Buzz seguía observando, esperando junto al teléfono una llamada de Mal Considine. Davey Goldman y Mo Jahelka rondaban por ahí, un grupo de matones engrasaban las escopetas guardadas en el armario falso que había entre el salón y el dormitorio. Mickey había empezado a protestar hacía media hora por temas que iban desde la impasibilidad de Audrey hasta la resistencia pasiva en los piquetes y la lección que pensaba dar a los rojos de la UAES. Una broma en comparación con lo que vino después, cuando Johnny Stompanato llegó con su conspiración.
El adonis italiano traía malas noticias: al volar a San Francisco, Petey Skouras se había llevado la recaudación de una semana; Audrey se lo había dicho cuando Stompanato fue a recoger el dinero del Southside. Buzz trató de oír la conversación, pensando que la leona no podía ser tan estúpida como para tratar de sacar ventaja de la fuga de Petey. Tenía que haberlo hecho él mismo: su recompensa después de la tunda de mil dólares. Las noticias de Johnny empeoraron: había interrogado con un bate de béisbol a uno de los apostadores que no pagaba, quien le había dicho que Petey no había robado dinero, que Petey no protegería al hermano de una novia porque a Petey le gustaban los chicos jóvenes y morenos, una costumbre que había adquirido en una cárcel del ejército en Alabama. Mickey perdió los estribos. Babeaba como un perro rabioso y escupía obscenidades en yiddish, haciendo ruborizar a sus matones judíos. Johnny tenía que saber que esa versión contradecía la explicación de Buzz, y el hecho de que no lo mirara a los ojos lo confirmaba. Cuando Mickey dejara de rezongar para ponerse a pensar llegaría a la misma conclusión, y entonces empezaría a hacer preguntas y él tendría que elaborar otra rebuscada justificación para explicar la mentira. Por ejemplo, que Skouras protegía al hermano de su novio, que él no quería manchar al pobre griego Petey diciendo que le gustaba hacerlo a la griega. Tal vez Mickey le creyera.
Buzz sacó su libreta y escribió un informe para Mal y Ellis Loew, síntesis de los datos ofrecidos por tres pistoleros que en las horas libres trabajaban en los piquetes. El consenso de los tres: la UAES estaba ganando tiempo, los Transportistas no veían el momento de machacar cabezas, y la única novedad era una sospechosa camioneta aparcada en Gower, con un cámara en la parte trasera. Habían visto a ese hombre, un pajarraco con aire intelectual y gafas a lo Trotski, en compañía de Norm Kostenz, el jefe del piquete de la UAES. Conclusión: la UAES quería que los Transportistas atacaran para filmar la trifulca.
En cuanto terminó su trabajo simbólico, Buzz escuchó los desvaríos de Mickey y comparó sus notas verdaderas, producto de una relectura de la documentación del gran jurado y los archivos psiquiátricos más una breve charla con un agente de San Dimas, colega de Jack Shortell. Shortell regresaría de Montana al día siguiente; entonces podría abordarlo para preguntarle a fondo sobre Upshaw. Según el colega de Jack, éste decía que Danny estaba convencido de que las muertes se relacionaban con el asesinato de Sleepy Lagoon y el Comité. Era lo último que el chico había dicho antes de que el Departamento de Policía le echara el guante. Con eso en mente, Buzz cotejó teorías con datos.
Resultados:
Danny había dicho que la descripción de Reynolds coincidía con la del sospechoso, que Reynolds encajaba en todo. Charles Hartshorn, suicida reciente, había sido arrestado con Loftis en un bar de homosexuales en el 44.
Dos nombres idénticos y una averiguación en Registros y Circulación lo llevaron a Augie Duarte, víctima número cuatro, y a su primo Juan Duarte, importante figura de Sleepy Lagoon y la UAES, quien estaba trabajando en Variety International Pictures en un plató contiguo a la sala donde la víctima número tres, Duane Lindenaur, corregía los guiones. Años atrás Lindenaur había extorsionado a Hartshorn, abogado del Comité de Sleepy Lagoon; y una consulta a la denuncia lo llevó a un tal sargento Skakel, quien también había hablado con Danny Upshaw. Skakel decía que Lindenaur había conocido a Hartshorn en una fiesta organizada por Felix Gordean, rufián de maricas, el hombre que, según Danny, obsesionaba al asesino.
La primera víctima, Martin Goines, había muerto de sobredosis de heroína. Claire de Haven, la prometida de Loftis, se inyectaba; se había sometido a tres tratamientos con el doctor Terry Lux. Terry afirmaba que Loftis le conseguía heroína.
Del informe de Mal sobre el interrogatorio a Sammy Benavides-Mondo López-Juan Duarte:
Hablando de Chaz Minear, amante de Loftis, Benavides afirmó que «ese puto compraba chicos en un servicio especial». ¿La agencia de Gordean?
También sobre Minear: en su ficha psiquiátrica, Chaz justificaba haber delatado a Loftis al HUAC alegando que había un tercer hombre en un triángulo amoroso: «Si usted supiera por quién me abandonó, comprendería por qué lo hice.»
Dos detalles extraños:
Las páginas correspondientes al período 1942-44 no aparecían en la ficha psiquiátrica de Loftis y nadie había encontrado al doctor Lesnick. En el interrogatorio de los tres mexicanos, uno de ellos había mascullado un aparte: el Comité de Sleepy Lagoon recibía cartas que responsabilizaban a un «blanco grandote» por el asesinato.
Pruebas circunstanciales, pero demasiado sólidas para tratarse de una coincidencia.
Sonó el teléfono, interrumpiendo las diatribas de Mickey contra los comunistas.
Buzz lo cogió; Johnny Stompanato lo miró mientras hablaba.
—Sí. ¿Eres tú, capitán?
—Soy yo, amigo Turner.
—Pareces contento, jefe.
—He conseguido un aplazamiento de noventa días, así que estoy contento. ¿Has hecho tus deberes?
Stompanato seguía mirándolo.
—Sí —respondió Buzz—. Circunstancial pero sólido. ¿Has hablado con Loftis?
—Ven a verme dentro de una hora en Canon Drive 463. Lo tenemos como testigo voluntario.
—Ah, ¿sí?
—Sí.
Buzz colgó. Johnny Stompanato le guiñó el ojo y siguió hablando con Mickey.
Unas luces barrieron la calle, resbalaron sobre el parabrisas y se apagaron. Mal oyó un portazo y encendió las luces largas; Buzz se le acercó.
—¿Y tus deberes? —le preguntó.
—También los he hecho. Como tú dijiste, circunstancial. Pero es algo.
—¿Cómo lo has conseguido, capitán?
Mal no mencionó el trato con Claire de Haven.
—Danny no fue muy sutil al preguntar a Claire por el paradero de Loftis en las fechas de las muertes, así que ella falsificó un diario de sesiones donde Loftis tiene coartadas para las tres noches. Afirma que esas reuniones se celebraron, y que él estuvo allí, pero que planeaban actos sediciosos y por eso inventó datos más suaves. Dice que Loftis está limpio.
—¿Lo crees?
—Quizá, pero el instinto me dice que están relacionados con el asunto. Esta tarde examiné los registros bancarios de Loftis hasta los años 40. En la primavera y el verano del 44 pidió tres reintegros de diez mil dólares. La semana pasada pidió otro. ¿Qué te parece?
Buzz silbó.
—La laguna en los archivos de Reynolds. Tiene que ser chantaje, hay algo oscuro en este asunto. ¿Quieres jugar al policía bueno y el policía malo?
Mal se bajó del coche.
—Tú serás el malo. Quitaré de en medio a Claire de Haven, así podremos trabajar tranquilos.
Caminaron hasta la puerta y llamaron al timbre. Abrió Claire de Haven.
Váyase durante un par de horas —dijo Mal.
Claire miró a Buzz, deteniéndose en la chaqueta raída y el arma.
—No deben tocarlo.
Mal señaló hacia atrás con el pulgar.
—Váyase.
—¿Ningún agradecimiento por lo que hice?
Mal comprendió que Buzz comprendía.
—Váyase, Claire.
La Reina Roja salió dando un amplio rodeo para evitar a Buzz.
—Señas —susurró Mal—. Tres dedos sobre la corbata significa «pégale».
—¿Tienes estómago para esto?
—Sí. ¿Y tú?
—Va por el chico, jefe.
—Aún no me acostumbro a tu faceta sentimental —comentó Mal.
—Uno aprende con el tiempo. ¿Qué pasó entre tú y la princesa?
—Nada.
—Claro, jefe.
Mal oyó una tos en el salón.
—Yo empezaré —murmuró Buzz.
—Caballeros —indicó una voz—, ¿podemos terminar con esto de una vez?
Buzz entró primero, silbando de admiración ante los muebles; Mal lo siguió, dirigiendo una larga mirada a Loftis. El hombre era alto y canoso, como en la descripción del sospechoso de Upshaw; era un cincuentón muy atractivo, con aires de refinamiento: pantalones de
tweed
, suéter de cardigan, acomodado en el sofá, una pierna cruzada sobre la otra a la altura de las rodillas.
Mal se sentó junto a él, Buzz colocó una silla a escasa distancia.
—Usted y la atractiva Claire van a casarse, ¿verdad?
—Sí —dijo Loftis.
Buzz sonrió con blandura.
—Qué dulce. ¿Ella le dejará follar niñitos en los ratos libres?
Loftis suspiró.
—No tengo por qué responder esa pregunta.
—Eso cree usted. Responda, y hágalo ahora.
—El señor Loftis tiene razón, sargento —intervino Mal—. Esta pregunta no es pertinente. Señor Loftis, ¿dónde estaba usted en las noches del 1, el 4 y el 14 de enero de este año?
—Estaba aquí, en reuniones del Comité Ejecutivo de la UAES.
—¿Y de qué se habló en esas reuniones?
—Claire dijo que no me vería obligado a hablar de eso con usted.
Buzz rió entre dientes.
—¿Recibe órdenes de una mujer?
—Claire no es una mujer normal.
—Claro que no. Una zorra rica y comunista que folla con un maricón no es cosa de todos los días para mí.
Loftis suspiró de nuevo.
—Claire me advirtió que esto sería desagradable, y tenía razón. También me dijo que el único propósito de ustedes era convencerse de que yo no maté a nadie, y que no tendría que revelar las discusiones de la UAES durante esas tres noches.
Mal sabía que Meeks pronto se daría cuenta del trato con Claire; decidió compartir el papel de policía malo.
—Loftis, yo no creo que usted haya matado a nadie. Pero creo que está metido en otros asuntos, y no me refiero a la política. Queremos al asesino, y usted nos ayudará a capturarlo.
Loftis se humedeció los labios y entrelazó los dedos; Mal se tocó la corbata: «Intervén.»
—¿Cuál es su grupo sanguíneo? —preguntó Buzz.
—Cero positivo —dijo Loftis.
—Es el grupo del asesino. ¿Lo sabía?
—Es el grupo sanguíneo más común entre los blancos, y su amigo acaba de decir que ya no soy sospechoso.
—Mi amigo es demasiado blando. ¿Conoce a un trombonista llamado Martin Goines?
—No.
—¿Duane Lindenaur?
—No.
—¿George Wiltsie?
En el blanco: Loftis cruzó las piernas y se humedeció los labios.
—No.
—Pamplinas —gritó Buzz—. Hable.
—¡Le digo que no lo conocía!
—Entonces, ¿por qué habla en pasado?
—Oh Dios…
Mal mostró dos dedos, luego la mano izquierda sobre el puño derecho: «Es mío, no ataques.»
—Augie Duarte, Loftis. ¿Qué me dice de él?
—No lo conozco… —Lengua seca sobre labios secos.
Buzz hizo crujir los nudillos con fuerza. Loftis se sobresaltó.
—George Wiltsie era prostituto —continuó Mal—. ¿Alguna vez tuvo usted tratos con él? Diga la verdad o mi amigo se pondrá furioso.
Loftis bajó la mirada.
—Sí.
—¿Quién los presentó?
—¡Nadie nos presentó! Era sólo… una cita.
—¿Pagó por esa cita, jefe? —preguntó Buzz.
—No.
—Felix Gordean se lo presentó, ¿verdad? —acució Mal.
—¡No!
—No le creo.
—¡No!
Mal sabía que una admisión directa quedaba descartada; dio a Loftis un fuerte empellón en el hombro.
—Augie Duarte. ¿Era sólo una cita?
—¡No!
—Diga la verdad, o lo dejaré a solas con el sargento. Loftis juntó las rodillas y encorvó los hombros.
—Sí.
—¿Sí qué?
—Sí. Salimos una vez.
—Parece que le gustan las aventuras de una noche —comentó Buzz—. Una cita con Wiltsie, una cita con Duarte. ¿Dónde conoció a esos sujetos?
—En ninguna parte… En un bar.
—¿Qué bar?
—La Sala de Roble del Biltmore, el Macombo, no lo sé.
—Miente, amigo. Duarte era mexicano y en esos lugares no admiten mexicanos. Veamos de nuevo. Dos maricas asesinados con quienes usted se revolcó entre las sábanas. ¿Dónde los conoció?
Reynolds Loftis permaneció encorvado y callado.
—Pagó por ellos, ¿verdad? —insistió Buzz—. No es ningún pecado. Yo he pagado por mujeres, así que es lógico que una persona como usted pague por muchachos.
—No. No. No, eso no es verdad.
—Felix Gordean —insinuó suavemente Mal.
—No, no, no, no, no —dijo Loftis temblando.
Buzz curvó un dedo y se alisó la corbata: la seña del pase.
—Charles Hartshorn. ¿Por qué se mató? —preguntó Buzz.
—¡Lo torturaron tipos como ustedes!
Otro pase. La intervención de Mal:
—Usted conseguía heroína para Claire. ¿Quién se la vendía?
—¿Quién le ha dicho eso? —exclamó Loftis con franca indignación.
Buzz se inclinó y susurró:
—Felix Gordean.
Loftis saltó hacia atrás y se golpeó la cabeza contra la pared.
—Duane Lindenaur trabajaba en Variety International —intervino Mal—, donde trabajan sus amigos López, Duarte y Benavides. Juan Duarte es el primo de Augie Duarte. Usted aparecía en películas de Variety International. Duane Lindenaur extorsionaba a Charles Hartshorn. ¿Por qué no me ordena todo esto?
Loftis sudaba; Mal advirtió una mueca ante el «extorsionaba».
—En tres ocasiones en el 44 y una vez la semana pasada usted retiró diez mil dólares de su cuenta bancaria. ¿Quién lo está extorsionando?
El hombre estaba empapado en sudor. Buzz mostró discretamente un puño, Mal negó con la cabeza y le hizo la seña del pase.
—Háblenos del Comité de Defensa de Sleepy Lagoon —dijo Buzz—. Pasó algo raro, ¿verdad?
Loftis se enjugó el sudor de la frente.
—¿Qué cosa rara? —preguntó con voz quebrada.
—Las cartas que recibió el Comité, diciendo que un blanco grandote había despachado a José Díaz. Un colega nuestro suponía que estas muertes se relacionaban con Sleepy Lagoon. Todas las víctimas sufrieron heridas de estaca cortante.