Authors: Desmond Morris
La constitución física del primate es buena para trepar y encaramarse, pero no para correr velozmente por el suelo, ni para realizar hazañas que requieran mucha resistencia. Tienen el cuerpo ágil del acróbata, más que la constitución robusta del vigoroso atleta. Sus manos son buenas para asir, pero no para desgarrar o golpear. Sus mandíbulas y dientes son relativamente fuertes, pero no tienen comparación con los macizos y trituradores aparatos de los carnívoros. La muerte ocasional de una presa pequeña e insignificante no requiere esfuerzos desmesurados. En realidad, la caza no es parte fundamental del sistema de vida del primate.
Los monos dedican una gran parte del día a la alimentación. En vez de grandes festines seguidos de largos ayunos, los simios mastican poco y a menudo: es la suya una vida de continuos piscolabis. Desde luego, tienen sus períodos de descanso, principalmente al mediodía y durante la noche; pero no por esto deja de ser chocante el contraste. La comida se halla siempre presente, esperando que la cojan y la coman. Lo único que tienen que hacer los animales es trasladarse de un comedero a otro, cuando cambian sus gustos o cuando los frutos se acaban o maduran según la estación. No hay almacenamiento de comestibles, salvo el que momentáneamente realizan ciertos monos en las infladas bolsas de sus mejillas.
Sus excrementos son menos malolientes que los de los comedores de carne, y no existe ninguna costumbre especial para librarse de ellos; los dejan caer sencillamente desde lo alto de los árboles, y de esta forma van a parar lejos de los animales. Como el grupo se halla en continuo movimiento, hay poco peligro de que determinada zona se convierta en un lugar demasiado sucio o apestoso. Incluso los grandes monos que duermen en nidos especiales se construyen cada noche una nueva cama en su nuevo alojamiento; por consiguiente, no tienen que preocuparse mucho del aspecto sanitario de su dormitorio. (Sin embargo, es curioso observar que, en el 99 por ciento de nidos abandonados de gorila en una región de Africa, había excrementos dentro de ellos, y que en el 73 por ciento de los casos los animales habían dormido sobre ellos. Esto puede constituir un riesgo de enfermedad al aumentar las probabilidades de infección, y constituye una notable ilustración en la básica indiferencia fecal de los primates.)
Debido a la abundancia de comida y a su naturaleza estática, el grupo de primates no tiene ninguna necesidad de escindirse para salir en su busca. Pueden trasladarse, huir, descansar y dormir juntos en apretada comunidad, con cada uno de sus miembros observando los movimientos y acciones de los demás. Cada individuo del grupo debe tener, en un momento dado, perfecta idea de lo que está haciendo cada uno de los otros. Es un procedimiento muy típico de los no carnívoros. Incluso en las especies de primates que se separan de vez en cuando, nunca se encuentra una unidad compuesta solamente de un individuo. Un mono solitario es una criatura vulnerable. Carece de las poderosas armas naturales del carnívoro, y si se encuentra solo es fácil presa de los cazadores al acecho.
El espíritu de colaboración característico de los cazadores en manada, como los lobos, brilla por su ausencia en el mundo de los primates. En éste, la competencia y el dominio están a la orden del día. Desde luego, la emulación en la jerarquía social se halla presente en ambos grupos, pero en el caso de los monos no está atemperada por la acción cooperativa. Tampoco son necesarias maniobras complicadas y coordinadas: los episodios de acción alimenticia no tienen necesidad de trabarse de manera compleja. El primate vive mucho mejor, minuto a minuto, con sólo llevarse la comida de la mano a la boca.
Como la despensa del primate está en todas partes a su alcance, éste no tiene necesidad de recorrer grandes distancias. Grupos de gorilas salvajes, que son actualmente los primates más voluminosos, han sido cuidadosamente observados, así como seguidos en sus movimientos; por esto sabemos que recorren por término medio quinientos o seiscientos metros al día. A cambio, los carnívoros recorren frecuentemente muchos kilómetros en una sola excursión cinegética. Se sabe que, en algunos casos, han recorrido más de ochenta kilómetros para una cacería y han tardado varios días en regresar a su residencia base. Este acto de volver a una residencia base fija es típico de los carnívoros; en cambio, es muchísimo menos frecuente entre los monos y cuadrumanos. Cierto que un grupo de primates puede vivir en una zona definida con relativa claridad; pero lo más probable es que por la noche se echen a dormir en el sitio en que terminen sus correrías del día. Llegará a conocer la región general en que vive, porque se pasa el día correteando de un lado a otro por ella, pero se desenvolverá en toda la zona de manera completamente casual. También las relaciones entre un grupo y el vecino serán menos defensivas y menos agresivas que en el caso de los carnívoros. Un territorio es, por definición, una zona defendida; por consiguiente, los primates no son, típicamente, animales territoriales.
Un pequeño detalle, que estimamos importante destacar aquí, es que los carnívoros tienen pulgas, coas que no puede decirse de los primates. Los micos y los monos están plagados de piojos y de otros parásitos externos, pero, contrariamente a lo que suele pensarse, las pulgas no habitan en ellos, y esto por una buena razón. Para comprenderla, debemos considerar el ciclo vital de la pulga. Este insecto pone sus huevos no en el cuerpo de su anfitrión, sino entre la suciedad del sitio en que éste duerme. Los huevos tardan tres días en dar pequeñas y reptantes larvas. Estas larvas no se alimentan de sangre, sino de los desperdicios acumulados en la suciedad del cubil o de la yacija. A las dos semanas, tejen el capullo y se transforman en crisálidas. Permanecen en este estado letárgico durante otras dos semanas, aproximadamente, y después adquieren su forma adulta, dispuestas a instalarse en el cuerpo de un adecuado anfitrión. Por esto, durante el primer mes de su vida la pulga se encuentra apartada de la especie que la alimenta. Es, pues, fácil comprender por qué los mamíferos nómadas, como el mono, no son molestados por las pulgas. Incluso si algunas pulgas despistadas logran instalarse y aparearse en el cuerpo de uno de aquéllos, sus huevos quedarán atrás al trasladarse el grupo de primates, y cuando la crisálida salga del capullo no encontrará a su anfitrión «en casa» para continuar sus relaciones. Las pulgas son solamente parásitos de los animales que tienen un hogar fijo, como es el caso de los típicos carnívoros. Dentro de poco veremos la significación de este detalle.
Al comparar los diferentes sistemas de vida de los carnívoros y los primates, me he referido, naturalmente, a los típicos cazadores en campo abierto, por una parte, y a los típicos comedores de frutos y moradores de los bosques, por otra. En ambos bandos existen pequeñas excepciones a la norma general, pero conviene ahora que observemos la única excepción importante: el mono desnudo. ¿Hasta qué punto fue capaz de modificarse a sí mismo, de conjurar su herencia frugívora con su reciente condición carnívora? ¿Y en qué clase de animal se convirtió por esta causa?
Para empezar, poseía el equipo sensorial menos adecuado para la vida a ras de tierra. Su olfato era demasiado débil, y su oído no lo bastante agudo. Su constitución física, era irremediablemente inadecuada para las arduas pruebas de resistencia y para la veloz carrera. En cuanto a su personalidad, tendía más a la competitividad que a la colaboración, y era indudablemente inepto para el planeamiento y concentración. En cambio, tenía, por fortuna, un excelente cerebro, mejor, en términos de inteligencia general, que el de sus rivales carnívoros. Si conseguía mantener su cuerpo en posición vertical, modificar sus manos en un sentido y sus pies en otro, seguir mejorando su cerebro y emplearlo lo mejor posible, podía tener una probabilidad de éxito.
Esto es fácil de decir, pero en realidad necesitó muchísimo tiempo y tuvo toda clase de repercusiones en otros aspectos de su vida cotidiana, como veremos en ulteriores capítulos. Lo que de momento nos interesa es la forma en que esto se produjo y la manera en que afectó a su comportamiento de caza y de alimentación.
Como la batalla tenía que ganarse más con inteligencia que con bravura, la evolución tenía que dar un paso decisivo para aumentar en gran manera el poder del cerebro. Y ocurrió algo bastante raro: el mono cazador se convirtió en un mono infantil. Este truco de la evolución no es único: ha ocurrido en muchos y diferentes casos. Dicho en términos vulgares, es un proceso (llamado neotenia) por el cual ciertos rasgos juveniles o infantiles se conservan y prolongan en la vida adulta. (Ejemplo famoso de ello es el ajolote, especie de salamandra que puede permanecer toda la vida en estado de renacuajo y que es capaz de procrear en esta condición.)
Para comprender mejor la manera en que este proceso de neotenia ayuda al cerebro del primate a crecer y a desarrollarse, observaremos el feto de un mono típico. Antes del nacimiento, el cerebro del feto de mono aumenta rápidamente en complejidad y tamaño. Cuando nace el animal, su cerebro ha alcanzado ya el 70 por ciento de su tamaño adulto y definitivo. El restante 30 por ciento de crecimiento es alcanzado rápidamente durante los seis primeros meses de vida. Incluso el cerebro del joven chimpancé alcanza su pleno crecimiento a los doce meses del nacimiento. En cambio, en nuestra especie, el cerebro tiene, al nacer, sólo el 23 por ciento de su tamaño adulto y definitivo. El crecimiento rápido prosigue durante los seis primeros años, y no se alcanza el pleno desarrollo hasta los veintitrés, aproximadamente.
Así, pues, en nuestro caso, el crecimiento del cerebro prosigue durante los diez años
después
de que alcancemos la madurez sexual, mientras que, en el chimpancé, termina seis o siete años
antes
de que el animal sea capaz de reproducirse. Esto explica claramente lo que quisimos decir al declarar que nos habíamos convertido en monos infantiles. Pero es preciso matizar esta declaración. Nosotros (o, mejor dicho, nuestros antepasados monos cazadores) nos hicimos infantiles en ciertos aspectos, pero no en otros. Mientras nuestros sistemas reproductivos avanzaban velozmente, nuestro desarrollo cerebral quedaba rezagado. Y lo mismo ocurrió con otras partes de nuestra estructura animal, a fin de ayudarle a sobrevivir en el nuevo medio, arduo y hostil. El cerebro no fue la única parte del cuerpo afectada: la posición de éste se vio igualmente influida.
El mamífero tiene, antes de nacer, el eje de la cabeza en ángulo recto con el eje del tronco. Así, cuando nace y empieza a andar, su cabeza apunta hacia delante, en la forma requerida. Si el animal echara a andar sobre las patas traseras, en posición vertical, su cabeza apuntaría hacia arriba, miraría al cielo. Por consiguiente, para un animal vertical, como el mono cazador, tenía gran importancia mantener el ángulo fetal de la cabeza, quedando ésta en ángulo recto con el cuerpo, de modo que, a pesar del nuevo sistema de locomoción, mirase hacia delante. Desde luego, esto fue lo que ocurrió, constituyendo un nuevo ejemplo de neotenia, al conservarse un estado prenatal después del nacimiento e incluso en la vida adulta.
De la misma manera se explican muchos de los otros rasgos físicos especiales del mono cazador: el cuello largo y fino, la cara plana, el pequeño tamaño de los dientes y lo tardío de la dentición, la falta de abultamiento de los arcos superciliares y la no rotación del dedo gordo del pie.
El hecho de que tantas características embrionarias separadas fuesen potencialmente valiosas para el mono cazador en su nuevo papel, constituyó el impulso evolucionista que necesitaba. De un solo golpe neoténico, fue capaz de adquirir el cerebro que le hacía falta y el cuerpo que había de acompañarle. Pudo correr verticalmente con las manos libres para empuñar armas, y al propio tiempo desarrolló el cerebro que le permitiría perfeccionar estas armas. Más aún: no sólo aumentó su inteligencia para manipular los objetos, sino que prolongó su infancia, para aprender durante la misma de sus padres y de los otros adultos. Los monos y los chimpancés pequeños son juguetones, curiosos e inventivos; pero esta fase se extingue rápidamente. La infancia del mono desnudo se extendió, a este respecto, a su vida sexualmente adulta. Sobraba tiempo para imitar y aprender las técnicas especiales inventadas por anteriores generaciones. Sus debilidades, como cazador físico e instintivo, podían ser más que compensadas por su inteligencia y su habilidad para la imitación. Podía ser enseñado por sus padres como nunca lo había sido un animal.
Pero no bastaba con la enseñanza. Se necesitaba también la asistencia genética. Este proceso tenía que ir acompañado de cambios biológicos fundamentales en la naturaleza del mono cazador. Si tomásemos, simplemente, un primate típico, de los que viven de frutos en los bosques, como los anteriormente descritos, y le diésemos un cerebro grande y un cuerpo de cazador, le sería difícil, sin otras modificaciones, convertirse en un mono cazador apto. Sus normas básicas de comportamiento serían inadecuadas. Podría pensar cosas y trazar planes inteligentes, pero sus impulsos animales más fundamentales serían de un tipo improcedente. La enseñanza trabajaría
contra
sus tendencias naturales, no sólo en lo tocante a la alimentación, sino también a la generalidad de su comportamiento social, agresivo y sexual, y a todos los otros aspectos de comportamiento básicos de su primitiva existencia de primate. Si no se produjesen, también en esto, cambios genéticamente controlados, la nueva educación del joven mono cazador sería tarea imposible. El entrenamiento cultural puede lograr muchas cosas, desde luego, pero, por muy brillante que sea la maquinaria de los centros superiores del cerebro, necesita un considerable apoyo por parte de las zonas inferiores.
Si volvemos a observar las diferencias entre el típico carnívoro «puro» y el típico primate «puro», veremos cómo, probablemente, ocurrió esto. El carnívoro avanzado separa las acciones de busca de comida (caza y muerte de la víctima) de la acción de comer. Y se producen dos sistemas motivadores distintos, que sólo parcialmente dependen uno de otro. Esto ha llegado a ser así porque toda la secuencia es ardua y prolongada. El acto de alimentarse es demasiado remoto, y por esto el acto de matar tiene que convertirse en algo apetecible por sí mismo. Investigaciones realizadas con gatos demuestran, incluso, que la secuencia se subdivide aquí aún más. Cazar la presa, matarla, prepararla (desplumarla) y comerla: cada uno de estos actos tiene su propio sistema motivador parcialmente independiente. Si es satisfecha una de estas exigencias de comportamiento, esto no presupone que quedan automáticamente satisfechas todas las demás.