Danny hizo una pausa y miró directamente a Gene Niles, quien le había lanzado miradas fulminantes desde que él había mencionado la omisión del Departamento de Policía. Niles no apartó la vista; Danny acercó las piernas al atril para ganar más aplomo.
—En la noche del primero de enero investigué South Central Avenue, la zona donde robaron el coche que se usó para trasladar el cadáver de Martin Goines. Un par de testigos presenciales declararon haber visto a Goines con un hombre alto, canoso y maduro, y por los informes sabemos que el asesino tenía sangre cero positivo, descubierta a partir del semen. Goines murió de sobredosis de heroína, Wiltsie y Lindenaur fueron intoxicados con un compuesto de secobarbital y estricnina. Los tres hombres fueron mutilados del mismo modo: heridas con un instrumento conocido como estaca cortante, mordeduras con una dentadura postiza en las zonas abdominales. Los postizos no pueden ser réplicas de dientes humanos. Se trata de dientes de plástico, réplicas de dientes de animales, o dientes de acero. Pero no son humanos.
Danny desvió la mirada de Niles y miró a los otros dos hombres. Breuning fumaba con nerviosismo, Shortell anotaba, el gran Gene quemaba el escritorio con el cigarrillo. Danny lo miró y largó su primera mentira.
—Así que tenemos a un hombre blanco, alto, canoso y maduro, que puede conseguir heroína y barbitúricos, sabe algo de química y tiene experiencia en robos de coches. Cuando inyectó la heroína a Goines, le metió una toalla en la boca, lo cual indica que sabía que al pobre diablo se le reventarían las arterias con el consiguiente sangrado por la boca. Así que quizá tenga conocimientos médicos. Apuesto a que sabe hacer dentaduras postizas, y ayer recibí un dato de un informante: Goines estaba organizando una banda para robar casas. Cuando ustedes lean mis informes, verán que interrogué a un vagabundo llamado Chester Brown, músico de jazz. Conoció a Martin Goines a principios de los 40 y declaró que en aquella época Goines era ladrón. Brown mencionó a un joven con la cara quemada que fue cómplice de Goines, pero no creo que encaje en el caso. Agreguen «posible ladrón» a nuestro panorama, y les diré qué vamos a hacer.
»Sargento Shortell, usted hará averiguaciones telefónicas sobre las dentaduras postizas. Tengo una larga lista de talleres, y quiero que los llame para establecer contacto con el que lleve los registros de empleo. Cuenta usted con datos sólidos: tipo sanguíneo, descripción física, las fechas de las muertes. También pregunte acerca de mecánicos dentales que hayan despertado alguna sospecha en su sitio de trabajo, y si el instinto le dice que alguien es sospechoso pero no tiene el tipo sanguíneo, pida datos a las cárceles, el Servicio Selectivo, los hospitales, o cualquier otro lugar donde crea que puede obtener la información.
Shortell asintió y anotó. Danny cabeceó y se volvió hacia Niles y Breuning.
—Sargento Breuning y sargento Niles, ustedes examinarán cada ficha de Antivicio y crímenes sexuales de la ciudad y el condado en busca de ataques con mordeduras y eliminarán sospechosos potenciales valiéndose del tipo sanguíneo y la descripción física de nuestro hombre. Quiero que examinen el archivo de cada delincuente sexual de la zona de Los Ángeles. Quiero un examen más detallado de Wiltsie y Lindenaur, y una investigación de los antecedentes de prostitución masculina de Wiltsie por si aparecen cómplices con las características de nuestro hombre. Quiero que comparen los datos sexuales con los antecedentes sobre robo de casas de blancos maduros de la ciudad y el condado, y que busquen informes sobre arresto de ladrones jóvenes con quemaduras hasta el 43. Quiero un juego de fotografías de cada sospechoso posible.
»Es un plan que no pude llevar a cabo por problemas jurisdiccionales, y allí es donde importan las fotos. Quiero que cada vendedor de heroína y barbitúricos vea esas fotos. Quiero acción contundente, sobre todo en el distrito negro. Quiero que sonsaquen información a los confidentes, que llamen a todos los comandantes de Antivicio de cada división de la ciudad y el condado, y les pidan que sus agentes consulten a sus soplones acerca de rumores sobre bares de homosexuales. ¿Quién es alto, canoso y maduro y tiene un fetiche con dientes? Quiero que consulten a las oficinas de Libertad Condicional del condado y el estado acerca de sujetos violentos. Quiero que registren íntegramente Griffith Park, South Central y la zona donde dejaron el cadáver de Goines.
Breuning gruñó; Niles habló por primera vez.
—Usted pide mucho, Upshaw. ¿Se da cuenta?
Danny se apoyó en el atril.
—Es un caso importante, y usted compartirá los méritos por el resultado.
—Son homicidios de homosexuales —rezongó Niles—. Nunca lo atraparemos, y en todo caso, ¿qué más da? ¿A usted le importa cuántos maricones mata? A mí no.
Danny hizo una mueca ante «homosexuales» y «maricones»; sostuvo la mirada de Niles hasta hacerlo parpadear, y advirtió que él no había usado la palabra «homosexual» en su perfil del asesino.
—Soy policía, así que me importa. Y el trabajo es bueno para nuestras carreras.
—Para la carrera de usted, amigo. Usted tiene un trato con un fiscal judío.
—Niles, ya basta.
Danny miró en torno para ver quién gritaba, sintió la vibración en la garganta y notó que había aferrado el atril con dedos amoratados. Niles le clavó los ojos, Danny no pudo sostener la mirada. Pensó en el resto de su discurso y lo terminó con voz ligeramente trémula.
—Nuestra última pista es bastante oscura. Los tres hombres recibieron heridas de estaca cortante. El doctor Layman dice que los policías de Antidisturbios usaban este instrumento. No existen antecedentes de homicidios con ese instrumento, y la mayoría de los ataques con estaca cortante fueron perpetrados por blancos contra mexicanos y no se presentaron denuncias. Consulten a sus informadores sobre ello y sírvanse de nuevo del grupo sanguíneo y la descripción para eliminar sospechosos.
Jack Shortell seguía garabateando; Mike Breuning miraba a Danny de forma extraña, los ojos entornados. Danny se volvió hacia Niles.
—¿Ha comprendido, sargento?
Niles había encendido otro cigarrillo, estaba quemando el escritorio con la brasa.
—Así que está liado con los judíos, ¿eh, Upshaw? ¿Cuánto le paga Mickey Hebraico?
—Más de lo que Brenda le pagó a usted.
Shortell rió, la extraña expresión de Breuning se quebró en una sonrisa. Niles tiró el cigarrillo al suelo y lo aplastó.
—¿Por qué no comunicó su pista sobre el apartamento de Martin Goines, chico listo? ¿Qué demonios pasaba allí?
Las manos de Danny arrancaron una astilla del atril.
—Pueden retirarse —dijo con la voz de otro.
Considine y Smith lo esperaban en la oficina de Ellis Loew; el gran Dudley colgaba el teléfono con las palabras «Gracias, muchacho». Danny se sentó a la mesa de Loew, presintiendo que el «muchacho» era Mike Breuning informando sobre cómo se las había arreglado Danny.
Considine estaba escribiendo en una libreta de papel amarillo, Smith se le acercó y le dio la mano.
—¿Cómo anduvo tu primera mañana como jefe de investigación, muchacho?
Danny era consciente de que él lo sabía todo, palabra por palabra.
—Bien, teniente.
—Llámame Dudley. Dentro de pocos años tendrás un rango más alto y debes acostumbrarte a tratar con confianza a hombres mayores que tú.
—De acuerdo, Dudley.
Smith rió.
—Muchacho, eres un seductor. ¿No te parece un seductor, Malcolm?
Considine acercó su silla a la de Danny.
—Espero que Claire de Haven opine lo mismo. ¿Cómo estás, agente?
—Muy bien, teniente —dijo Danny, notando cierta incomodidad entre sus superiores, desprecio o mera tensión en ambas partes, sobre todo en Dudley Smith.
—Bien. Entonces, ¿la sesión de instrucciones ha ido bien?
—Sí.
—¿Has leído esos documentos?
—Los sé prácticamente de memoria.
Considine tamborileó sobre su libreta.
—Excelente. Entonces empezaremos ahora.
Dudley Smith se sentó al extremo de la mesa, Danny se dispuso a escuchar y pensar antes de hablar.
—Deberás seguir ciertas normas —dijo Considine.
»Primero, ve a todas partes con tu coche civil, tanto en el trabajo de señuelo como en la investigación de los homicidios. Te estamos construyendo una identidad, y esta noche ya tendremos las líneas generales. Serás un izquierdista que vivió en Nueva York durante años, así que hemos conseguido matrículas neoyorquinas para el coche y una historia personal que deberás memorizar. Cuando pases por los cuarteles de policía para presentar informes o lo que sea, aparca en la calle a por lo menos dos manzanas de distancia. Cuando salgas de aquí, ve a la barbería de abajo. Al, el barbero del alcalde Bowron, te librará de este corte al cepillo y te arreglará el pelo para que no parezcas un policía. Necesito tu talla de pantalón, camisa, chaqueta, suéter y zapatos, y quiero que esta noche te reúnas conmigo en Hollywood Oeste. Tendré listos tu guardarropa y tu vida de comunista, y redondearemos el plan. ¿Entendido?
Danny asintió, arrancó una hoja de la libreta de Considine y anotó las tallas.
—Usa esa ropa en todas partes, muchacho —continuó Dudley Smith—. También en el caso del marica. No queremos que tus nuevos amigos rojos te vean por la calle con facha de polizonte joven. Malcolm, cuéntale a nuestro bello Daniel algo sobre Claire de Haven. Veamos cómo replica.
Considine le habló directamente a Danny.
—Agente, conocí a Claire de Haven, y creo que es una mujer dura de pelar. Es promiscua, quizá sea alcohólica y tal vez tome drogas. Otro hombre la está investigando a ella y a otros rojos, así que pronto sabremos más. He hablado una vez con la mujer, y me dio la impresión de que le agrada presumir y dominar la situación. Creo que la excita sexualmente, y sé que le atraen los hombres como tú. Así que ahora intentaremos un pequeño ejercicio. Yo diré frases que considero típicas de Claire de Haven, y tú tratarás de contestar. ¿Listo?
Danny cerró los ojos para concentrarse.
—Adelante.
—«Pero algunos nos llaman comunistas. ¿No te molesta eso?»
—No me afectan estos motes.
—Bien. Sigamos en esa línea. «¿De veras? Los políticos fascistas han echado a perder a mucha gente con gran futuro en política al tildarnos de subversivos.»
Danny recordó el argumento de una comedia musical que había visto con Karen Hiltscher.
—Siento debilidad por el rojo fuerte, nena.
Considine rió.
—Bien, pero no llames «nena» a Claire. Le parecería paternalista. Aquí tenemos una buena. «Me cuesta creer que dejarías a los Transportistas por nosotros.»
Fácil.
—Las pretensiones de comediante de Mickey Cohen ahuyentarían a cualquiera.
—Bien, agente, pero en tu papel de señuelo no te acercarías nunca a Cohen, así que no sabrías eso.
Danny recordó algo: las bromas obscenas y las novelas baratas que intercambiaban los demás carceleros cuando él trabajaba en la prisión del condado.
—Probemos con algunas alusiones sexuales, teniente.
Considine pasó a la página siguiente.
—«Pero soy trece años mayor que tú.»
—Un grano de arena en nuestro mar de pasión —replicó Danny con tono satírico.
Dudley Smith soltó una carcajada; Considine rió discretamente y continuó:
—«Llegas a mi vida cuando estoy comprometida. No sé si confiar en ti.»
—Claire, tienes una sola razón para confiar en mí: que cuando estoy contigo yo no confío en mí mismo.
—Excelente réplica, agente. Aquí va una bola curva: «¿Estás aquí por mí o por la causa?»
Fácil: el héroe de una novelucha que había leído en una guardia.
—Lo quiero todo. Eso es todo lo que sé, todo lo que quiero saber.
Considine apartó la libreta.
—Improvisemos sobre eso. «¿Cómo puedes tener una visión tan simplista de las cosas?»
La mente de Danny funcionaba a toda marcha, dejó de buscar argumentos recordados e improvisó.
—Claire, están los fascistas y nosotros, y estamos tú y yo. ¿Por qué siempre complicas las cosas?
Considine, con voz de
femme fatale
:
—«Sabes que soy capaz de devorarte.»
—Me encantan tus dientes.
—«Me encantan tus ojos.»
—Claire, ¿estamos peleando contra los fascistas o siguiendo un curso de fisiología?
—«Cuando tengas cuarenta, yo tendré cincuenta y tres. ¿Aún me querrás entonces?»
Danny, remedando la voz insinuante de Considine:
—Estaremos juntos bailando en Moscú, cariño.
—No te muestres tan satírico con el aspecto político. No sé si ella tendrá tanto sentido del humor sobre el asunto. Hablemos de sexo. «Es maravilloso hacerlo contigo.»
—Las otras sólo eran chicas, Claire. Tú eres mi primera mujer.
—«¿Cuántas veces has dicho esa frase?»
Risa desdeñosa, como la de un policía mujeriego que conocía.
—Cada vez que he dormido con una mujer de más de treinta y cinco.
—«¿Ha habido muchas?»
—Sólo unos miles.
—«La causa necesita hombres como tú.»
—Si hubiera más mujeres como tú, seríamos millones.
—«¿Qué significa eso?»
—Que me gustas de verdad, Claire.
—«¿Por qué?»
—Bebes como un hombre, dominas a Marx al dedillo y tienes unas piernas sensacionales.
Dudley Smith empezó a aplaudir, Danny abrió los ojos y notó que estaban turbios. Mal Considine sonrió.
—Claire tiene piernas sensacionales, en efecto. Ve a ver al barbero, agente. Te veré a medianoche.
El barbero del alcalde Bowron dio al severo peinado de Danny una forma Pompadour que le modificó los rasgos. Antes parecía lo que era: un anglosajón de pelo y ojos oscuros, un policía que usaba trajes o alguna combinación de chaqueta con pantalones. Ahora tenía un aspecto ligeramente bohemio, algo latino, más informal. El nuevo corte de pelo contrastaba abruptamente con el atuendo; cualquier policía que no lo conociera y le viera el bulto del arma en el sobaco izquierdo lo habría calado en el acto, pensando que se preparaba para alguna misión. Su nuevo aspecto y las chispeantes improvisaciones lo pusieron de buen talante, como si el episodio del Chateau Marmont fuera una extravagancia que se esfumaría para siempre en cuanto le echara el guante a Claire de Haven. Danny se dirigió a la oficina de Hollywood para prepararse para su segundo intento en el Marmont y su primer enfrentamiento con Felix Gordean.