—¿Eres católico?
Upshaw se sentó en la silla de enfrente.
—No soy nada. Mi madre es testigo de Jehová y mi padre está muerto, y así estarás tú cuando Jack D. averigüe que asaltas mercados por tu cuenta. Y en cuanto a los testigos presenciales, testificarán. Nadie va a ayudarte, y menos Jack. Estás en deuda con él, de lo contrario no te habrías metido en esto. Habla, Vincent. Háblame de tus otros trabajos y el capitán te recomendará para un establecimiento honorable.
Scoppettone tosió; el agua le goteó por la barbilla.
—Sin testigos no tienes nada.
Upshaw se inclinó sobre la mesa; Mal se preguntó en qué medida distorsionaba la voz.
—Estás en malas relaciones con Jack, Vincent. En el mejor de los casos, te perdonará el asalto al Sun-Fax. En el peor, te hará despachar cuando llegues a la penitenciaría. E irás a Folsom. Eres un conocido amigo del hampa, y es allí donde van todos. Y el Sun-Fax está en territorio de Cohen. Mickey compra allí los cestos con que unta a los jueces, y se cerciorará de que esos jueces sepan de tu caso. En mi opinión, eres demasiado estúpido para vivir. Sólo un estúpido asaltaría un local en territorio de Cohen. ¿Quieres desatar una guerra? ¿Crees que Jack quiere que Mickey se enfade con él por un mísero atraco?
Dudley codeó a Mal.
—El muchacho es bueno, muy bueno.
—Excelente —reconoció Mal.
Apartó el codo de Dudley y se concentró en Upshaw y su estilo verbal, preguntándose si podría imitar la jerga comunista tan bien como la del hampa. Vincent Scoppettone tosió de nuevo; la estática crujió en el altavoz y se esfumó entre las palabras.
—No habrá ninguna guerra. Jack y Mickey han hablado de una tregua. Quizá hagan negocios juntos.
—¿Tienes ganas de hablar de eso? —preguntó Danny.
—¿Crees que soy estúpido?
Upshaw rió. Mal notó la impostura: Scoppettone no le interesaba, era sólo un trabajo. Pero era una impostura de primera clase, y el chico sabía cómo infundirle su propia tensión.
—Vincent, ya te he dicho que en mi opinión eres estúpido. Tienes el pánico escrito en la jeta, y creo que tus relaciones con Jack andan muy mal. Déjame adivinar: hiciste algo que irritó a Jack, te asustaste, pensaste en largarte. Necesitabas pasta, asaltaste el Sun-Fax. ¿He acertado?
Scoppettone sudaba por todos los poros. Tenía la cara empapada.
—¿Sabes qué más pienso? —continuó Upshaw—. Un asalto no habría bastado. Creo que hay otros trabajos por los que podemos encerrarte. Creo que voy a comprobar las denuncias de robo en toda la ciudad y el condado, tal vez en el condado de Ventura, tal vez Orange y San Diego. Apuesto a que si mando tus fotos encontraré más testigos presenciales. ¿Estoy en lo cierto?
Scoppettone intentó reírse, una larga serie de carcajadas chillonas. Upshaw también rió. Imitó al prisionero hasta hacerlo callar. Mal captó lo que ocurría: está tenso como un resorte por otra cosa y se desquita con Vincent porque lo tiene a mano, y quizá ni se dé cuenta de ello.
Agitando los brazos, Scoppettone dijo:
—Hablemos de negocios. Tengo una golosina.
—Cuéntame.
—Heroína. Algo gordo. Esa tregua de que te hablé… Jack y Mickey serían socios. Heroína mexicana de primera, más de diez kilos. Todo para el distrito negro, rebajada para competir con los independientes locales. La pura verdad. Si miento, mal rayo me parta.
Upshaw parodió la voz de Vincent.
—Entonces date por fulminado, porque eso de que Mick y Dragna son socios es una patraña. El tiroteo de Sherry's sucedió hace seis meses. Cohen perdió un hombre y no olvida esas cosas.
—Ése no fue Jack sino el Departamento de Policía. Media condenada división de Hollywood participó en eso por culpa de la condenada Brenda. Mickey Hebraico sabe que Jack no lo hizo.
Upshaw bostezó ostensiblemente.
—Estoy aburrido, Vincent. Negros inyectándose, Jack y Mickey como socios. Me haces bostezar. De paso, ¿lees los periódicos?
Scoppettone agitó la cabeza, chorreando sudor.
—¿Qué?
Upshaw extrajo un periódico enrollado del bolsillo de la cadera.
—Esto salió en el
Herald
del martes. «Ayer por la noche se produjo una tragedia en un acogedor local de Silverlake District. Un pistolero entró en el cordial Moonmist Lounge, empuñando una pistola de grueso calibre. Obligó al dueño y a tres clientes a tenderse en el suelo, vació la caja registradora y robó joyas, billeteras y carteras a sus cuatro víctimas. El dueño trató de aprehender al asaltante, quien le dejó inconsciente de un golpe de pistola. El dueño murió por fractura craneal esta mañana, en el hospital Queen of Angels. Las víctimas supervivientes describieron al asaltante como "un blanco de aspecto italiano que rondaba los cuarenta, un metro sesenta, ochenta kilos".» Vincent, ése eres tú.
—¡No soy yo! —chilló Scoppettone.
Mal estiró el cuello y miró lo que decía el periódico de Upshaw. Captó una nota a toda página sobre la pelea de la semana anterior en el Olympic. Pensó: no te detengas, embiste, conserva la calma y serás mi hombre…
—¡Juro que no soy yo!
Upshaw se inclinó sobre la mesa acercando la cara a la de Scoppettone.
—Juro que no me importa. Esta noche desfilarás para que te identifiquen, y los tres clientes del Moonmist Lounge te echarán un vistazo. Tres sujetos blancos como el pan que creen que todos los italianos son Al Capone. Como ves, no quiero encerrarte por lo de Sun-Fax, Vincent. Quiero sacarte de circulación, para siempre.
—¡Yo no lo hice!
—¡Pruébalo!
—¡No puedo probarlo!
—¡Entonces irás a la cárcel!
Scoppettone aguantaba el cuerpo con la cabeza, la única parte que no le temblaba. Tiritaba, se sacudía, agitaba la barbilla como un carnero intentando arremeter contra un cerco. Mal comprendió: el chico lo había capturado por un atraco esa noche; toda la actuación estaba dirigida a lanzarle lo del periódico. Codeó a Dudley y dijo «Nuestro». Dudley alzó los pulgares. Vincent Scoppettone trató de arrancar la silla del suelo; Danny Upshaw le aferró el pelo y le abofeteó la cara al derecho y al revés hasta que Scoppettone se aflojó y farfulló:
—De acuerdo. De acuerdo.
Upshaw susurró algo al oído de Scoppettone, Vincent babeó una respuesta. Mal se puso de puntillas para oír mejor, pero el altavoz sólo escupió estática. Dudley encendió un cigarrillo y sonrió; Upshaw apretó un botón que había bajo la mesa. Dos agentes uniformados y una mujer con una máquina taquígrafa marcharon deprisa por el pasillo. Abrieron la puerta de la sala y se apresuraron a tomar la declaración. Danny Upshaw salió y dijo:
—Maldita sea.
Mal estudió la reacción.
—Buen trabajo, agente. Estuviste muy bien.
Upshaw miró a Mal, luego a Dudley.
—Policías de la ciudad, ¿me equivoco?
—En efecto —dijo Mal—. Fiscalía de Distrito. Yo soy Considine, él es el teniente Smith.
—¿De qué se trata?
—Muchacho —explicó Dudley—, íbamos a reprenderte por molestar al señor Herman Gerstein, pero eso ya es cosa del pasado. Ahora vamos a ofrecerte un trabajo.
—¿Qué?
Mal cogió el brazo de Upshaw y lo llevó aparte.
—Se trata de una infiltración para una investigación sobre la actividad comunista en los estudios de cine. Un fiscal de distrito muy bien situado está a cargo del espectáculo, y podrá arreglar una transferencia temporal con el capitán Dietrich. El trabajo te llevará lejos, y creo que deberías aceptar.
—No.
—Puedes volver al Departamento después de la investigación. Serás teniente antes de cumplir los treinta.
—No. No quiero.
—¿Qué demonios quieres?
—Quiero supervisar el caso de triple homicidio en que estoy trabajando… para el condado y la ciudad.
Mal pensó en las vacilaciones de Ellis Loew, en otros jerarcas de la ciudad a quienes podía pedir el favor.
—Creo que podré arreglarlo.
Dudley se acercó, palmeó a Upshaw en la espalda y guiñó el ojo.
—Tendrás que ponerte en contacto con una mujer, hijo. Tal vez tengas que follarla hasta el agotamiento.
—Agradezco esa oportunidad —dijo el agente Danny Upshaw.
UPSHAW, CONSODINE, MEEKS
De nuevo era policía, contratado y pagado, actuando con veteranos. La bonificación de Howard lo había liberado de su deuda con Leotis Dineen, y si el gran jurado lograba echar a la UAES de los estudios él sería rico. Tenía las llaves de la casa de Ellis Loew y contaba con secretarios de la ciudad que se encargarían allí del trabajo de mecanografiado y archivo. Tenía una lista de rojos no tocados por jurados anteriores. Y tenía la gran lista: jerarcas de la UAES a quienes ensuciar con mugre criminal, sin abordajes directos ahora que se valían de francos subterfugios, pues los periódicos habían publicado artículos donde se afirmaba que la investigación había concluido. Una hora antes había ordenado a su secretaria que llamara a su contacto local con los federales, a Circulación y Registros de la ciudad y el condado y a las oficinas de registros penales de California, Nevada, Arizona y Oregón, pidiendo informes sobre arrestos acerca de Claire de Haven, Morton Ziffkin, Chaz Minear, Reynolds Loftis y tres pachucos sospechosos: Mondo López, Sammy Benavides y Juan Duarte, cuyos nombres aparecían con asteriscos que los calificaban como «conocidos miembros de bandas juveniles». El encargado de delincuencia juvenil de Hollenbeck era el único que había respondido a la llamada; decía que los tres eran manzanas podridas, miembros de una banda mexicana a principios de los 40, antes de largarse y «politizarse». Los Ángeles Este sería su primera parada, en cuanto su secretaria le comunicara las demás respuestas a las llamadas.
Buzz examinó su oficina buscando algo con qué matar el tiempo, vio el
Mirror
en el felpudo y lo cogió. Buscó la página editorial y allí descubrió una nota firmada por Victor Reisel, menos de veinticuatro horas después de que el cornudo Mal le hubiera expuesto su plan a Loew.
El título era «Rojos, 1 - Ciudad de Los Ángeles, O. Tres expulsados, ningún testigo en la base». Buzz leyó:
Todo se redujo a dinero, el común denominador que todo lo iguala. Se preparaba un gran jurado, un importante gran jurado que habría tenido tanto alcance como las audiencias del Comité de Actividades Antiamericanas Internas de 1947. Una vez más se iba a indagar el acecho comunista en la industria cinematográfica, esta vez dentro del contexto de los problemas laborales de la ciudad de Los Ángeles.
La Alianza Unida de Extras y Tramoyistas (UAES) actualmente tiene contratos con varios estudios de Hollywood. El sindicato está plagado de comunistas y «camaradas». La UAES está planteando exigencias contractuales exorbitantes, y un grupo local de Transportistas al que le gustaría tener la oportunidad de llegar a un acuerdo amistoso con los estudios y realizar el trabajo de la UAES por salarios y beneficios razonables organiza piquetes contra ellos.
Dinero
. La UAES aboga implícitamente por el fin del sistema capitalista pero quiere más dinero. Los Transportistas, sin compromiso ideológico, quieren demostrar su empeño trabajando por sueldos que los anticapitalistas desprecian. Hollywood, el mundo del espectáculo: un mundo loco.
Locura 1: La mayoría de las películas prosoviéticas realizadas a principios de los 40 tenían guiones escritos por miembros del llamado Monopolio de Cerebros de la UAES.
Locura 2: Los miembros del Monopolio de Cerebros de la UAES pertenecen a un total de 41 organizaciones que la Fiscalía General del Estado ha calificado de órganos comunistas.
Locura 3: La UAES quiere más de ese sucio dinero capitalista, los Transportistas quieren empleos para su gente, varios patriotas de la Fiscalía de Distrito de Los Ángeles tenían la misión de reunir pruebas para que un gran jurado indagara hasta dónde llegaba la influencia de esos adoradores del dinero en el mundo del cine. Afrontémoslo: Hollywood constituye una herramienta propagandística insuperable, y los comunistas son el enemigo más sutil y más cruelmente inteligente con que jamás se ha enfrentado Estados Unidos. Logrado el acceso al cine y a su presencia en nuestra vida cotidiana, comunistas bien situados podrían sembrar incesantes y cancerosas semillas de traición: sutiles sátiras y ataques contra Estados Unidos, inyectados subliminalmente para que el público y los cineastas bien intencionados no supieran que les lavaban el cerebro. Los hombres del fiscal de distrito establecieron contacto con varios subversivos, y se proponían que admitieran sus errores y se presentaran como testigos, pero el dinero —el común denominador que todo lo iguala —asomó su cabeza para brindar socorro y alivio al enemigo.
El teniente Malcolm Considine, de la Oficina de Investigaciones de la Fiscalía, declaró: «La ciudad nos había prometido dinero, luego se echó atrás. Nos falta personal y ahora carecemos de fondos, y una larga lista de asuntos criminales conspira contra el tiempo que necesitamos. Podríamos comenzar a reunir más pruebas en el año fiscal 51 o 52, pero ¿cuánto habrán penetrado los comunistas en nuestra cultura para entonces?»
Cuánto, ésa es la pregunta. El teniente Dudley Smith, del Departamento de Policía de Los Ángeles, compañero del teniente Considine en esta, lamentablemente, breve empresa, declaró: «Sí, y todo se redujo a dinero. La ciudad tiene poco, y sería inmoral e ilegal buscar financiación exterior. Los rojos no tienen escrúpulos en explotar el sistema capitalista, mientras que nosotros nos atenemos a sus reglas, aceptando los defectos inherentes a una filosofía por lo demás justa y humanitaria. Ésta es la diferencia entre ellos y nosotros. Ellos se rigen por la ley de la selva, nosotros no la aceptamos porque amamos la paz.»
Rojos, 1; la ciudad de Los Ángeles y el público amante del cine, O.
Un mundo loco.
Buzz dejó el periódico, recordando al loco Dudley en el 38: casi había matado a un negro drogadicto a golpes de manopla por haberle babeado el abrigo de cachemira con que lo había sobornado Ben Siegel. Llamó por el interfono.
—Cariño, ¿alguna respuesta a esas llamadas?
—Aún estoy a la espera, señor Meeks.
—Iré a Los Ángeles Este. Deja los mensajes en mi escritorio, por favor.
—Sí, señor.
Era una mañana fresca que amenazaba lluvia. Buzz tomó por Olympic, desde Hughes Aircraft hasta Boyle Heights con un mínimo de semáforos en rojo, sin paisajes bonitos, tiempo para pensar. La calibre 38 que llevaba encima le formaba extraños pliegues en los michelines; su tarjeta de identificación y el número de
Racing Form
le deformaban los bolsillos como un lastre que lo obligaba a tirar de la entrepierna para equilibrar el peso. Benavides, López y Duarte habían pertenecido a las bandas White Fence, Flats de la calle Uno o Apaches; los mexicanos de los Heights ansiaban portarse como buenos americanos y le darían buena información. Además, la idea lo aburría.