El gran desierto (49 page)

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Authors: James Ellroy

Tags: #Intriga, Policiaco

BOOK: El gran desierto
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Danny enfiló hacia un bar de Chinatown. Después de dos copas de burbon de la casa, supo que era su último día con un cargo directivo: cuando dijera a Considine que Ted Krugman estaba fuera de juego, lo enviarían de vuelta a Hollywood Oeste con una gran culpa a cuestas si Ellis Loew pensaba que había puesto en problemas la posibilidad de un gran jurado eficiente. Podía seguir buscándolo a «él» en sus horas libres, pero era muy posible que Felix Gordean hablara con sus compañeros de golf, el sheriff Biscailuz y Al Dietrich, y lo enviaran de nuevo a trabajar de uniforme o en el servicio carcelario. Se había creado un enemigo en Gene Niles y había irritado a Dudley Smith y Mike Breuning. Karen Hiltscher ya no le haría favores y si Niles podía probar que él había irrumpido en el 2307, estaría en un verdadero atolladero.

Dos tragos más, chispazos tibios dispersaron el abatimiento. Tenía un amigo con rango e influencia. Si podía compensar su fracaso como señuelo, aún podría aferrarse de los faldones de Considine. Una última copa; «él» de nuevo, «él» puro y abstracto, como si hubiera existido desde siempre, aunque habían estado juntos sólo unas semanas. Pensó en «él» al margen de Reynolds Loftis y la noche con Claire, retrocediendo en el tiempo, deteniéndose en el cadáver de Augie Duarte tendido en una plancha de acero inoxidable.

Las heridas en la cara. Un salto hacia el trabajo de la noche anterior con los archivos. Su instinto: el asesino conocía al amigo de Martin Goines —el joven de la cara vendada— y se inspiraba sexualmente en él. Un salto a Thomas Cormier, cuyos glotones recibían comida —¿adoración?— en el verano del 42, el verano de Sleepy Lagoon, cuando el uso de las estacas cortantes era más frecuente. La interpretación de Cormier: un chico del vecindario. Salto a Joredco. Contrataban jóvenes, quizá jóvenes de agencias de colocaciones en distritos míseros, donde no llevaban registros. El chico de las quemaduras era blanco; todos los empleados contratados en escuelas eran mexicanos y japoneses, excepto el retrasado. Quizá los empleados con quienes había hablado no conocían al chico porque había trabajado allí poco tiempo, tal vez lo habían olvidado o no habían reparado en él. Salto al presente. El chico de la cara quemada era ladrón: Chester «Listerine» Brown declaraba que en el 43 y el 44 era el chico cómplice de Goines y llevaba la cara vendada. Si era el que había robado el glotón de Thomas Cormier dieciocho meses después de alimentarlo en el verano del 42 y era un chico local, podría haber realizado otros robos en la zona de Bunker Hill en esa época.

Danny enfiló hacia Rampart, la división del Departamento que se encargaba de los delitos de Bunker Hill. Después de mencionar a Mal Considine logró que el teniente lo atendiera, instantes más tarde estaba en un almacén mohoso registrando archivos de informes desechados.

Las cajas estaban marcadas según el año, Danny encontró dos cajas de cartón marcadas «1942». Dentro los informes estaban sueltos, trabajos de varias páginas unidos con sujetapapeles, sin papel carbón entre uno y otro. Estaban apilados sin orden ni concierto: robos de carteras, atracos, hurtos, allanamientos, escándalos y vagancia. Danny se sentó en una caja de informes del 48 y se puso a trabajar.

Buscó los números de código penal en la esquina superior derecha: Robo de Casas, 459.1. Las dos cajas del 42 le dieron treinta y un casos; el próximo paso consistía en situar los lugares. Llevó los informes a la oficina, se sentó ante un escritorio vacío con un mapa de la División Rampart delante y buscó las calles de Bunker Hill. A los cuatro informes encontró una; a los seis informes, tres más. Memorizó las diez manzanas norte-sur y las ocho manzanas este-oeste del Hill, se enfrascó en el resto de las páginas y obtuvo once casos de robo no resueltos en Bunker Hill en el año 1942. Todas las direcciones quedaban a poca distancia de la casa de Thomas Cormier y del taller Joredco.

Luego seguían las fechas.

Danny volvió a hojear los informes rápidamente, la hora y la fecha del delito estaban escritas al pie de cada primera página. 16 de mayo, 1 de julio, 27 de mayo, 9 de mayo, 16 de junio y seis más hasta completar un total de once: una racha de robos sin resolver entre el 9 de mayo y el 1 de agosto de 1942. La cabeza le zumbaba. Leyó la lista de artículos robados y vio por qué Rampart no había puesto demasiado empeño en pescar al ladrón.

Chucherías, retratos familiares, joyas de fantasía, dinero de carteras y billeteras. Un reloj de pared. Una tabaquera de cedro. Una colección de estatuillas de vidrio. Un faisán embalsamado, un lince embalsamado montado en palisandro.

De nuevo «él», un «él» que no era Loftis. Tenía que ser «él».

Danny sintió un cosquilleo, como si lo guiaran con cables eléctricos. Regresó al almacén, encontró las cajas del 43 y el 44, las examinó y no encontró más robos de chucherías en Bunker Hill. Los únicos casos denunciados en esos años eran auténticos 459.1, con robo de objetos realmente valiosos; ya habían examinado las denuncias de robos conducentes a arrestos en toda la ciudad y el condado. Danny terminó y propinó una patada a las cajas. Dos datos le llamaban la atención.

El asesino, identificado como un sujeto maduro, tenía que estar vinculado con el ladrón que adoraba glotones, un joven. Chester Brown decía que Martin Goines y su cómplice de cara quemada habían trabajado en el Valle de San Fernando en el 43 y el 44, los cuarteles de policía de allí tal vez tendrían denuncias. Podría ir allí después de entrevistar a cierto tramoyista comunista. Y el verano del 42 era el punto álgido de las medidas de oscurecimiento durante la guerra: el toque de queda se imponía rigurosamente y se confeccionaban tarjetas de interrogatorio para las personas sorprendidas después de las diez de la noche. Lo más probable era que el aficionado a los glotones actuara a esas horas. Si aún existían las tarjetas…

Danny empezó a arrojar cajas vacías por el almacén, sudó su almuerzo alcohólico, se ensució con telarañas, humedad y excremento de ratón. Encontró una caja con las tarjetas del 41 al 43, hojeó las primeras y para su asombro comprobó que estaban en orden cronológico. Siguió estudiando; el fin de la primavera y el verano del 42 le dieron ocho nombres: ocho hombres blancos de diecinueve a cuarenta y siete años detenidos por estar en la calle después del toque de queda; los habían interrogado y dejado en libertad.

Habían llenado las tarjetas precipitadamente: todos tenían el nombre, la raza y la fecha de nacimiento del interrogado; sólo la mitad registraban los domicilios; en la mayoría de los casos, hoteles. Cinco de los hombres serían maduros en ese momento, posibles candidatos para su sospechoso; los otros tres eran jóvenes que podían ser el chico de las quemaduras antes de las quemaduras. O —si él era tangencial para el caso— el chico que adoraba los glotones de Thomas Cormier.

Danny guardó las tarjetas, fue a un teléfono público y llamó a Jack Shortell. El teniente del escuadrón pasó la llamada, Shortell respondió con voz consternada.

—¿Sí? ¿Danny?

—Soy yo. ¿Qué pasa?

—Nada, salvo que todos los polizontes de la ciudad me miran mal, como si de pronto fuera aún peor que antes. ¿Qué has conseguido?

—Nombres, tal vez uno interesante. Hablé con ese tal Cormier y fui a Joredco. No logro ordenarlo del todo, pero estoy seguro de que nuestro hombre estuvo muy cerca de los glotones de Cormier. ¿Recuerdas al viejo cómplice de Martin Goines?

—Sí.

—Creo que me estoy acercando y que encaja en el cuadro. Entre mayo y agosto del 42 se produjeron una serie de robos no resueltos en Bunker Hill. Robos de chucherías cerca de Cormier y Joredco. La policía se encargaba entonces del toque de queda, y encontré ocho tarjetas de interrogatorio de la zona, de mayo a agosto. Tengo la corazonada de que los asesinatos se originaron entonces, durante la época de Sleepy Lagoon. Necesito que vayas eliminando posibilidades: dirección actual, grupo sanguíneo, antecedentes dentales, antecedentes penales y demás.

—Adelante, anoto.

Danny sacó sus tarjetas.

—Algunos tienen dirección, otros no. Primero, James George Whitacre, nacido 5/10/03, Havana Hotel, Nueve y Olive. Segundo, Ronald Dennison, 30/6/20, sin domicilio. Tercero, Coleman Masskie, 9/5/23, Beaudry Sur 236. Cuarto, Lawrence Thomas Waznicki, 29/11/08, Avenida Bunker Hill 641 1/4. Quinto, Leland Hardell, 4/6/24, American Eagle Hotel, calles Cuatro y Hill. Sexto, Loren Harold Nadick, 2/3/02, sin domicilio. Séptimo, David Villers, 15/1/04, sin domicilio. Y Bruno Andrew Gaffney, 29/7/06, sin domicilio.

—Ya lo tengo. Hijo, ¿te estás acercando?

Otra sacudida eléctrica: los robos de Bunker Hill terminaban el 1 de agosto de 1942, el asesinato de Sleepy Lagoon había ocurrido el 2 de agosto, y la ropa de la víctima estaba rasgada con una estaca cortante.

—Casi, Jack. Con algunas respuestas correctas y un poco de suerte, ese bastardo es mío.

Danny llegó a Variety International Pictures cuando anochecía y los piquetes empezaban a disolverse por ese día. Aparcó a la vista de todos, puso el letrero de «Vehículo policial» en el parabrisas y se prendió la placa a la chaqueta; avanzó hacia la garita del portero, no encontró caras familiares, le irritó que lo ignoraran. El vigilante lo dejó entrar y Danny enfiló directamente hacia el plató 23.

El letrero de la pared indicaba que
Matanza salvaje
aún estaba en producción, la puerta estaba abierta. Danny oyó estampidos, miró al interior y vio que un vaquero y un indio se tiroteaban en colinas de papel
mâché
. Las luces los enfocaban, las cámaras rodaban, el mexicano que Danny había visto en el depósito de cadáveres estaba barriendo nieve artificial frente a otro escenario: búfalos pintados en cartón.

Danny se acercó aplastado contra la pared; el mexicano lo descubrió, soltó la escoba y echó a correr frente a las cámaras. Danny lo siguió, patinando sobre espuma de jabón; el rodaje se interrumpió. Alguien gritó: «¡Juan, maldito seas! ¡Corten, corten!»

Juan salió por una puerta lateral, cerrándola con violencia. Danny atravesó el plató, aminoró el paso y abrió la puerta. Se la cerraron en la cara, y el acero reforzado lo hizo trastabillar. Resbaló en la nieve artificial, se lanzó al exterior y vio que Duarte corría por un callejón hacia una cerca de alambre.

Danny salió a la carrera, Juan Duarte llegó a la cerca y empezó a trepar. Se enganchó los pantalones y pateó para zafarse. Danny lo alcanzó, le aferró la cintura y recibió un derechazo en la cara. Aturdido, lo soltó, Duarte se le derrumbó encima.

Danny lanzó un rodillazo hacia arriba; Duarte pegó hacia abajo, errando y estrellando el puño en el asfalto. Danny se alejó rodando, se levantó detrás de él y lo aplastó con su peso; el mexicano jadeó una sarta de maldiciones. Danny extrajo las esposas, sujetó la mano izquierda de Duarte y enganchó el otro brazalete a la cerca. El mexicano se contorsionó tratando de derribar la cerca, mascullando insultos en español. Danny recobró el aliento, dejó que Duarte se desquitara sacudiéndose y gritando, y luego se arrodilló junto a él.

—Sé que viste mi foto, que me identificaste en el depósito y le dijiste a Claire quién era. Da lo mismo, me importa un rábano la UAES y el condenado Peligro Rojo. Quiero al asesino de Augie y tengo la corazonada de que esto se remonta a Sleepy Lagoon. O hablas o te arresto por atacar a un representante de la ley. Decídete ahora.

Duarte sacudió las esposas.

—De dos a cinco años como mínimo, y me importa un bledo la UAES.

Varias personas se estaban reuniendo en el pasaje, Danny les indicó que se alejaran, se retiraron mirando de soslayo y agitando la cabeza.

—Quítame estas cosas y tal vez hable —masculló Duarte.

Danny abrió las esposas. Duarte se frotó la muñeca, se levantó, sintió las piernas flojas y se sentó, apoyando la espalda en la cerca.

—¿Por qué un pistolero a sueldo de los estudios se interesa en mi primo maricón muerto?

—Levántate, Duarte —indicó Danny.

—Hablo mejor sentado. Responde. ¿Por qué te interesas en un maricón que quería ser una puta estrella de cine como todos los demás putos de esta puta ciudad?

—No lo sé. Pero quiero echarle el guante al asesino de Augie.

—¿Y eso qué tiene que ver con Claire de Haven?

—Ya te he dicho que eso no me importa.

—Norm Kostenz dijo que sí importaba. Cuando le conté que eras un maldito polizonte, comentó que merecías un jodido Oscar por tu magnífica representación de Ted Krug…

Danny se acuclilló junto a Duarte, aferrando la cerca.

—¿Vas a hablar o no?

—Voy a hablar, pendejo. Dijiste que el asesinato de Augie se relacionaba con Sleepy Lagoon, y esto despertó mi interés. Charlie Hartshorn pensaba lo mismo, así que…

Danny sacudió la cerca, apoyó todo el cuerpo en el alambre para mantenerse firme.

—¿Qué dijiste?

—Dije que Charlie Hartshorn opinaba lo mismo, así que tal vez no sea tan malo hablar con un puto polizonte.

Danny se agachó para mirar a Duarte a los ojos.

—Dime todo lo que sepas sobre eso, despacio y tranquilo. Sabes que Hartshorn se suicidó, ¿verdad?

—Tal vez se suicidó. Dímelo tú.

—No. Dímelo tú, porque yo no lo sé y tengo que averiguarlo.

Duarte miró a Danny entornando los ojos, como si no acabara de entenderle.

—Charlie era abogado. Era homosexual, pero no afeminado. Trabajó en Sleepy Lagoon, colaboró gratuitamente en la defensa.

—Eso ya lo sé.

—Bien, pues aquí está lo que no sabes, y aquí tienes cómo era él. Cuando me viste en el depósito de cadáveres, era mi segunda visita. Me llamó un amigo que trabaja allí, a la una de la mañana, y me dijo lo de Augie: las heridas, todo. Fui a casa de Charlie. Tenía influencia legal y yo quería que el abogado presionara a la policía para que investigara a fondo la muerte de Augie. Me dijo que un polizonte lo había interrogado por la muerte de un sujeto llamado Duane Lindenaur, aunque el polizonte fingía que no le daba importancia. Charlie leyó en un diarucho que Lindenaur y un payaso llamado Wiltsie sufrieron heridas de estaca cortante, y mi amigo del depósito aseguró que a Augie lo habían descuartizado del mismo modo. Se lo dije a Charlie, y él opinó que los tres asesinatos estaban relacionados con Sleepy Lagoon. Llamó a la policía y habló con un sujeto llamado sargento Bruner o algo así…

—¿Breuning? —interrumpió Danny—. ¿Sargento Mike Breuning?

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