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Authors: James Ellroy

Tags: #Intriga, Policiaco

El gran desierto (37 page)

BOOK: El gran desierto
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Y la confirmación de lo que el instinto le decía sobre Gordean: ese alcahuete no podía respirar sin hacer un cálculo, lo cual significaba que estaba ocultando algo.

—Muy bien —dijo Danny.

Sacó su libreta y miró la lista de preguntas que había preparado.

—Robos de casas, Vandrich. ¿Sabías si George Wiltsie estaba involucrado en el asunto, o conoces a alguien relacionado con Felix Gordean que haga ese trabajo?

Vandrich negó con la cabeza.

—No. Como te decía, George Wiltsie y yo salimos una vez. La charla no era su fuerte, así que nos limitamos a lo nuestro. Nunca mencionó al tal Lindenaur. Lamento que lo hayan matado, pero yo sólo compro cosas bonitas en las tiendas. No me asocio con gente que roba en casas.

Danny anotó «No».

—¿Qué me dices de dentistas y mecánicos dentales, hombres capaces de fabricar postizos?

Vandrich enseñó sus dientes perfectos.

—No. Y no he visitado a un dentista desde la escuela secundaria.

—Un joven, tal vez un chico, con la cara llena de cicatrices, la cara quemada envuelta en vendajes. Robaba casas durante la guerra.

—No. Qué asco.

Danny anotó «No» dos veces.

—Estaca cortante. Es un palo largo de madera con una o varias hojas de afeitar en la punta. Es un arma de cuando la guerra, para rasgar los trajes de colores chillones de los mexicanos.

—Doble asco, y asco por los pachucos con trajes de colores chillones en general.

No, no, no, no, subrayados. Danny hizo su pregunta clave.

—Hombres altos, canosos, cuarentones. Pelo canoso y atractivo, fulanos que conocen clubes de jazz, con dinero para comprar droga. Homosexuales que frecuentaban las fiestas de Gordean en tus tiempos.

—No —respondió Vandrich.

Danny pasó a una hoja en blanco.

—Este es tu plato fuerte, Cyril. Felix Gordean. Todo lo que sepas, todo lo que hayas oído, todo lo que hayas pensado.

—Felix Gordean es… una… obra… de… arte —dijo Vandrich, arrastrando las palabras—. No sale con hombre, mujer ni bestia, y sólo se excita cuando la gente se sincera, cuando admite lo que es, y entonces le brinda sus servicios. Tiene una agencia artística legal, y conoce a muchos jóvenes, tipos sensibles y creativos… y… tienden a ser…

Danny quiso gritar MARICA, PUTO, INVERTIDO, PEDERASTA, y arrojar la inmundicia de los archivos del Escuadrón Hollywood por la garganta de Vandrich, para que él la escupiera hacia fuera y Danny pudiera escupir sobre ella. Se acarició las mangas de la chaqueta y dijo:

—Se excita cuando logra que los demás confiesan que son homosexuales, ¿no?

—Pues… sí.

—Puedes decirlo, Vandrich. Hace cinco minutos tratabas de coquetear conmigo.

—Es… es una palabra difícil. Es desagradable, clínica y fría.

—Conque Gordean hace que estos homosexuales confiesen. ¿Después qué?

—Luego le agrada exhibirlos en sus fiestas y ponerlos en contacto. Les consigue trabajos de actor, luego cobra dinero por presentarlos. A veces celebra fiestas en su casa de la playa y mira por unos espejos. Él puede mirar hacia dentro, pero los tipos del dormitorio no pueden ver qué hay detrás.

Danny recordó su primera incursión en el Marmont: espiando, la entrepierna apretada contra la ventana, meciéndose.

—Conque Gordean es mirón de maricas, y le gusta ver cómo follan los invertidos. Veamos esto. ¿Lleva registros de su servicio de presentación?

Vandrich había apoyado la silla contra la pared.

—No. Por lo menos no los llevaba entonces. Se decía que tenía una excelente memoria, y le aterraba anotar cosas… por temor a la policía. Pero…

—¿Pero qué?

—P-pero se… dice que le gusta memorizarlo todo, y una vez le oí decir que su mayor sueño era tener información sobre todos sus conocidos y un modo lucrativo de usarla.

—¿Como el chantaje?

—S-sí, yo pensé en eso.

—¿Crees que Gordean es capaz?

Ningún jadeo, tartamudeo ni titubeo.

—Sí.

Danny acarició el suave cuello de piel, pegajoso de sudor.

—Lárgate de aquí.

Gordean ocultaba información.

La agencia artística era su sistema para satisfacer su voyeurismo.

Chantaje.

Ninguna reacción sospechosa de Gordean ante la mención de Duane Lindenaur, extorsionador; Charles Hartshorn —«bajo y calvo»— quedaba fuera de sospecha por su aspecto, un dato corroborado por los comentarios del sargento Frank Skakel y su advertencia sobre el poder de Hartshorn: el abogado quedaba al margen por el momento. Si Gordean mismo actuaba como extorsionador, lo de Lindenaur era pura coincidencia: los dos hombres se movían en un mundo plagado de víctimas del chantaje. La agencia de talentos era el lugar para empezar.

Danny regresó a Los Ángeles por la carretera de la costa, con las ventanillas abiertas para quedarse con la cazadora puesta y abrochada. Siguiendo las órdenes de Considine, aparcó a tres calles del cuartel de Hollywood y caminó el resto del trayecto. Llegó a la sala de reuniones a tiempo para su cita del mediodía.

Sus hombres ya estaban allí, sentados en la primera fila de sillas. Mike Breuning y Jack Shortel charlaban y fumaban. Gene Niles estaba a cuatro sillas de distancia, hojeando una pila de documentos. Danny cogió una silla y se sentó frente a ellos.

—Aún tiene facha de policía —comentó Shortell.

—Sí —admitió Breuning—, pero los comunistas no lo notarán. Si fueran tan listos no serían comunistas, ¿verdad?

Danny rió.

—Terminemos con esto, Upshaw —dijo Niles—. Tengo mucho que hacer.

Danny sacó libreta y pluma.

—Yo también. Sargento Shortell, usted primero.

—He hecho mis deberes. Llamé a noventa y un talleres dentales, describí nuestro hombre a los encargados y obtuve un total de dieciséis candidatos: tipos raros, con antecedentes. Eliminé a nueve por el grupo sanguíneo, cuatro están actualmente en la cárcel. Hablé con los otros tres. Ninguna pista, y los tres tienen coartadas. Seguiré trabajando, y lo llamaré si doy con algo.

—De acuerdo —dijo Danny, volviéndose a Breuning—. Mike, ¿qué tienen usted y el sargento Niles?

Breuning consultó un cuaderno.

—No tenemos nada. En cuanto a las mordeduras, consultamos los archivos del Departamento de Policía, el condado y los municipales. Encontramos a un marica negro que le arrancó la verga a mordiscos a su amiguito, un gordo rubio con antecedentes de violación de niñas que muerde a las pequeñas y dos fulanos que concuerdan con la descripción, ambos en Atascadero por asalto con agravantes. En cuanto los bares, nada. Los aficionados a los mordiscos no andan por los bares de homosexuales diciendo: «Muerdo. ¿Quieres probar?» Los policías con experiencia en homosexuales con quienes hablé lo tomaron a risa. Archivos de Antivicio y delincuentes sexuales, nada. Robo, el mismo resultado. Comparé los dos archivos, ninguna coincidencia. El chico de las quemaduras, nada. Había seis candidatos maduros y canosos, todos bajo custodia o con coartada para las noches de las muertes, con testigos respetables. Los nuevos interrogatorios, cero: ya es historia antigua. El distrito negro, Griffith Park, la zona donde abandonaron a Goines, nada. Nadie vio nada, a nadie le importa un comino. Los soplones, olvídalo. Este tipo es un solitario, y apuesto mi pensión a que no se asocia con elementos criminales. Hablé personalmente con los tres únicos candidatos que conseguí en la Oficina de Libertad Condicional del estado y el condado: dos de ellos eran damiselas y el otro una verdadera joya, un fulano alto y canoso con pinta de predicador que se tiró a tres infantes de Marina durante la guerra y se lubricaba el miembro con pasta de dientes. Los tres estaban en la Misión de la Medianoche, confirmado nada menos que por la hermana Mary Eckert en persona.

Breuning calló, sin aliento, y encendió un cigarrillo. Continuó.

—Gene y yo apretamos las tuercas a todos los vendedores de heroína del lado sur que pudimos encontrar. No eran muchos. El lugar está seco. Corre el rumor de que Jack D., Mickey C., o ambos, se están preparando para introducir un cargamento de mercancía barata. Investigamos a los jazzistas. Nada que concuerde con la descripción de nuestro hombre. Lo mismo con barbitúricos. Nada. Y conste que pusimos todo nuestro empeño.

Niles rió entre dientes; Danny miró sus distraídos garabatos: una página de ceros concéntricos.

—Mike, ¿qué pasa con las estacas cortantes? Archivos, informadores.

Breuning entornó los ojos.

—Otro cero. Y eso es asunto de mexicanos un tanto rebuscado. Sé que el doctor Layman declaró que las heridas se hicieron con esa arma, pero ¿no podría estar equivocado? A mi juicio, no encaja.

Un payaso de Dudley Smith descalificando a Norton Layman, doctor en medicina. Danny replicó secamente:

—No. Layman es el mejor, y tiene razón.

—Entonces no creo que sea una buena pista. Creo que nuestro hombre leyó algo acerca de esas estacas o presenció uno de los disturbios y se excitó con el asunto. Es un condenado psicópata, esos tipos no actúan racionalmente.

Había algo raro en el comentario de Breuning, Danny se encogió de hombros para disimular su recelo.

—Creo que usted se equivoca. Creo que las estacas son esenciales en el modo de pensar del asesino. El instinto me dice que se está vengando de viejos agravios, y que cada una de las mutilaciones tiene mucho que ver con eso. Así que quiero que usted y Niles registren los archivos de los vecindarios mexicanos y busquen viejos informes: el 42, el 43, esa época, los disturbios, Sleepy Lagoon, la época en que apaleaban a los mexicanos.

Breuning clavó los ojos en Danny.

—El instinto —masculló Niles.

—Sargento —dijo Danny—, si tiene algún comentario, dígalo en voz alta.

Niles sonrió burlonamente.

—De acuerdo. Primero, no me gusta el Departamento del sheriff ni su amigote Mickey Hebraico, y según un contacto que tengo en el condado, usted no es el buen chico que parece. Segundo, hice mis propias investigaciones y hablé con un par de reos de San Quintín en libertad condicional que afirmaron que Martin Goines no podía ser maricón, y les creo. Tercero, creo que usted me jodió personalmente al no informar sobre la calle Tamarind, y eso no me gusta.

Que no sea Bordoni, que no sea Bordoni. Danny conservó la calma.

—No me importa lo que a usted le guste ni lo que usted piense. ¿Quiénes eran esos reos?

Se miraron de hito en hito. Niles miró su libreta.

—Paul Arthur Koenig y Lester George Mazmanian. Y cuarto, usted no me gusta.

Había llegado el momento de actuar. Danny miró a Niles mientras se dirigía al sargento Shortell del Departamento del sheriff.

—Jack, en la pizarra de novedades hay un dibujo que ofende a nuestro Departamento. Arránquelo.

La voz de Shortell, admirativa.

—Será un placer, jefe.

Ted Krugman.

Ted Krugman.

Theodore Michael Krugman.

Teddy Krugman, Tramoyista Rojo Comunista Subversivo.

Amigo de Jukey Rosensweig, de Actores Jóvenes Contra el Fascismo, y Bill Wilhite, jefe de célula del PC de Brooklyn; ex amante de Donna Patrice Cantrell, militante izquierdista en la Universidad de Columbia en el 43, suicida en el 47: un salto desde el Puente George Washington cuando recibió la noticia de que su padre socialista había intentado suicidarse cuando lo citó el HUAC, transformándose en un vegetal mediante la ingestión de un cóctel demoledor que le abrasó los sesos reduciéndolo a menos que idiota. Ex miembro de AFL-CIO, el PC de Long Island Costa Norte, Comité de Defensa de los Obreros de la Confección, Americanos Comprometidos Contra el Fanatismo, Amigos de la Brigada Abraham Lincoln y Juego Limpio para la Liga Paul Robeson. Campamentos estivales socialistas cuando niño, desertor del Colegio de la Ciudad de Nueva York, rechazado en el servicio militar por sus ideas subversivas. Le gustaba trabajar en el teatro porque conocía a personas políticamente relevantes, además de mujeres. Trabajó en muchos espectáculos de Broadway, y en un puñado de películas de segunda fila, rodadas en Manhattan. Activista, pendenciero, un tipo duro. Le encantaba asistir a mítines y manifestaciones, firmar peticiones y usar la jerga comunista. Presente en la escena izquierdista neoyorquina hasta el 48. Luego nada.

Fotos.

Donna Patrice Cantrell era bonita pero dura, una versión más suave de su papá, el intoxicado. Jukey Rosensweig era un gordo corpulento de ojos desorbitados y gafas gruesas; Bill Wilhite era apuesto, blanco y pálido. Los actores de reparto, fotografiados por personal de vigilancia del FBI, eran sólo caras pegadas a cuerpos que empuñaban letreros: nombres, fechas y causas en el dorso, para dar un trasfondo histórico.

Aparcado en Gower, al norte de Sunset, Danny recordaba el guión y el material fotográfico. Había memorizado la cara de sus coprotagonistas: el jefe del piquete de los Transportistas a quien presuntamente se presentaría, los matones con quienes protestaría y discutiría, el entrenador de la Academia de Policía con quien debía luchar. Y por último, si el plan de Considine daba resultado, Norman Kostenz, jefe del piquete de la UAES, el hombre que lo conduciría hasta Claire de Haven. Respiró hondo, guardó el arma, la placa, las esposas y la identificación de Daniel Thomas Upshaw en la guantera, y metió la licencia de Theodore Michael Krugman en la billetera. Upshaw se transformó en Krugman; Danny echó a andar, listo para su papel.

La escena era un pandemonio dividido en dos hileras serpeantes: UAES, Transportistas, letreros sujetos a palos, gritos y abucheos, un metro de acera entre ambas facciones, una alcantarilla llena de desperdicios, las largas paredes de los estudios. Periodistas junto a sus coches en la otra acera de Gower, camiones repartiendo café y bollos, policías veteranos frunciendo el ceño, observando a los periodistas que escribían estupideces apoyados en el capó de un coche patrulla. Megáfonos rivales bombardeando la calle con eructos de estática y repeticiones de «¡FUERA ROJOS!» y «¡SUELDOS JUSTOS YA!»

Danny encontró al jefe del piquete de los Transportistas, el mismo de la foto; el hombre le guiñó el ojo subrepticiamente y le entregó un palo de pino con una inscripción pintada en cartón reforzado: UAES-
Unión Americana de Extremistas Subversivos
. Fingió que le daba instrucciones y le hizo rellenar una tarjeta; Danny vio que el hombre que conducía la camioneta de alimentos de los Transportistas lo seguía con la mirada. Sin lugar a dudas era el infiltrado de la UAES que se mencionaba en los informes de Considine. Los gritos aumentaron. El jefe del piquete llevó a Danny junto a sus coprotagonistas, Al y Jerry, idénticos a la foto y vestidos con tosca ropa de trabajo. Saludos enérgicos, tal como indicaba el guión: tres tipos duros e implacables poniéndose manos a la obra. Luego él, Ted Krugman, protagonizando su propia superproducción hollywoodense, rodeado de extras, una fila de buenos y una fila de malos, todos en movimiento, hileras separadas que avanzaban en direcciones opuestas.

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