—Sofía... ¿Te gusta la casa? —preguntó, aparentando tranquilidad. Le molestaba sentir esa especie de respeto o temor, que la chiquilla le inspiraba.
—Sí. Es muy parecida a mi madre. ¿Verdad? —respondió Sofía, sin volverse.
—Si te refieres a la decoración, ya sabes cómo es. Siempre ha tenido muy buen gusto.
—Creo que es un poco ostentosa.
—¿Te parece? ¿Cómo te hubiera gustado que fuese?
—Creo que lo que yo opine no tiene mucha importancia —respondió con cierto deje de resentimiento en la voz, mientras miraba fijamente la hoja que flotaba cada vez más lejos.
—Para mí, sí la tiene —dijo Albert.
Sofía volvió el rostro y lo miró a los ojos.
—¿Eres mi padre? —preguntó Sofía, sobresaltándolo.
—Soy tu padre porque te vi nacer, te crié, y te amo —contestó, esquivo.
—Sólo quería una respuesta de verdad —dijo Sofía, volviendo a darle la espalda.
—Hija... —Albert se sentó en el borde de la piscina y hundió los pies en el agua al igual que ella—, creo que tú sabes muy bien quién es tu padre. Tu padre consanguíneo. Sé que estuviste en casa de Hill. —Albert miró con disimulo al grupo y prosiguió—: Me imagino que te enteraste de mucho más con lo que tomaste de su casa. ¿Qué hiciste con ello?
—Lo quemé —fue la corta contestación de Sofía—. ¿Encontraron su cuerpo?
—No, por lo menos hasta el momento de venir. Yo fui a su casa porque me intrigó el portarretratos en tu cuarto. Fue entonces cuando me di cuenta de todo. ¿Cómo tuviste el valor de estar ahí?
—No fue fácil, pero debía hacerlo. No sólo por mí, lo hice por mi madre y... también por ti.
—Sofía... eres la niña más valiente que he conocido, me siento orgulloso de ser quien te trajo al mundo, sólo quiero que me sigas queriendo a pesar de todo y que me consideres tu padre, yo...
Albert no pudo seguir hablando. Pasó el brazo por los hombros de Sofía y la atrajo hacia él. Al sentir su fragilidad, al ver cuán solitaria y joven era, admiró aún más su valentía. Era su pequeña Sofía, le dio un cariñoso beso en la frente y sintió que ella no oponía resistencia. La chiquilla también se abrazó a él, como antes, como en los buenos tiempos.
—Papá... yo te amo. No pienses que enterarme que soy hija de ese hombre hace que deje de quererte, es sólo que... no me gusta que me engañes. ¿Recuerdas cuando Will estuvo en casa? Yo lo comprendí todo, tú me lo explicaste, ya no soy tan niña.
—Sí, eres una niña, eres mi niña. Yo no quiero preocuparte con mis problemas.
—¿Tus problemas? —preguntó con seriedad Sofía—. Creo que el problema es de todos.
—Sí. Pero yo tuve la culpa por involucrarme con un agente enviado por tu padre. Aunque creo que
él
hubiera averiguado acerca de ti de todos modos.
—¿Tú crees que
él
sabía de mi existencia?
—Por supuesto. De lo contrario habría acabado con tu madre. Will me lo repitió varias veces, me dijo muchas cosas, desgraciadamente yo no le creí. Deduzco que no leíste los informes que dijo que tenía.
—No los leí, sólo leí la carta. Él te dejó una carta, decía que por ti había fallado a su Führer. Lo siento, no pude evitar leerla, yo había ido allí para hablar con él y obtener respuestas, pero al hallarlo muerto pensé que debía decir algo en la carta que me aclarase un poco la verdad. Cuando me enteré que te mencionaba con nombre y apellido, decidí que la quemaría. Agarré tu retrato y una carpeta con muchas páginas acerca de su trabajo para los nazis, también tomé un delantal que decía: Albert y Will.
Albert miró con detenimiento a Sofía, no terminaría nunca de asombrarlo. Se puso de pie y le dio la mano para que hiciera lo mismo. Fueron caminando por el jardín lejos de la gente que había en la reunión.
—Siempre pensé que mi vida al lado de tu madre era sólo un parapeto. Pero ella tiene una manera muy especial de ser, a veces me parece que es aún una niña. Por momentos, siento que tú eres más madura que tu madre a pesar de todo lo vivido por ella —Albert hablaba como consigo mismo—; cuando la conocí era una joven de veintiún años, estaba embarazada de ti y yo comprendí que necesitaba alguien a su lado. Alice nunca demostró una particular atracción por mí, además, yo intuía que ella llevaba dentro una gran decepción, indudablemente estaba enamorada, demás está decir que de tu padre. Aunque nunca me habló de ello, lo cual era comprensible, y yo respeté su intimidad. Nos casamos, cada cual cubriendo la parte que le correspondía y fue una especie de acuerdo o... pacto, a pesar de que nunca aclaramos los puntos. Puedes estar segura de que fuiste fruto del amor. No importa qué represente para el mundo.
Él
te amaba. Quiero que lo sepas.
»Siempre que Will hablaba del asunto —prosiguió—, recalcaba que tu padre no permitió que tu madre corriera peligro, porque existías tú, aparentemente la conocía bien, sabía que al lado de ella, estarías bien cuidada. En buena medida, Will actuaba como tu custodio, si le hubiera sucedido algo a tu madre y yo no hubiera existido, con seguridad él se hubiera hecho cargo de ti. En un principio creí que Will se había enamorado de mí, pero después de un tiempo, me di cuenta que todo había sido planeado, claro que con el tiempo, él me amó, tanto es así que se suicidó al saber que yo no deseaba seguir con él. Aunque a veces pienso que realmente se mató por otros motivos. Sofía, a pesar de que estas explicaciones no son propias para una niña de tu edad, te las estoy dando porque mereces mi respeto y sé que esperas muchas respuestas, no puedo dejar que vayas por la vida suponiendo cosas que ni tu madre sabe. Ella jamás sospechó de la existencia de Will. Ella sabía que yo tenía un amigo, pero nunca me hizo preguntas, es algo que admiro de tu madre. Tal vez fue lo que hizo que empezara a quererla, algún día, cuando seas adulta quizás comprendas qué es lo que mueve a una persona a enamorarse de otra. Aunque lo dudo, porque ni yo mismo lo sé. Tu madre no sabe nada de lo que nosotros sabemos, y creo que es mejor que no se entere, como ves, ella vive en un mundo aparte, Dios sabe cuánto debió sufrir por haber sido dejada de lado por tu padre y por todo lo que él representó. Esa es una historia que algún día conocerás, yo sólo te puedo decir la parte que conozco.
—Tú dices que mi padre me tuvo por amor, entonces, ¿por qué mi madre tuvo que separarse de él? —preguntó Sofía.
—En principio, porque era la hija de un personaje al cual él perseguía para matarlo. Y en segundo lugar, porque ella era judía. Will me dijo que
él
no se perdonaba haberse enamorado de una judía, así que, tal vez eliminarla lo haría sentirse menos culpable, por lo menos yo lo creo. Fue cuando se enteró que tenía una hija que las cosas cambiaron. Yo nunca quise creer lo que Will decía, pensaba que eran sus ideas alocadas, pero después me convencí de que todo lo que decía era verdad.
—No veo por qué Hitler tenía tanto interés en mí. ¿Acaso no tenía más hijos? —preguntó extrañada Sofía.
—Al parecer no. Según Will, nunca había podido tener hijos, y al enterarse de que tú eras su hija quiso cuidar que nada malo te ocurriera
—¿Y por qué no quiso que supiera que era mi padre?
—Supongo que por las implicaciones futuras que tendría para ti y para las personas que te rodeaban. Recuerda quién era y cómo te hubieran tratado las personas si se hubieran enterado de que tú eras su hija. Podrías correr peligro. Posiblemente si las cosas hubiesen resultado diferentes, hubiera esperado el momento para llevarte a su lado.
—¿Qué sentiste cuando lo supiste?
—Para mí siempre seguirás siendo mi pequeña Sofía. Tú no tienes culpa de nada.
—¿Sabes algo de mi abuelo Conrad?
—Sólo sé que vive en Suiza.
—Quisiera conocerlo. Me gustaría ir a Europa algún día.
—Creo que lo harás, dale un poco de tiempo a tu madre y ella misma te dará su dirección. La muerte de tu padre es aún reciente y en Europa las cosas todavía deben estar de cabeza. Ten un poco de paciencia y yo mismo me encargaré de eso.
—¿Lo prometes? —preguntó Sofía con tal anhelo reflejado en el rostro que hizo que Albert se preguntase el motivo de su vehemencia.
—Lo prometo. Mientras tanto, debes terminar tus estudios y tal vez me encargue de que tu regalo de graduación sea un viaje a Europa. Para entonces serás una hermosa joven de la que tu abuelo se sentirá orgulloso —terminó de decir Albert, para tranquilizar sus ímpetus.
Sofía dio un profundo suspiro y se detuvo. Abrazó a su padre y le dijo:
—Te amo, papá.
Cuando regresaron de North Fork, Williamstown estaba conmocionado. Todo el mundo hablaba del cadáver de Will. La policía había sido alertada por el jardinero que iba cada quince días a la casa. Nadie dudaba de que hubiera sido un suicidio, pero la policía de Williamstown cerró el perímetro de la casa y llevó a cabo una investigación minuciosa. No quedó una sola persona en el pueblo que no deseara ser interrogada, para todos era una magnífica ocasión de figurar y en un pueblo tranquilo como Williamstown el acontecimiento empezaba a alcanzar magnitudes insospechadas. La policía anotó cuanta evidencia consideró importante, mientras la gente aportaba datos inesperados, como que habían visto al muerto en tal o cual sitio, o que actuaba siempre de manera misteriosa. En una marmolería lo conocían por haber comprado bloques de pequeño tamaño; en una tienda de comestibles aseguraban que le encantaban las verduras frescas y que sentía predilección por los plátanos. Casi todos coincidían en que no entablaba amistad con nadie y en que tenía acento extranjero. Pero las noticias muchas veces tenían sus puntos divergentes porque algunas chicas del pueblo decían que permanecía callado, mientras que otras aseguraban que había coqueteado con ellas, y más de una decía haber salido con él.
Como comisario de la policía de Williamstown, John Klein tenía a su cargo las averiguaciones. Y la información que sus subordinados recolectaban era mucha. Pero él les dejaba hacer, intuía que el asunto iba más allá de un simple suicidio.
El momento temido por Albert llegó cuando Grace anunció su visita.
—Hola, Albert —saludó John, entrando a su consultorio.
—Hola. Parece que hay un revuelo tremendo —comentó Albert.
—Un suicidio. Pero en extrañas circunstancias.
—Como todos los suicidios, ¿no? —preguntó Albert sin dar mucha importancia al acontecimiento.
John lo miraba tratando de adivinar sus pensamientos.
—Depende... ¿Cuándo llegaste?
—Anoche. —Albert se imaginaba que John sabía dónde y con quién había estado.
—Perdona que parezca que te interrogo, pero debo hacerlo con todos, ¿y cuándo te fuiste?
—John, sabes perfectamente que estuve fuera una semana. Dices que fue un suicidio, sin embargo actúas como si se tratase de un homicidio. ¿Deseas saber mi opinión como médico? No comprendo de qué va todo esto.
—El joven fallecido no se llamaba William Lacroix. Su verdadero nombre era Matthias Hagen. Era miembro del partido nazi. Me pregunto qué tenías en común con él para que fueseis amigos —aclaró directamente John.
—Por lo visto, como siempre, sabes mucho. Sabes más de lo que yo sé. Jamás imaginé que fuese un nazi. Pero si el hombre se mató, no veo por qué tanto interés en la muerte de un desconocido —dijo Albert sin contestar a su pregunta.
—Hay evidencia en la escena de su muerte que alguien estuvo allí. ¿Motivos? Evidentemente para llevarse algo. Se nota a las claras.
—Yo no fui. Reconozco que lo conocía, pero nada más. No sé por qué me cuentas todo eso.
—Porque te considero mi amigo. No tengo motivos para acusarte de nada, excepto de andar con un muchacho que aparentemente se mató por ti. Si tienes algo que decirme, por favor, me gustaría saberlo.
Albert guardó silencio por un rato, se sentía incómodo, le afectaba que John supiese tanto de su relación con Will, le hacía sentirse culpable. Era un sentimiento muy extraño.
—Habíamos terminado hace tiempo. Sus motivos pudieron ser otros; la pérdida de la guerra, supongo —dijo finalmente.
—Tal vez... bien. Albert, seguiré investigando. ¿Estuviste en las cercanías del lago el 29 de julio?
—No lo creo —aseguró Albert. Demasiado rápido, para John—. ¿Por qué esa fecha en particular?
—Porque ese día unos chicos fueron a hacer camping al lago y te vieron conduciendo a gran velocidad hacia el pueblo.
—Mi secretaria lleva mi agenda de trabajo. Sería bueno preguntarle a ella dónde me encontraba ese día —contestó Albert—. ¡Grace! ¿Puedes venir un momento? —llamó Albert desde su oficina.
Grace apareció de manera instantánea. Estaba emocionada, como todos en el pueblo, deseaba formar parte de la investigación.
—Por favor, busca en la agenda qué fue lo que hice el 29 de julio.
—A las doce y treinta del día, por favor —recalcó John.
—A ver... —dijo Grace mientras le sacaba el último vestigio de dulce a la goma de mascar— ya. Aquí está. Atendió al hijo de la señora Harrison, se había fracturado una pierna. El doctor Carter estaba atendiendo un parto. Todo está aquí, lo tengo meticulosamente anotado —respondió Grace con suficiencia, dando pequeños golpes con el bolígrafo al cuaderno de notas.
—Un momento... —interrumpió Albert— ya recuerdo, mi hija el día anterior fue en bicicleta con unos amigos por los alrededores del lago a hacer una barbacoa. Me encargó que le buscase el adorno que siempre lleva en su bici, que había perdido por esa zona. Según ella, es su amuleto de buena suerte; como Alice y ella partirían al día siguiente a Nueva York, yo le prometí que si tenía tiempo iría a buscarlo y así lo hice. Cuando regresaba me crucé por el camino con un grupo de chicos en dirección contraria, yo conducía apurado porque me dirigía a la clínica. Sabía que ese día el doctor Carter estaba atendiendo a una parturienta.
—Eso es correcto —corroboró Grace mientras exprimía con los dientes la goma de mascar.
—Bueno, siendo así, creo que es todo —dijo John con su acostumbrada calma.
—¿Por qué tantas preguntas? Fue un suicidio, ¿no? —alegó Albert.
—Hay algo en este asunto que no huele bien, aparte del cadáver, por supuesto —aclaró John con un gesto— . Sabes que me gusta descifrar misterios. —Le dio una ligera palmada en el hombro—. ¿Lo encontraste? —preguntó.
—¿El qué? —contestó Albert pillado por sorpresa.
—El amuleto.
—Pues sí. Y fue una suerte.