patéticos arreglos para volverla más acogedora no eran sino actos desesperados. ¿De verdad había pensado que un viejo paño sobre el arcón de madera bastaría para convertirlo en una mesa? Al parecer, sí. Vivien, por su parte, fingió a las mil maravillas que no había nada ni remotamente extraño en beber té negro con tazas que no hacían juego junto a un pájaro al pie de la cama de un anciano, y todo fue bastante bien.

Y eso que su padre insistió en llamar a Vivien «tu prometida» todo el tiempo y preguntó, con un tono de voz de lo más nítido, cuándo pensaban casarse. Jimmy había corregido al anciano por lo menos tres veces antes de encogerse de hombros para disculparse ante Vivien y tomárselo todo como una broma. ¿Qué otra cosa podría haber hecho? Se trataba solo del error de un anciano, que había visto a Doll una sola vez, allá en Coventry, antes de la guerra, y no hacía mal a nadie. A Vivien no pareció importarle y el padre de Jimmy fue feliz. Sumamente feliz. Se llevó de maravilla con Vivien. En ella, al parecer, había encontrado el público que había esperado toda su vida.

A veces, al mirarlos mientras reían juntos por alguna anécdota contada por su padre, o cuando trataban de enseñar un nuevo truco a Finchie o discutían de buen humor sobre la mejor manera de cebar un anzuelo, Jimmy creía que su corazón podría estallar de gratitud. Cuánto tiempo había pasado (años) desde que había visto a su padre sin esa línea que le surcaba el ceño al tratar de recordar quién era y dónde estaba.

En ocasiones, Jimmy se sorprendió a sí mismo tratando de imaginar a Doll en el lugar de Vivien, al servir una taza de té a su padre, removiendo la leche condensada como a él le gustaba, o al contar historias ante las que el anciano sacudía la cabeza de sorpresa y placer…, pero, por alguna razón, no lo logró. Se reprendió a sí mismo por intentarlo. Las comparaciones eran irrelevantes, lo sabía, e injustas para ambas mujeres. Doll habría venido de visita si hubiera podido. No era una dama ociosa; sus turnos en la fábrica de municiones eran largos y siempre acababa agotada, así que era natural que dedicase sus escasas tardes libres a ver a sus amigas.

Vivien, por otra parte, parecía disfrutar de verdad el tiempo que pasaba en su pequeña habitación. Una vez, Jimmy cometió el error de darle las gracias, como si le hubiese hecho un gran favor, pero lo miró como si hubiese perdido la cabeza y preguntó: «¿Por qué?». Se sintió tonto ante su perplejidad y cambió de tema gracias a una broma, pero se vio obligado a reflexionar más tarde que tal vez se equivocara y era al anciano a quien Vivien quería ver en verdad. Era una explicación tan plausible como cualquier otra.

A veces aún pensaba en ello y se preguntaba por qué había aceptado ese día en el hospital cuando le propuso caminar a su lado. No necesitaba preguntarse por qué se lo había propuesto: por tenerla de vuelta tras su enfermedad, por cómo se iluminó todo al abrir la puerta de la buhardilla y verla ahí, inesperadamente. Se apresuró a alcanzarla cuando se marchó y abrió la puerta de entrada tan rápido que aún estaba ahí, en las escaleras, poniéndose la bufanda. No había esperado que aceptase; solo sabía que había pensado en ello durante todo el ensayo. Quería pasar tiempo con ella, no porque Dolly se lo hubiese pedido, sino porque le gustaba su compañía, quería estar con Vivien.

—¿Tienes hijos, Jimmy? —le preguntó mientras caminaban. Vivien se movía más despacio de lo habitual, aún delicada tras la enfermedad que la había mantenido en casa. Jimmy había percibido cierta reticencia a lo largo del día… Se reía con los niños como de costumbre, pero en su mirada había una cautela o una reserva a la que no estaba acostumbrado. Jimmy se sintió triste por ella, si bien no sabía por qué exactamente.

—No —negó con la cabeza. Y notó que se ruborizaba al recordar cómo le había molestado a ella que le formulase esa misma pregunta.

Esta vez, sin embargo, era ella quien dirigía la conversación, e insistió:

—Pero quieres tenerlos algún día.

—Sí.

—¿Uno o dos?

—Para empezar. Luego los otros seis. —Vivien sonrió—. Fui hijo único —dijo, a modo de explicación—. Demasiada soledad.

—Nosotros éramos cuatro. Demasiado ruido.

Jimmy se rio, y aún sonreía cuando comprendió algo que no había entendido hasta ese momento.

—Esas historias que cuentas en el hospital —dijo, mientras doblaban la esquina, pensando en la fotografía que había tomado para ella—, con casas de madera sobre pilotes, el bosque encantado, la familia al otro lado del velo…, esa es tu familia, ¿verdad?

Vivien asintió.

Jimmy no sabía muy bien qué le motivó a hablar acerca de su padre ese día… Quizás el aspecto de ella al hacerlo sobre su propia familia, los cuentos que le había oído contar, llenos de magia y nostalgia, que detenían el paso del tiempo, la necesidad repentina de sentirse cerca de alguien… En cualquier caso, habló de él, y Vivien hizo preguntas y Jimmy se acordó del primer día que la vio con los niños, de la suma atención con que escuchaba. Cuando Vivien dijo que le gustaría conocerlo, Jimmy dio por hecho que era una de esas cosas que la gente decía mientras pensaban en el tren que tenían que coger y se preguntaban si llegarían a la estación a tiempo. Pero lo volvió a decir en el siguiente ensayo.

—Le he traído algo —añadió—. Algo que creo que le va a gustar.

Y era cierto. La semana siguiente, cuando Jimmy al fin accedió a llevarla a conocer a su padre, regaló al anciano un estupendo trozo de jibia: «Para Finchie». Lo había encontrado en la playa, dijo, mientras ella y Henry visitaban a la familia del editor de este.

—Es una preciosidad, Jim, muchacho —dijo el padre de Jimmy en voz alta—. Muy bonita… Como salida de un cuadro. Y amable. ¿Vas a esperar para celebrar tu boda a que vayamos a la costa?

—No lo sé, papá —dijo Jimmy, mirando a Vivien, que simulaba un interés desmedido por algunas de las fotografías colgadas en la pared—. Ya veremos, ¿eh?

—No esperes demasiado, Jimmy. Tu madre y yo somos cada día más viejos.

—Vale, papá. Tú serás el primero en saberlo, te lo prometo.

Más tarde, cuando acompañó a Vivien a la estación de metro, le explicó la constante confusión de su padre y le dijo que esperaba que no se hubiese sentido demasiado incómoda.

Ella pareció sorprendida.

—No pidas disculpas por tu padre, Jimmy.

—No, lo sé. Es que… no quería que te sintieses incómoda.

—Al contrario. No me había sentido tan cómoda en mucho tiempo.

Caminaron un poco más sin decir palabra, hasta que al fin Vivien preguntó:

—¿De verdad vas a vivir en la costa?

—Ese es el plan. —Jimmy se estremeció.
Plan
. Había dicho esa palabra sin pensarlo dos veces y se maldijo. Qué torpeza tan enorme mencionar ante Vivien ese mismo futuro que en su mente se entrelazaba con el ardid de Dolly.

Other books

A Useless Man by Sait Faik Abasiyanik
An Experiment in Treason by Bruce Alexander
Sobre la muerte y los moribundos by Elisabeth Kübler-Ross
Every Dead Thing by John Connolly
The Dominion Key by Lee Bacon
Dance of the Angels by Robert Morcet
The Return of the Gypsy by Philippa Carr