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Authors: Carlos Ruiz Zafón

Tags: #Intriga

El palacio de la medianoche (7 page)

BOOK: El palacio de la medianoche
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Sheere le observó un largo instante.

—Sí que lo sé —dijo ella finalmente—. Llévame hasta esa limonada.

Una vez Bankim le hubo dejado a solas en su despacho, no sin cierto reparo, Carter se sirvió una pequeña copa de brandy y ofreció otro tanto a su visitante. Aryami declinó la invitación y esperó a que Carter tomase asiento en su butaca de espaldas a la ventana bajo la cual los muchachos celebraban su fiesta ajenos al silencio glacial que flotaba en aquella habitación. Carter humedeció los labios en el licor y dirigió una mirada inquisitiva a la anciana. El tiempo no había mermado un ápice la autoridad de sus rasgos y todavía podía advertirse en sus ojos el fuego interno que recordaba en la que había sido esposa de su mejor amigo, en una época que ahora se revelaba demasiado lejana. Ambos se miraron largamente en silencio.

—La escucho —dijo finalmente Carter.

—Hace dieciséis años me vi obligada a confiarle la vida de un muchacho, Mr. Carter —empezó Aryami en voz baja pero firme—. Fue una de las decisiones más difíciles de mi vida y me consta que durante estos años no defraudó usted la confianza que deposité en sus manos. En este tiempo nunca quise interferir en la vida del muchacho, consciente de que no estaría mejor en ningún lugar que aquí, bajo su protección. Nunca tuve la oportunidad de agradecerle lo que hizo por el muchacho.

—Me limité a cumplir con mi obligación —repuso Carter—. Pero no creo que sea ése el tema del que ha venido a hablarme hoy, de madrugada.

—Me gustaría poder decir que lo es, pero no es así —dijo Aryami—. He venido aquí porque la vida del muchacho está en peligro.

—Ben.

—Ése es el nombre que usted le dio. Cuanto sabe y cuanto es se lo debe a usted, Mr. Carter —dijo Aryami—. Pero hay algo de lo que ni usted ni yo podremos protegerle durante más tiempo: el pasado.

Las agujas del reloj de Thomas Carter se unieron en la vertical de la medianoche. Carter apuró el brandy que se había servido y dirigió una mirada desde la ventana hacia el patio. Ben hablaba con una muchacha a la que no conocía.

—Como le he dicho antes, la escucho —reiteró Carter.

Aryami se incorporó y, cruzando sus manos, inició su relato…

«Durante dieciséis años he recorrido este país en busca de refugios pasajeros y escondites. Hace dos semanas, cuando me detuve durante apenas un mes en el domicilio de unos familiares a restablecerme de una enfermedad, recibí una carta en mi residencia provisional en Delhi. Nadie sabía ni podía saber que mi nieta y yo estábamos allí. Cuando la abrí, comprobé que contenía una hoja de papel en blanco, sin una sola letra sobre ella. Pensé que se trataba de un error o tal vez de una broma, hasta que examiné el sobre, llevaba el matasellos de la oficina postal de Calcuta. La tinta del sello estaba borrosa y resultaba difícil apreciar parte de lo que figuraba en él, pero fui capaz de descifrar la fecha. Era el 25 de mayo de 1916.

»Guardé la carta que según todo indicaba había tardado dieciséis años en cruzar la India hasta la puerta de aquella casa en un lugar al que sólo yo tengo acceso, y no volví a examinarla hasta aquella misma noche. Mi vista cansada no me había jugado una mala pasada: la fecha era la misma que había creído entrever en aquel sello desdibujado, pero algo había cambiado. La cuartilla que horas antes estaba en blanco contenía una frase, escrita en tinta roja y fresca, tanto que la caligrafía se esparcía sobre el papel poroso al simple roce de los dedos. «Ya no son niños, anciana. He vuelto a por lo que es mío. Apártate de mi camino». Ésas eran las palabras que leí en aquella carta antes de lanzarla al fuego.

»Supe entonces quién había enviado la carta y supe también que había llegado el momento de desenterrar viejos recuerdos que había aprendido a ignorar durante estos últimos años. No sé si alguna vez le hablé de mi hija Kylian, Mr. Carter. No soy ahora más que una anciana que espera el fin de sus días, pero hubo un tiempo en que yo también fui una madre, la madre de la más maravillosa de las criaturas que han pisado esta ciudad.

»Recuerdo aquellos días como los más felices de mi vida. Kylian había contraído matrimonio con uno de los hombres más brillantes que había dado este país y fue a vivir con él a la casa que él mismo había construido en el norte de la ciudad, una casa como nunca se había conocido. El esposo de mi hija, Lahawaj Chandra Chatterghee, era ingeniero y escritor. Él fue uno de los primeros en diseñar la red telegráfica de este país, Mr. Carter, uno de los primeros en diseñar el sistema de electrificación que escribirá el futuro de nuestras ciudades, uno de los primeros en construir una red de ferrocarril en Calcuta… Uno de los primeros en todo aquello que se proponía.

»Pero la felicidad de ambos no duró mucho. Chandra Chatterghee perdió la vida en el terrible incendio que destruyó la antigua estación de Jheeter’s Gate, al otro lado del Hooghly. Usted habrá visto ese edificio alguna vez. Hoy en día está abandonado, pero en su tiempo fue una de las más gloriosas construcciones que se alzaban en Calcuta. Una estructura de hierro revolucionaria, surcada por túneles, múltiples niveles y sistemas de conducción de aire y de conexión hidráulica a los raíles que ingenieros de todo el mundo venían a visitar y a admirar con asombro. Todo ello, creación del ingeniero Chandra Chatterghee.

»La noche de la inauguración oficial Jheeter's Gate ardió inexplicablemente y un tren que transportaba a más de trescientos niños abandonados rumbo a Bombay prendió en llamas y quedó enterrado en las tinieblas de los túneles que se hundían en la tierra. Ninguno salió con vida de aquel tren, que sigue varado en las sombras de algún punto del laberinto de galerías subterráneas de la orilla oeste de Calcuta.

»La noche que el ingeniero murió en aquel tren será recordada por las gentes de esta ciudad como una de las mayores tragedias que ha vivido Calcuta. Muchos lo consideraron un símbolo de que las sombras se cernían para siempre sobre esta ciudad. No faltaron los rumores de que el incendio había sido provocado por un grupo de financieros británicos a los que la nueva línea de ferrocarril podía perjudicar al demostrar que el transporte marítimo de mercancías, uno de los grandes negocios de Calcuta desde los tiempos de Lord Clive y la compañía colonial estaba en vísperas de su caducidad. El tren era el futuro. Los rifles eran el camino sobre el cual algún día este país y esta ciudad podrían emprender el rumbo hacia un mañana libre de la invasión británica. La noche que ardió Jheeter's Gate, aquellos sueños se convirtieron en pesadillas.

»Días después de la desaparición del ingeniero Chandra, mi hija Kylian, que esperaba dar a luz su primer hijo, fue objeto de las amenazas de un extraño personaje salido de las tinieblas de Calcuta, un asesino que había jurado matar a la esposa y a la descendencia del hombre a quien acusaba de todas sus desgracias. Ese hombre, ese criminal, fue el causante del incendio donde Chandra perdió la vida. Un joven oficial del ejército británico, un antiguo pretendiente de mi hija, el teniente Michael Peake, se propuso detener a aquel loco, pero la tarea demostró ser mucho más compleja de lo que él había creído.

»La noche en que mi hija iba a dar a luz a su hijo, unos hombres entraron en la casa y se la llevaron de allí. Asesinos a sueldo. Gentes sin nombre ni conciencia que, por unas monedas, son fáciles de encontrar en las calles de esta ciudad. Durante una semana, el teniente, al borde de la desesperación, recorrió todos los rincones de la ciudad en busca de mi hija. Tras aquella dramática semana, Peake tuvo una terrible intuición, que resultó ser cierta. El asesino había llevado a mi hija hasta las entrañas de las ruinas de la estación de Jheeter’s Gate. Allí, entre la inmundicia y los restos de la tragedia, mi hija había dado a luz al muchacho al que usted ha convertido en un hombre, Mr. Carter.

»A él, Ben, y a su hermana, a quien yo he tratado de convertir en una mujer y a la que, al igual que usted, di un nombre, el nombre que su madre siempre soñó para ella: Sheere.

»El teniente Peake, poniendo en peligro su vida, consiguió arrebatar a los dos niños de las manos del asesino. Pero aquel criminal, ciego de rabia, juró perseguir su rastro y acabar con su vida tan pronto como alcanzaran la edad adulta para vengarse de su padre fallecido, el ingeniero Chandra Chatterghee. Tal era su único propósito: destruir cualquier vestigio de la obra y la vida de su enemigo, a cualquier precio.

»Kylian murió con la promesa de que su alma no descansaría hasta saber que sus hijos estaban a salvo. El teniente Peake, el hombre que la había amado en silencio tanto como su propio esposo, dio su vida por hacer que la promesa que selló sus labios pudiera hacerse realidad. El 25 de mayo de 1916 el teniente Peake consiguió cruzar el Hooghly y entregarme a los niños. Su destino, al día de hoy, me es todavía desconocido.

»Decidí que el único modo de salvar la vida de los niños era separarlos y ocultar su identidad y su paradero. El resto de la historia de Ben, usted la conoce mejor que yo. En cuanto a Sheere, la tomé a mi cuidado y emprendí un largo viaje por todo el país y crié a la niña en la memoria del gran hombre que fue su padre y de la gran mujer que le dio la vida, mi hija. Nunca le expliqué más de lo que creí necesario. En mi ingenuidad llegué a pensar que la distancia en el espacio y en el tiempo borraría la huella del pasado, pero nada puede cambiar nuestros pasos perdidos. Cuando recibí aquella carta, supe que mi huida había tocado fin y que era el momento de volver a Calcuta para advertirle de lo que estaba sucediendo. No fui sincera con usted aquella noche en la carta que le escribí, Mr. Carter, pero obré de corazón, creyendo en conciencia que aquello era lo que debía hacer.

»Tomé a mi nieta, incapaz de dejarla sola ahora que el asesino ya conocía nuestro paradero, y emprendimos el viaje de vuelta. Durante todo el trayecto, no podía apartar de mi mente una idea que cobraba una evidencia obsesiva a medida que nos acercábamos a nuestro punto de destino. Tenía la certeza de que ahora, en el momento en que Ben y Sheere dejaban atrás su infancia y se convertían en adultos, aquel asesino había despertado de la oscuridad de nuevo para cumplir su vieja promesa y supe, con la claridad que sólo la cercanía de la tragedia nos otorga, que esta vez no se detendría ante nada ni ante nadie…».

Thomas Carter permaneció en silencio durante un largo intervalo de tiempo, sin apartar los ojos de sus manos sobre el escritorio. Cuando alzó la vista, comprobó que Aryami seguía allí, que cuanto había escuchado no eran imaginaciones suyas y resolvió que la única decisión razonable que se sentía capaz de tomar en aquel momento era la de escanciar de nuevo un chorro de brandy en su copa y brindar en solitario a su propia salud.

—No me cree…

—No he dicho eso —puntualizó Carter.

—No ha dicho nada —matizó Aryami—. Eso es lo que me preocupa.

Carter saboreó el brandy y se preguntó bajo qué infausto pretexto había tardado diez años en desentrañar los embriagadores encantos del licor espirituoso que guardaba en su vitrina con el celo reservado a una reliquia sin utilidad práctica.

—No es fácil creer lo que acaba de explicarme, Aryami —respondió Carter—. Póngase en mi lugar.

—Sin embargo, usted se hizo cargo del muchacho hace dieciséis años —dijo Aryami.

—Me hice cargo de un niño abandonado, no de una historia improbable. Ése es mi deber y mi trabajo. Este edificio es un orfanato y yo, su director. Eso es todo y no hay más.

—Sí lo hay, Mr. Carter —replicó Aryami—. Me tomé la molestia de hacer mis indagaciones en su día. Nunca denunció la aparición de Ben. Nunca dio parte. No existen documentos que acrediten su ingreso en esta institución. Debía de haber algún motivo para que obrase así, habida cuenta de que lo que usted denomina una historia improbable no le merecía credibilidad alguna.

—Siento contradecirla, Aryami, pero existen esos documentos. Con otras fechas y con otras circunstancias. Ésta es una institución oficial, no una casa de misterios.

—No ha respondido a mi pregunta —atajó Aryami—. O mejor dicho, no ha hecho más que darme más motivos para hacérsela de nuevo: ¿qué le llevó a falsear la historia de Ben si no creía en los hechos que le exponía en mi carta?

—Con todo respeto, no veo por qué he de responder a eso.

Los ojos de Aryami se posaron en los suyos y Carter trató de esquivar su mirada. Una amarga sonrisa afloró en los labios de la anciana.

—Usted le ha visto —dijo Aryami.

—¿Estamos hablando de un nuevo personaje en la historia? —preguntó Carter.

—¿Quién engaña a quién, Mr. Carter? —replicó Aryami.

La conversación parecía haber alcanzado un punto muerto. Carter se incorporó y anduvo unos pasos en torno al despacho mientras la anciana le observaba atentamente.

Carter se volvió a Aryami.

—Supongamos que diese crédito a su historia. Es una simple suposición. ¿Qué espera usted que yo haga en consecuencia?

—Alejar a Ben de este lugar —respondió tajantemente Aryami—. Hablar con él. Advertirle. Ayudarle. No le pido que haga nada con el muchacho que no haya estado haciendo en los últimos años.

—Necesito meditar sobre este asunto detenidamente —dijo Carter.

—No se tome demasiado tiempo. Ese hombre ha esperado dieciséis años, quizá no le importe esperar un día más. O quizá sí.

Carter se derrumbó de nuevo en su butaca y esbozó un gesto de tregua.

—Recibí la visita de un hombre llamado Jawahal el día que encontramos a Ben —explicó Carter—. Me preguntó por el muchacho y le dije que no sabíamos nada al respecto. Poco después desapareció para siempre.

—Ese hombre utiliza muchos nombres, muchas identidades, pero tiene un solo fin, Mr. Carter —dijo Aryami con un brillo acerado en sus ojos—. No he cruzado la India para sentarme a ver como los hijos de mi hija mueren por la falta de decisión de un par de viejos bobos, si me permite la expresión.

—Viejo bobo o no, necesito tiempo para pensar con calma —dijo Carter—. Tal vez sea necesario hablar con la policía.

Aryami suspiró.

—Ni hay tiempo, ni serviría de nada —replicó con dureza—. Mañana al atardecer abandonaré Calcuta con mi nieta. Mañana por la tarde, Ben debe dejar este lugar y marchar lejos de aquí. Dispone usted de unas horas para hablar con el muchacho y prepararlo todo.

—No es tan sencillo —objetó Carter.

—Es tan sencillo como esto: si usted no habla con él, yo lo haré, Mr. Carter —amenazó Aryami dirigiéndose hacia la puerta del despacho—. Y rece para que ese hombre no le encuentre antes de que vea la luz del día.

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