El gran desierto (57 page)

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Authors: James Ellroy

Tags: #Intriga, Policiaco

BOOK: El gran desierto
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Mal pensó en Claire, aterrada por una inofensiva alusión a Sleepy Lagoon la primera vez que hablaron; pensó en la cara quemada de Coleman, prefirió no mencionar el detalle y hablar de la mujer.

—Claire y Coleman. ¿Qué hay entre ellos?

Al redentor homosexual le brilló la expresión.

—Claire cuidó de Coleman en los días de Sleepy Lagoon. Coleman estaba enamorado de ella, le confesó que siempre pensaba en ella cuando estaba con Reynolds. Ella escuchó todas sus desagradables y violentas fantasías y los perdonó por estar juntos. Siempre se mostraba fuerte y comprensiva. Las muertes empezaron unas semanas después de que los periódicos anunciaron la boda. Cuando Coleman supo que Reynolds se quedaría con Claire para siempre, debió de perder la cabeza. ¿Ahora va a arrestarme?

Mal no pudo obligarse a decir que no para arrancar el resto de la confesión. No pudo decir nada, porque Johnny Stompanato acababa de entrar en la habitación: había recuperado su empalagoso encanto. Mal sólo pensaba que jamás podría proteger a Stefan del horror.

38

Mary Margaret Conroy encontraba México fascinante.

Buzz la había seguido desde la asociación estudiantil hasta una reunión en la Unión de Estudiantes de la UCLA, donde se derretía por un guapo mexicano llamado Ricardo. Hablaban en español, y Buzz sólo captó términos como «corazón» y «felicidad», palabras de amor que conocía por la música de los restaurantes mexicanos. Desde allí, la sobrina de Dudley Smith, con su cara redonda, fue a una reunión de la Liga de Estudiantes Panamericanos, a una clase de historia argentina, a comer; luego, más mimos con Ricardo. Ya hacía más de una hora que estaba en una clase sobre arte maya, y cuando saliera, Buzz dispararía la pregunta: la hora de la verdad.

Miraba por encima del hombro viendo villanos por todas partes, como le ocurría a Mickey con los comunistas. Pero sus villanos eran reales: Mickey, los matones de Cohen armados con picahielos, porras, garrotes y pistolas con silenciador que podían despacharte en medio de una multitud, como la víctima de un ataque cardíaco. Mientras los tontos llamaban a una ambulancia, el pistolero se iba tan tranquilo. Buzz miraba las caras y trataba de no apostar, porque era demasiado buen jugador para pensar que él y Audrey tenían muchas probabilidades.

Y le torturaba una resaca descomunal.

Y le dolía la espalda después de haber dormido a ratos en el piso de Mal Considine.

Habían pasado despiertos casi toda la noche. Llamó a Ventura: Audrey estaba a buen recaudo en la casa de Dave Kleckner. Llamó a Johnny Stompanato para darle detalles sobre Minear. Pidió a Mal que le explicara lo de Gene Niles. Mal dijo que lo había descubierto por una corazonada: la venganza era tan opuesta al estilo de Danny que comprendió que la deuda tenía que ser enorme. Mal se puso sentimental al recordar al chico, y se enfureció al recordar a Dudley Smith, el culpable de la muerte de José Díaz, la muerte de Charles Hartshorn y diversas conspiraciones por las que debía respirar gas en San Quintín. No siguió adelante: los poderes constituidos nunca permitirían que Dudley Smith compareciera a juicio. Su rango, su influencia y su reputación equivalían a inmunidad diplomática.

Luego comentaron las posibilidades de escapar. Buzz no mencionó su idea: habría parecido tan descabellada como Mal arrestando a Dudley. Hablaron de escondrijos en la Costa Este, de barcos lentos hacia China, de trabajos como mercenario en América Central, donde los tiranuelos locales pagaban buenos pesos a los gringos por mantener a raya el Peligro Rojo. Hablaron de las ventajas y desventajas de llevar a Audrey, de dejar a Audrey, de ocultar a la leona en un sitio seguro durante un par de años. Llegaron a una conclusión: Buzz se dedicaría a ajustar cuentas en las siguientes cuarenta y ocho horas, luego se enterraría en algún agujero.

Sonó un timbrazo; Buzz se enfadó: Mary Margaret Conroy nunca diría nada, sólo confirmaría sus sospechas mediante actos. Buzz sólo hacía esto para corroborar la corazonada de Mal sobre Dudley. La clase de arte maya reunía a un enjambre de estudiantes. Mary Margaret era como mínimo diez años mayor que sus compañeros. Buzz la siguió afuera y le tocó el hombro.

—Señorita Conroy, ¿puedo hablarle un momento?

Mary Margaret dio media vuelta, abrazando sus libros. Miró a Buzz con disgusto.

—Usted no es profesor, ¿verdad?

Buzz hizo un esfuerzo para no reír.

—No, querida. Dime, ¿no crees que al tío Dudley se le fue la mano en su afán de ahuyentar a José Díaz?

Mary Margaret palideció y cayó desmayada en la hierba.

Dudley por Díaz.

Buzz dejó a Mary Margaret en la hierba, el pulso firme y un enjambre de estudiantes alrededor. Se largó deprisa de la zona universitaria y se dirigió a la casa de Ellis Loew para confirmar otra corazonada: la ausencia del doctor Lesnick mientras la locura por la UAES rugía en todos los frentes resultaba desconcertante. Los detectives de la Fiscalía que buscaban al hombre presentaban informes en su casa, y tenía que haber algo en ellos que aclarara esa corazonada y la chispa que la había causado: todos los archivos psiquiátricos terminaban en el verano del 49, aunque los dirigentes de la UAES seguían visitando a Lesnick. Todo aquel asunto olía mal.

Buzz aparcó en el jardín de Loew, ya atestado de coches. Oyó voces que procedían del patio trasero, rodeó la casa y vio a Ellis presidiendo su corte. Enfriaban champán en un carrito de hielo; Loew, Herman Gerstein, Ed Satterlee y Mickey Cohen alzaban sus copas. Dos muchachos de Cohen montaban guardia dándole la espalda; nadie lo había descubierto aún. Se agachó detrás de una reja y escuchó.

Gerstein estaba exultante: habían culpado a la UAES por los disturbios del día anterior; los Transportistas habían pasado su versión del enfrentamiento a Movietone News, quien la titularía «Tormenta roja conmueve Hollywood» y la exhibiría en cines de todo el país. Ellis continuó con sus buenas noticias: los miembros del gran jurado designados por la ciudad parecían muy bien predispuestos, su casa estaba atestada de pruebas, muchas condenas eran inminentes. Satterlee opinó que las circunstancias eran perfectas, que el gran jurado era una disposición maravillosa preordenada por Dios para ese momento y lugar, un arreglo que nunca se repetiría. Poco faltaba para que ese payaso les pidiera que se arrodillaran a rezar; Mickey le hizo callar y sin demasiada sutileza empezó a preguntar sobre el paradero del investigador especial Tuner «Buzz» Meeks.

Buzz caminó hacia el frente de la casa y entró. Los mecanógrafos mecanografiaban, las archivistas archivaban; en el salón había documentación suficiente para fabricar confeti para mil desfiles. Se dirigió al panel de informes y vio que una pared llena de fotografías lo había reemplazado.

Tenían sellos del FBI en las esquinas, Buzz vio la abreviatura de «Comité de Defensa de Sleepy Lagoon» varias veces y miró con mayor detenimiento. Sin duda se trataba de las fotos de vigilancia que Ed Satterlee intentaba comprar a un grupo rival; otro vistazo y comprobó que todas las fotos eran de Sleepy Lagoon, con fechas del 43 y el 44 al pie. Estaban ordenadas cronológicamente, tal vez a la espera de cierto trabajo artístico: rodear con círculos las caras de comunistas conocidos. Buzz pensó en Coleman y buscó una cara envuelta en vendajes.

La mayoría de las fotos estaban tomadas desde arriba, algunas eran fragmentos ampliados donde las caras aparecían con mayor claridad. La calidad de todas ellas era excelente: los federales conocían su trabajo. Buzz vio algunos rostros borrosos, demasiado blancos, en las fotos iniciales, tomas de las multitudes en la primavera del 43; siguió las fotos por la pared, esperando ver a Coleman sin vendajes, una ayuda para identificar al asesino aficionado a las ratas. Vio atisbos de vendajes a través del verano del 43; imágenes de Claire de Haven y Reynolds Loftis en el camino. De pronto, una magnífica toma de Reynolds Loftis: el homosexual guapo, demasiado joven, con demasiado cabello.

Buzz miró la fecha —17/8/43—, volvió a mirar las anteriores fotografías de Loftis, examinó la ropa del hombre vendado. Reynolds había perdido mucho pelo mientras que el excesivamente joven Reynolds lucía una tupida melena. En tres de las imágenes, el hombre de los vendajes llevaba una camisa a rayas; en ese primer plano, el joven Reynolds usaba el mismo atuendo. Juan Duarte había comentado que el «hermano menor» se parecía a Reynolds, pero este hombre era Reynolds en todo excepto el cabello, cada plano y ángulo facial era como el del padre, un reflejo de papá veinte años menor.

Buzz pensó en problemas semánticos. «Parecido» podía ser un inculto sinónimo de «idéntico» y Delores Masskie había definido la semejanza como «muy grande». Cogió una lupa del escritorio; siguió las fotos, buscando más imágenes de Coleman. Tres fotos después llegó a un primer plano de un joven con un hombre y una mujer, acercó la lente y entornó los ojos.

No había ninguna quemadura, ni piel grabada y brillante; no había fragmentos irregulares con injertos de carne.

Dos fotos después, la fila siguiente. El 10 de noviembre de 1943. El joven frente a Claire de Haven, de perfil, sin camisa. Cicatrices profundas y rectas en el brazo derecho, toda una hilera, cicatrices idénticas a las que había visto en el brazo de un actor de la RKO a quien le habían reconstruido el rostro después de un accidente de coche, cicatrices que el actor había señalado con orgullo, diciendo que sólo el doctor Terry Lux hacía injertos con piel del brazo. Esa piel era la mejor, tan buena que valía la pena extraer tejido de la parte superior del cuerpo. El actor había dicho que Terry lo había dejado exactamente igual a como era antes del accidente: cuando se miraba a sí mismo no distinguía la diferencia.

Terry Lux había hecho tres tratamientos a Claire de Haven en su clínica.

Terry Lux tenía trabajadores que mataban pollos con estacas cortantes.

Terry Lux había dicho que Loftis le pasaba heroína a Claire, Martin Goines había muerto de sobredosis de heroína. Terry Lux diluía en su clínica la morfina para sus tratamientos.

Buzz mantuvo la lupa cerca de la pared, siguió mirando. Vio a Coleman sin camisa y de espaldas, vio una maraña de cicatrices rectas que le recordaron heridas con estaca cortante; encontró otro conjunto de fotos en grupo donde Coleman parecía derretirse por Claire de Haven. Pruebas: Coleman Masskie Loftis se había sometido a una intervención de cirugía plástica para parecerse más al padre. Antes se parecía tanto al padre como para identificarlo a partir de las fotos de Delores, ahora era él. Su «protección especial» ante Dudley Smith era estar disfrazado de Loftis.

Buzz arrancó de la pared la mejor foto de Coleman, se la guardó en el bolsillo y encontró una mesa atiborrada de informes de la Fiscalía. Echó un rápido vistazo a los últimos; lo único que habían logrado los agentes era interrogar a la hija de Lesnick, quien afirmaba que el viejo ya casi estaba muerto de cáncer pulmonar y estaba pensando en ingresar en un hogar de reposo para pasar sus últimos días. Estaba a punto de guardar una lista de sanatorios locales cuando oyó «Traidor» y vio a Mickey y Herman Gerstein a pocos metros.

Cohen lo tenía a tiro, pero media docena de testigos le echaban a perder la oportunidad.

—Supongo que esto significa que he perdido mi trabajo de guardia, ¿eh, Mick? —dijo Buzz.

El hombre parecía tan herido como furioso.

—Infame traidor gay. Degenerado. Comunista. ¿Te di tanto dinero para me he hicieras esto? ¿Cuánto dinero te di?

—Demasiado, Mick.

—No te hagas el listo, imbécil. Tendrías que suplicar. Tendrías que suplicar para que no te mate despacio.

—¿Serviría de algo?

—No.

—Ya ves, jefe.

—Herman, déjanos solos —ordenó Mickey.

Gerstein se largó. Los mecanógrafos siguieron mecanografiando y los archivistas siguieron archivando. Buzz azuzó al matón.

—Sin rencores, ¿eh?

—Te propongo un trato —dijo Mickey—, y cuando digo «trato» es siempre de confianza. ¿De acuerdo?

«Trato» y «confianza» eran el sello de ese hombre. Por eso trabajaba para él y no para Siegel o Dragna.

—De acuerdo, Mick.

—Haz que vuelva Audrey. No le tocaré ni un pelo y a ti no te mataré despacio. ¿Confías en mi palabra?

—Sí.

—¿Confías en que te encontraré?

—Todas las apuestas corren a tu favor, jefe.

—Entonces sé listo y hazlo.

—No hay trato. Cuídate, Mick. Te echaré de menos. Lo digo en serio.

Pacific Sanitarium. Deprisa.

Buzz salió de la carretera de la costa y tocó el claxon en la puerta; el altavoz graznó:

—¿Sí?

—Turner Meeks para ver al doctor Lux.

Ruidos de estática durante diez segundos, luego:

—Aparque a la izquierda junto a la puerta que dice «Visitas», atraviese el vestíbulo y suba por el ascensor hasta el segundo piso. El doctor lo recibirá en su despacho.

Buzz siguió las indicaciones. Aparcó, atravesó el vestíbulo. El ascensor estaba ocupado; subió por las escaleras hasta el segundo piso, vio la puerta abierta, oyó «Ese mono de Oklahoma» y se paró en seco.

La voz de Terry Lux:

—… pero tengo que hablarle, es un contacto con Howard Hughes. Escucha, en los periódicos de hoy tiene que haber algo que me interesa. Asesinaron a un tío con quien tenía negocios. Acabo de oírlo por la radio, así que consígueme todos los periódicos de Los Ángeles mientras hablo con este payaso.

Negocios entre Lux y Gordean: seis contra uno a favor. Buzz regresó al coche, cogió la porra, se la guardó en la parte trasera de los pantalones y se tomó su tiempo para entrar. El ascensor estaba libre, pulsó el botón del segundo piso y subió pensando que Terry amaba mucho el dinero, sin importarle la procedencia. La puerta se abrió, el doctor estaba allí para recibirlo.

—Buzz, cuánto tiempo sin vernos.

El pasillo de las oficinas parecía desierto. No se veían enfermeros ni encargados.

—¿Cómo estás, Terry? —saludó Buzz.

—¿Vienes por negocios, Buzz?

—Claro, jefe. Y es algo muy privado. ¿Hay un sitio donde podamos hablar?

Lux condujo a Buzz pasillo abajo, hasta un cuarto con archivos y gráficos de reconstrucción facial. Lux cerró la puerta, Buzz le echó la llave y se apoyó en ella.

—¿Qué diablos estás haciendo? —exclamó Lux.

Buzz sintió el cosquilleo de la porra en la columna vertebral.

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