El incendio de Alejandría (20 page)

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Authors: Jean-Pierre Luminet

Tags: #Histórico, #Divulgación científica

BOOK: El incendio de Alejandría
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La entrevista se celebró en la lujosa villa del cónsul. Éste había querido honrar a su visitante. Por todas partes había un derroche de manjares y de frutas: uva, ciruelas, dátiles. En la atmósfera flotaba un perfume de vinos nuevos, de sustancias cargadas de bálsamo, de zumos llegados de otros lugares. Pero cuando Tolomeo avanzó con paso lento y mesurado, vestido con un paño rojo que la brisa hacía ondear, Marco Aurelio sintió que un estremecimiento recorría su piel. Presintió que aquel encuentro iba a trastornar su vida.

—Noble sabio —dijo a guisa de preámbulo—, todos conocemos tu reputación como astrónomo. Dicen también que dominas a la perfección el arte de la previsión…

Tolomeo tardó un rato antes de contestar, en aquel tono sentencioso y profesoral que en él se había hecho habitual:

—La astronomía permite conocer las posiciones relativas que el Sol, la Luna y los planetas adoptan, en todo momento, entre sí y con respecto a la Tierra. La astrología, merced al análisis de los caracteres propios de estas configuraciones, nos hace detectar los cambios que provocan en todo lo existente.

—Muy bien, ¿pero cuál de estas dos vías te parece la más segura para conocer la realidad de la naturaleza?

—La astronomía tiene el estatuto de ciencia cierta, pues la regularidad y la eternidad de los movimientos de los cuerpos celestes, analizados gracias al instrumento ya probado que son las matemáticas, garantizan su fiabilidad. La astrología tiene el estatuto de ciencia conjetural, porque estudia el efecto producido por las configuraciones de los astros sobre nuestro mundo sublunar. Sometida a una infinidad de variables, la realidad de la naturaleza está supeditada al juego de las fuerzas opuestas.

Marco Aurelio permaneció largo rato silencioso, tratando de asimilar los difíciles pensamientos del sabio.

—En Roma —dijo con brusquedad—, convoqué a mis magos y mis astrólogos. Les indiqué la hora de mi concepción y la de mi nacimiento, y me comunicaron lo siguiente: tendré un hijo varón y su fecha de nacimiento merecerá ser recordada, pues, por primera vez desde que Augusto tomó el poder, un futuro emperador nacerá en el seno del poder imperial. ¿Tú qué dices, confirmas este pronóstico?

Tolomeo vaciló antes de responder, visiblemente incómodo.

—Gran señor —acabó diciendo con prudencia—, sólo puedo desear la realización de este oráculo, que sin duda te convertiría en el más feliz de los hombres. Sin embargo…

—¿Sin embargo? —repitió el cónsul con cierta inquietud.

—Sin embargo, soy incapaz de confirmar la predicción.

—No lo comprendo… ¿No dicen de ti, acaso, que eres el príncipe de los astrólogos?

—Señor, tampoco voy a confirmar estas palabras, pero te hablaré con toda sinceridad. ¿Cómo pudieron establecer tus astrólogos la carta astral de una criatura que no ha nacido aún, por lo que ignoran las configuraciones de los planetas y del zodíaco en el momento exacto de su nacimiento?

Este argumento pareció desconcertar al cónsul.

—A decir verdad —masculló—, no me hablaron demasiado de conjunciones astrales. Adquirieron esta convicción consultando las entrañas de los animales.

Tolomeo esbozó una sonrisa de conmiseración.

—La verdadera astrología debe elaborar sus conjeturas a partir de los movimientos celestes descritos por la astronomía. Yo diría de ella que es una dama muy hermosa, pero que aunque parece poseer los más altos secretos del mundo… por desgracia se ve suplantada por una prostituta.

—¿Quieres decir con ello que mis astrólogos son unos charlatanes? —dijo el cónsul pasmado.

—Digo simplemente que muchos individuos, atraídos por las ganancias, engañan al profano ejerciendo so capa de astrología otro arte que de hecho sólo aspira a obtener beneficios. Engañan a quienes les consultan al fingir llevar a cabo numerosas previsiones.

—¿Y tú, gracias a tu superior conocimiento de los astros, no te equivocas nunca?

—No tengo esta pretensión. A veces, el astrólogo más ducho y más concienzudo puede confundirse, a causa de la propia naturaleza del tema y de la cortedad de su inteligencia comparada con la grandeza del mensaje.

Marco Aurelio reflexionó de nuevo. Fascinado poco a poco por el implacable poder de razonamiento de su interlocutor, en este momento le apetecía más hablar de filosofía que de sórdidas cuestiones de paternidad.

—Por mi parte —murmuró tras un largo silencio—, las lecciones de Epicteto me han convencido de que la sabiduría consiste en adecuarse a la naturaleza, recobrando la unidad de uno mismo con el mundo.

—Es raro oír palabras tan sabias en boca de los monarcas —dijo Tolomeo algo obsequioso—. El ser humano ha sido en efecto modelado en el seno del gran todo que es la naturaleza. Por consiguiente, sólo una serie de causas naturales hacen posible la previsión del propio destino. Supón que un hombre haya adquirido un conocimiento preciso de los movimientos de todos los astros, del Sol y de la Luna, de modo que no ignora ni el lugar ni el momento de todas las configuraciones; supón también que haya aprendido, gracias a las investigaciones realizadas continuamente desde hace siglos, a discernir la naturaleza general de estos astros. ¿Qué impide a ese hombre conocer el temperamento de cada individuo, analizando el estado del cielo en el momento de su nacimiento? Podría afirmar, por ejemplo, que su cuerpo y su espíritu están hechos de este o aquel modo; y predecir también acontecimientos en momentos dados, puesto que determinada configuración de los astros favorece determinado temperamento que tiende a la felicidad, mientras que otra le hace propenso a la desgracia.

—Algunos filósofos opinan que si el astrólogo predice por error enojosos acontecimientos hará que el hombre se angustie inútilmente y sea desgraciado. Y si los predice favorables y se equivoca, hará que el hombre, también inútilmente, se sienta infeliz y decepcionado.

—Hay que considerar, más bien, que el carácter inesperado de los acontecimientos suele provocar inquietudes excesivas y entusiasmos delirantes, mientras que el conocimiento del porvenir habitúa y apacigua el alma, preparándola para aceptar el futuro como si fuera presente e induciéndola a acoger con calma y serenidad cualquier suceso.

Marco Aurelio permaneció de nuevo pensativo. Aquella discusión le recordaba las lecciones de Epicteto que había escuchado con fervor en su juventud, lecciones que le habían convertido a la filosofía estoica.

—Creo —prosiguió por fin en un tono profundamente convencido— en la autonomía del individuo. Le creo libre por su capacidad de razonar. Creo en un dios interior, presente en cada uno de nosotros, al que concibo como un guía y que nos hace libres frente a las vicisitudes externas. ¿Acaso no contradice eso a la astrología? Porque ella supone que el carácter de un individuo está determinado por las configuraciones celestes en el momento de su nacimiento o de su concepción. Pero si todos los acontecimientos de la vida de un hombre están determinados por los astros, ¿dónde está su libre albedrío?

—La verdadera astrología no es la de los horóscopos. Evitemos creer que todo lo que le sucede al hombre es efecto de una causa llegada de arriba, como si todo hubiera sido dispuesto desde el principio para cada individuo y ocurriera irremediablemente, sin que ninguna otra causa pueda constituir un obstáculo. En verdad, si el movimiento de los cuerpos celestes se realiza desde toda la eternidad en virtud de un destino divino e inmutable, el cambio de las cosas terrenales está, por su parte, sometido a un destino natural y variable, cuyas causas primeras le vienen de arriba según el azar. Las leyes variables propias de nuestro mundo sublunar modifican las influencias llegadas del cielo. Así, en el caso de los grandes desastres como las guerras, la condición general prevalece siempre sobre el destino individual.

—Por consiguiente —razonó el cónsul—, antes de determinar el destino de un individuo, los astros ejercerán su influencia en primer lugar sobre el entorno general del hombre, sobre el clima, los países, las regiones y las ciudades, ¿no es verdad?

—La astrología, en efecto, determina el carácter general de cada pueblo. De ello podría deducir, señor, que el arte de la astrología es de gran utilidad política. Un monarca prudente, que conozca las previsiones astrales, más que aplastar a los pueblos a los que quiera dominar, debería analizar antes su temperamento, para comprender sus fuerzas y sus debilidades, y de ese modo gobernarlos mejor.

—Cierto es que en este momento —murmuró el cónsul— Roma se preocupa mucho de los pueblos turbulentos de la Galia. ¿Qué nos enseña tu arte sobre ellos, que no sepamos ya?

—Los galos son por lo general de naturaleza rebelde a la sumisión, adoran la libertad, les gustan las armas y los trabajos duros, son muy belicosos, hechos para el mando, probos y generosos. Pero no sienten pasión por las mujeres y desprecian los placeres del amor heterosexual. Se inclinan en cambio por las relaciones sexuales con los hombres y ponen en ellas mucho ardor. Eso no les parece vergonzoso. Y sin embargo, pese a tal disposición de ánimo, no se vuelven afeminados y lascivos. Conservan un espíritu viril, son sociables y leales, sienten afecto por los suyos y son generosos.

No te cansaré, Amr, relatándote el resto de la docta entrevista, que prosiguió hasta muy avanzada la noche. Marco Aurelio, deslumbrado por la sapiencia de Tolomeo, le preguntó si querría seguirle a Roma para convertirse en su astrólogo oficial. Naturalmente, Tolomeo se negó, pretextando su avanzada edad. Le recomendó, más bien, a uno de sus jóvenes alumnos, Claudio Galeno. Este último, hijo de arquitecto, nacido en Pérgamo, había ido a cursar sus estudios en Alejandría. Decepcionado por la enseñanza dispensada en el Museo, se había unido, en Canope, a los discípulos de Tolomeo. Pero resultó que Galeno, geómetra de mérito, estaba sobre todo dotado para la medicina. De modo que Tolomeo le recomendó vivamente que siguiera los pasos de Herófilo y Erasistrato, los gloriosos médicos que habían inventado el arte de la anatomía, aquí mismo, en Alejandría. Por aquel entonces la Ciudad había alcanzado la cima del desarrollo artístico y científico promovido por Tolomeo Soter. Influido por el astrólogo, Claudio Galeno se convenció de que si se admitía la influencia de los astros sobre las condiciones meteorológicas, había que reconocer también que influían sobre las funciones de los seres vivos. En consecuencia, Claudio Galeno estableció todo un sistema de analogías simbólicas entre las zonas del cielo y las partes del cuerpo, de modo que en sus tratamientos contra las enfermedades permanecía atento a las configuraciones del zodíaco y a las posiciones planetarias.

En resumen, en cuanto volvió a Roma, Marco Annio Vero se convirtió en emperador con el nombre de Aurelio, y siguiendo el consejo de Tolomeo llamó a su lado a Galeno. El joven alejandrino se convirtió en su médico personal y adquirió una gloria inmortal. Los quince libros que escribió sobre la anatomía y el arte de la medicina son tesoros que me guían, todavía hoy, en mi terapéutica.

No puedo evitar, sin embargo, Amr, concluir el relato a mi modo, algo que sin duda no aprobará nuestra querida Hipatia. Ahora ya me conoces un poco mejor; hijo de Israel, soy de un escepticismo irónico y miro con cierta diversión las jugarretas y trucos de la historia. Sabe pues que, ocho meses después de la entrevista entre Marco Aurelio y Tolomeo, llegó al mundo el catastrófico Cómodo. Era sin duda hijo de Faustina, pero nadie podrá nunca afirmar quién era su padre. Marco Aurelio, sin embargo, lo mimó a lo largo de todo su reinado, que duró veinte años, y lo mantuvo siempre a su lado, como para asegurarse de la antigua predicción de los magos. Cuando Marco Aurelio murió en el frente donde combatía a los germanos, Cómodo heredó en efecto el trono paterno. Pero se apresuró a regresar a Roma para llevar, por fin, la incomparable vida con la que soñaba desde hacía mucho tiempo: una existencia fastuosa y sensual, llena de fiestas y juegos, sazonada con orgías inéditas y grosera lujuria, empapada de vino y de sangre. Cómodo, que era de una ferocidad bestial en cuanto se trataba de afirmar sus prerrogativas frente a un Senado cada vez más harto, dejó que sus favoritos gobernaran en su lugar. Y dado que estos favoritos estaban muy lejos de ser desinteresados, la corrupción y la prevaricación invadieron todos los engranajes del Estado.

Aunque no tuvo que enfrentarse con ninguna amenaza exterior, Cómodo, cada vez más desequilibrado, consiguió, en sólo dieciocho años de reinado, comprometer el prestigio militar y económico de Roma. La peste despoblaba regiones enteras, la hambruna reinaba un poco por todas partes, pandillas de soldados que no cobraban hacía tiempo asolaban con sus desmanes la Galia. Mientras, en Roma, el perezoso emperador se pavoneaba en el anfiteatro. Disfrazado de aquel Hércules cuya reencarnación pretendía ser, combatía con las fieras con una enorme maza de madera… Se dice incluso que, en su locura, habría querido que la Ciudad Eterna llevase en adelante su propio nombre…

Donde Amr cambia de bando

—No podría afirmar que tu relato me ha convencido —dijo Amr, frotándose la barbilla algo desorientado—. Tal vez Tolomeo hablase como un oráculo, pero debía de ser bastante aburrido. Y, además, no había previsto el execrable destino de ese emperador, el tal Cómodo.

De hecho, durante todo el final de la exposición de Rhazes, Hipatia había comenzado a agitarse con impaciencia, lanzando incendiarias miradas al joven médico. Éste, al mostrarse demasiado cínico, había terminado por echar a perder toda su argumentación. La muchacha estimó que era preciso enmendar a toda costa aquella metedura de pata y cambiar el rumbo de los pensamientos de Amr.

—Supongo, general, que en vez de oír hablar de los galos habrías preferido saber lo que el tal Tolomeo decía de los hombres de tu país.

—Ah, también tú entras en liza para convencerme de la verdad de vuestra vana astrología…

—Juzga por ti mismo si es vana —dijo Hipatia, enfadada—. Tolomeo habría dicho que los hombres de la Arabia Feliz están en afinidad con Sagitario y el astro de Júpiter, porque la región es fértil, en ella abundan las plantas aromáticas y sus habitantes tienen buen carácter, son comunicativos en su vida, en los intercambios con los demás y en los negocios…

—La predicción se adapta bien al caso —se mofó el general árabe para mostrar que no le engañaban—. ¿Llegarás a hacerme mi propio horóscopo?

—Te burlas, Amr, y sin embargo lo que dicen los astros va a sorprenderte. Escucha… —Hipatia cerró los ojos, pareció meditar unos instantes y comenzó a hablar como un oráculo—: Eres del signo de Acuario y tienes como ascendente el mismo signo. El Sol y la Luna están en Acuario, signo masculino que se halla en ascendente. La Luna tiene como escolta el Sol, el astro de Júpiter, el de Marte y el de Venus. El astro de Júpiter está en ascendente y los de Marte y Venus se hallan en configuración de trígono con el Medio del cielo. Tu tema natal presenta pues todas las condiciones requeridas para ser «cosmocrátor». En efecto, cuando las dos Luminarias están en signos masculinos, y especialmente si la Luminaria que dirige la familia diurna o nocturna tiene también cinco planetas como escolta, los sujetos que nacen serán durante toda su vida importantes, poderosos y dueños del mundo.

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