Authors: Desmond Morris
Otra teoría por el mismo estilo sostiene que el mono cazador comía de una manera tan desordenada que su capa de pelo tenía que ensuciarse terriblemente, con el consiguiente riesgo de enfermedades. A este respecto, se observa que los buitres, que hunden la cabeza y el cuello en la carne podrida, han perdido las plumas de estas partes del cuerpo; el mismo fenómeno, extendido a todo el cuerpo, pudo producirse en el mono cazador. Pero cuesta creer que su aptitud para fabricar herramientas para matar y despellejar a sus presas precediese a la aptitud para servirse de otros objetos con que limpiar el vello de los cazadores. Incluso el chimpancé salvaje emplea a veces hojas a guisa de papel higiénico, cuando su defecación le resulta dificultosa.
Se ha sugerido también que fue el creciente uso del fuego lo que originó la pérdida de la capa de vello. Los que tal sostienen dicen que el mono cazador sólo debía sentir frío durante la noche, y que, cuando disfrutó del lujo de sentarse junto a la fogata, pudo prescindir de su abrigo de piel y ponerse en mejores condiciones para combatir el calor diurno.
Otra teoría, más ingeniosa, sostiene que, antes de convertirse en mono cazador, el mono salido de los bosques pasó por una larga fase de mono acuático. Se conjetura que se trasladaría a las playas tropicales en busca de comida. Allí encontraría mariscos y otros animales costeros en relativa abundancia, que debían de constituir un alimento más rico y sabroso que el de las llanuras. Al principio, empezaría por buscar entre las rocas y en aguas poco profundas; pero, gradualmente, aprendería a nadar y a sumergirse en busca de la presa. Durante este proceso, dicen, perdería su pelo, como otros mamíferos que volvieron al mar. Sólo la cabeza, que emergería de la superficie conservó su pelo protector para resguardarse de los rayos del sol. Más tarde, cuando sus herramientas (a base, en un principio, de conchas abiertas de moluscos) se hubieron perfeccionado lo bastante, debió de abandonar las playas y dirigirse a los espacios abiertos como un aprendiz de cazador.
Esta teoría, dicen sus defensores, explica la razón de que nos movamos tan fácilmente en el agua, mientras nuestros más próximos parientes, los chimpancés, lo hacen torpemente y se ahogan muy de prisa. Explica la forma alargada de nuestro cuerpo e incluso su posición vertical, presuntamente adquirida al introducirnos en aguas cada vez más profundas. Y aclara una curiosa circunstancia de los restos de vello que conservamos en el cuerpo. Un examen atento revela que la dirección de los finos pelitos de nuestra espalda difiere extrañamente de la que presentan los de otros monos. En nosotros, apuntan diagonalmente hacia atrás y hacia dentro, en dirección a la espina dorsal. Siguen, pues, la dirección de la corriente de agua que pasa por encima del cuerpo del nadador e indican que, si la capa de vello se modificó antes de desaparecer, lo hizo exactamente de la manera más conveniente para reducir la resistencia durante la natación. Se observa, también, que somos los únicos primates que poseemos una gruesa capa subcutánea de grasa. Esto se interpreta como equivalencia de la capa de esperma de la ballena o de la foca, aislante compensador. Se hace hincapié en que no se ha dado otra explicación a este rasgo de nuestra anatomía. Incluso se saca a colación, para apoyar la teoría acuática, el carácter sensitivo de nuestras manos. Una mano relativamente tosca puede, a fin de cuentas, empuñar un palo o una piedra, pero requiere una fina sensibilidad para palpar la comida dentro del agua. Quizá de esta manera adquirió el mono de tierra su supermano, transmitiéndola después al mono cazador. Por último, la teoría acuática se burla de los tradicionales buscadores de fósiles, haciéndoles ver su singular fracaso en descubrir los eslabones vitales que faltan en nuestro remoto pasado, y les advierte irónicamente que, si se tomaran el trabajo de buscar en las zonas que constituyeron las costas africanas hace un millón de años, podrían encontrar algo que redundara en su beneficio.
Desgraciadamente, esto está todavía por hacer, y, a pesar de sus impresionantes indicios indirectos, la teoría acuática no tiene nada sólido en que apoyarse. Explica con claridad muchos rasgos especiales, pero exige, a cambio, la aceptación de una hipotética e importantísima fase de la evolución, no demostrada de manera directa. (Aunque en definitiva, resultara verdad, no chocaría gravemente con el cuadro general de la evolución del mono como cazador partiendo del mono salido de los bosques. Significaría, simplemente, que el mono de tierra se dio una saludable zambullida.)
Otra teoría sugirió, sobre una base completamente distinta, que la pérdida del vello no fue una reacción contra el medio físico, sino un fenómeno de carácter social. En otras palabras, se produjo, no como artificio mecánico, sino que señal. Muchas especies presentan zonas lampiñas en su piel, y, en ciertos casos, parecen éstas actuar como una especie de marcas de identificación, que permiten a un mono reconocer a otro, como perteneciente a su propia clase o a otra distinta. La pérdida de vello por el mono cazador es simplemente considerada como una característica, arbitrariamente elegida, que fue adoptada por esta especie como señal de identidad. Desde luego, es innegable que la absoluta desnudez debió de facilitar enormemente la identificación del mono desnudo, pero existen muchos medios menos drásticos de conseguir el mismo objeto sin necesidad de sacrificar una valiosa capa aislante.
Otra sugerencia, que sigue una línea parecida, imaginó la pérdida de vello como una extensión de la diferenciación sexual. Dicen que los mamíferos machos son, generalmente, más velludos que las hembras, y que, al incrementarse esta diferenciación sexual, la hembra del mono desnudo se hizo cada vez más atractiva para el macho. La pérdida de vello afectaría también al macho, pero con mayor intensidad y con zonas especiales de contraste, como por ejemplo, la de la barba.
Esta última idea explica, quizá, las diferencias sexuales en lo tocante a la vellosidad, pero también aquí puede decirse que la pérdida de la capa aislante habría sido un precio muy alto por la sola consecución de un mejor aspecto sexual, aun contando con la compensación de la grasa subcutánea. Una variante de esta teoría sostiene que la importancia sexual residía, más que en el aspecto, en la sensibilidad al tacto. Puede, en efecto, argüirse que, al exponer la piel desnuda durante los encuentros sexuales, tanto el macho como la hembra se hacían más sensibles a los estímulos eróticos. En una especie en que se estaba desarrollando la ligadura por parejas, esto aumentaría la excitación de las actividades sexuales y apretaría el lazo que unía a la pareja al intensificar el goce de la cópula.
Quizá la explicación más corriente de la pérdida de vello es la que la considera como un medio de refrigeración. Al salir de los umbríos bosques, el mono cazador se exponía a temperaturas mucho más elevadas que las que estaba acostumbrado a soportar, y así se conjetura que se quitó el abrigo de piel para evitar un exceso de calor. Superficialmente, eso es bastante razonable. A fin de cuentas, también nosotros nos quitamos la chaqueta en los cálidos días de verano. Pero la teoría no resiste un examen más atento. En primer lugar, ninguno de los otros animales de campo abierto (me refiero a los que tienen aproximadamente nuestro tamaño) ha dado un paso de esta clase. Si la cosa hubiese sido tan sencilla, sin duda encontraríamos algunos leones o chacales lampiños. Sin embargo, están cubiertos de pelo corto, pero tupido. La exposición al aire de la piel desnuda aumenta, ciertamente, la posibilidad de pérdida de calor y, como saben muy bien nuestros bañistas, el peligro de lesiones por la acción de los rayos del sol. Experimentos realizados en el desierto han demostrado que las vestiduras ligeras puede reducir la pérdida de calor al impedir la evaporación del agua, pero reducen también la absorción del mismo en un 55 por ciento, en comparación con el que se absorbe en un estado de desnudez total. A temperatura realmente elevadas, los vestidos, gruesos y holgados, del tipo empleado en los países árabes, ofrecen aún más protección que las ropas ligeras. Cierran el paso al calor exterior y, al mismo tiempo, permiten que el aire circule alrededor del cuerpo y ayude a la evaporación del sudor.
Salta a la vista que la situación es más complicada de lo que parecía. Mucho dependerá de los niveles exactos de temperatura del medio y de la cantidad de radiaciones solares directas. Aunque supongamos que el clima era favorable a la pérdida de vello —esto es, moderadamente caluroso, no intensamente cálido—, todavía tendremos que explicar la chocante diferencia existente, a este respecto, entre el mono desnudo y los otros carnívoros que viven a campo raso.
Podemos hacerlo de una manera que quizá nos dé la mejor solución a todo el problema de nuestra desnudez. La diferencia esencial entre el mono cazador y sus rivales carnívoros consistía en que aquél no estaba físicamente pertrechado para correr velozmente detrás de su presa, ni siquiera para emprender largas y fatigosas persecuciones. Sin embargo, era precisamente esto lo que tenía que hacer. Lo consiguió gracias a su mejor cerebro, que le permitió moverse inteligentemente y emplear armas letales; pero, a pesar de esto, sus esfuerzos tuvieron que someterle a una enorme tensión en puros términos físicos. La caza era tan importante para él, que no tuvo más remedio que pechar con ella, pero, al hacerlo, tuvo que experimentar un considerable exceso de calor. Sin duda se produjo una fuerte presión selectiva para reducir esta sobrecarga de calor, y cualquier mejoramiento había de ser bien recibido, aunque significase sacrificios en otras direcciones. La propia supervivencia dependía de ello. Este fue, seguramente, el factor clave de la conversión del velludo mono cazador en el mono desnudo. Contando con la ayuda de la neotenia para contribuir al proceso en curso, y con las ventajas de los otros beneficios ya mencionados, la hipótesis resulta bastante viable. Con la pérdida de la pesada capa de vello y con el aumento del número de glándulas sudoríparas en toda la superficie del cuerpo, podía lograrse una refrigeración considerable —no para la vida de cada momento, sino para los momentos supremos de la caza— con la producción de una abundante capa de líquido sometido a evaporación, sobre el tronco y los tensos miembros expuestos al aire libre.
Naturalmente, este sistema no sería eficaz en un clima sumamente tórrido, debido al daño que sufriría la piel al descubierto, pero sí sería aceptable en un medio moderadamente cálido. Es interesante observar que este fenómeno fue acompañado del desarrollo de una capa subcutánea de grasa, lo cual indica que existía la necesidad de mantener el cuerpo caliente en otras ocasiones. Aunque parezca que esto compense la pérdida del abrigo de pelo, hay que recordar que la capa de grasa ayuda a conservar el calor del cuerpo en ambientes fríos, sin impedir la evaporación del sudor cuando se produce un calentamiento excesivo. La combinación de la eliminación del pelo, el aumento de las glándulas sudoríparas y la capa de grasa bajo la piel, parecen haber proporcionado a nuestros esforzados antepasados lo que precisamente necesitaban, si tenemos en cuenta que la caza era uno de los aspectos más importantes de su nuevo sistema de vida.
Y ahí tenemos a nuestro Mono Desnudo, vertical, cazador, fabricante de armas, territorial, neoténico, cerebral, primate por linaje y carnívoro por adopción, dispuesto a conquistar el mundo. Pero es un producto novísimo y experimental, y, con frecuencia, los modelos nuevos presentan imperfecciones. Sus principales agobios derivarán del hecho de que sus progresos culturales rebasarán a todos los progresos genéticos. Sus genes quedarán rezagados, y tendremos que recordar constantemente que, a pesar de todos sus éxitos en la adaptación al medio, sigue siendo, en el fondo, un mono desnudo.
Llegados a este punto, podemos prescindir de su pasado y ver cómo lo encontramos en la actualidad. ¿
Cómo
se comporta el moderno mono desnudo? ¿Cómo resuelve los antiguos problemas de la alimentación, de la lucha, del apareamiento, de la crianza de sus hijos? ¿Hasta qué punto ha podido el computador que tiene por cerebro reorganizar sus impulsos de mamífero? Quizá tiene que hacer más concesiones de las que se atrevería a confesar. Vamos a verlo.
Sexualmente, el mono desnudo se encuentra hoy en día en una situación un tanto confusa. Como primate, es impulsado en una dirección; como carnívoro por adopción, es impulsado en otra, y, como miembro de una complicada comunidad civilizada, lo es incluso en otra.
Para empezar, debe todas sus cualidades sexuales básicas a su antepasado el mono de los bosques, comedor de frutos. Estas características fueron después drásticamente modificadas para adaptarlas a su vida de cazador en campo abierto. Esto era bastante difícil, pero, a continuación, tuvo que adaptarse al rápido desarrollo de una estructura social crecientemente compleja y determinada por la cultura.
El primero de estos cambios, de comedor de frutos sexual a cazador sexual, fue realizado en un período de tiempo relativamente largo y con éxito aceptable. El segundo cambio fue menos afortunado. Se produjo con demasiada rapidez y tuvo que depender de la inteligencia y de la aplicación de una sujeción aprendida, más que de modificaciones biológicas fundadas en la selección natural. Podríamos decir que, más que moldear la civilización el moderno comportamiento sexual, ha sido el comportamiento sexual el que ha dado forma a la civilización. Si esta declaración parece demasiado rotunda, permítanme exponer primero el caso, para volver a argumentar al final de este capítulo.
En primer lugar, tenemos que establecer con exactitud la manera en que se comporta actualmente el mono desnudo en el terreno sexual. Esto no es tan sencillo como parece, debido a la gran variedad que existe en y entre las sociedades. La única solución es sacar a colación el término medio, tomándolo de numerosos ejemplos de las sociedades más adelantadas. Podemos prescindir, en términos generales, de las sociedades reducidas, atrasadas y poco florecientes. Estas pueden tener costumbres sexuales extrañas y curiosas, pero, biológicamente hablando, no representan la corriente principal de la evolución. Es muy posible que su raro comportamiento sexual haya contribuido a su fracaso biológico como grupos sociales.
La mayor parte de la información detallada que tenemos que nuestra disposición proviene de numerosos y fatigosos estudios realizados en años recientes en Norteamérica y fundados principalmente en su cultura. Afortunadamente, es una cultura biológicamente amplísima y floreciente, y puede ser tomada, sin miedo de distorsión, por representativa del moderno mono desnudo.