—¿Soltaron los dinosaurios en esta isla? —preguntó Eddie—. Debían de estar locos.
—Desesperados más bien —rectificó Malcolm—. Imagínate: se gastan una fortuna en organizar este proceso con la tecnología más avanzada, y después de todo eso los animales enferman y mueren. Hammond debía de treparse por las paredes. De modo que decidieron sacar los animales del laboratorio y dejarlos en la selva.
—Pero, ¿por qué no buscaron la causa de la enfermedad? ¿Por qué no…?
—Por razones comerciales —lo interrumpió Malcolm—. Sólo les interesaban los resultados. Y sin duda estaban convencidos de que tenían localizados a los animales y podían recuperarlos cuando quisiesen. Además, no olvidemos una cosa: seguramente la medida surtió efecto. Soltaban a los animales y después, cuando ya eran adultos, los capturaban y los enviaban al zoológico de Hammond.
—Pero no a todos…
—Aún desconocemos muchos detalles —admitió Malcolm—. En realidad no sabemos qué ocurrió aquí.
Cruzaron la siguiente puerta, que daba acceso a una pequeña habitación con un banco en el centro y armarios adosados a las paredes. En varios carteles se leía:
CUMPLA LAS MEDIDAS DE ASEPSIA Y ATÉNGASE A LAS NORMAS SK4.
Al fondo había una estantería con amarillentos gorros y batas apilados.
—Es un vestuario —afirmó Eddie.
—Eso parece —dijo Malcolm. Abrió un armario. Sólo contenía un par de zapatos de hombre. Abrió varios armarios más. Todos estaban vacíos. En el interior de uno de ellos había una hoja pegada con cinta adhesiva:
¡La seguridad nos concierne a todos!
¡Comunique cualquier anomalía genética!
¡Elimine como es debido los desechos biológicos!
¡Ponga fin a la propagación de DX!
—¿Qué es DX? —preguntó Eddie.
—Si no me equivoco —respondió Malcolm—, es el nombre de esa misteriosa enfermedad.
En la pared del fondo había dos puertas. La del lado derecho era neumática y se abría accionando un pedal de goma empotrado en el suelo. Pero estaba cerrada con llave, así que atravesaron la otra puerta.
Salieron a un largo pasillo con paneles de vidrio hasta el techo a la derecha. Aunque el vidrio estaba rayado y sucio, les permitió observar la sala que se extendía al otro lado. Thorne nunca había visto nada semejante.
Abarcaba una gran superficie, aproximadamente del tamaño de un estadio de fútbol. A dos niveles distintos se entrecruzaban cintas transportadoras, una muy elevada y la otra a la altura de la cintura. La enorme maquinaria, provista de intrincadas redes de tubos y brazos articulados, se agrupaba en varios puntos junto a las cintas.
Thorne dirigió el haz de la linterna hacia las cintas transportadoras y comentó:
—Una cadena de montaje.
—Pero parece intacta, como si estuviese lista para entrar en funcionamiento —advirtió Malcolm—. Allí crecen un par de plantas en el suelo, pero en conjunto está notablemente limpia.
—Demasiado limpia —precisó Eddie.
—Si es un entorno libre de impurezas, probablemente disponga de cierres herméticos —adujo Thorne con un gesto de indiferencia—. Debe de seguir tal como estaba hace años.
—¿Años? —dijo Eddie, negando con la cabeza—. Lo dudo mucho, Doc.
—Entonces, ¿cómo se explica?
Escudriñando a través del vidrio, Malcolm arrugó el entrecejo. ¿Cómo era posible que una sala de aquellas dimensiones permaneciese limpia después de tanto tiempo? No tenía sentido.
—¡Eh! —exclamó Eddie.
Malcolm reparó también en lo que había llamado la atención a Eddie. En el ángulo más alejado, en la mitad de la pared, se veía una pequeña caja azul con cables conectados. Era obviamente una caja de empalmes eléctricos e incluía una pequeña luz roja.
Estaba encendida.
—¡Ahí llega corriente eléctrica! —afirmó Eddie. Thorne se acercó al vidrio y miró la caja.
—Imposible —descartó—. Debe de ser alguna clase de carga acumulada o una batería…
—¿Después de cinco años? —cuestionó Eddie—. No hay batería que dure tanto. ¡Se lo aseguro, Doc, ahí llega corriente eléctrica!
Arby miraba con atención las letras blancas que aparecían lentamente en el monitor:
¿ES LA PRIMERA VEZ QUE ACCEDE A LA RED?
Tecleó: Sí.
Se produjo otra pausa.
Esperó.
La computadora formuló otra pregunta:
¿CUÁL ES SU NOMBRE COMPLETO?
Escribió su nombre.
¿DESEA QUE SE LE ASIGNE UNA CONTRASEÑA?
«Me estás cargando», pensó Arby. Esto era sólo un jueguecito de niños. Casi lo decepcionaba. Habría esperado algo más sutil por parte del doctor Thorne. Tecleó:
Sí.
Al cabo de un momento en la pantalla se leyó:
SU NUEVA CONTRASEÑA ES VIG/&*849/. TOME NOTA, POR FAVOR.
«¡Cómo no! Claro que tomo nota», se dijo Arby. En la mesa no había papel; se palpó los bolsillos, encontró un trozo de hoja y anotó la contraseña.
POR FAVOR, INTRODUZCA SU CONTRASEÑA.
Repitió la serie de símbolos y números.
Tras otra pausa empezó a formarse una nueva frase en la pantalla. El texto aparecía a una velocidad anormalmente lenta, con frecuentes interrupciones. Quizá con el traslado el sistema no funcionaba…
GRACIAS. CONTRASEÑA ACEPTADA.
La pantalla parpadeó y de pronto se volvió de color azul oscuro. Se oyó un tintineo electrónico. Apareció un rótulo y Arby lo leyó boquiabierto:
INTERNACIONAL GENETIC TECHNOLOGIES
ENCLAVE B
SERVICIOS DE LA RED NODAL LOCAL
Era incomprensible. ¿Cómo podía haber una red del Enclave B? InGen había cerrado el Enclave B hacía años. Arby había leído los documentos. InGen había quebrado. ¿Qué red era ésa? ¿Y cómo había conseguido entrar? El tráiler no tenía ninguna conexión con el exterior. No había cables. De modo que sólo podía ser una red de radio ya instalada en la isla, y Arby había accedido a ella de alguna manera. Pero, ¿cómo era posible? Una red de radio necesitaba energía eléctrica, y allí no había fuente de alimentación.
Arby aguardó.
Nada ocurrió. El rótulo permanecía fijo en la pantalla. Esperó en vano a que apareciese un menú. Al cabo de un rato Arby empezó a pensar que quizás el sistema estuviese inactivo, o bloqueado. Tal vez permitía el acceso, pero después no era posible seguir adelante.
O quizás el usuario debía dar alguna instrucción. Entonces hizo lo más sencillo, que era apretar la tecla de
RETORNO
.
SERVICIOS DE LA RED REMOTA DISPONIBLES | |
---|---|
ARCHIVOS DE TRABAJO ACTUALES | Últimas modificaciones |
I/Investigación P/Producción R/Registro de campo M/Mantenimiento A/Administración | 02/10/89 05/10/89 09/10/89 12/11/89 11/11/89 |
ARCHIVOS DE DATOS ALMACENADOS | |
11 /Investigación (AV – AD) I2/Investigación (GD – 99) P/Producción (FD – FN) | 11/11/89 12/11/89 09/11/89 |
VIDEORED | |
A, 1 – 20 CCD | NDC.1.1 |
De manera que era realmente un sistema antiguo: los archivos no se modificaban desde hacía años. Con curiosidad por saber si aún funcionaba, seleccionó
VIDEORED
y pidió el archivo. Para su asombro vio que se abría una serie de pequeñas ventanas; eran quince en total y llenaban la pantalla. Ofrecían imágenes de distintas partes de la isla. La mayoría de las cámaras se hallaban en alto, en árboles o algo así, y mostraban…
Arby miró fijo. Mostraban dinosaurios.
Entornó los ojos. No era posible. Debían de ser películas. En la ventana situada en uno de los ángulos vio una manada de triceratops; en la ventana contigua, unos animales verdes con aspecto de lagarto que asomaban la cabeza por encima de la alta hierba; en otra, una estegosaurio paseándose solo.
«Tienen que ser películas. El canal de los dinosaurios», pensó. Pero en otra imagen Arby observó los dos tráilers unidos en medio del claro. Vio los paneles fotovoltaicos negros, que resplandecían en el techo. Casi imaginó que se veía a sí mismo por la ventanilla del tráiler.
«¡Dios mío!», se dijo.
En otra ventana Thorne, Malcolm y Eddie montaban rápidamente en el Explorer verde y se dirigían hacia la parte trasera del laboratorio.
Estupefacto comprendió que las imágenes eran reales.
Se trasladaron en el Explorer hacia la parte posterior del edificio principal, donde se hallaba la central eléctrica. Antes de llegar pasaron frente a un pequeño poblado situado a la izquierda del camino. Thorne vio seis cabañas rústicas y una construcción mayor con un cartel que rezaba:
RESIDENCIA DEL DIRECTOR
. Sin duda un agradable jardín rodeaba las cabañas en otro tiempo, pero ahora la hierba estaba muy crecida y la selva había recuperado parte del terreno. Una cancha de tenis, una pileta vacía y un pequeño supermercado con un surtidor de nafta ante la entrada ocupaban el centro del complejo.
—Me pregunto cuánta gente vivió aquí —dijo Thorne.
—¿Cómo sabe que ya no vive nadie? —preguntó Eddie.
—¿Qué quieres decir?
—Doc, después de tantos años hay energía eléctrica —argumentó Eddie—. Eso tendrá alguna explicación.
Giraron al final de las áreas de carga y descarga y siguieron hacia la central eléctrica, que se encontraba justo enfrente.
La central era un bloque de hormigón sin más aberturas ni rasgos distintivos que el respiradero de acero acanalado que se extendía a lo largo de las paredes casi a la altura del tejado. El acero estaba revestido de una uniforme capa de herrumbre marrón, salpicada de manchas amarillas.
Rodearon el edificio en busca de una puerta. La encontraron en la parte posterior. Era una pesada puerta de acero con un letrero descascarado donde aún se leía:
PRECAUCIÓN: ALTO VOLTAJE. NO ENTRAR.
Eddie saltó del vehículo. Malcolm y Thorne salieron tras él. Thorne olfateó el aire y observó:
—Azufre.
—Y el olor es muy intenso —añadió Malcolm con un gesto de asentimiento.
—Tengo un presentimiento —anunció Eddie mientras tiraba con fuerza de la puerta, que chocó ruidosamente contra la pared de hormigón.
En la oscuridad Thorne vio un laberinto de tuberías y un chorro de vapor que se elevaba del suelo. En el interior hacía un calor sofocante y se oía un zumbido intenso y continuo.
—¿Será posible? —exclamó Eddie, mirando los indicadores, ilegibles en su mayoría por la gruesa costra amarilla que recubría el vidrio. Las juntas de las tuberías presentaban también un aro de polvo amarillo alrededor. Eddie pasó el dedo por el polvo y dijo—: ¡Asombroso!
—¿Azufre?
—Sí, azufre. Asombroso. —Se volvió hacia el lugar de donde provenía el zumbido y vio un enorme orificio circular con una turbina en su interior. Las palas de la turbina, que giraban rápidamente, eran de un amarillo opaco.
—¿Y eso también es azufre? —preguntó Thorne.
—No —contestó Eddie—. Eso debe de ser oro. Las palas de esa turbina están hechas de aleación de oro.
—¿Oro?
—Sí. Se necesitaba un material muy inerte. —Volvió la cabeza hacia Thorne—. ¿Se da cuenta de lo que es esto? Es increíble. Tan compacto y con semejante rendimiento… Nadie ha conseguido antes una cosa así. La tecnología es…
—¿Quieres decir que es geotérmica? —inquirió Malcolm.
—Exactamente —confirmó Eddie—. Han aprovechado una fuente de calor, probablemente gas o vapor, que han canalizado a través del suelo mediante tuberías. Luego el calor se utiliza para hervir agua en un ciclo cerrado, es decir, en esa red de tuberías, y accionar la turbina, que genera energía eléctrica. Sea cual sea la fuente de calor, la explotación de recursos geotérmicos implica siempre un alto grado de corrosión. Normalmente el mantenimiento es terrible. Sin embargo, esta planta sigue en funcionamiento. Es asombroso. En una pared se encontraba el panel de control principal, que distribuía energía a todo el complejo. Estaba enmohecido y mellado en algunos puntos.
—Parece que no ha entrado nadie aquí desde hace años —dijo Eddie—. Y la mayor parte de la red está desconectada, pero la planta en sí aún recibe corriente. Increíble.
Thorne tosió a causa del azufre que flotaba en el ambiente y salió al aire libre. Observó la parte trasera del laboratorio. Una de las áreas de carga y descarga parecía en buen estado; la otra, en cambio, se había desmoronado. El vidrio de la pared posterior del edificio estaba hecho añicos.
Malcolm se acercó a Thorne y comentó:
—Me pregunto si algún animal ha embestido el edificio.
—¿Crees que un animal podría haber causado semejante estropicio?
—Algunos dinosaurios pesan cuarenta o cincuenta toneladas —explicó Malcolm con un gesto de asentimiento—. Un solo ejemplar posee la masa de un rebaño entero de elefantes. Sí, esos destrozos podrían ser fácilmente obra de un animal. ¿Te has fijado en ese sendero que atraviesa las áreas de carga y descarga y baja luego por la ladera? Es un paso de animales. Sí, podría haber sido un dinosaurio.
—¿No pensaron en eso cuando soltaron los animales? —preguntó Thorne.
—Seguramente pretendían dejarlos sueltos sólo unas semanas o unos meses y reunirlos después cuando aún fuesen jóvenes. Dudo de que pensasen…
Los interrumpió una crepitación eléctrica, como una interferencia estática. Procedía del Explorer. Eddie corrió hacia el vehículo, visiblemente preocupado.
—Lo sabía —se lamentó—. El módulo de comunicaciones falla. Sabía que tenía que haber instalado el otro. —Abrió la puerta del Explorer y subió por el lado del pasajero. Agarró el micrófono y pulsó el sintonizador automático. A través del parabrisas vio aproximarse a Thorne y Malcolm.
De pronto la radio captó la transmisión.
—… ¡al coche! —instó una voz ronca.
—¿Quién habla? —preguntó Eddie.
—¡Doctor Thorne! ¡Doctor Malcolm! ¡Suban al coche!
—Doc, es ese maldito muchacho —informó Eddie cuando llegó Thorne.
—¿Cómo? —dijo Thorne.
—Es Arby.
—¡Suban al coche! —repitió Arby por la radio—. ¡Lo veo acercarse!
—¿De qué habla? —preguntó Thorne, frunciendo el entrecejo—. No está aquí, ¿o sí? ¿Está en la isla?
La radio crepitó.
—¡Sí, estoy aquí! ¡Doctor Thorne!
—¡Pero cómo demonios…!