El gran desierto (51 page)

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Authors: James Ellroy

Tags: #Intriga, Policiaco

BOOK: El gran desierto
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Y supo que lo sabía. Y mañana todos lo sabrían.

Presa del chantaje.

Su nombre en los archivos sobre infracción sexual.

Su nombre susurrado por los maricas del Chateau Marmont.

Máquinas que saben.

Drogas que no dejan mentir.

Las agujas del polígrafo saltando del papel cada vez que le preguntaran por qué le interesaba tanto una serie de asesinatos de maricones, putos, invertidos.

Ninguna salvación.

Danny desenfundó el arma y se metió el cañón en la boca. El gusto del aceite lo sofocó. Imaginó qué aspecto tendría, los policías que lo encontraran harían bromas sobre por qué había elegido este sistema. Dejó la 45 y fue a la cocina.

Armas a granel.

Danny recogió un cuchillo de filo dentado. Lo sopesó, lo encontró satisfactorio. Se despidió de Mal, Jack y el doctor Layman. Se disculpó por los coches robados y los sujetos aporreados sin razón, que sólo estaban allí cuando quería golpear algo. Pensó en el asesino, pensó que mataba porque alguien lo obligaba a ser lo que era. Levantó el cuchillo y perdonó al homicida; se llevó la hoja a la garganta y cortó de oreja a oreja, abriéndose el gaznate de un solo tajo.

TERCERA PARTE

GLOTÓN

32

Una semana después Buzz visitó la tumba. Era su cuarta visita desde que el Departamento del sheriff había enterrado al chico. Era un terreno barato en el cementerio de Los Ángeles Este; la lápida rezaba:

D
ANIEL
T
HOMAS
U
PSHAW

1922-1950

Nada más.

Sin «amado por».

Sin «hijo de».

Sin crucifijo tallado en la piedra. Sin RIP. Nada jugoso para llamar la atención de un paseante, como «Asesino de un policía» o «Casi oficial de la Fiscalía de Distrito». Nada para insinuar la verdad a quien leyera la discreta media columna sobre la muerte accidental del chico: resbalón de una silla, caída de bruces sobre el soporte de los cubiertos de la cocina.

El Caído.

Buzz se agachó y arrancó un puñado de hierba, la culata del arma con que había matado a Gene Niles se le hundió en el costado. Se levantó y dio una patada a la lápida; pensó que «Viaje Gratuito», «Dinero Fácil» y «Suerte de Tonto de Oklahoma» también quedarían bien, seguidas por un soliloquio sobre los últimos días del agente Danny Upshaw, muchos detalles en una lápida alta como un rascacielos, como las que compraban los chulos negros aficionados al vudú. Porque Buzz Meeks era la víctima del vudú del agente Danny Upshaw: pequeñas agujas clavadas en una gorda y pequeña réplica de Buzz Meeks.

Mal lo había llamado para darle la noticia. La lluvia había desenterrado el cuerpo de Niles. El Departamento había considerado a Danny sospechoso, lo había detenido y ordenado someterlo al detector de mentiras al día siguiente. Como el chico no se presentó, los polizontes de la ciudad irrumpieron en su casa y lo encontraron muerto en el suelo del salón, degollado. El apartamento era un caos. El consternado Norton Layman hizo la autopsia, ansioso de calificarlo de 187; las pruebas no se lo permitieron: las huellas del cuchillo y el ángulo del corte y la caída decían: «herida autoinfligida», caso cerrado. El doctor comentó que la herida era «asombrosa»: no revelaba vacilación. Danny Upshaw quería largarse cuanto antes.

El Departamento del sheriff se apresuró a enterrar al chico; cuatro personas asistieron al entierro: Layman, Mal, un policía del condado llamado Jack Shortell y él. La investigación de los homicidios se fue al traste y Shortell partió de vacaciones a los bosques de Montana; el Departamento de Policía cerró el caso de Gene Niles, considerando el suicidio de Upshaw como una confesión y viaje a la cámara de gas. Las relaciones entre la policía de la ciudad y el condado eran más agrias que nunca, y Buzz había navegado entre esas desavenencias tratando de salvar el pellejo de ambos. Sin suerte, demasiado tarde para hacerle algún bien al chico.

Viaje Gratuito.

Le dolía recordar que primero había solucionado los desaguisados de Audrey. Petey Skouras había devuelto a Mickey el dinero robado por la leona; Mickey fue generoso y lo dejó ir con una paliza: Johnny Stompanato y unos porrazos en los riñones. Petey se fue a San Francisco, aunque Mick, impresionado por su arrepentimiento, lo habría conservado entre sus empleados. La huida de Petey había hecho más convincente la mentira de Buzz; Mickey, todo entusiasmo, le había aumentado la paga por el trabajo de guardia durante la reunión cumbre con Jack D. a mil dólares, diciéndole que el encantador teniente Dudley Smith también participaría como vigilante. Más dinero en el bolsillo, mientras Danny Upshaw pasaba a mejor vida.

Suerte de Tonto en Oklahoma.

Para Mal había sido un duro golpe. Se había emborrachado dos días, y había recobrado la sobriedad con un ataque frontal y directo al Peligro Rojo. Un izquierdista bajo presión contó a Dudley Smith que Claire de Haven había identificado a «Ted Krugman» como polizonte; Mal estaba hecho una furia, pero el consenso del equipo era que ahora tenían suficientes testimonios para desarticular la UAES sin la intervención de Upshaw. Estaban organizando el orden de las declaraciones; si todo iba bien, el gran jurado se reuniría al cabo de dos semanas. Mal estaba fuera de sí, crucificando rojos con el fin de ganar prestigio para su propia batalla en los tribunales. Había leído y releído el diario de Nathan Eisler buscando nombres, arrancando informes a cuatro de los hombres que Claire de Haven había seducido para fundar el sindicato. Su apartamento del motel Shangri-Lodge ahora tenía el mismo aspecto que el salón de Ellis Loew: gráficos, esquemas, rumores y referencias, el réquiem de Mal a Danny Upshaw. Eso probaba una cosa: que los comunistas hablaban demasiado. Y cuando los miembros del gran jurado oyeran lo que iban a decir, tal vez no tuvieran suficientes entendederas para llegar a la conclusión: que esos equivocados infelices hablaban porque no tenían pelotas para hacer otra cosa.

Buzz dio otra patada a la lápida. Pensó que el capitán Mal Considine casi lo había convencido de que la UAES era una tremenda amenaza para la seguridad interna de Estados Unidos, que Mal mismo tenía que creerlo para retener a su hijo y seguir considerándose un buen tipo. Probabilidades de que los comunistas de Hollywood subvirtieran el país con sus sensibleras películas de propaganda, sus actos de protesta y sus revoltosos piquetes: treinta billones contra uno o menos. Era una cacería de tontos, una farsa para ahorrar dinero a los estudios de cine y para lograr que Ellis Loew fuera fiscal de distrito y gobernador de California.

Recaudador.

Intermediario.

Se había escabullido desde que Mal le comunicó la noticia. Ellis le dijo que investigara sobre los nombres del diario del Eisler; Buzz se conformó con llamar a Registros y obtener unos datos. Mal le pidió que realizara entrevistas por teléfono con informadores del HUAC del Este; Buzz llamó a una tercera parte de los números, hizo la mitad de las preguntas y redujo las respuestas a dos páginas por hombre, trabajo fácil para el mecanógrafo. Su principal trabajo consistía en localizar al doctor Saul Lesnick, el más importante testigo del gran jurado, había rechazado ese encargo, y en general seguía rechazándolo. Y al rehuirlo iba siempre en la misma dirección: hacia Danny Upshaw.

Cuando pasó el revuelo, fue a San Bernardino para echar un vistazo al pasado del chico. Habló con la madre viuda, una mujer marchita que vivía del seguro social; ella le dijo que no había asistido al entierro porque Danny no la había tratado bien en sus últimas visitas y ella reprobaba que su hijo bebiera. La hizo hablar; ella le retrató al pequeño Danny como un chico listo y distante, un joven lector, estudioso y poco sociable. Cuando murió el padre, no manifestó pesar; le gustaban los coches, arreglar cosas, los libros de ciencia, nunca perseguía a las chicas y siempre mantenía limpia su habitación. Desde que era policía, la visitaba sólo en Navidad y en su cumpleaños, nunca más, nunca menos. En la escuela secundaria obtuvo buenas notas y pasó los estudios preuniversitarios con resultados excelentes. Ignoraba a las chicas que lo rondaban, le gustaba reparar coches. Tenía un amigo íntimo: un chico llamado Tim Bergstrom, ahora profesor de educación física en la escuela de San Berdoo.

Buzz se dirigió a la escuela y habló con Bergstrom. El hombre había leído el falso artículo sobre la muerte de Upshaw. Dijo que Danny había nacido para morir joven y se recreó en el asunto mientras bebían cerveza en un bar cercano. Recordó que a Danny le gustaban los motores y las matemáticas, que robaba coches porque amaba el peligro, que siempre estaba tratando de ponerse a prueba sin que nadie lo supiera. Se notaba que estaba loco por dentro, pero no entendías cómo ni por qué; se notaba que era listo, pero no sabías qué haría con su inteligencia. Atraía a las chicas porque era misterioso y evasivo; peleaba muy bien en la calle. Años atrás, borracho, Danny le había contado que había presenciado un asesinato; que entonces había deseado ser policía, estudiar medicina forense. Era un borracho perdido: el alcohol lo empujaba más hacia adentro, lo volvía más misterioso y tenaz, y era obvio que tarde o temprano se obsesionaría con quien no debía y terminaría recibiendo un balazo. Le sorprendía que hubiera muerto accidentalmente. Buzz pasó por alto este detalle y preguntó:

—¿Danny era homosexual?

Bergstrom se ruborizó, hizo una mueca, escupió en su cerveza.

—Claro que no —respondió al fin, y dos segundos después sacó fotos de su esposa y sus hijos.

Buzz regresó a Los Ángeles, llamó a un amigo del condado, supo que habían tirado la ficha de Danny Upshaw y que en la práctica el chico nunca había pertenecido al Departamento del sheriff del condado de Los Ángeles. Fue a Hollywood Oeste, habló con el personal, supo que Danny nunca aceptaba sobornos ni se metía con mujeres; nunca había intentado nada con su informadora Janice Modine ni con la telefonista Karen Hiltscher, a pesar de que ambas se morían por acostarse con él. Los colegas de Upshaw lo respetaban por su inteligencia o lo consideraban un tonto idealista y un poco engreído; se rumoreaba que el capitán Al Dietrich le tenía simpatía porque era metódico, trabajador y ambicioso. Buzz pensó que Danny era un chico que había pasado de los motores a las personas en el momento equivocado, buscó un porqué en un río de mierda, recibió la peor respuesta que dos casos engorrosos podían ofrecer y terminó muerto porque no supo mentirse a sí mismo.

Daniel Thomas Upshaw, 1922-1950. Invertido.

Turner Prescott Meeks, 1906-? Un viaje gratuito porque el chico no había aguantado la presión.

La presión no podía obedecer a otro motivo. Danny Upshaw no había matado a Gene Niles. Mal decía que Thad Green y dos gorilas lo habían interrogado, tal vez le recordaron que Niles lo había llamado maricón y mencionaron lo que Dudley Smith contó a Mal y Green: que habían visto a Danny discutiendo con Felix Gordean. Tras ordenar una prueba con el detector de mentiras, Green lo había dejado ir a casa con su revólver, esperando que ahorrara al Departamento la molestia de un juicio y la revelación de que Niles era un recaudador de Dragna. Danny le había complacido, pero por otras razones y sin el revólver.

Chivo expiatorio.

Que en cierto modo rió último.

No podía conciliar el sueño y cuando lograba dormir tres o cuatro horas soñaba con las dudosas hazañas que había realizado: muchachas de granja arrastradas a la cama de Howard, heroína de contrabando vendida a Mickey, dinero en el bolsillo, la droga alargando su trayectoria hacia el brazo de un adicto. Dormir con Audrey era el único alivio. Desde la muerte de Niles ella había representado la farsa como una actriz profesional. Tocarla y protegerla le evitaba recordar al chico. Pero cuatro noches consecutivas en la guarida de Howard también constituían un peligro, y cada vez que dejaba a Audrey se asustaba y sabía que debía hacer algo sobre eso.

Ocultar a Mal sus averiguaciones sobre Danny era un modo. El capitán no podía creer que el chico hubiera matado a Niles, y con bastante intuición había atribuido el trabajo a los pistoleros de Cohen. Había presenciado cómo Danny interrogaba a un hombre de Dragna llamado Vincent Scoppettone, quien había confesado lo del tiroteo de Sherry's: miembros del Departamento de Policía. Pero su reconstrucción sólo llegaba hasta allí, y aun consideraba a Upshaw un joven policía destinado al ascenso y la gloria. Guardar el secreto del chico era lo primero.

Buzz apuntó un dedo hacia la lápida y precisó un par de datos. Primero, al irrumpir en el apartamento de Upshaw, la policía encontró un caos; cuando Norton Layman hizo la autopsia encontró huellas de Danny en el barullo de muebles tumbados y dedujo que Danny se había vuelto loco en los últimos momentos de su vida. El informe del Departamento acerca de las pertenencias halladas en el apartamento no mencionaba los documentos del gran jurado ni el archivo personal de Danny acerca de los homicidios. Buzz entró en el lugar y lo examinó de arriba abajo: no había archivos guardados en ningún rincón de aquellas cuatro habitaciones. Mal estaba allí cuando descubrieron el cuerpo, aseguraba que el Departamento había sellado el lugar y sólo Danny y el cuchillo habían abandonado el edificio. Segundo, la noche anterior a su muerte, Danny lo había llamado: estaba asombrado de que sus dos casos se hubieran cruzado en la intersección de Charles Hartshorn y Reynolds Loftis.

—Agente, ¿me estás diciendo que Loftis es sospechoso de esos asesinatos?

—Estoy diciendo que quizás. Un quizás muy posible. Concuerda con la descripción del asesino y… concuerda con todo.

Era imposible que Danny Upshaw hubiera sido víctima de un homicidio. Era imposible que el ladrón de los archivos hubiera registrado el apartamento. Dudley Smith tenía una extraña obsesión con el chico, pero no había razones para que él robara los archivos, y en tal caso habría fingido un robo común.

Uno o varios desconocidos: un buen punto de partida para averiguar algo.

Buzz encontró a Mal en el patio de Ellis Loew, sentado en un sofá descolorido por el sol, revisando documentos. Parecía más delgado que de costumbre, como si se estuviera matando de hambre para alcanzar el peso mínimo.

—Hola, jefe.

Mal cabeceó y siguió trabajando.

—Quiero hablar contigo —dijo Buzz.

—¿De qué?

—No sobre una confabulación comunista, de eso puedes estar seguro.

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