Ningún temor, un arruga reflexiva en la frente.
—Recuerdo que un hombre alto de cabello oscuro del Consulado Mexicano salía con George —dijo Gordean—, pero rondaba los cincuenta cuando la guerra. Recuerdo que varios hombres bastante corpulentos sentían atracción por George, y sé que salía regularmente con un hombre muy alto pelirrojo. ¿Le sirve de ayuda?
—No. ¿No tiene otros que respondan a la descripción? ¿Alguno que frecuente sus fiestas o use regularmente sus servicios?
Otra mirada pensativa.
—El problema es ese cabello plateado y llamativo. Los únicos hombres altos y maduros con que trato son casi calvos. Lo lamento.
Danny pensó: no, no lo lamentas, pero quizá dices la verdad.
—¿Qué le dijo Wiltsie acerca de Lindenaur?
—Sólo que vivían juntos.
—¿Estaba enterado de que Lindenaur intentó extorsionar a Charles Hartshorn?
—No.
—¿Ha sabido de otras extorsiones realizadas por Wiltsie o Lindenaur?
—No, nada.
—¿Acerca del chantaje en general? Hombres como sus clientes son muy vulnerables.
Felix Gordean rió.
—Estos hombres asisten a mis fiestas y utilizan mis servicios porque yo los aíslo de esos peligros.
Danny rió.
—Pues no aisló demasiado bien a Charles Hartshorn.
—Charles nunca ha tenido suerte, ni en el amor ni en la política. Pero no es un asesino. Si no me cree, hable con él, pero trátele con amabilidad. Charles no tolera que lo maltraten y tiene mucho poder legal.
Gordean le extendió la copa de coñac, Danny la aceptó y se la tomó de un trago.
—¿Sabe algo sobre enemigos de Wiltsie o Lindenaur, allegados, conocidos?
—No sé nada sobre eso.
—¿Por qué no?
—Trato de mantener las cosas separadas.
—¿Por qué?
—Para evitar situaciones como ésta.
Danny empezó a sentir el efecto del coñac, que se combinaba con las copas que se había tomado en casa.
—Señor Gordean, ¿es usted homosexual?
—No, agente. ¿Y usted?
Danny se sonrojó, levantó la copa y la encontró vacía. Resucitó una réplica de su entrevista con Considine.
—No me afectan estos motes.
—No entiendo la referencia, agente.
—Significa que soy un profesional y que no me escandalizo.
—Entonces no debería ruborizarse con tanta facilidad. Su cara lo delata como ingenuo.
Danny sintió ganas de usar la copa como proyectil, pero prefirió responderle:
—Estamos hablando de tres personas muertas. Brutalmente heridas con hojas de afeitar, los ojos arrancados, los intestinos mordidos. Hablamos de chantaje, robo, jazz y sujetos con la cara quemada. ¿Cree usted que puede ofenderme llamándome ingenuo? Creo que usted…
Danny calló cuando vio que Gordean tensaba la mandíbula. El hombre miraba al suelo; Danny se preguntó si habría dado con algo o sólo le habría causado revulsión.
—¿Qué es? Dígame.
Gordean levantó la mirada.
—Lo lamento. No soporto a los policías jóvenes e impulsivos ni las descripciones de violencia, y no debí llamarlo…
—Entonces ayúdeme. Muéstreme su lista de clientes.
—No. Ya le he dicho que no tengo ninguna lista.
—Entonces, dígame qué le ha alterado tanto.
—Ya se lo he dicho.
—No creo que sea usted tan sensible. Dígame la verdad.
—Cuando mencionó el jazz, me recordó a un cliente, un trombonista a quien presenté varias personas especiales. Entonces me pareció inestable, pero no es alto ni maduro.
—¿Eso es todo?
—Cy Vandrich, agente. Sus tácticas le han dado acceso a mucho más de lo que normalmente diría, así que dé las gracias.
—¿Y eso es todo?
Los ojos de Gordean no tenían ninguna expresión.
—No. Haga todas sus futuras preguntas a través del teniente Matthews y aprenda a paladear el buen coñac. Lo disfrutará más.
Danny arrojó la copa de cristal contra un sillón Luis XV y salió.
Le quedaba una hora y media antes de su reunión con Considine; no bebería más. Danny fue hasta Coffee Bob's y engulló una hamburguesa y un pastel, recordando los obstáculos que había sufrido su entrevista con Gordean: sus propios nervios, los contactos del sujeto con la policía, su
savoir faire
. La comida lo calmó, pero no respondió a sus preguntas; buscó un teléfono público y pidió datos sobre Cy Vandrich.
Había un solo Cy Vandrich en Registros de Circulación: Cyril «Cy» Vandrich, nacido el 24/7/18, seis arrestos por atraco; en sus antecedentes laborales figuraba como «transeúnte» y «músico». En aquellos momentos estaba cumpliendo su sexto período de noventa días de observación en el manicomio de Camarillo. Llamó al manicomio y averiguó que Vandrich insistía en hacerse el loco cuando lo arrestaban por robo y que el juez insistía en recomendar Camarillo. La secretaria le dijo a Danny que Vandrich estaba allí bajo custodia en las noches de los homicidios y que se hacía útil dando lecciones de música a los locos. Danny dijo que quizá fuera allá para interrogarlo; la mujer comentó que Vandrich podía estar en sus cabales o no, pues en el manicomio nadie había podido averiguar si estaba fingiendo o era un auténtico chiflado. Danny colgó y fue a Hollywood Oeste para reunirse con Mal Considine.
El hombre lo esperaba en su cubículo, observando la foto ampliada de Buddy Jastrow. Danny carraspeó; Considine dio media vuelta y le echó una ojeada.
—Me gusta el traje. No te queda muy bien, pero es lo que llevaría un joven izquierdista. ¿Te lo has comprado para la misión?
—No, teniente.
—Llámame Mal. Quiero sacarte esa costumbre de usar el grado, Ted.
Danny se sentó detrás del escritorio y le indicó la silla vacía a Considine.
—¿Ted?
Considine se sentó y estiró las piernas.
—A partir de hoy serás Ted Krugman. Dudley ha ido a tu apartamento y ha hablado con el portero, cuando regreses esta noche encontrarás T. Krugman en el buzón. Tu número de teléfono figura ahora a nombre de Theodore Krugman, y es una condenada suerte que antes no salieras en la guía. En conserjería hay una bolsa para ti. Tu nuevo guardarropa, identificación falsa y matrículas neoyorquinas para el coche. ¿Te parece bien?
Danny imaginó a Dudley Smith en su apartamento, quizá descubriendo su archivo privado.
—Claro, tenien… Mal.
Considine rió.
—No, no te parece bien. Todo va demasiado deprisa. Estás a cargo de un homicidio, eres señuelo de los comunistas, te espera un gran futuro. Has triunfado, hijo. Espero que seas consciente de ello.
Danny advirtió que el hombre de la Fiscalía estaba exultante; decidió que ocultaría las cajas y las muestras detrás de la alfombra enrollada del armario.
—Lo sé, pero no quiero que se me suba a la cabeza. ¿Cuándo empiezo?
—Pasado mañana. Creo que hemos aplacado a la UAES con nuestros artículos en la radio y la prensa. Dudley y yo nos concentraremos en los izquierdistas de fuera del sindicato, cómplices de los dirigentes, tipos vulnerables que quizá se presten a dar información. Examinaremos registros de Inmigración para amenazarlos con la deportación, y Ed Satterlee tratará de conseguir algunas fotos comprometedoras. Digamos que es una guerra en dos frentes. Dudley y yo en el externo, tú en el interno.
Danny vio que Considine era un manojo de nervios, advirtió que el traje le caía como una tienda de campaña: las mangas cubrían los puños mugrientos y los brazos largos y huesudos.
—¿Cómo entraré?
Considine señaló una carpeta que había en el cesto de Salida del cubículo.
—Todo está allí. Serás Ted Krugman, nacido el 16/6/23, un tramoyista rojo de Nueva York. En realidad este tipo murió en un accidente en Long Island hace dos meses. Los federales lo silenciaron y le vendieron la identidad a Ed Satterlee. Toda tu historia pasada y tus conocidos están allí. Encontrarás fotos de los conocidos y más de veinte páginas de jerigonza marxista, una pequeña lección de historia para que la memorices.
»Pasado mañana, alrededor de las dos, irás al piquete de la calle Gower haciéndote pasar por un comunista arrepentido. Dirás al jefe del piquete de los Transportistas que la agencia te mandó allí a trabajar a un dólar por hora. El hombre sabe quién eres, y te incluirá en el piquete con otros dos. Al cabo de una hora, entablarás discusiones políticas con esos sujetos, siguiendo el guión que yo he redactado. Una tercera discusión desembocará en una pelea con un sujeto realmente peligroso, instructor de educación física en la Academia de Policía. El contendrá sus golpes, pero tú pelearás en serio. Sufrirás algunas magulladuras, pero será lo de menos. Otro hombre de los Transportistas gritará obscenidades sobre ti al jefe del piquete de la UAES. Esperamos que se acerque y te conduzca hasta Claire de Haven, que se encarga de aprobar a los nuevos miembros. Hemos trabajado mucho, y no hemos podido relacionar directamente a Krugman con la UAES. Tú guardas un vago parecido, y en el peor de los casos habrán oído rumores sobre ti. Todo está en esa carpeta, muchacho. Las fotos de los hombres con quienes representarás la comedia, todo.
Un día entero para trabajar en los homicidios; una noche entera para convertirse en Ted Krugman.
—¿Qué hay con Claire de Haven? —preguntó Danny.
—¿Tienes novia? —replicó Considine.
Danny iba a decir que no, luego recordó la amante que había inventado para encubrir lo de Tamarind.
—Nada serio. ¿Por qué?
—Bien, no sé hasta qué punto eres susceptible a los amoríos en general, pero Claire de Haven es toda una mujer. Buzz Meeks acaba de presentar un informe que la define como adicta a la heroína y a los fármacos, pero aun así es formidable. Y sabe cómo obtener lo que quiere de los hombres. Quiero asegurarme de que tú la seduzcas a ella, y no al revés. ¿Responde eso a tu pregunta?
—No.
—¿Quieres una descripción física?
—No.
—¿Las probabilidades de que tengas que acostarte con ella?
—No.
—¿Quieres conocer su historia sexual?
Danny disparó la pregunta sin poder contenerse.
—No. Quiero saber por qué un oficial de policía está deslumbrado por una ricachona comunista.
Considine se sonrojó, tal como Danny se había ruborizado ante Felix Gordean. Danny trató de leerle la expresión e interpretó: Me has pescado. «Llámame Mal» rió, se quitó la sortija de matrimonio y la arrojó a la papelera.
—¿Hombre a hombre? —preguntó.
—No —replicó Danny—. Policía a policía.
Considine hizo la señal de la cruz sobre su chaleco.
—Cenizas a las cenizas, lo cual no está mal para el hijo de un pastor. Digamos que soy vulnerable a las mujeres peligrosas, y mi esposa pidió el divorcio, así que no puedo andar de parranda y darle argumentos, para que los use en los tribunales. Quiero la custodia de mi hijo, y no le facilitaré ninguna prueba que desacredite mi situación. Y por lo general no me confieso ante el personal subalterno.
Danny pensó: este hombre está tan solo que puedes decirle cualquier cosa y no se molestará, porque a la una de la mañana no tiene un maldito lugar adonde ir.
—¿Y por eso te excita tanto la operación De Haven?
Considine sonrió y tamborileó sobre el escritorio.
—¿Por qué apostaría a que allí dentro hay una botella?
Danny notó que él también se sonrojaba.
—¿Porque eres listo?
Considine siguió tamborileando.
—No, porque tus nervios están tan tensos como los míos, y porque siempre apestas a dentífrico. He aquí una lección, de veterano a novato: los polizontes que huelen a enjuague bucal empinan el codo. Y los polizontes que empinan el codo pero saben controlarse suelen ser muy buenos polizontes.
«Muy buenos polizontes» significaba camino libre. Danny apartó la mano de Considine, abrió el cajón, sacó una botella y dos vasos de papel. Sirvió medidas cuádruples y ofreció el vaso; Considine aceptó con un gesto de asentimiento. Alzaron los vasos.
—Por los dos casos —brindó Danny.
—Por Stefan Heisteke Considine —replicó Considine.
Danny bebió ansiosamente, entibiándose el cuerpo. Considine bebió poco a poco y señaló con el pulgar a Harlan «Buddy» Jastrow.
—Upshaw, ¿quién es ese tipo? ¿Y por qué estás tan alterado por esos homicidios?
Danny clavó los ojos en Jastrow.
—Buddy es el tipo a quien yo quería atrapar, el peor de todos, el más difícil de capturar porque no estaba en ninguna parte. Ahora ha aparecido esto, que es terror puro. Es increíblemente brutal. Supongo que puede ser fortuito, pero no acabo de creérmelo. Pienso que es una venganza. En mi opinión todos los métodos del asesino significan algo, todas las mutilaciones son simbólicas: el asesino tratando de ordenar su pasado. Cada vez que lo pienso, creo que se trata de vengar agravios del pasado. No se trata de un vulgar trauma infantil, sino de algo muy serio.
Danny hizo una pausa, bebió, se concentró en el letrero que colgaba del cuello de Jastrow: Cárcel del condado de Kern, 4/3/38.
—A veces pienso que si logro averiguar quién es este sujeto y por qué lo hace, desentrañaré algo tan importante que podré solucionar en un santiamén los casos cotidianos. Podré progresar en mi carrera y manejar asuntos rutinarios, porque todo lo que alguna vez he sospechado sobre la gente se ha juntado en este caso, y habré averiguado por qué. El condenado porqué.
—Y por qué te haces todo eso a ti mismo —murmuró Considine.
Danny dejó de mirar a Jastrow y engulló el licor.
—Sí, eso también. Y por qué estás tan excitado por lo de Claire de Haven. Y no me digas que por patriotismo.
Considine rió.
—Muchacho, ¿aceptarías lo del patriotismo si te dijera que el gran jurado me garantiza el grado de capitán, el puesto de jefe de investigación de la Fiscalía y el prestigio necesario para conservar a mi hijo?
—Sí, pero todavía está el asunto de Claire de Haven y…
—Sí, y yo. Digámoslo así. Yo también quiero saber por qué, sólo que me gusta averiguarlo desde cierta distancia. ¿Satisfecho?
—No.
—Esperaba esa respuesta.
—¿Sabes por qué?
Considine bebió burbon.
—No ha sido difícil de deducir —dijo.
—Yo robaba coches, tenien… Mal. Yo era el as de los ladrones de coches del condado de San Berdoo antes de la guerra. Tu turno.
El teniente Mal Considine estiró una larga pierna, enganchó la papelera y la acercó a su silla. Hurgó en el interior, encontró la sortija y se la puso.