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Authors: James Ellroy

Tags: #Intriga, Policiaco

El gran desierto (39 page)

BOOK: El gran desierto
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Wardell John Hascomb, Iola Sur 9816 1/4, Los Ángeles. Número de permiso, California 416893-H; número de matrícula, California JQ 1338.

South Central, distrito negro, la zona donde el asesino había robado el coche con que trasladó a Martin Goines.

Él.

Danny empezó a temblar. Regresó a Sunset y enfiló hacia el oeste hasta que encontró una gasolinera con teléfono. Con manos trémulas, insertó una moneda en la ranura y llamó a Circulación.

—¿Sí? ¿De parte de quién?

—Agente Upshaw, Hollywood Oeste.

—¿El que llamó hace media hora?

—Sí, maldita sea. Busque esto en Vehículos Robados: sedán Pontiac Super Chief 1948, JQ 1338 de California. Si es robado, quiero saber de dónde se lo llevaron.

—Comprendido. —Silencio. Danny esperó en la cabina, tiritando. Sacó libreta y pluma para anotar los datos. Vio «Augie Luis Duarte» y comprendió por qué le resultaba familiar: había un Juan Duarte en el informe de la UAES que estudiaba. Eso no significaba nada. Duarte era un apellido mexicano tan extendido como García o Hernández.

La voz volvió.

—Lo robaron esta tarde frente a Normadie Sur 9945. El dueño es un tal Wardell J. Hascomb, negro, domiciliado en…

—Ya tengo eso.

—¿Sabe, agente? Su colega era mucho más amable.

—¿Qué?

El hombre parecía irritado, como si estuviera hablando con un cretino.

—El agente Jones. Llamó para que le repitiera esos cuatro nombres que le di a usted. Dijo que usted había perdido las notas.

Ahora la cabina le pareció helada. No existía ese agente. Alguien, tal vez «él», lo había observado mientras vigilaba la oficina de Gordean, tan cerca como para oír su conversación con el empleado y deducir que estaba solicitando registros de vehículos.

—Describa la voz —dijo Danny, tiritando.

—¿La de su colega? Demasiado culta para ser la de un detective, y…

Danny colgó, insertó la última moneda y marcó la línea directa de la oficina de Hollywood. Una voz respondió «Detectives» y Danny dijo:

—El sargento Shortell. Dígale que es urgente.

—Bien.

Un chasquido, un bostezo del veterano sargento.

—Sí. ¿Quién habla?

—Upshaw. Jack, el asesino me ha estado siguiendo en un auto robado.

—¿Qué demonios…?

—Sólo escuche. Me di cuenta, él escapó y abandonó el coche. Anote esto: Pontiac Super 48, pardo, La Paloma Drive, saliendo de Sunset en Pacific Palisades, donde el camino se achata en una loma. Que dactiloscopia investigue el coche, usted interrogue. Se marchó a pie y allí sólo hay colinas, así que estoy seguro de que se nos ha escapado, pero hágalo de todos modos. Y deprisa… yo no estaré allí para supervisar.

—Santo cielo.

—Ya lo creo. Consígame además los antecedentes de estos cuatro hombres: Donald Wachtel, Franklin 1638, Santa Mónica; Timothy Costigan, Saticoy 11692, Van Nuys; Alan Marks, Cuarta Avenida 209, Venice; Augie Duarte, Vendome 1890, Los Ángeles. ¿Entendido?

—Entendido —dijo Shortell.

Danny colgó y salió en busca de «él». Regresó a La Paloma y encontró el coche tal como lo había dejado. Sacó la linterna por la ventanilla y la apuntó hacia los bungalows, los callejones, los patios y las colinas. Gente convencional sacando la basura; perros, gatos y un coyote asustado transfigurado por el resplandor en los ojos. Ningún hombre alto y maduro de adorable pelo plateado escapando serenamente de una detención por robo de un vehículo. Danny regresó a Sunset y se acercó despacio a la playa, escrutando ambos lados de la calle; en la carretera de la costa, hurgó en su memoria buscando la dirección de Felix Gordean. Recordó: Carretera de la Costa del Pacífico 16822. Enfiló hacia allí.

Estaba del lado de la playa, un edificio colonial de madera blanca construido sobre columnas que se hundían en la arena. El nombre de Felix Gordean en letras
art déco
sobre el buzón. Danny aparcó frente a la casa y llamó al timbre, sonaron campanillas como las de Marmont. Abrió la puerta un niño bonito en quimono. Danny le mostró la placa.

—Departamento del sheriff. Quiero ver a Felix Gordean.

El chico le cerró el paso.

—Felix no se encuentra bien.

Danny le echó un vistazo: el pelo rubio oxigenado le revolvió el estómago. Detrás del chico se veía un salón muy moderno, con un espejo que cubría una pared entera: cristal ahumado como el de los espejos unidireccionales de las salas de interrogatorios de la policía. Vandrich: a Gordean le gustaba mirar a hombres follando con hombres.

—Dile que es el agente Upshaw —dijo Danny.

—Está bien, Christopher. Hablaré con el agente.

El niño bonito se sobresaltó al oír la voz de Gordean, Danny entró y vio al hombre. Vestía una elegante bata de seda y miraba hacia el espejo. No se volvió.

—¿Va a mirarme a mí? —dijo Danny.

Gordean giró lentamente.

—Hola, agente. ¿Olvidó algo la otra noche?

Christopher se acercó y se plantó junto a Gordean, dedicando un mohín y una risita al espejo.

—Cuatro nombres que necesito investigar. Donald Wachtel, Alan Marks, Augie Duarte y Timothy Costigan —espetó Danny.

—Esos hombres son mis clientes y amigos, y todos estuvieron en mi oficina esta tarde. ¿Ha andado espiándome?

Danny avanzó hacia los dos, apartándose del espejo.

—Sea concreto. ¿Quiénes son?

Gordean se encogió de hombros y se apoyó las manos en las caderas.

—Como he dicho, clientes y amigos.

—Como he dicho, sea concreto.

—Muy bien. Don Watchel y Al Marks son locutores de radio, Tim Costigan era cantante de las grandes orquestas y Augie Duarte es un actor incipiente para quien he encontrado trabajo en publicidad. Tal vez usted lo haya visto en televisión. Le encontré un papel de campesino en un anuncio para la Asociación de Sembradores de Críticos de California.

Niño Bonito se abrazaba el cuerpo, cautivado por el espejo. Danny olió el miedo de Gordean.

—¿Recuerda mi descripción del sospechoso? ¿Alto, canoso, cuarentón?

—Sí. ¿Qué tiene que ver?

—¿Ha visto a alguien así cerca de su oficina?

Silencio de Gordean, Christopher apartó los ojos del espejo, boquiabierto. Un breve apretujón de manos, rufián a Niño Bonito; silencio del chico. Danny sonrió.

—Eso es todo. Lamento haberlo molestado.

Dos hombres entraron en el salón. Llevaban calzoncillos de seda roja, uno se estaba quitando una máscara con lentejuelas. Los dos eran jóvenes y musculosos, con las piernas afeitadas y el torso embadurnado con algún ungüento. El más alto le lanzó un beso a Danny. Su amigo frunció el ceño, se enganchó los dedos en los calzoncillos, regresó al pasillo y se perdió de vista. Reían entre dientes, Danny sintió ganas de vomitar y se dirigió a la puerta.

—¿Ninguna pregunta sobre eso, agente? —entonó Gordean a sus espaldas.

Danny dio media vuelta.

—No.

—¿No diría usted que es contrario a sus hábitos? Sin duda tiene usted una agradable familia. Una esposa o una amante, una bonita familia que se escandalizaría de esto. ¿No le gustaría hablarme de ellos mientras se toma una copa de ese exquisito coñac Napoleón que tanto le gusta?

Durante una fracción de segundo Danny sintió terror; Gordean y Niño Bonito se convirtieron en siluetas de papel, delincuentes en los cuales debía vaciar su arma. Giró y salió dando un portazo. Vomitó en la calle, encontró una manguera que salía de la casa vecina, bebió y se enjuagó la cara. Más sereno, llevó el Chevy al otro lado del camino y aparcó para esperar con las luces apagadas.

Niño Bonito salió de la casa veinte minutos más tarde y avanzó por una rampa hacia la playa. Danny lo dejó llegar a la escalera, le dio cinco segundos más de ventaja y echó a correr. Sus botas de motociclista taconeaban sobre el cemento; el chico se volvió y se detuvo. Danny caminó más despacio.

—Hola —lo saludó Christopher—. ¿Quieres disfrutar del paisaje con…?

Danny le dio un puñetazo en el vientre, aferró un mechón de cabello oxigenado y le abofeteó la cara hasta que los nudillos se le mojaron de sangre. La luna le iluminó el rostro: ninguna lágrima, ojos abiertos y resignados. Danny dejó que el chico se arrodillara en el suelo y vio cómo se encorvaba sobre el quimono.

—Viste a ese hombre en la oficina de Gordean. ¿Por qué no me lo has dicho?

Christopher se limpió la sangre de la nariz.

—Felix no quería que hablara de eso. —Ningún gemido, ningún desafío, nada en la voz.

—¿Haces todo lo que ordena Felix?

—Sí.

—¿De manera que viste a un hombre así?

Christopher se puso en pie y se apoyó en la baranda con la cabeza inclinada.

—El hombre tenía un pelo realmente hermoso, como el de una estrella de cine. Yo hago trabajo de archivo en la agencia, y en los últimos días lo he visto a menudo en la parada de autobuses de Sunset.

Danny se masajeó los nudillos contra la manga de la cazadora.

—¿Quién es?

—No lo sé.

—¿Lo has visto con un coche?

—No.

—¿Lo has visto hablando con alguien?

—No.

—¿Pero le hablaste a Felix sobre él?

—S-sí.

—¿Y cómo reaccionó?

Christopher se encogió de hombros.

—No lo sé. No reaccionó demasiado.

Danny se apoyó en la baranda apretando los puños.

—Sí reaccionó, así que habla.

—Felix no quiere que hable.

—No, pero si no hablas voy a hacerte daño.

El chico se apartó, tragó saliva y habló deprisa; era la primera vez que actuaba como soplón y quería terminar de una vez.

—Al principio pareció asustado, luego reflexionó y me dijo que señalara al hombre desde la ventana la próxima vez que lo viera.

—¿Lo viste de nuevo?

—No. No volví a verlo.

Danny pensó: y nunca lo verás, pues ahora sabe que estoy al corriente de sus pasos.

—¿Gordean lleva registros de su servicio de presentaciones?

—No. Tiene miedo de hacerlo.

Danny le dio un codazo.

—Te gustan los juegos, así que aquí tienes uno. Yo digo una cosa y tú la asocias con Gordean, a quien sin duda conoces a fondo. Y mírame, así sabré si estás mintiendo.

El chico se volvió, mirándolo de frente. Sus atractivos rasgos estaban maltrechos y demacrados. Danny le clavó los ojos, pero los labios trémulos lo obligaron a mirar hacia el mar.

—¿Conoce Gordean a algún músico de jazz, gente que frecuente los clubes del distrito negro?

—No lo creo. No es su estilo.

—Piensa deprisa. Estaca cortante. Es un palo con hojas de afeitar en la punta, un arma.

—No sé de qué estás hablando.

—Un hombre como el que viste en la parada de autobuses, un hombre que use los servicios de Gordean.

—No. Nunca había visto a ese hombre de la parada de autobuses, y no conozco a ningún…

—Dentistas, mecánicos dentales, hombres que puedan hacer postizos.

—No. Demasiado tosco para Felix. Oh Dios, todo esto es tan raro.

—Heroína. Tipos que la vendan, tipos que la usen, tipos que puedan conseguirla.

—No, no, no. Felix odia a los adictos, opina que son vulgares. ¿Podemos darnos prisa? Nunca tardo tanto cuando salgo a pasear, y Felix podría preocuparse.

Danny sintió ganas de aporrearlo de nuevo; clavó los ojos en el agua, imaginando aletas de tiburón que hendían las olas.

—¡Cállate y responde! El servicio. Felix se excita cuando otros admiten lo que son, ¿verdad?

—Cielos… sí.

—¿Alguno de esos cuatro hombres que mencioné son maricas que él descubrió?

—N-no lo sé.

—¿Maricas en general?

—Donald y Augie, sí. Tim Costigan y Al Marks son simples clientes.

—¿Han trabajado alguna vez para el servicio Augie y Don?

—Augie sí, es todo lo que sé.

—¡Christopher! ¿Te has caído al agua y te has ahogado?

Danny dejó de mirar el oleaje para observar la playa. Felix Gordean estaba de pie en el porche trasero, una figura diminuta iluminada por faroles de papel. Detrás de él había una cristalera entreabierta; los dos tipos fornidos estaban abrazados en el suelo, en el interior.

—Por favor, ¿puedo irme? —murmuró Christopher.

Danny volvió a mirar sus tiburones imaginarios.

—No hables de esto con Gordean.

—¿Cómo le explico lo de mi nariz?

—Dile que te mordió un tiburón.

—¡Christopher! ¡Ven de una vez!

Danny regresó a La Paloma Drive. Una luz de arco voltaico alumbraba el Pontiac abandonado; Mike Breuning estaba sentado en el capó de un coche policial sin insignias, mirando el trabajo de un técnico de dactiloscopia. Danny apagó el motor e hizo sonar el claxon; Breuning se le acercó y se apoyó en la ventanilla.

—Ninguna huella salvo las del dueño del coche. Las identificamos porque tiene registrada un arma. Ningún antecedente con los nombres que le diste a Shortell, quien está interrogando a los vecinos. ¿Qué pasó? Jack dijo que el asesino te perseguía.

Danny se apeó del coche, molesto por el remoloneo de Breuning.

—Estaba vigilando una agencia del Strip, una agencia artística dirigida por un tipo que además es alcahuete de homosexuales. Obtuve algunos números de permisos de conducir y llamé a Circulación. Luego llamó un tipo que se hizo pasar por policía y también los averiguó. Alguien me siguió y huyó cuando me di cuenta. Robaron este coche en el distrito negro, cerca del lugar donde robaron el coche en que trasladaron el cadáver de Martin Goines. Tengo un testigo presencial que vio cerca de la agencia artística a un hombre cuya descripción concuerda con la del asesino. Eso significa que hay que poner a esos cuatro hombres bajo vigilancia. Ahora.

Breuning soltó un silbido.

—Nada salvo las huellas del dueño —informó el técnico desde el coche.

—Usted y Jack interrogarán a los vecinos. Sé que no servirá de mucho, pero quiero que lo hagan. Cuando terminen, revisen las hojas de servicio de las compañías de taxis para ver si recogieron a alguien en las Palisades y en Santa Mónica Canyon. Interroguen a los conductores de autobuses de la línea Sunset. Tuvo que huir de algún modo. Quizá robó otro coche, así que haga indagaciones en las oficinas de Los Ángeles Oeste, el Departamento de Policía de Samo y el Departamento del sheriff de Malibú. Iré a casa un momento, luego me dirigiré al Southside para ver dónde robaron el Pontiac.

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