Read El evangelio según Jesucristo Online
Authors: José Saramago
Cambiará de ideas, claro está, cuando se encuentre con Dios, pero ese decisivo acontecimiento no es para mañana, de aquí hasta entonces Jesús va a tener que subir y bajar muchos montes, ordeñar muchas cabras y muchas ovejas, ayudar a fabricar el queso, ir a cambiarlo por productos de las aldeas. También matará animales enfermos o dañados y llorará por ellos. Pero lo que nunca le ocurrirá, sosiéguense los espíritus sensibles, es que caiga en la horrible tentación de usar, como le propuso el malvado y pervertido Pastor, una cabra o una oveja, o las dos, para descarga y satisfacción del sucio cuerpo con el que la límpida alma tiene que vivir.
Olvidemos, por no ser ahora lugar para análisis íntimos, sólo posibles en tiempos futuros a éste, cuántas y cuántas veces, para poder exhibir y presumir de un cuerpo limpio, el alma a sí misma se cargó de tristeza, envidia e inmundicia.
Pastor y Jesús, pasados aquellos enfrentamientos éticos y teológicos de los primeros días, que por algún tiempo aún se repitieron, llevaron siempre, mientras estuvieron juntos, una vida buena, el hombre enseñando sin impaciencias de veterano las artes del pastoreo, el muchacho aprendiéndolas como si su vida fuera a depender máximamente de ellas. Jesús aprendió a lanzar el cayado, remolinando y zumbando en el aire hasta caer en los lomos de unas ovejas que, por distracción u osadía, se apartaban del rebaño, pero ese fue un dolorido aprendizaje porque un día, no estando aún seguro en la técnica, tiró el palo demasiado bajo, con el trágico resultado de que en su trayectoria diera de lleno con el tierno cuello de un cabrito de pocos días, que murió en el mismo instante. Accidentes como éste pueden ocurrirle a cualquiera, hasta un pastor veterano y diplomado no está libre de que le ocurra algo así, pero el pobre Jesús, que ya tantos dolores transporta consigo, parecía una estatua de amargura cuando alzó del suelo al cabritillo, todavía caliente. No había nada que hacer, la propia madre cabra, tras olfatear por un momento al hijo, se alejó y continuó pastando a dentelladas la hierba rasa y dura que arrancaba con secos movimientos de cabeza, aquí debemos citar el conocido refrán, Cabra que bala, bocado que pierde, o lo que es lo mismo, No se puede llorar y comer a un tiempo. Pastor fue a ver qué había pasado, Peor para él, que murió, tú no te pongas triste, Lo he matado, se lamento Jesús, y era tan pequeño, Sí, si fuese un carnero feo y hediondo no tendrías pena, o no sería tanta, déjalo en el suelo, que yo me encargaré de él, tú sigue, que hay allí una oveja a punto de parir, Qué vas a hacer, Desollarlo, qué creías, vida no le puedo dar, no soy hábil en milagros, Pues yo juro que de esa carne no como, Comer al animal que matamos es la única manera de respetarlo, lo malo es que se coman unos lo que otros tuvieron que matar, No lo comeré, Pues no lo comas, más para mí, Pastor sacó el cuchillo del cinturón, miró a Jesús y dijo, Tarde o temprano, también esto tendrás que aprenderlo, ver cómo son por dentro aquellos que fueron creados para servirnos y alimentarnos. Jesús volvió la cara hacia un lado y dio un paso para retirarse de allí, pero Pastor, que había detenido el movimiento del cuchillo, dijo, Los esclavos viven para servirnos, quizá deberíamos abrirlos para saber si llevan esclavos dentro y después abrir un rey para ver si tiene otro rey en la barriga y, ya ves, si encontrásemos al Diablo y él se dejase abrir, tal vez nos lleváramos la sorpresa de ver saltar a Dios de allí dentro.
Antes hablamos de repeticiones de los choques de ideas y convicciones entre Jesús y Pastor y éste es un ejemplo.
Pero Jesús, con el tiempo, aprenderá que la mejor respuesta es callar, no darse por enterado de las provocaciones, aunque fuesen brutales, como ésta, e incluso así ha tenido suerte, podría haber sido peor, imaginemos el escándalo si Pastor decidiera abrir a Dios para ver si el Diablo estaba dentro. Jesús fue en busca de la oveja parturienta, al menos allí no le esperaban sorpresas, aparecería un corderillo igual a todos, verdaderamente a imagen y semejanza de la madre, a su vez retrato fiel de sus hermanas, hay seres así, no llevan dentro nada más que eso, la seguridad de una pacífica y no interrogativa continuidad. La oveja había parido ya, en el suelo el corderillo parecía hecho sólo de piernas, y la madre intentaba ayudarle a alzarse dándole empellones con el hocico, pero el pobre, aturdido, apenas sabía hacer movimientos bruscos con la cabeza como si buscase el mejor ángulo de visión para entender el mundo donde había nacido. Jesús le ayudó a afirmarse sobre sus patas, las manos se le quedaron húmedas de los humores de la matriz de la oveja, pero a él no le importó nada, es lo que hace el vivir en el campo con animales, saliva y baba es todo lo mismo, este corderillo viene en buen momento, tan bonito, con el pelo rizado, ya su boca rosada y frenética buscaba la leche donde estaba, en aquellas tetas que nunca había visto antes, con las que no podía haber soñado en el útero de la madre, en verdad ninguna creatura puede quejarse de Dios, si acabada de nacer ya sabe tantas cosas útiles. A lo lejos, Pastor levantaba la piel del cabrito tensada en un armazón de palos en forma de estrella, el cuerpo desollado, ahora dentro de la alforja envuelto en un paño, será salado cuando el rebaño se pare a pasar la noche, menos la parte que Pastor entienda que va a ser su cena, que Jesús ya ha dicho que no comerá de una carne a la que, sin querer, quitó la vida. Para la religión que cultiva y las costumbres a las que obedece, estos escrúpulos de Jesús son subversivos, reparemos en la matanza de esos otros inocentes todos los días sacrificados en los altares del Señor, sobre todo en Jerusalén, donde las víctimas se cuentan por hecatombes. En el fondo, el caso de Jesús, a primera vista incomprensible en las circunstancias de tiempo y de lugar, tal vez sea sólo una cuestión de sensibilidad, por así decir, en carne viva, recordemos cuán próxima está la trágica muerte de José, cuán próximas las revelaciones insoportables de lo que aconteció en Belén hace casi quince años, admirable es que este muchacho mantenga su juicio entero, que no haya sido tocado en las poleas y engranajes del cerebro, pese a esos sueños que no lo dejan, últimamente no hemos hablado de ellos, pero continúan.
Cuando el sufrimiento pasa a más, llegando al punto de transmitirse al propio rebaño que despierta, en plena noche, creyendo que vienen a matarlo, Pastor lo despierta suavemente, Qué es eso, qué es eso, dice, y Jesús pasa de la pesadilla a sus brazos, como si de su desgraciado padre se tratase. Un día, muy al principio, Jesús le contó a Pastor lo que soñaba, intentando, no obstante, esconder las raíces y las causas de su nocturna y cotidiana agonía, pero Pastor dijo, Déjalo, no vale la pena que me lo cuentes, lo sé todo, hasta lo que estás intentando ocultarme. Ocurrió esto en aquellos días en los que andaba Jesús recriminándole a Pastor por su falta de fe y por los defectos y maldades que se deducían y reconocían en su comportamiento, incluyendo, y perdónesenos que volvamos al asunto, el sexual.
Pero Jesús, bien mirado, no tenía en el mundo a nadie, salvo la familia, de la que se había alejado y de la que anda olvidado, excepto de su madre, que para eso es siempre la madre, la que nos dio el ser y a la que algunas veces en la vida nos hemos visto tentados a decir, Ojalá no me la hubieras dado, aparte de la madre, sólo su hermana Lisia, no se sabe por qué, la memoria tiene esto, sus propias razones para recordar y olvidar. Siendo estas cosas lo que son, Jesús acabó por sentirse a gusto en compañía de Pastor, imaginémoslo nosotros mismos, el consuelo que será no vivir solos con nuestra culpa, tener al lado a alguien que la conozca y que no tenga que fingir que perdona lo que perdón no puede tener, suponiendo que estuviera en su poder hacerlo, procediese con nosotros con rectitud, usando de bondad y de severidad según la justicia de que sea merecedora aquella parte nuestra que, cercada de culpas, conservó una inocencia. Se nos ocurre explicar esto ahora, aprovechando la ocasión, para que con mayor facilidad se puedan entender las razones, y darlas por buenas, por las que Jesús, en todo diferente a su rudo hospedero, acabará quedándose con él hasta su anunciado encuentro con Dios, del que tanto hay que esperar, pues no va Dios a aparecerse a un simple mortal sin tener para ello fuertes razones.
Antes, sin embargo, querrán las circunstancias, el azar y las coincidencias de que tanto se ha hablado, que Jesús se encuentre con su madre y con algunos de sus hermanos en Jerusalén, con motivo de esta primera Pascua que él creía que iba a vivir lejos de la familia. Que Jesús quisiera celebrar la Pascua en Jerusalén podría haber sido, para Pastor, causa de extrañeza y motivo de radical negativa, estando ellos en el desierto y precisando el rebaño de abundancia de asistencia y cuidados, sin contar, claro está, con que no siendo Pastor judío ni teniendo otro Dios para honrar, podía, aunque sólo fuese por antipática tozudez, decir, Pues no vas, no señor, éste es tu lugar, el patrón soy yo y no me voy de vacaciones. Pero hay que reconocer que no fue así.
Pastor se limitó a preguntar, vas a volver, aunque, por el tono de voz, parecía convencido de que Jesús volvería, y fue lo que el muchacho respondió, sin vacilar, pero sorprendido, él sí, por haberle salido tan pronta la palabra, Vuelvo, Elige entonces un corderillo limpio y sano y llévalo para el sacrificio, ya que vosotros sois dados a esos usos y costumbres, pero esto lo dijo Pastor para probar, quería ver si Jesús era capaz de llevar a la muerte a un cordero de aquel rebaño que tanto trabajo le daba guardar y defender. A Jesús nadie le avisó, no llegó mansamente un ángel, de los otros, pequeños y casi invisibles, para susurrarle al oído, Cuidado, cuidado, que es una trampa, no te fíes, este tío es capaz de todo. Su simple sensibilidad le dio la buena respuesta, o quizá fue, quién sabe, el recuerdo del cabrito muerto y del cordero nacido, No quiero cordero de este rebaño, dijo, Por qué, No llevaría a la muerte algo que he ayudado a criar, Me parece muy bien, pero supongo que has pensado que lo tendrás que buscar en otro rebaño, No puedo evitarlo, los corderos no caen del cielo, Cuándo quieres salir, Mañana temprano, Y volverás, Volveré.
Sobre este asunto no dijeron más palabras, pese a que nos quede la duda de cómo Jesús, que no es rico y que trabaja por la comida, va a comprar el cordero pascual. Estando él tan libre de tentaciones que cuesten dinero, es de suponer que aún lleve consigo aquellas pocas monedas que le dio el fariseo hace casi un año, pero este poco es muy poco, visto, como quedó dicho, que en esta época del año los precios del ganado en general, y especialmente de los corderos, se disparan a alturas tan especulativas que es, realmente, un Dios nos valga.
Pese a todo lo malo que le ha ocurrido, apetecería decir que a este muchacho lo cuida y defiende una buena estrella, si no fuera sospechosísima debilidad, sobre todo en boca de evangelista, éste u otro cualquiera, creer que cuerpos celestes tan alejados de nuestro planeta puedan producir efectos decisivos en la existencia de un ser humano, por mucho que a esos astros hayan invocado, estudiado y relacionado los solemnes magos que, si es verdad lo que se dice, habrían andado por estos páramos hace unos años, sin más consecuencia que ver lo que vieron y seguir su vida. Lo que en definitiva pretende decir este discurso largo y trabajoso es que nuestro Jesús encontrará, seguro, manera de presentarse dignamente en el Templo con su borreguito, cumpliendo lo que se espera del buen judío que ha demostrado ser, aun en tan difíciles condiciones como fueron los valientes enfrentamientos que sostuvo con Pastor.
Gozaba el rebaño por estos tiempos de los pastos abundantes del valle de Ayalón, que está entre las ciudades de Gezer y Emaús. En Emaús intentó Jesús ganar algún dinero con el que comprar el cordero que precisaba, pero pronto llegó a la conclusión de que un año de pastor lo había especializado de tal modo que resultaba inepto para otros oficios, incluyendo el de carpintero, en el que, por otra parte, no había llegado a avanzar gran cosa por falta de tiempo. Se echó al camino que sube de Emaús a Jerusalén, haciendo cuentas sobre su difícil vida, comprar ya sabemos que no puede, robar ya sabíamos que no quiere, y más milagro que suerte sería encontrar un cordero que en el camino de Emaús se hubiera perdido. No faltan aquí los inocentes, van con una cuerda al cuello tras las familias, o en brazos si les correspondió en suerte el consuelo de un amo compasivo, pero, como en sus juveniles cabezas se les metió la idea de que los llevan de paseo, van excitados, nerviosos, quieren saberlo todo, y como no pueden hacer preguntas, utilizan los ojos, como si ellos les bastaran para entender un mundo hecho de palabras. Jesús se sentó en una piedra, a la orilla del camino, pensando en la manera de resolver el problema material que le impide cumplir un deber espiritual, vana esperanza, por ejemplo, sería la de que apareciese aquí otro fariseo, o el mismo, si de tales actos hace práctica cotidiana, preguntando, él sí, con palabras, Necesitas un cordero, como antes le había preguntado, Tienes hambre. La primera vez, no necesitó Jesús pedir limosna para que le fuese dado, ahora, sin la seguridad de que le darán, se verá obligado a pedir. Tiene ya la mano tendida, postura que de tan elocuente dispensa explicaciones, y tan fuerte en expresión que lo más común es que desviemos de ella los ojos como los desviamos de una llaga o de una obscenidad.
Algunas monedas fueron dejadas caer por viandantes menos distraídos en el cuenco de la mano de Jesús, pero tan pocas que no será por este andar por el que el camino de Emaús llegue a las puertas de Jerusalén. Sumados el dinero que ya tenía y el que le dieron, no alcanza ni para medio cordero, y es de sobra sabido que el Señor no acepta en sus altares nada que no esté perfecto y completo, por eso se rechaza al animal ciego, lisiado o mutilado, sarnoso o con verrugas, imagínense el escándalo en el Templo si nos presentásemos con los cuartos traseros de un animal, aunque cumpliera la condición de no tener los testículos pisados, aplastados, quebrantados o cortados, caso en el que sería igualmente segura la exclusión. A nadie se le ocurre preguntar a este muchacho para qué quiere el dinero, esto se empezó a escribir en el preciso momento en que un hombre de mucha edad, con una larga barba blanca, se aproximaba a Jesús, dejando a su numerosa familia, que, por deferencia para con el patriarca, se detuvo en medio del camino, a la espera.
Pensó Jesús que allí venía otra moneda, pero se engañó.
El viejo le preguntó, Tú quién eres, y el muchacho se levantó para responder, Soy Jesús de Nazaret, No tienes familia, Sí, Y por qué no estás con ella, He venido a trabajar de pastor en Judea, y ésta fue una manera mentirosa de decir la verdad o de poner la verdad al serivicio de la mentira. El viejo lo miró con una expresión de curiosidad insatisfecha y preguntó al fin, Por qué pides limosna, si tienes un oficio, Trabajo por la comida, y no tengo dinero suficiente para comprar el cordero de Pascua, Y por eso pides, Sí. El viejo hizo una señal a uno de los hombres del grupo, Dale un cordero a este chico, compraremos otro cuando lleguemos al Templo. Los corderos eran seis, atados a una misma cuerda, el hombre soltó el último y se lo llevó al viejo, que dijo, Aquí tienes tu cordero, así no hallará falta el Señor en los sacrificios de esta Pascua, y sin esperar las expresiones de gratitud, fue a unirse a su familia, que lo recibió sonriente y con aplauso. Jesús les dio las gracias cuando ya no podían oírlas y, no se sabe cómo ni por qué, el camino quedó desierto en aquel instante, entre una curva y otra curva no estaban más que estos dos, el muchacho y el corderillo encontrados por fin en el camino de Emaús por la bondad de un judío viejo.