El gran desierto (46 page)

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Authors: James Ellroy

Tags: #Intriga, Policiaco

BOOK: El gran desierto
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Algo cayó frente a la puerta: el
Evening Herald
. Danny salió a recoger el periódico, vio un titular sobre Truman y embargos comerciales. Lo abrió por la segunda página por si había una nota sobre su caso y de una ojeada comprobó que no había nada. Una pequeña columna en la esquina inferior derecha le llamó la atención.

S
E SUICIDA EL ABOGADO
C
HARLES
H
ARTSHORN
:

SIRVIÓ A LOS PRIVILEGIADOS Y A LOS INFORTUNADOS.

Esta mañana Charles E. (Eddington) Hartshorn, de 52 años, un eminente abogado que actuó en causas sociales, fue hallado muerto en el salón de su casa de Hancock Park. Al parecer se trata de un suicidio por asfixia. El cuerpo de Hartshorn fue descubierto por su hija Betsy, de 24 años, quien acababa de regresar de un viaje y declaró al periodista Bevo Means: «Papá estaba deprimido. Un hombre había hablado con él, y papá estaba seguro de que se relacionaba con cierta investigación para un gran jurado. La gente siempre lo fastidiaba porque trabajó de forma voluntaria para el Comité de Defensa de Sleepy Lagoon, y resultaba extraño que un hombre rico quisiera ayudar a mexicanos pobres.»

El teniente Walter Reddin, de la Estación Wilshire de la Policía de los Ángeles, declaró: «Se trata de un suicidio por ahorcamiento. No había ninguna nota, pero no descubrimos indicios de lucha. Hartshorn encontró una cuerda y una viga y se colgó, y es lamentable que tuviera que descubrirlo su hija.»

Sobreviven a Hartshorn, ex socio de Hartshorn, Welborn & Hayes, su hija Betsy y su esposa Margaret, de 49 años. Se aguardan noticias sobre el funeral.

Danny dejó el periódico, desconcertado. Hartshorn había sido la víctima de Duane Lindenaur en 1941; según Felix Gordean, asistía a sus fiestas y no tenía suerte «ni en el amor ni en la política». Danny nunca había sospechado de ese hombre por tres razones: no concordaba con la descripción del asesino, la extorsión databa de hacía nueve años, y el sargento Frank Skakel, a cargo de la investigación de la extorsión, decía que Hartshorn se negaba a hablar con la policía acerca del incidente, y enfatizaba viejos precedentes. Hartshorn era apenas otro nombre en el archivo, un elemento tangencial que conducía a Gordean. Nada a destacar en el abogado; aparte de la informal observación de Gordean sobre la «política», nada indicaba que fuera propenso a defender causas, y el archivo del gran jurado no decía nada sobre él, a pesar del predominio de información sobre Sleepy Lagoon. Pero un miembro del equipo de investigación lo había interrogado.

Danny llamó a Mal Considine a la Fiscalía de Distrito, no pudo hablar con él y llamó a casa de Ellis Loew. A la tercera llamada oyó el acento de Oklahoma de Buzz Meeks:

—¿Sí? ¿Quién es?

—Agente Upshaw. ¿Está Mal?

—No está aquí, agente. Habla Meeks. ¿Necesitas algo?

El hombre parecía alicaído.

—¿Sabes si alguien interrogó a un abogado llamado Charles Hartshorn? —preguntó Danny.

—Sí. Yo lo hice, la semana pasada. ¿Por qué?

—Acabo de leer que se suicidó.

Un largo silencio, un largo suspiro.

—Maldita sea —rezongó Meeks.

—¿Qué quieres decir?

—Nada, chico. ¿Es por tu caso de homicidio?

—Sí. ¿Cómo lo has sabido?

—Bien, interrogué a Hartshorn y creyó que yo era de Homicidios, porque acababan de liquidar a un sujeto que años atrás había tratado de extorsionarlo por su homosexualidad. Esto sucedió cuando tú te uniste a nosotros, y recuerdo algo acerca de Lindenaur por los periódicos. Chico, fui polizonte durante años, y Hartshorn no ocultaba nada excepto el hecho de que le gustaban los chicos, así que no te hablé de él… Pensé que no podía ser un sospechoso.

—Meeks, de todas formas tendrías que habérmelo contado.

—Upshaw, tú me permitiste llegar a un acuerdo con la vieja reina, por lo cual estoy en deuda contigo. Tuve que presionarlo y lo tranquilicé diciéndole que mantendría alejados a los de Homicidios. Pero el pobre diablo era incapaz de matar una mosca.

—¡Maldita sea! ¿Por qué fuiste a hablar con él? ¿Porque estaba conectado con el Comité de Defensa de Sleepy Lagoon?

—No. Estaba rastreando datos sobre los comunistas y supe que Hartshorn fue arrestado con Reynolds Loftis en un bar de homosexuales de Santa Mónica en el 44. Quería sonsacarle más datos sobre Loftis.

Danny se apoyó el teléfono en el pecho para que Meeks no oyera sus resuellos, para que no oyera cómo su cerebro hurgaba en esos nuevos datos a medida que los relacionaba.

Reynolds Loftis era alto, canoso, maduro.

Estaba vinculado con Charles Hartshorn, un suicida, objeto de los chantajes de Duane Lindenaur, víctima número tres.

Era el amante homosexual de Chaz Minear a principios de los 40. En los archivos psiquiátricos del gran jurado, Sammy Benavides mencionaba que el «puto» Chaz conseguía efebos mediante «una agencia de citas», una posible referencia al servicio de Felix Gordean, quien había empleado a las víctimas George Witsie y Augie Duarte.

La noche anterior, en el distrito negro, Claire de Haven había actuado como un amasijo de nervios: el asesino había seducido a Goines en esa zona y un vendedor de heroína había hablado con ella en el Zombie. Claire había disimulado, pero el equipo del gran jurado sabía que era adicta desde hacía tiempo. ¿Claire había conseguido la droga que había matado a Martin Goines?

Danny alzó el auricular y oyó a Meeks al otro lado de la línea.

—¿Chico, estás ahí?

Atinó a enganchar el auricular con la barbilla.

—Sí, te escucho.

—¿Hay algo que no me has dicho?

—Sí… no… Maldita sea, no lo sé.

Hubo un largo silencio. Danny miró las fotos de los glotones.

—Agente, ¿me estás diciendo que Loftis es sospechoso de esos asesinatos?

—Estoy diciendo que quizás. Un quizá muy posible. Concuerda con la descripción del asesino y… concuerda con todo.

—Demonios —masculló Buzz Meeks.

Danny colgó, recordando que mentalmente había besado a Reynolds Loftis, y le había gustado.

De Krugman a Upshaw a Krugman, puro policía de Homicidios.

Danny se dirigió a Beverly Hills sin mirar por el espejo retrovisor. Enfocó su Cámara Humana sobre las heridas de glotón de Reynolds Loftis; la combinación de las fotos de Tamarind 2307, el cuerpo de Augie Duarte y los apuestos rasgos de Loftis embadurnados de sangre le hacían accionar el cambio de marchas aun cuando no era necesario, tan sólo para ahuyentar las imágenes. Al acercarse, vio las luces de la casa alegremente encendidas, como si la gente del interior no tuviera nada que ocultar. Caminó hasta la puerta y encontró una nota bajo la aldaba: «Ted. Volveré dentro de un momento. Ponte cómodo. — C.»

De nuevo nada que ocultar. Danny abrió la puerta, entró y vio una tablilla apoyada contra una pared, junto a la escalera. Una lámpara de pie la alumbraba; había documentos desperdigados sobre el escritorio, sostenidos por una carpeta de cuero, absolutamente nada que ocultar. Se acercó, la recogió y la abrió: la página inicial presentaba un texto prolijo, escrito a máquina: ACTAS Y ASISTENCIA, COMITÉ EJECUTIVO DE LA UAES, REUNIONES 1950.

Danny miró la primera página. Más prolijidad: la reunión/fiesta de Noche Vieja del 31/12/49. Estaban presentes —constaban las firmas— C. de Haven, M. Ziffkin, R. Loftis, S. Benavides, M. López, y un nombre tachado e ilegible. Temas de discusión: «Asignaciones de los piquetes», «Informe del secretario», «Informe del tesorero», la posibilidad de contratar detectives privados para indagar los antecedentes criminales de la gente de los Transportistas. La velada comenzó a las once y terminó a las seis de la madrugada. Danny frunció el ceño: el documento podía constituir una coartada para Reynolds Loftis —presente allí a la hora de la muerte de Martin Goinesy las actas no contenían material subversivo.

Nada, nada que ocultar. Sospechoso.

Danny miró más adelante y encontró una reunión el 4/1/50, con la asistencia de las mismas personas durante la franja horaria en que asesinaron a Wiltsie y Lindenaur, la misma extraña tachadura, la discusión de los mismos temas aburridos. Y Loftis estaba con Claire la noche anterior, cuando habían liquidado a Augie Duarte. Tendría que pedir al doctor Layman una estimación de la hora del deceso. Coartadas colectivas perfectas, ningún acto de traición. Loftis no era «él», a menos que todo el monopolio de cerebros estuviera detrás de los asesinatos, lo cual resultaba ridículo.

Danny dejó de pensar, puso el documento en su lugar, hundió las manos trémulas en los tibios bolsillos de piel. Actuaban como si no hubiera nada que ocultar porque no tenían nada que ocultar, porque ninguno de ellos sabía que él era un policía de Homicidios. Aunque Loftis hubiera falsificado su nombre, una coartada con cinco testigos se sostendría ante cualquier tribunal, aunque los citados fueran traidores comunistas. Eso no significaba nada. Ordena el caso, ordena las pruebas, actúa como un policía.

Hacía calor en esa casa. Danny se quitó la cazadora, la colgó de un perchero, fue al salón y fingió admirar el póster de
Tormenta en Leningrado
. Le recordó las estúpidas películas que le había hecho ver Karen Hiltscher; estaba pensando en convencerla de que no mencionara Tamarind 2307 cuando oyó:

—Ted, ¿cómo estás?

«Él».

Danny se volvió. Reynolds Loftis y Claire dejaban los abrigos en el vestíbulo. Ella parecía tímida; él tenía un aspecto apuesto, como un refinado experto en deportes sanguinarios.

—Hola —saludó Danny—. Me alegro de veros, pero tengo malas noticias.

Claire dijo «Vaya»; Loftis se frotó las manos y se las sopló.

—Caramba, ¿qué malas noticias?

Danny se acercó para medir la reacción de ambos.

—Estaba en los periódicos. Un abogado llamado Charles Hartshorn se suicidó. Decían que había trabajado para el Comité de Defensa de Sleepy Lagoon, y daban a entender que algún polizonte fascista lo había acorralado.

Reacciones limpias. Claire acarició el abrigo, diciendo:

—Ya lo sabíamos. Charlie fue un buen partidario de nuestra causa.

Loftis se tensó un poco, quizá porque había estado liado con el abogado.

—Ese gran jurado murió, pero se llevó a Charlie consigo. Era un hombre frágil y bondadoso, y esos hombres son víctimas fáciles para los fascistas.

Danny pensó: está hablando de sí mismo, él es débil, Claire constituye su fuerza. Se acercó hasta un primer plano y lanzó un golpe audaz.

—Leí en un diarucho que Hartshorn fue interrogado a raíz de una serie de asesinatos. Un homosexual maniático había asesinado a personas que él conocía.

Loftis le dio la espalda mientras sufría un ataque de tos muy poco convincente, Claire hizo de actriz de reparto, inclinándose junto a él con la cara a un lado, murmurando:

—Eso no es bueno para tu bronquitis.

Danny mantuvo su enfoque de primer plano y escrutó con el cerebro lo que sus ojos no podían ver: Claire alentaba a su prometido; Loftis el actor, consciente de que las caras no mienten, mantenía la suya oculta.

Danny entró en la cocina y llenó un vaso con agua del grifo, un respiro para dar a los actores tiempo de recuperarse. Regresó despacio y los encontró actuando con soltura. Claire fumaba, Loftis estaba apoyado contra la escalera, tímido, un caballero sureño a quien la tos le parecía vulgar.

—Pobre Charlie. En ocasiones le gustaba el amor a la griega, y supongo que los poderes constituidos habrán querido crucificarlo también por eso.

Danny le alcanzó el agua.

—Te crucifican por lo que pueden. Lamento lo de Hartshorn, aunque personalmente prefiero a las mujeres.

Loftis bebió, cogió su chaqueta y le guiñó el ojo.

—Yo también —comentó. Besó a Claire en la mejilla y salió por la puerta.

—Hemos tenido mala suerte hasta ahora —dijo Danny—. Lo de anoche…, tu amigo Charlie…

Claire arrojó la cartera sobre el escritorio donde estaba la carpeta de las reuniones. Demasiada soltura. La estudiada expresión decía que Claire le había preparado esa naturaleza muerta —la coartada de Loftis— aunque ellos no podían saber quién era. Los hilos de quién era quién, quién conocía a quién, y quién sabía qué se enmarañaron de nuevo. Danny los anuló con un guiño insinuante.

—Quedémonos aquí, ¿te parece bien?

—Iba a proponerte lo mismo —dijo Claire—. ¿Quieres ver una película?

—¿Tienes televisor?

—No, tonto. Tengo una sala de proyección.

Danny sonrió tímidamente, el proletario Ted apabullado por los lujos de Hollywood. Claire le cogió la mano y lo condujo por la cocina hasta el cuarto revestido de anaqueles con libros. En la pared frontal había una pantalla. Ante la pantalla había un largo sofá de piel, y a pocos metros un proyector montado en un trípode, con un rollo de película ya preparado. Danny se sentó; Claire movió interruptores, apagó las luces y se acurrucó contra él, las piernas encorvadas bajo la falda. La luz cubrió la pantalla, la película empezó.

Un tramo de prueba, un borrón en blanco y negro; una rubia sensual y un mexicano con peinado «cola de pato» desnudándose. Un cuarto de motel: cama, paredes de estuco desconchadas, lámparas con forma de sombrero, el póster de una plaza de toros en la puerta del armario. Tijuana.

Danny sintió que la mano de Claire se acercaba. La rubia alzó los ojos al cielo; acababa de ver el miembro de su coestrella: enorme, venoso, curvado en el centro como una rama de zahorí. Ella se inclinaba, se arrodillaba y empezaba a chupar. La cámara captaba las marcas de acné de la mujer y los pinchazos del hombre. La mujer chupaba mientras el drogadicto contoneaba las caderas; el hombre le sacaba el miembro de la boca y la rociaba.

Danny miró hacia otro lado; Claire le tocó el muslo. Danny se encogió, trató de relajarse pero se encogió más; los dedos de Claire acariciaron un nudo de músculos tensos a pocos centímetros del sexo. Adicto follaba a Hoyuelos por detrás, la penetración enfocada de cerca. El estómago de Danny gruñó, más que cuando pasaba un tiempo sin comer. La mano de Claire seguía acariciando, y Danny sintió que el sexo se le marchitaba como por efecto de una ducha helada.

La rubia y el mexicano follaban con abandono; Claire sobó músculos que no se distendían. Danny sintió calambres, aferró la mano de Claire y la apretó contra su rodilla, como si estuvieran en el club de jazz y tratara de seguir el ritmo. Claire se apartó; la película terminó con un primer plano de la rubia y el mexicano dándose un beso en la boca.

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