El jardín de Rama (31 page)

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: El jardín de Rama
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—Dondequiera que vayamos en este asombroso universo —dijo en voz baja—, tanto ahora como en el futuro, ese punto azul siempre será nuestro hogar.

2

Nai Buatong se despertó en la oscuridad previa al alba. Se puso un vestido sin mangas, de algodón, y se detuvo brevemente para rendir homenaje a su Buda personal, en el
hawng pra
familiar, anexo a la sala de estar. Después, abrió la puerta de calle sin perturbar a ninguno de los demás miembros de la familia. El aire de verano era suave. En la brisa podía oler las flores mezcladas con especias tailandesas: alguien del vecindario ya estaba preparando el desayuno.

Las sandalias no producían ningún sonido en el suave sendero de polvo. Nai caminaba con lentitud, girando la cabeza de derecha a izquierda, mientras los ojos absorbían todas las familiares sombras que pronto sólo serían recuerdos.
Mi último día
, pensó.
Finalmente ha llegado
.

Después de unos minutos, dobló a la derecha por la calle pavimentada que conducía al pequeño barrio comercial de Lamphun. Una bicicleta pasó al lado de ella pero la mañana estaba mayormente en silencio. Ninguna de las tiendas había abierto aún.

Mientras se aproximaba a un templo, Nai pasó al lado de dos monjes budistas, uno a cada lado de la calle. Cada uno de los monjes estaba vestido con la habitual túnica color azafrán y llevaba una gran urna de metal: estaban buscando su desayuno, tal como lo hacían todas las mañanas por toda Tailandia, y dependían de la generosidad de los habitantes de Lamphun. Una mujer apareció en la puerta de una tienda que estaba justo delante de Nai y dejó caer algo de comida en la urna del monje. No hubo intercambio de palabras y la expresión del monje no se alteró de modo visible para agradecer la dádiva.

Nada poseen
, reflexionó Nai para sí,
ni siquiera las túnicas que llevan sobre los hombros. Y, sin embargo, son felices
. Recitó con rapidez la doctrina básica: «La causa del sufrimiento es el deseo» y recordó la increíble riqueza de la familia de su nuevo marido, que se había instalado en el barrio Higashiyama, en las afueras de Kioto, Japón.
Kenji dice que su madre lo tiene todo, salvo la paz. Y la paz se le escapa porque no la puede comprar
.

Durante un instante, el recuerdo reciente de la magnífica casa de los Watanabe inundó su mente, desalojando la imagen de la sencilla calle tailandesa por la que estaba caminando. Nai había quedado apabullada por la opulencia de la mansión de Kioto. Pero no había sido un sitio amistoso para ella: de inmediato resultó evidente que los padres de Kenji la veían como a una intrusa, una extranjera de categoría inferior que habla desposado al hijo sin el consentimiento de ellos. No habían sido rudos: tan sólo fríos. La habían acribillado a preguntas relativas a so familia y a los antecedentes académicos, preguntas que se formularon sin emoción y con precisión lógica. Más tarde, Kenji había reconfortado a Nai, señalándose que la familia de él no estaría con ellos dos en Marte.

Se detuvo en la calle, en Lamphun, y miró el templo de la reina Chamatevi, que estaba cruzando la calle. Era el sitio favorito de Nai en la ciudad, probablemente, su sitio favorito en toda Tailandia. Algunas partes del templo tenían quinientos años de antigüedad; sus silenciosos centinelas de piedra habían visto una historia tan diferente de la actual que muy bien pudo haber tenido lugar en otro planeta.

Nai cruzó la calle y se paró en el atrio, dentro de los muros del templo. Era una mañana insólitamente clara. Justo por encima del
chedi
superior del antiguo templo tailandés, una intensa luz refulgía en el oscuro cielo matinal. Nai se dio cuenta de que la luz era Marte, su próximo destino. La yuxtaposición era perfecta. Durante todos sus veintiséis años de vida, salvo por los cuatro que pasó en la universidad de Chiang Mai, la ciudad de Lamphun había sido su hogar. Dentro de seis semanas estaría a bordo de una gigantesca nave espacial que la llevaría a su morada durante los cinco años venideros, en una colonia espacial ubicada en el planeta rojo.

Nai se sentó en posición del loto, en un rincón del atrio, y contempló fijamente esa luz que se veía en el cielo.
Es muy adecuado
, pensó,
que Marte me esté mirando esta mañana
. Inició la respiración rítmica que constituía el preludio para su meditación matutina. Cuando se estaba preparando para la paz y la calma que, por lo común, la “centraban” para enfrentar el día que comenzaba, Nai se dio cuenta de que dentro de ella había muchas emociones poderosas e irresueltas.

Primero debo reflexionar
, pensó, decidiendo abstenerse temporalmente de su meditación.
En este último día en casa tengo que hacer las paces con los sucesos que alteraron mi vida por completo
.

Once meses antes, Nai Buatong había estado sentada en ese mismo sitio del templo. Sus cubos con las lecciones de francés e inglés estaban pulcramente embalados, al lado de ella, en una valija. Nai había estado planeando organizar su material para el próximo período de clases, resuelta a que iba a ser más interesante y activa en su actividad como profesora de idiomas de escuela secundaria.

Antes de que hubiera empezado a trabajar en los aspectos generales de su lección, ese fatídico día del año anterior, Nai había leído el diario de Chiang Mai. Después de introducir el cubo en la máquina lectora, Nai había hojeado rápidamente las páginas, leyendo poco más que los titulares. En la última página había visto un aviso, escrito en inglés, que atrajo su atención:

MÉDICO, ENFERMERA, MAESTRO, GRANJERO

¿Tiene usted espíritu aventurero; es multilingüe y saludable?

La Agencia Internacional del Espacio (AIE) está preparando una expedición importante para recolonizar Marte. Buscamos personas sobresalientes que posean las aptitudes decisivas antes mencionadas para una misión de cinco años en la colonia. Las entrevistas personales se llevarán a cabo en Chian Mai, el lunes 23 de agosto de 2244. El sueldo y las prestaciones sociales son excepcionales. Las solicitudes pueden retirarse en Thai Telemail Nº 462-62-4930.

Cuando presentó su postulación a la AIE por primera vez, Nai no creía tener muchas probabilidades de éxito. Estaba segura de que no pasaría la primera selección y, en consecuencia, ni siquiera llegaría a merecer la entrevista personal. Quedó sumamente sorprendida cuando, seis semanas después, recibió el anuncio, en su correo electrónico, de que se la había aceptado provisionalmente para las entrevistas. El aviso también le informaba que, de acuerdo con los procedimientos, ella debía formular por correo cualquier pregunta de índole personal antes de la entrevista. La AIE recalcaba que únicamente estaba interesada en entrevistar a aquellos candidatos dispuestos a aceptar si se les ofrecía un puesto en la colonia marciana.

Nai respondió por telecorreo con una sola pregunta. Mientras viviera en Marte, ¿podía girarse a un Banco de la Tierra una parte importante de sus ganancias? Agregó que ésta era una condición previa esencial para que ella aceptara.

Diez días después llegó otro aviso por correo electrónico. Era muy sucinto. El mensaje decía que una parte de sus ganancias se podía girar, en forma regular, a un Banco de la Tierra. Sin embargo, continuaba el aviso, Nai tendría que estar absolutamente segura respecto de la división que haría de su dinero. Cualquier fraccionamiento que decidiera hacer un colono no se podía modificar después de que partiera de la Tierra.

Como el costo de vida en Lamphun era bajo, el salario que ofrecía la AIE a un profesor de idiomas en la colonia de Marte era casi el doble de lo que Nai necesitaba para atender todas las obligaciones familiares.

La joven estaba sumamente cargada con responsabilidades. Era la única que aportaba un salario en una familia de cinco personas que comprendía al padre inválido, a la madre y a las dos hermanas menores de Nai.

La niñez de Nai había sido difícil pero su familia se las había arreglado para sobrevivir apenas superando el nivel de pobreza. Sin embargo, durante el último año de Nai en la universidad, la desgracia se descargó sobre ellos. Primero, el padre había padecido un ataque que lo dejó inválido; después, la madre, cuyo sentido comercial era inexistente, había hecho caso omiso de las recomendaciones de la familia y los amigos y había tratado de manejar por sí misma el pequeño taller de artesanías de la familia. En el lapso de un año, la familia lo había perdido todo. Nai se vio forzada no sólo a usar sus ahorros personales para suministrar comida y ropa para la familia sino, también, a abandonar su sueño de hacer traducciones literarias para una de las grandes editoriales de Bangkok.

Nai enseñaba en la escuela secundaria durante la semana y era guía de turismo los fines de semana. El sábado anterior a la entrevista con la AIE, Nai estaba conduciendo una excursión en Chiang Mai, a treinta kilómetros de su hogar. En su grupo había varios japoneses, uno de los cuales era un joven atrayente, con facilidad de palabra, de un poco más de treinta años y que hablaba inglés prácticamente sin acento. Su nombre era Kenji Watanabe. Prestaba muchísima atención a todo lo que Nai decía, siempre hacía preguntas inteligentes y era extremadamente cortés.

Casi al final de la visita a los sitios santos budistas que había en la zona de Chiang Mai, el grupo ascendió por cablecarril a la montaña Doi Suthep, para visitar el famoso templo budista que había en la cima. La mayoría de los turistas estaba exhausta por las actividades del día, pero no Kenji Watanabe. Primero, el hombre insistió en trepar por la larga escalinata en forma de dragón, como un peregrino budista, antes que ascender en el funicular, desde la salida del cablecarril hasta la cima. Después hizo una pregunta tras otra, mientras Nai explicaba el maravilloso relato de la fundación del templo. Finalmente, cuando descendieron y Nai estaba sentada sola, tomando té en el encantador restaurante que había al pie de la montaña, Kenji dejó a los demás turistas en las tiendas de recuerdos y se le acercó a la mesa.


Kaio tode
—dijo en excelente tailandés, asombrando a la señorita Buatong— ¿me puedo sentar? Tengo algunas preguntas más.


Khun, pode pasa thai dai mai?
—preguntó Nai, todavía pasmada.


Polun kao jai pasa thai dai nitnoy
—respondió él, indicando que entendía algo de tailandés—. Y, ¿qué tal usted?
Anata wa nihon go hanashimasu ka?

Nai meneó la cabeza, en gesto de negación.


Nihon go hanashimasen
. —Sonrió—. Únicamente inglés, francés y tailandés. Aunque, a veces, puedo entender japonés sencillo, si se lo habla muy despacio.

—Quedé fascinado —dijo Kenji en inglés, después de sentarse frente a Nai— por los murales que representaban la fundación del templo de Doi Suthep. Es una hermosa leyenda, una combinación de historia y misticismo pero, en mi calidad de historiador, siento curiosidad por dos cosas. Primero, ¿no pudo este venerable monje de Sri Lankahaber sabido, por algunas fuentes religiosas exteriores al reino de Launa, que había una reliquia de Buda en esa pagoda abandonada de las cercanías? Me parece improbable que hubiera arriesgado su reputación de no haber sido así. Segundo, parece demasiado perfecto, como que la vida imitara al arte, el que ese elefante blanco que portaba la reliquia hubiera trepado a Doi Suthep por casualidad y después hubiera expirado justo cuando había alcanzado la cumbre. ¿Existen fuentes históricas del siglo XV, no budistas, que corroboren el relato?

Nai lo contempló al ansioso señor Watanabe durante varios segundos, antes de responder.

—Señor —le dijo con una leve sonrisa—, en mis dos años de conducir excursiones por los sitios budistas de esta región, nunca hubo nadie que formulara ninguna de esas dos preguntas. Ciertamente yo misma no conozco las respuestas pero, si está usted interesado, le puedo dar el nombre de un profesor de la universidad de Chiang Mai, que es sumamente versado en la historia budista del reino de Lan-na. Es un experto en todo ese período, a partir del rey Mengrai…

La conversación se vio interrumpida por el anuncio de que el cablecarril ya estaba listo para admitir pasajeros en el viaje de regreso a la ciudad. Nai se levantó de su asiento y se disculpó. Kenji se volvió a unir al resto del grupo. Mientras lo observaba desde lejos, Nai seguía recordando la intensidad de la mirada de ese hombre.
Eran increíbles
, pensaba. Nunca vio ojos tan claros ni tan llenos de curiosidad.

Volvió a ver esos ojos la tarde del lunes siguiente, cuando Nai fue al Hotel Dusit Thani, en Chiang Mai, para celebrar su entrevista con la AIE. Quedó atónita al ver a Kenji sentado detrás de un escritorio, con el emblema oficial de la AIE en la camisa. Nai quedó turbada al principio.

—No había mirado sus documentos antes del sábado —dijo Kenji, a modo de disculpa—. Lo juro. Si hubiera sabido que usted era uno de los postulantes, habría tomado una excursión distinta.

Finalmente, la entrevista se desarrolló sin asperezas, Kenji fue sumamente elogioso, tanto de la sobresaliente foja académica de Nai como de su trabajo de voluntaria en los orfanatos de Lamphun y Chiang Mai. Nai fue honesta al admitir que no siempre había sentido “un deseo avasallador” de viajar por el espacio, pero dado que “era de naturaleza aventurera” y este puesto de la AIE le iba a permitir hacerse cargo de las obligaciones para con su familia, se había postulado para la misión en Marte.

Hacia el final de la entrevista se produjo una pausa en la conversación.

—¿Es todo? —preguntó Nai afablemente, levantándose de su silla.

—Una cosa más, quizás —dijo Kenji Watanabe, repentinamente torpe—… es decir, si es usted buena para interpretar sueños. Nai sonrió y se volvió a sentar.

—Adelante —dijo. Kenji respiró hondo.

—El sábado por la noche soñé que estaba en la jungla, en alguna parte al pie del Doi Suthep (sabía dónde estaba porque pude ver el
chedi
dorado en la parte superior de la pantalla de mis sueños). Iba presuroso por entre los árboles, tratando de encontrar mi camino, cuando me topé con una enorme pitón que estaba sentada sobre una rama ancha, al lado de mi cabeza.

—¿Adónde vas? —me preguntó la pitón.

—Estoy buscando a mi novia —le respondí.

—Está en la cima de la montaña —dijo la pitón.

—Me escapé de la jungla, fui hacia la luz del sol y miré la cumbre del Doi Suthep: el amor de mi niñez, Keiko Murosawa, estaba parada ahí, y me saludaba con la mano. Me di vuelta y miré a la pitón.

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