El cumpleaños secreto (54 page)

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Authors: Kate Morton

Tags: #Intriga, #Drama

BOOK: El cumpleaños secreto
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Cielos, la puerta era mucho más baja de lo que recordaba. Laurel trepó, con el trasero inclinado en un ángulo desafortunado, tras lo cual se sentó con las piernas cruzadas, a contemplar la habitación. Sonrió cuando vio el espejo de Daphne, que todavía estaba en la viga transversal. El tiempo había resquebrajado el azogue, de modo que, cuando Laurel miró su reflejo, la imagen parecía moteada, como si se viera a través del agua. Era extraño encontrarse en este lugar lleno de recuerdos de la infancia y ver su cara avejentada frente a ella. Como Alicia al caer por la madriguera del conejo; o, más bien, al caer de nuevo, cincuenta años más tarde, y descubrir que solo ella había cambiado.

Laurel dejó el espejo en su sitio y fue a mirar por la ventana, tal como había hecho ese día; casi podía oír ladrar a Barnaby, ver la gallina de un ala trazando círculos en el polvo, sentir el resplandor del verano reflejado en las piedras del camino. Estaba casi convencida de que, si volvía la vista hacia la casa, vería el aro de juguete de Iris meciéndose contra el poste bajo el roce de la brisa cálida. Y, por tanto, no miró. A veces la distancia de los años, todo eso que acababa entre sus pliegues de acordeón, se convertía en un dolor físico. Laurel se apartó de la ventana.

Había traído la fotografía de Dorothy y Vivien a la casa del árbol, la que Rose había encontrado dentro de
Peter Pan
, y la sacó del bolsillo. Junto con la obra, la llevaba consigo a todas partes desde que regresó de Oxford; se había convertido en una especie de talismán, el punto de partida de este misterio que trataba de desentrañar y (por Dios, eso esperaba), con un poco de suerte, la clave para solventarlo. No habían sido amigas, había dicho Gerry, pero, en ese caso, ¿cómo explicar esta fotografía?

Decidida a encontrar una pista, Laurel contempló a ambas mujeres, quienes, cogidas del brazo, sonreían al fotógrafo. ¿Dónde se hicieron la fotografía?, se preguntó. En una habitación, eso era evidente; una habitación de techo inclinado…, ¿una buhardilla, tal vez? No aparecía nadie más en la foto, pero detrás de las mujeres había una pequeña mancha oscura que podría ser una persona que avanzaba muy deprisa… Laurel miró más de cerca…, una persona menuda, a menos que la perspectiva fuese engañosa. ¿Un niño? Tal vez. Aunque eso no era de gran ayuda, pues hay niños por todas partes. (¿O no, en ese Londres en tiempos de guerra? Muchos fueron evacuados, en especial durante los primeros años, cuando Londres sufría constantes bombardeos).

Laurel suspiró, frustrada. Era inútil; a pesar de todos sus esfuerzos, seguía siendo un juego de adivinanzas: una opción era tan plausible como la siguiente y nada de lo que había descubierto hasta el momento explicaba las circunstancias de este retrato. Salvo, quizás, el libro donde se había ocultado durante todas estas décadas. ¿Significaba algo? ¿Guardaban relación esos dos objetos? ¿Su madre y Vivien habían actuado en una obra juntas? ¿O se trataba, simplemente, de otra coincidencia exasperante?

Centró su atención en Dorothy, para lo cual se ajustó las gafas e inclinó la fotografía bajo la luz procedente de la ventana abierta, para ver mejor cada detalle. Reparó en un rasgo extraño en el rostro de su madre; era un gesto forzado, como si el excelente humor que mostraba al fotógrafo no fuese del todo genuino. No era antipatía, ciertamente no; no se percibía que no le gustase la persona que sostenía la cámara… Más bien parecía que esa felicidad era en parte una actuación. Que la motivaba otra emoción que no era pura alegría.

—¡Eh!

Laurel se sobresaltó y lanzó un graznido similar al de un búho. Miró a la entrada de la casa del árbol. Gerry se encontraba al pie de la escalera, riéndose.

—Oh, Lol —dijo, sacudiendo la cabeza—. Deberías haberte visto la cara.

—Sí. Muy divertido, seguro.

—De verdad que sí.

El corazón de Laurel aún latía con fuerza.

—Para un niño, tal vez. —Miró el camino vacío—. ¿Cómo has venido? No he oído ningún coche.

—Hemos estado trabajando en la teleportación…, ya sabes, disolver la materia y luego transmitirla. Va bastante bien por ahora, aunque creo que me he dejado la mitad del cerebro en Cambridge.

Laurel sonrió con una paciencia exagerada. Si bien se sentía encantada de ver a su hermano, no estaba de humor para bromas.

—¿No? Ah, vale. Cogí un autobús y caminé desde la aldea. —Se subió y se sentó a su lado. Parecía un gigante greñudo y desgarbado que estiraba el cuello para contemplar la casa del árbol desde todos los ángulos—. Dios, cuánto tiempo desde la última vez que subí aquí. Me gusta mucho cómo lo tienes decorado.

—Gerry.

—Es decir, también me gusta tu apartamento de Londres, pero esto es menos pretencioso, ¿no crees? Más natural.

—¿Ya has acabado? —Laurel lo reprendió con la mirada.

Gerry fingió reflexionar, dándose golpecitos en la barbilla con un dedo, y se echó atrás el pelo enmarañado.

—¿Sabes? Creo que sí.

—Qué bien. Ahora, ¿tendrías la amabilidad de decirme qué descubriste en Londres? No pretendo ser maleducada, pero estoy intentando resolver un importante misterio familiar.

—Bueno, vale. Si te pones así… —Llevaba una cartera de lona verde y se pasó la correa por encima de la cabeza; sus dedos largos hurgaron dentro para sacar un pequeño cuaderno. Laurel se sintió consternada al verlo, pero se mordió la lengua y no comentó lo desvencijado que estaba: trozos de papel que sobresalían por todas partes, Post-it arrugados arriba y abajo, una mancha de café en la portada. Su hermano tenía un doctorado y mucho más: era de suponer que sabía tomar bien notas, era de esperar que fuese capaz de encontrarlas.

—Mientras estás ocupado —dijo con decidida alegría—. He estado pensando en lo que dijiste por teléfono el otro día.

—¿Hum? —Gerry continuó rebuscando entre ese montón de papeles.

—Dijiste que Dorothy y Vivien no eran amigas, que casi no se conocían.

—Eso es.

—Es que… Lo siento, pero no entiendo cómo es posible. ¿No crees que a lo mejor te equivocaste? Me refiero a que… —levantó la fotografía de las dos jóvenes cogidas del brazo, sonrientes— ¿qué dices de esto?

Gerry tomó la fotografía.

—Digo que son dos jóvenes muy bonitas. La calidad del revelado ha mejorado una barbaridad desde entonces. El blanco y negro proporciona un acabado mucho más sugerente que el…

—Gerry —advirtió Laurel.

—Y —le devolvió el retrato— digo que lo único que esta foto me dice es que en cierto momento, hace setenta años, nuestra madre cogió del brazo a una mujer y sonrió a la cámara.

Maldita lógica científica. Laurel torció el gesto.

—¿Y esto? —Sacó la vieja copia de
Peter Pan
y la abrió—. Lleva una dedicatoria —dijo, señalando con el dedo las líneas escritas a mano—. Mira.

Gerry dejó sus papeles sobre el regazo y tomó el libro. Leyó el mensaje.

—«Para Dorothy. Una amistad verdadera es una luz entre las tinieblas. Vivien».

Fue un tanto mezquino por su parte, lo sabía, pero Laurel se sintió un poquito triunfante.

—Eso es un poco más difícil de contradecir, ¿o no?

Se llevó el pulgar al hoyuelo de la barbilla y frunció el ceño, sin quitar la vista de la página.

—Esto, lo reconozco, es un poco más complicado. —Se acercó el libro, arqueó las cejas como si tratara de concentrarse, y se inclinó hacia la luz. Mientras Laurel observaba, una sonrisa iluminó la cara de su hermano.

—¿Qué? —preguntó—. ¿Qué pasa?

—Bueno, no me extraña que no lo hayas notado… Vosotros los de letras no os fijáis mucho en los detalles.

—¿De qué hablas, Gerry?

Gerry le devolvió el libro.

—Mira bien. Me parece que la dedicatoria está escrita con una pluma diferente al nombre que lo encabeza.

Laurel se situó bajo la ventana de la casa del árbol para que la luz del sol iluminase la página. Se ajustó las gafas de leer y miró con suma atención la dedicatoria.

Vaya, qué detective estaba hecha. Laurel no podía creer que no lo hubiese notado antes. El mensaje acerca de la amistad estaba escrito con una pluma y las palabras «Para Dorothy», en lo alto, también en tinta negra, con otra, un poco más fina. Era posible que Vivien hubiese comenzado a escribir con una y continuase con otra (quizás se le acabó la tinta), pero era poco probable.

Laurel sintió el desaliento de buscar una aguja en un pajar, especialmente cuando, al seguir mirando, comenzó a percibir diferencias entre las dos letras. Habló en voz baja, desanimada:

—Lo que sugieres es que mamá añadió su nombre, ¿no? Para que pareciese un regalo de Vivien.

—No sugiero nada. Solo digo que se trata de dos plumas diferentes. Pero sí, es una clara posibilidad, sobre todo a la luz de las observaciones del doctor Rufus.

—Sí —dijo Laurel, que cerró el libro—. El doctor Rufus… Cuéntame todo lo que averiguaste, Gerry. Todo lo que escribió acerca de ese —movió los dedos— trastorno obsesivo de mamá.

—En primer lugar, no era un trastorno obsesivo, era solo una obsesión de las de andar por casa.

—¿Es que hay diferencias?

—Bueno, sí. Una es una definición clínica, la otra es una característica común. Sin duda, el doctor Rufus pensaba que tenía ciertos problemas (ahora hablamos de eso), pero nunca fue su paciente. El doctor Rufus la conocía desde niña…, su hija era amiga de mamá en Coventry. Le caía bien, supongo, y se interesó por su vida.

Laurel echó un vistazo a la fotografía que sostenía en la mano, a su madre, joven y hermosa.

—Se interesó, claro.

—Quedaban a menudo para comer y…

—… Y a él le daba por escribir casi todo lo que le contaba. Vaya amigo.

—Y menos mal, por lo que a nosotros se refiere. —Laurel tuvo que concederle la razón.

Gerry cerró el cuaderno y miró la nota que había pegado en la cubierta.

—Según Lionel Rufus, siempre fue una chica extravertida, juguetona, divertida y muy imaginativa…, como ya sabemos que es mamá. Sus orígenes eran bastante humildes, pero se moría de ganas de vivir una vida fabulosa. Se interesó por ella porque llevaba a cabo una investigación sobre el narcisismo…

—¿Narcisismo?

—… En concreto el papel de la fantasía como mecanismo de defensa. Percibió que algunas cosas que mamá hacía o decía de adolescente concordaban con la lista de rasgos que investigaba. Nada exagerado, solo cierto nivel de ensimismamiento, una necesidad de ser admirada, una tendencia a considerarse excepcional, a soñar con ser exitosa y popular…

—Como todos los adolescentes que he conocido.

—Exactamente, y todo forma parte de una escala. Algunos rasgos narcisistas son comunes y normales, otras personas se valen de esos rasgos de tal forma que la sociedad los recompensa con generosidad.

—¿Por ejemplo?

—Oh, no sé… Actores… —Sonrió con picardía—. Pero, en serio, a pesar de lo que Caravaggio nos quiera hacer creer, no se trata de pasarse el día ante un espejo.

—Eso espero. Daphne estaría en un lío si así fuera.

—Pero la gente con personalidad con tendencia al narcisismo es susceptible de tener ideas y fantasías obsesivas.

—¿Como amistades imaginarias con personas a las que admiran?

—Sí, exactamente. Muchas veces se trata de una inofensiva ilusión que acaba por desvanecerse, sin que afecte al objeto de ese arrebato; en otras ocasiones, sin embargo, si la persona se ve obligada a confrontar el hecho de que su fantasía no es real (si ocurre algo que resquebraja el espejo, por así decirlo), bueno, digamos que suelen sentir los rechazos muy vivamente.

—¿Y suelen buscar venganza?

—Eso creo. Aunque es más probable que piensen que buscan justicia y no venganza.

Laurel encendió un cigarrillo.

—Las notas de Rufus no se explayan demasiado, pero parece que a comienzos de los años cuarenta, cuando mamá tenía unos diecinueve años, tuvo dos grandes fantasías: la primera con respecto a su señora…, estaba convencida de que la vieja aristócrata la consideraba como si fuera su hija y le iba a dejar la mayor parte de sus bienes…

—¿Y no lo hizo?

Gerry inclinó la cabeza y esperó pacientemente a que Laurel dijese:

—No, por supuesto que no. Continúa…

—La segunda fue su amistad imaginaria con Vivien. Se conocían, pero no tanto como mamá creía.

—¿Y entonces ocurrió algo que estropeó la fantasía?

Gerry asintió.

—No encontré muchos detalles, pero Rufus escribió que mamá sufrió una «afrenta» de Vivien Jenkins; las circunstancias no están claras, pero tengo entendido que Vivien declaró abiertamente que no la conocía. Mamá se sintió herida y humillada, enfadada también, pero bien, o eso pensaba él, hasta que más o menos un mes más tarde supo que tenía una especie de plan para «arreglar las cosas».

—¿Eso le dijo mamá?

—No, no creo… —Gerry recorrió la nota con la vista—. No especificó cómo lo supo, pero me dio la impresión, por su forma de expresarse, de que esa información no provino directamente de mamá.

Laurel torció la boca, pensativa. Las palabras «arreglar las cosas» le recordó la visita a Kitty Barker, en concreto la descripción que hizo la anciana de esa noche que salió a bailar con mamá. El extraño comportamiento de Dolly, ese «plan» del que hablaba sin parar, la amiga que la acompañaba, una muchacha con quien había crecido en Coventry. Laurel fumó ensimismada. La hija del doctor Rufus, tenía que ser ella, quien más tarde contaría a su padre lo que había oído.

Laurel sintió lástima por su madre: despreciada por una amiga, delatada por otra. Recordaba muy bien la ardiente intensidad de sus fantasías de adolescente; fue un alivio convertirse en actriz y ser capaz de expresarlas en sus creaciones artísticas. Dorothy, sin embargo, no había tenido esa oportunidad…

—Entonces, ¿qué sucedió, Gerry? —dijo—. ¿Mamá olvidó sus fantasías y se convirtió en sí misma? —Laurel recordó el cuento del cocodrilo que inventó su madre. Ese tipo de cambio era exactamente lo que sugería en el relato, ¿o no? La transición de la joven Dolly de los recuerdos londinenses de Kitty Barker a la Dorothy Nicolson de Greenacres.

—Sí.

—¿Es posible algo así?

Gerry se encogió de hombros.

—Puede ocurrir, puesto que ha ocurrido. Mamá es la prueba.

Laurel movió la cabeza, maravillada.

—Vosotros los científicos os creéis todo lo que las pruebas os dicen.

—Pues claro. Por eso se llaman pruebas.

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