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Authors: Paul Auster

Tags: #Relato

El libro de las ilusiones (33 page)

BOOK: El libro de las ilusiones
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Corte al pasillo. Claire llama a la puerta de Martin y dice: La cena está lista, Martin. Te espero abajo.

Corte al comedor. Claire está sentada a la mesa, esperando a Martin. Ya ha servido las entradas; el vino está descorchado; las velas, encendidas. Martin aparece en la estancia, silencioso. Claire lo recibe con una cálida y amistosa sonrisa, pero Martin no le hace caso. Parece incómodo, receloso, inseguro de la actitud que debe adoptar.

Mirando a Claire con desconfianza, se dirige al sitio que le han preparado, retira la silla y procede a sentarse.

La silla tiene un aspecto sólido, pero en cuanto deposita su peso en ella se rompe en mil pedazos. Martin se cae al suelo.

Es un incidente jocoso, totalmente inesperado. Claire prorrumpe en carcajadas, pero Martin no le ve la gracia.

Despatarrado, con el culo a rastras, se siente invadido por una oleada de resentimiento y orgullo herido, y cuanto más se ríe Claire de él (no puede evitarlo; sencillamente, es muy gracioso), más ridículo es su aspecto.

Sin decir palabra, Martin se pone lentamente en pie, retira a patadas los restos de la silla rota y pone otra en su lugar. Se sienta con cautela esta vez, y cuando está convencido de que el asiento es lo bastante sólido para él, dirige su atención a la cena. Tiene buen aspecto, observa. Es un intento desesperado de mantener la dignidad, de tragarse el orgullo.

Claire parece desmedidamente satisfecha por esa observación. Con otra sonrisa iluminándole la cara, se inclina hacia él y le pregunta: ¿Cómo va tu relato, Martin?

En ese momento, Martin levanta con la mano izquierda una rodaja de limón que está a punto de exprimir sobre un espárrago. En vez de contestar a la pregunta de Claire, aprieta el limón entre el pulgar y el dedo medio, y el jugo le salta a un ojo. Da un grito de dolor. Una vez más, Claire se echa a reír y, una vez más, nuestro malhumorado héroe no lo encuentra nada gracioso. Moja la servilleta en el vaso de agua y empieza a darse toquecitos en el ojo, intentando aliviarse el escozor. Tiene un aspecto abatido, enteramente humillado por esa nueva exhibición de torpeza. Cuando deja finalmente la servilleta, Claire repite la pregunta.

Bueno, Martin, le dice, ¿cómo va tu relato?

Martin apenas puede soportarlo más. Negándose a contestar, mira a Claire fijamente a los ojos y pregunta a su vez: ¿Quién eres, Claire? ¿Qué has venido a hacer aquí?

Sin inmutarse, Claire vuelve a dirigirle una sonrisa.

No, le dice, contesta primero a mi pregunta. ¿Cómo va tu relato?

Martin tiene el aspecto de quien está a punto de estallar. Fuera de sí por sus evasivas, se queda mirándola fijamente sin decir palabra.

Por favor, Martin, insiste Claire, es muy importante.

Luchando por dominar la cólera, Martin murmura un aparte sarcástico, no tanto dirigiéndose a Claire como pensando en voz alta, hablando para sus adentros: ¿De verdad quieres saberlo?

Sí, de verdad quiero saberlo.

Muy bien... De acuerdo, te diré cómo va. Va... (reflexiona un momento)..., va (sigue reflexionando)... En realidad, va bastante bien.

¿Bastante bien... o muy bien?

Mmm... (pensando)..., muy bien. Yo diría que va muy bien.

¿Lo ves?

¿Que si veo qué?

Vamos, Martin. Claro que lo ves.

No, Claire, no lo veo. No veo nada. Si quieres saber la verdad, estoy completamente perdido.

Pobre Martin. No deberías ser tan duro contigo mismo.

Martin le dirige una triste sonrisa. Han llegado a una especie de callejón sin salida, y de momento no hay nada más que decir. Claire se concentra en la cena. Come con evidente placer, saboreando las viandas que ha preparado con pequeños y vacilantes bocados. Mmm, exclama, qué bueno. ¿Qué te parece, Martin?

Martin alza el tenedor, pero en el momento en que está a punto de llevárselo a la boca, lanza una mirada a Claire, distraído por los suaves gemidos de placer que emanan de su garganta, y con la atención brevemente desviada de lo que se trae entre manos, gira la muñeca unos cuantos grados. Mientras el tenedor prosigue su trayectoria hacia la boca de Martin, un hilillo de salsa vinagreta empieza a gotear del cubierto y le cae en la pechera de la camisa. Al principio, no se da cuenta, pero cuando abre la boca y vuelve la mirada al ominoso trozo de espárrago, de pronto ve lo que está pasando. Con un brusco movimiento, se echa hacia atrás y suelta el tenedor. ¡Joder!, exclama. ¡Ya lo he vuelto a hacer!

La cámara se vuelve hacia Claire (que se echa a reír por tercera vez) y luego se va acercando a ella para enfocarla en primer plano. Es una toma similar a aquella con la que concluía la escena de la habitación al principio de la película, pero mientras Claire mantenía entonces el rostro inmóvil cuando salía Martin, ahora está animado, desbordante de placer, expresando lo que parece una alegría casi trascendente.
Estaba tan viva entonces, había dicho Alma, tan llena de vitalidad.
En ningún momento de la historia se plasma esa sensación de plenitud vital mejor que en éste. Durante unos segundos, Claire se convierte en algo indestructible, en la encarnación de una pura refulgencia humana. Luego la imagen empieza a disolverse, fundiéndose en un fondo de absoluta negrura, y aunque la risa de Claire dura varios segundos más, también acaba por desaparecer, perdiéndose en una serie de ecos, de respiraciones entrecortadas y reverberaciones aún más lejanas.

Sigue un largo silencio, y durante veinte segundos la pantalla está dominada por una sola imagen nocturna:

la luna en el cielo. Pasan nubes, el viento hace susurrar a los árboles debajo, pero en lo esencial, aparte de esa luna, no hay nada frente a nosotros. Es una transición rotunda, muy marcada, y enseguida olvidamos los momentos cómicos de la escena anterior.
Aquella noche, dice Martin, tomé una de las decisiones más importantes de mi vida. Resolví no hacer más preguntas. Claire me estaba pidiendo que diera un salto en el vacío y confiara en ella, y en vez de seguir acuciándola, decidí cerrar los ojos y saltar. No tenía idea de lo que me esperaba abajo, pero eso no significaba que no mereciera la pena arriesgarse. De modo que seguí cayendo... y una semana después, justo cuando empezaba a pensar que todo iría, bien para siempre, Claire salió a dar un paseo.

Martin está sentado frente al escritorio en su estudio de la planta alta. Aparta la vista de la máquina de escribir para mirar por la ventana, y cuando la cámara cambia de ángulo para revelarnos su perspectiva, hay una larga toma de Claire, que, vista desde arriba, pasea sola por el jardín.

Al parecer ha llegado el frente frío. Lleva abrigo y bufanda, las manos en los bolsillos; una ligera nevada espolvorea el suelo. Cuando la cámara vuelve a Martin, aún está mirando por la ventana, incapaz de apartar los ojos de ella. Nuevo cambio de ángulo y otro plano de Claire, sola en el jardín. Da unos pasos más, y entonces, sin previo aviso, se desploma. La caída tiene un efecto aterrador.

Nada de vacilaciones ni mareos, nada de que se le doblen las rodillas. Entre un paso y otro, Claire se hunde en la inconsciencia total, y por la forma súbita e implacable con que le abandonan las fuerzas, se diría que está muerta.

La cámara hace un zoom desde la ventana, trayendo a primer plano el cuerpo inerte de Claire. Martin entra en campo: corriendo, jadeante, frenético. Cae de rodillas a su lado y le sostiene tiernamente la cabeza entre las manos, buscando algún signo de vida. Ya no sabemos qué esperar.

La historia ha cambiado de registro, y un minuto después de habernos desternillado de risa, nos encontramos en medio de una escena tensa y melodramática. Claire abre finalmente los ojos, pero hemos tenido tiempo suficiente para saber que no se trata tanto de un restablecimiento como de un aplazamiento de la sentencia, un presagio de lo que ha de venir. Alza la vista hacia Martin y sonríe. Es una sonrisa espiritual, en cierto modo, una sonrisa interior, la sonrisa de quien ya no cree en el futuro. Martin la besa, y luego se agacha, la coge en brazos y la lleva hacia la casa.
Parecía que estaba bien, dice. Un simple desvanecimiento, pensamos. Pero a la mañana siguiente, Claire se despertó con mucha fiebre.

Pasamos a un plano de Claire en la cama. Afanándose a su alrededor como una enfermera, Martin le mide la temperatura, insiste en que se tome unas aspirinas, le pasa una toalla húmeda por la frente, le da sopa con una cuchara.
No se quejaba, prosigue. Tenía el cuerpo muy caliente, pero parecía de buen humor. Al cabo de un rato, me echó de la habitación. Vuelve a tu historia, me ordenó. Prefiero estar aquí contigo, protesté, pero entonces se rió, y con una mueca cómica me dijo que si no me iba a trabajar en aquel mismo momento, se levantaría de un salto de la cama, se quitaría la ropa y saldría fuera completamente desnuda. Y así no iba a curarse, ¿verdad?

Un momento después, Martin está sentado frente al escritorio, mecanografiando otra página de su relato. El ruido es particularmente intenso aquí —teclas repiqueteando a un ritmo furioso, en ráfagas largas y entrecortadas—, pero entonces el volumen disminuye, se va reduciendo hasta casi apagarse, y vuelve la voz de Martin. De nuevo estamos en la habitación. Uno por uno, vemos una sucesión de primeros planos muy detallados, naturalezas muertas que representan el pequeño mundo que rodea la cama de Claire: un vaso de agua, el lomo de un libro cerrado, un termómetro, el pomo del cajón de la mesilla.
Pero a la mañana siguiente, dice Martin, le había subido la fiebre. Le dije que iba a tomarme el día libre, tanto si le gustaba como si no. Me quedé sentado varias horas junto a ella, y a media tarde pareció que mejoraba un poco.

La cámara da un salto atrás para hacer un plano general de la habitación, y ahí tenemos a Claire, incorporada en la cama, con toda la vitalidad de siempre. Con una voz falsamente seria, lee en voz alta a Martin un pasaje de Kant: ...
los objetos que vemos no son en sí mismos lo que vemos... de manera que, si omitimos nuestro sujeto o la forma subjetiva de nuestros sentidos, desaparecerían todas las cualidades, todas las relaciones de los objetos en el espacio y en el tiempo, y más aún, el espacio y el tiempo mismos.

Las cosas parecen volver a la normalidad. Con Claire en vías de curación, Martin se pone de nuevo al día siguiente a su relato. Trabaja sin parar durante dos o tres horas, y luego hace una pausa para ir a ver a Claire. Cuando entra en la habitación, ella está completamente dormida, acurrucada bajo un montón de mantas y edredones. Hace frío en el cuarto, lo bastante para que Martin pueda ver el vaho de su propia respiración. Hector le advirtió lo de la caldera, pero se le ha olvidado ocuparse del asunto. Bastantes cosas demenciales han ocurrido desde su llamada para que el nombre de Fortunato no se le haya borrado de la memoria.

En la habitación, sin embargo, hay una chimenea y un pequeño montón de leña apilado en el hogar. Martin se pone a preparar un fuego, haciendo el menor ruido posible para no molestar a Claire. Una vez que prenden las llamas, ajusta los troncos con el atizador, y uno de ellos se escurre inadvertidamente por debajo de los demás. El ruido despierta a Claire. Se remueve, gruñendo suavemente mientras se estira bajo las mantas, y luego abre los ojos.

Martin se vuelve desde su sitio frente a la chimenea. No quería despertarte, le dice. Lo siento.

Claire sonríe. Parece débil, sin fuerzas, apenas consciente. Hola, Martin, murmura. ¿Cómo está mi precioso amor?

Martin se acerca a la cama, se sienta y le pone la mano en la frente. Estás ardiendo, le dice.

Estoy bien, contesta ella. Me siento estupendamente.

Es el tercer día, Claire. Creo que debemos llamar al médico.

No hace falta. Sólo dame otras cuantas aspirinas de ésas. En media hora, estaré en plena forma.

Martin agita el frasco y saca tres aspirinas, que da a Claire con un vaso de agua. Mientras Claire se las toma, Martin dice: Esto no va bien. En serio, me parece que debería verte un médico.

Claire devuelve el vaso vacío a Martin, que lo vuelve a dejar en la mesilla. Cuéntame lo que ha pasado en el relato. Eso me despejará un poco.

Deberías descansar.

Por favor, Martin. Sólo un poquito.

No queriendo llevarle la contraria, pero tampoco cansarla mucho, Martin limita su resumen a unas cuantas frases. Ya ha anochecido, dice. Nordstrum no está en casa.

Anna va de camino, pero él no lo sabe. Si no llega pronto, él caerá en la trampa.

¿Y llegará?

Eso no interesa. Lo importante es que va a buscarle.

Se ha enamorado de él, ¿verdad?

A su manera, sí. Está arriesgando su vida por él. Es una forma de amor, ¿no crees?

Claire no contesta. La pregunta de Martin la ha abrumado, y está demasiado emocionada para contestar. Los ojos se le llenan de lágrimas, le tiemblan los labios, una expresión de intenso gozo le ilumina el rostro. Es como si hubiera llegado a una nueva comprensión de sí misma, como si de pronto todo su cuerpo irradiara luz, ¿Cuánto falta para terminar?, le pregunta.

Dos o tres páginas, contesta Martin. Casi estoy acabando.

Escríbelas ahora.

Eso puede esperar. Las haré mañana.

No, Martin, hazlas ahora. Tienes que escribirlas ahora.

La cámara se detiene unos momentos en el rostro de Claire, y entonces, como propulsado por la fuerza de esa orden, Martin está de nuevo frente a su escritorio, escribiendo a máquina. Ahí arranca una secuencia de planos cruzados entre los dos personajes. Pasamos de Martin a Claire, de Claire otra vez a Martin, y en el espacio de diez planos simples acabarnos entendiendo, comprendemos al fin lo que está pasando. Luego Martin vuelve a la habitación, y en otras diez tomas él también llega a comprender.

1. Claire se retuerce en la cama, tiene muchos dolores, lucha por no pedir ayuda.

2. Martin llega al final de una página, la saca de la máquina y pone otra. Empieza a teclear de nuevo.

3. Vemos la chimenea. El fuego casi se ha apagado.

4. Primer plano de los dedos de Martin, tecleando.

5. Primer plano del rostro de Claire. Está más débil que antes. Ya no lucha.

6. Primer plano del rostro de Martin. Frente al escritorio, escribiendo.

7. Primer plano de la chimenea. Sólo unas brasas encendidas.

8. Plano medio de Martin. Teclea la última palabra del relato. Breve pausa. Luego saca la página de la máquina.

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