El gran desierto (43 page)

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Authors: James Ellroy

Tags: #Intriga, Policiaco

BOOK: El gran desierto
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Claire le soltó la mano y se puso a aplaudir; un mulato se acercó a la mesa, diciendo: «Hola, encanto. Hacía años que no te veía». Claire desvió la mirada, Danny se levantó.

—¿Conque olvidas a los viejos amigos? —dijo el mulato—. Qué más da. —Y siguió su camino.

Claire encendió un cigarrillo. El encendedor temblaba.

—¿Quién era ése? —preguntó Danny.

—Oh, un amigo de un amigo. Hubo un tiempo en que me gustaban los jazzistas.

El mulato se había dirigido al escenario, Danny vio que dejaba algo en la mano del bajista al tiempo que recogía un billete. Considine: De Haven era adicta a la heroína y a los fármacos.

Danny se sentó, Claire aplastó el cigarrillo y encendió otro. La iluminación se hizo más tenue; empezó la música, una balada lenta y romántica. Danny trató de coger la mano de Claire para seguir el ritmo, pero ella no la movió. Miraba hacia todas partes, Danny vio que la puerta de salida que tenían enfrente se abría y entraba Carlton W. Jeffries, el fumador de hierba a quien había arrancado datos sobre vendedores de heroína. La puerta arrojó una franja de luz hacia la amedrentada Claire de Haven, una rica muchacha blanca amante de la sordidez temiendo que una nueva situación embarazosa le arruinara la salida con un polizonte empeñado en condenarla por traición. La puerta se cerró. Danny sintió que Claire le contagiaba el miedo y el lugar bonito, oscuro y seguro se convirtió en un antro lleno de negros salvajes que se lo comerían vivo para vengar a todos los negros que él había maltratado. —Claire, vámonos de aquí —propuso.

—Sí, vámonos.

En el viaje de vuelta una excitada Claire divagó acerca de lo que había hecho en varias organizaciones, una letanía que parecía inocua y tal vez no contenía ninguna información interesante para Considine y Loew. Danny la dejó hablar mientras él pensaba en su reunión con Considine, y se preguntaba qué le habría dicho Leo Bordoni a Gene Niles, si Niles tendría un amigo en el condado para deducir lo de Tamarind 2307, y a quién le importaría en caso de que probara algo. ¿Debería sobornar a Karen Hiltscher? Ella era la única posibilidad real, aunque consideraba improbable que conociera a Niles. ¿Y cómo se libraría del asunto de la pelea? ¿Cómo lograr que Considine considerara sensacional que su futuro favorito aporreara a uno de sus propios hombres, cuando ese hombre podría tenerlo cogido por las pelotas?

Danny viró hacia la casa de Claire, pensando en buenas frases de despedida; mientras frenaba, ya tenía dos preparadas. Sonrió y se dispuso a actuar; Claire le acarició la mejilla, más suavemente que la primera vez.

—Lo lamento, Teddy. Ha sido una pésima primera cita. ¿Lo intentamos de nuevo?

—Claro —murmuró Danny, entibiándose, de nuevo nudo en la garganta.

—¿Mañana por la noche, aquí? ¿Sólo nosotros, la estrategia, y lo que nos apetezca?

Había dado la vuelta a la mano y ahora le rozaba la mandíbula con los nudillos.

—Claro… querida.

Claire se detuvo. Tenía los ojos cerrados, los labios entreabiertos.

Danny se dispuso a besarla, pero ansiaba esa mano suave, no esa boca hambrienta pintada de rojo claro. Cuando se tocaron, quedó paralizado y quiso zafarse. La lengua de Claire le rozó los dientes, sondeando. Danny pensó en Reynolds Loftis y la besó.

24

Mientras Mal miraba como comía Buzz Meeks, se le ocurrió que el amor suicida debía de abrir el apetito: el gordo había devorado un plato de camarones rellenos, dos chuletas de cerdo con aros de cebolla, y ahora estaba dando cuenta de una descomunal porción de pastel de melocotón sumergido en helado.

Era la segunda vez que comían juntos, después del trabajo de Inmigración y su visita a la oficina de Jake Kellerman; al mediodía Meeks había engullido un bistec, patatas fritas y tres raciones de budín de arroz. Mal meneó la cabeza mientras comía su ensalada de pollo.

—Un chico en edad de crecimiento debe alimentarse —comentó Meeks—. ¿A qué hora vendrá Upshaw?

Mal miró el reloj de pulsera.

—Le dije a medianoche. ¿Por qué? ¿Tienes planes?

—Una cita con mi chica. Howard está usando su guarida del Bowl, así que nos veremos en casa de ella. Le dije que a lo sumo llegaría a la una, y me propongo ser puntual.

—Meeks, ¿tomas precauciones?

—Usamos el método del ritmo —respondió Meeks—. La casa de ella cuando el ritmo de Howard nos desplaza. —Hurgó en los bolsillos y sacó un sobre—. Me olvidé de decirte una cosa. Cuando fuiste a ver a tu abogado, pasó Ellis. Le entregué tu informe, y él lo leyó y te escribió una nota. Al parecer tu muchacho se enzarzó con un detective del Departamento de Policía. Ellis dijo que leyeras esto y siguieras sus instrucciones.

Mal abrió el sobre y sacó un papel con la letra de Ellis Loew.

Leyó:

Estoy totalmente de acuerdo contigo excepto en tu evaluación de los métodos de Dudley. No comprendes que Dudley es tan eficaz que sus métodos reducen la probabilidad de que los testigos potenciales se arrepientan y nos delaten a la UAES. Además, no puedo ponerte al mando de la investigación, dadas las obvias diferencias que hay entre tú y Dudley. Irritaría a un hombre que hasta ayer compartía tu rango con muchos más años de servicio. Tenéis la misma autoridad en esta investigación, y en cuanto vayamos a los tribunales ya no tendrás que trabajar de nuevo con él.

Hubo una novedad con el agente Upshaw. Un tal sargento Breuning (Departamento de Policía) llamó para decirme que Upshaw se enzarzó a puñetazos con otro policía de la ciudad (el sargento Niles) esta tarde, debido a un estúpido comentario de Niles sobre los «maricas». A la luz de la confianza que hemos depositado en Upshaw, esto es intolerable. Breuning también comentó que Upshaw había solicitado cuatro hombres para su caso, y que para mantenerlo contento Dudley encontró a esos hombres. Esto también es intolerable. Upshaw es un agente joven e inexperto, y por mucho talento que tenga no está en posición de plantear semejantes exigencias. Quiero que le adviertas severamente que no toleraremos más puñetazos ni petulancias.

El sargento Bowman está buscando al doctor Lesnick. Yo también espero que no se haya muerto. Es un valioso componente del equipo.

E. L.

P. D.: Buena suerte en los tribunales mañana. Tu ascenso y tus actuales responsabilidades te ayudarán a conseguir un aplazamiento. Creo que la estrategia de Jake Kellerman es atinada.

Mal arrugó el papel y lo arrojó a un lado, la pelota rebotó y aterrizó en el plato de mantequilla de Meeks.

—Epa, socio —dijo Buzz.

Mal alzó la mirada y vio a Danny Upshaw esperando.

—Siéntate, agente —indicó, irritado hasta que notó que al chico le temblaban las manos.

Danny se sentó junto a Meeks. Buzz se presentó y le dio la mano, Danny cabeceó y se volvió hacia Mal.

—Felicidades, capitán. Y gracias por la botella.

Mal estudió a su señuelo, pensando que en ese momento no parecía en absoluto un policía.

—Gracias, y no hay de qué. Pero antes de hablar de lo nuestro, ¿qué pasó con el sargento Niles?

Danny cogió un vaso de agua vacío.

—Él tiene la loca idea de que yo irrumpí en el lugar donde hallaron a las víctimas dos y tres. Esencialmente, le irrita recibir órdenes de mí. Jack Shortell me dijo que el comandante de la guardia lo excluyó del caso, así que me alegra habérmelo quitado de encima.

La respuesta sonaba ensayada.

—¿Eso es todo? —preguntó Mal.

—Sí.

—¿Irrumpiste en el lugar?

—No, claro que no.

Mal pensó en el comentario sobre los «maricas», pero lo pasó por alto.

—De acuerdo, pues tómate esto como una amonestación, de Ellis Loew y mía. No quiero que se repita. No permitas que ocurra de nuevo. ¿Entiendes?

Danny levantó el vaso, lamentando que estuviera vacío.

—Sí, capitán.

—Sigo siendo «Mal». ¿Quieres comer algo?

—No, gracias.

—¿Una copa?

Danny apartó el vaso.

—No.

—Ahorra tus energías para los Guantes de Oro. Conocí a un fulano a quien ascendieron a sargento porque aporreaba a tipos que no caían bien a su comandante.

Danny rió, Mal deseó que hubiera pedido una copa para calmarse.

—Cuéntame qué sucedió. ¿Has visto a Claire de Haven?

—Sí, dos veces.

—¿Y?

—Ella me está facilitando el camino.

El agente se estaba ruborizando.

—Háblame de ello —dijo Mal.

—Aún no hay mucho que contar. Esta noche salimos, y hemos quedado en vernos mañana por la noche. Me aposté frente a su casa mientras celebraban una reunión, y oí algunas cosas. A pesar de la vaguedad, fue suficiente para indicarme que están trabajando en una especie de extorsión para los estudios y que planean sincronizarlo con el momento en que los Transportistas pierdan la cabeza en los piquetes. Di a Mickey que contenga a sus muchachos. Noté que este enfoque era importante para la estrategia de la operación. Cuando mañana vea a Claire de Haven, trataré de averiguar los detalles.

Mal analizó estos datos, y pensó que concordaban con lo que sabía de los dirigentes de la UAES: eran taimados, hablaban mucho, se tomaban su tiempo para actuar y dejaban que los acontecimientos indicaran el momento oportuno.

—¿A quién has conocido, además de Kostenz y De Haven?

—Loftis, Minear y Ziffkin, pero muy brevemente.

—¿Qué impresión te causaron?

Danny abrió las manos.

—En realidad ninguna. Sólo hablé con ellos uno o dos minutos.

Buzz rió y se aflojó el cinturón.

—Tuviste suerte de que el viejo Reynolds no te echara el ojo, en vez de Claire de Haven. Un chico guapo como tú le provocaría una enorme erección a ese viejo cazador.

Danny se ruborizó de nuevo. Mal pensó que Danny estaba trabajando en dos casos de veinticuatro horas diarias, comprimiéndolos en un día de veinticuatro horas.

—Cuéntame cómo anda tu otro trabajo —le pidió.

Danny movió los ojos, mirando las mesas vecinas, demorándose en los parroquianos de la barra antes de volverse hacia Mal.

—Despacio pero bien —respondió al fin—. Eso creo. Tengo mi propio archivo, todas las pruebas y todas mis impresiones, y eso resulta útil. Tengo varias investigaciones en marcha, y hasta ahora van lentas pero seguras. Creo que me estoy acercando a las víctimas, conectándolas mejor. No se trata de un psicópata que actúa al azar, lo sé. Si me acerco más, tal vez necesite un señuelo para atraerlo. ¿Sería posible conseguir a otro hombre?

—No —respondió Mal. Observó que Danny seguía con la mirada a dos hombres que pasaban—. No después de tu hazaña con Niles. Tienes esos cuatro hombres que te consiguió Dudley Smith…

—¡Son hombres de Dudley, no míos! Ni siquiera responden ante mí, y Mike Breuning me está provocando. Por lo que sé, el trabajo le importa un bledo.

Mal golpeó la mesa, obligando a Danny a mirarlo.

—Mírame y escucha. Quiero que te calmes y actúes despacio. Estás haciendo todo lo posible en ambos casos, y al margen del episodio de Niles lo haces muy bien. Ahora has perdido un hombre, pero tienes a tu personal de seguimiento, así que piensa que has compensado tus pérdidas, recupera el control y actúa como un profesional. Actúa como un policía.

Danny fijó los ojos turbios en Mal.

—Agente —dijo Buzz—, ¿tienes alguna pista sólida sobre las víctimas? ¿Algún punto en común?

El jefe miró a su subordinado.

—Un hombre llamado Felix Gordean. Es un alcahuete de homosexuales asociado con una de las víctimas, y sé que el asesino tiene una obsesión con él. Aún no lo he exprimido demasiado, porque soborna a Antivicio Central del condado y asegura tener influencia en el Departamento de Policía y la Fiscalía.

—Bien, yo nunca he oído hablar de él, y estoy en la cima de la Fiscalía —comentó Mal—. Buzz, ¿has oído hablar de ese tipo?

—Claro, jefe. Gran influencia en la ciudad, todavía más en el condado. Un personaje escurridizo. Juega al golf con el sheriff Eugene Biscailuz, desliza unos billetes en los bolsillos de Al Dietrich cuando llegan las Navidades.

Al decir esas palabras, Mal supo que era uno de los mejores momentos de su vida.

—Exprímelo, Danny. Yo soportaré la presión, y si alguien te crea problemas, tienes de tu lado al jefe de investigación de la Fiscalía de Distrito de la ciudad de Los Ángeles.

Danny se levantó, con un aspecto conmovedoramente agradecido.

—Ve a dormir, Ted. Tómate una copa a mi salud.

El señuelo se marchó, saludando a sus colegas. Buzz suspiró lentamente.

—Ese chico está subido a la rama de un árbol y abajo hay un tipo empuñando una sierra, y tú tienes más pelotas que cerebro.

Era lo más agradable que le habían dicho jamás.

—Sírvete otra ración de pastel, muchacho —invitó Mal—. Yo pagaré la cuenta.

25

Un ruido en la ventana del vestíbulo, tres pasos suaves en el suelo del dormitorio.

Buzz se apartó de Audrey, buscó bajo la almohada y palpó su 38, disimulando el movimiento con un suspiro. Dos pasos más, los ronquidos de Audrey, eclipse de la luz entre las cortinas. Una figura que se acercaba a su lado de la cama, el ruido de un arma amartillada.

—Mickey, estás muerto.

Buzz arrastró a Audrey al suelo, alejándola de la voz. Un silenciador zumbó y el fogonazo alumbró a un hombre corpulento con abrigo oscuro. Audrey gritó, Buzz vio que el colchón de desgarraba a unos centímetros de sus piernas. Con un solo movimiento, aferró la porra de la mesilla de noche y la lanzó contra las rodillas del hombre. El acero revestido de madera astilló huesos, el hombre trastabilló. Audrey gritó «¡Meeks!», un disparo desgarró la pared, otro fogonazo de medio segundo dio a Buzz una imagen. Aferró al hombre por el abrigo, lo tumbó en la cama, le tapó la cabeza con la almohada y le disparó dos veces en la cara, a quemarropa.

Las explosiones quedaron ahogadas, pero Audrey chillaba como una sirena. Buzz se le acercó y la abrazó, calmando su conmoción con sus propios temblores.

—Ve al cuarto de baño —dijo—, mantén la luz apagada y la cabeza agachada. Esto era para Mickey, y si hay otro afuera, pronto entrará. Quédate agachada y tranquila.

Audrey se alejó de rodillas; Buzz fue al salón, entreabrió las cortinas y miró al exterior. Enfrente había un sedán que él no había visto al llegar, no había ningún otro coche aparcado en las cercanías. Calculó qué podría haber pasado.

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