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Authors: Carlos Ruiz Zafón

Tags: #Intriga

El palacio de la medianoche (8 page)

BOOK: El palacio de la medianoche
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—Mañana hablaré con Ben —dijo Carter—. No puedo hacer más.

Aryami le dirigió una última mirada desde el umbral del despacho.

—Mañana, Mr. Carter, es hoy.

—¿Una sociedad secreta? —preguntó Sheere con la mirada encendida de curiosidad—. Creí que las sociedades secretas sólo existían en los seriales.

—Aquí Siraj, nuestro experto en el tema, podría contradecirte durante horas —dijo Ian.

Siraj asintió gravemente corroborando la alusión a su erudición sin límites.

—¿Has oído hablar de los francmasones? —apuntó.

—Por favor —cortó Ben—. Sheere va a pensar que somos un atajo de brujos encapuchados.

—¿Y no lo sois? —rió la muchacha.

—No —explicó Seth solemnemente—. La Chowbar Society cumple dos propósitos enteramente positivos: ayudarnos entre nosotros y a los demás, y compartir nuestros conocimientos para construir un futuro mejor.

—¿No es eso lo que dicen pretender todos los grandes enemigos de la humanidad? —preguntó Sheere.

—Solamente durante los últimos dos o tres mil años —cortó Ben—. Cambiemos de tema. Esta noche es muy especial para la Chowbar Society.

—Hoy nos disolvemos —dijo Michael.

—Hablan los muertos —apuntó Roshan, sorprendido.

Sheere miró con extrañeza a aquel grupo de muchachos, ocultando el divertimento que le producía el fuego cruzado que se disparaban entre sí.

—Lo que Michael quiere decir es que hoy tendrá lugar la última reunión de la Chowbar Society —explicó Ben—. Después de siete años, cae el telón.

—Vaya —apuntó Sheere—, para una vez que doy con una sociedad secreta real, resulta que está a punto de disolverse. No tendré tiempo de ingresar como miembro.

—Nadie ha dicho que se acepten nuevos miembros —se apresuró a precisar Isobel, que había estado presenciando en silencio la conversación sin apartar los ojos de la intrusa—. Es más, si no fuera por estos bocazas que han traicionado uno de los juramentos de la Chowbar, ni siquiera sabrías que existe. Ven unas faldas y se venden por una moneda.

Sheere ofreció una sonrisa conciliadora a Isobel y consideró la ligera hostilidad que la muchacha le demostraba. La pérdida de la exclusividad no era fácil de aceptar.

—Voltaire decía que los peores misóginos siempre son mujeres —afirmó casualmente Ben.

—¿Y quién demonios es Voltaire? —cortó Isobel—. Tamaña barbaridad sólo puede ser de tu cosecha.

—Habló la ignorancia —replicó Ben—. Aunque tal vez Voltaire no dijese exactamente eso…

—Parad la guerra —intervino Roshan—. Isobel tiene razón. No debimos hablar.

Sheere contempló con inquietud cómo el clima parecía cambiar de color en pocos segundos.

—No quisiera ser motivo de discusión. Lo mejor es que vuelva con mi abuela. Considero olvidado cuanto habéis dicho —dijo devolviendo el vaso de limonada a Ben.

—No tan rápido, princesa —exclamó Isobel a su espalda.

Sheere se volvió y se encaró a la muchacha.

—Ahora que sabes algo, tendrás que saberlo todo y guardar el secreto —dijo Isobel ofreciendo media sonrisa avergonzada—. Siento lo de antes.

—Buena idea —sentenció Ben—. Adelante.

Sheere alzó las cejas, atónita.

—Tendrá que pagar el precio de admisión —recordó Siraj.

—No tengo dinero…

—No somos una iglesia, querida, no queremos tu dinero —replicó Seth—. El precio es otro.

Sheere recorrió los rostros enigmáticos de los muchachos en busca de una respuesta. El semblante afable de Ian le sonrió.

—Tranquila, no es nada malo —explicó Ian—. La Chowbar Society se reúne en su local secreto pasada la madrugada. Todos pagamos nuestro precio cuando ingresamos.

—¿Cuál es vuestro local secreto?

—Un palacio —respondió Isobel—. El Palacio de la Medianoche.

—Nunca oí hablar de él.

—Porque nadie ha oído hablar de él excepto nosotros —añadió Siraj.

—¿Y cuál es ese precio?

—Una historia —respondió Ben—. Una historia personal y secreta que nunca hayas explicado a nadie. La compartirás con nosotros y tu secreto jamás saldrá de la Chowbar Society.

—¿Tienes una historia así? —desafió Isobel mordiéndose el labio inferior.

Sheere observó de nuevo a los seis chicos y a la muchacha que la escrutaban cuidadosamente y asintió.

—Tengo una historia como nunca habéis podido oír —dijo finalmente.

—Entonces —dijo Ben frotándose las manos— pongamos manos a la obra.

Mientras Aryami Bosé relataba la causa que las había llevado, a ella y a su nieta, de vuelta a Calcuta tras largos años de exilio, los siete miembros de la Chowbar Society escoltaban a Sheere a través de los arbustos que rodeaban las inmediaciones del Palacio de la Medianoche. A los ojos de la recién llegada, el palacio no era más que un antiguo caserón abandonado a través de cuya techumbre quebrada podía contemplarse el cielo sembrado de estrellas y entre cuyas sombras sinuosas afloraban los restos de gárgolas, columnas y relieves, vestigio de lo que algún día debió de haberse alzado como un señorial palacete de piedra, fugado de entre las páginas de un cuento de hadas.

Cruzaron el jardín a través de un estrecho túnel practicado entre la maleza que conducía directamente a la entrada principal de la casa. Una ligera brisa agitaba las hojas de los arbustos y silbaba entre las arcadas de piedra del palacio. Ben se volvió y la contempló exhibiendo una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Qué te parece? —preguntó, visiblemente orgulloso.

—Diferente —ofreció Sheere, temerosa de enfriar el entusiasmo del muchacho.

—Sublime —corrigió Ben, siguiendo su camino sin molestarse en contrastar nuevas valoraciones respecto al encanto del cuartel general de la Chowbar Society.

Sheere sonrió para sus adentros y se dejó guiar, pensando en lo mucho que le hubiera gustado conocer aquel lugar y a aquellos muchachos en una noche parecida, durante los años en que les había servido de refugio y santuario. Entre ruinas y recuerdos, aquel lugar desprendía ese aura de magia e ilusión que sólo pervive en la memoria borrosa de los primeros años de la vida. No importaba que fuera tan sólo por una última noche; estaba deseando pagar el precio de admisión en la casi extinta Chowbar Society.

«Mi historia secreta es en realidad la historia de mi padre. Una y otra son inseparables. Nunca le conocí en persona ni guardo más recuerdos de él que lo que aprendí de labios de mi abuela y a través de sus libros y sus cuadernos, pero, por extraño que os pueda parecer, nunca me he sentido tan próxima a nadie en este mundo y, aunque él muriese antes de que yo llegase a nacer, estoy segura de que sabrá esperarme hasta el día en que me reúna con él y compruebe que siempre fue tal y como le imaginé: el mejor hombre que nunca hubo en el mundo.

»No soy tan diferente de vosotros. No me crié en un orfanato, pero nunca supe lo que era tener una casa o alguien con quien hablar durante más de un mes, que no fuese mi abuela. Vivíamos en los trenes, en casas de desconocidos, en la calle, sin rumbo, sin un lugar que pudiésemos llamar nuestro hogar y al que regresar. Durante todos esos años, el único amigo que tuve fue mi padre. Como os digo, aunque él nunca estaba allí, aprendí cuanto sé de sus libros y de los recuerdos que mi abuela conservaba de él.

»Mi madre murió al darme a luz y he aprendido a vivir con el remordimiento de no poder recordarla ni conservar más imagen de su personalidad que la visión que mi padre reflejaba de ella en sus libros. De todos ellos, de los tratados de ingeniería y de los gruesos volúmenes que nunca llegué a entender, mi favorito siempre fue un pequeño libro de cuentos que él tituló Las lagrimas de Shiva. Mi padre lo escribió cuando todavía no había cumplido los treinta y cinco años, y proyectaba la creación de la primera línea de ferrocarril en Calcuta y la construcción de una revolucionaria estación de acero que soñaba realizar en la ciudad. Un pequeño editor de Bombay imprimió no más de seiscientos ejemplares del libro, de los que mi padre nunca vio ni una rupia. Yo conservo uno. Es un pequeño tomo negro con letras grabadas en oro sobre el lomo que rezan: Las lágrimas de Shiva, por L. Chandra Chatterghee.

»El libro tiene tres partes. La primera habla de su proyecto de una nueva nación construida sobre un espíritu de progreso basado en la tecnología, el ferrocarril y la electricidad. Él la llamaba Mi país. La segunda parte describe una casa, un hogar maravilloso que proyectaba construir para él y su familia en el futuro, cuando consiguiera la fortuna que ansiaba poseer. Describe cada rincón de esa casa, cada estancia, cada color y cada objeto, todo con un detalle que ni los planos de un arquitecto podrían igualar. Él llamó a esa parte Mi casa. La tercera parte, titulada Mi mente, es sencillamente una recopilación de pequeños relatos y fábulas que mi padre había escrito desde su adolescencia. Mi favorito es el que da nombre al libro. Es muy breve y os lo contaré…

»En una ocasión, hace mucho tiempo, las gentes que vivían en Calcuta, fueron azotadas por una terrible plaga que acababa con las vidas de los niños y hacía que, poco a poco, los habitantes envejeciesen progresivamente y las esperanzas en el futuro se desvanecían. Para remediarlo, Shiva emprendió un largo viaje en busca de un remedio que curase la enfermedad. Durante su éxodo tuvo que enfrentarse a numerosos peligros. Eran tantas las dificultades con que se tropezaba en su camino, que el viaje le mantuvo alejado muchos años y, cuando volvió a Calcuta, descubrió que todo había cambiado. En su ausencia, un brujo llegado del otro lado del mundo había traído un extraño remedio que había vendido a los habitantes de la ciudad a cambio de un precio muy alto: el alma de los niños que nacieran sanos a partir de aquel día.

»Esto es lo que vieron sus ojos. Donde antes existía una jungla y chozas de adobe, ahora se levantaba una gran ciudad, tan grande que nadie la podía abarcar con una sola mirada y se perdía en el horizonte fuera cual fuera la dirección en que uno mirase. Una ciudad de palacios. Shiva, fascinado por el espectáculo, decidió encarnarse en hombre y recorrer sus calles ataviado como un mendigo para conocer a los nuevos habitantes de aquel lugar, los hijos que el remedio del brujo había permitido nacer y cuyas almas le pertenecían. Pero le esperaba gran decepción.

»Durante siete días y siete noches, el mendigo caminó por las calles de Calcuta y llamó a la puerta de los palacios, pero todas se le cerraron. Nadie quiso escucharle y fue objeto de las burlas y el desprecio de todos. Desesperado, vagando por las calles de aquella inmensa ciudad, descubrió la pobreza, la miseria y la negrura que se escondían en el fondo del corazón de los hombres. Fue tanta su tristeza, que la última noche decidió abandonar para siempre su ciudad.

»Mientras lo hacía empezó a llorar y sin darse cuenta, fue dejando tras de sí un rastro de lagrimas que se perdían en la jungla. Al amanecer las lágrimas de Shiva se habían convertido en hielo. Cuando los hombres se dieron cuenta de lo que habían hecho, quisieron reparar su error atesorando las lágrimas de hielo en un santuario. Pero, una tras otra, las lágrimas se fundieron en sus manos y la ciudad no volvió nunca jamás a conocer el hielo.

»Desde aquel día, la maldición de un terrible calor cayó sobre la ciudad y los dioses le volvieron la espalda para siempre, dejándola al amparo de los espíritus de la oscuridad. Los pocos hombres sabios y justos que en ella quedaban rezaban para que, algún día, las lágrimas de hielo de Shiva cayesen de nuevo desde el cielo y rompiesen aquella maldición que convirtió a Calcuta en una ciudad maldita…

»Ésta fue siempre mi predilecta entre las historias de mi padre. Es quizá la más simple, pero ninguna como ella personifica la esencia de lo que mi padre siempre significó para mí y sigue significando todos los días de mi vida. Yo, como los hombres de la ciudad maldita que tienen que pagar el precio del pasado, también espero el día en que caigan las lágrimas de Shiva sobre mi vida y me liberen para siempre de mi soledad. Mientras tanto, sueño con esa casa que mi padre construyó primero en su mente y, años más tarde, en algún lugar del Norte de esta ciudad. Sé que existe, aunque mi abuela siempre me lo ha negado, y sin que ella lo sepa, creo que mi propio padre describió en el libro el enclave en que pensaba construirla algún día, aquí en la ciudad negra. Todos estos años he vivido con la ilusión de recorrerla y reconocer todo lo que ya conozco de memoria: su biblioteca, sus habitaciones, su butaca de trabajo…

»Y ésta es mi historia. Nunca se la conté a nadie porque no tenía a quién hacerlo. Hasta hoy».

Cuando Sheere hubo finalizado su relato, la penumbra que reinaba en el Palacio ayudó a disimular las lágrimas que afloraban en los ojos de algún miembro de la Chowbar Society. Ninguno de ellos parecía dispuesto a romper el silencio con que el fin de su historia había impregnado la atmósfera. Sheere rió nerviosamente y miró directamente a Ben.

—¿Merezco entrar en la Chowbar Society? —preguntó tímidamente.

—Por lo que a mí respecta —respondió Ben—, mereces ser miembro honorario.

—¿Existe esa casa, Sheere? —Inquirió Siraj, fascinado con la idea.

—Estoy segura de que sí —respondió Sheere—. Y pienso encontrarla. La clave está en algún lugar del libro de mi padre.

—¿Cuándo? —preguntó Seth—. ¿Cuándo empezamos a buscarla?

—Mañana mismo —aceptó Sheere—. Con vuestra ayuda, si lo deseáis…

—Necesitarás la ayuda de alguien que sepa pensar —apuntó Isobel—. Cuenta conmigo.

—Yo soy un experto cerrajero —dijo Roshan.

—Yo puedo encontrar mapas del archivo municipal desde el establecimiento del gobierno de 1859 —apuntó Seth.

—Yo puedo averiguar si existe algún misterio sobre ella —dijo Siraj—. Quizá esté embrujada.

—Yo puedo dibujarla tal y como es en realidad —dijo Michael—. Planos. A través del libro, quiero decir.

Sheere rió y miró a Ben y a Ian.

—Bien —dijo Ben—, alguien tiene que dirigir la operación. Acepto el cargo. Ian puede poner yodo a quien se clave una astilla.

—Supongo que no vais a aceptar un no —dijo Sheere.

—Tachamos la palabra no del diccionario de la biblioteca del St. Patricks hace seis meses —dijo Ben—. Ahora eres miembro de la Chowbar Society. Tus problemas son nuestros problemas. Mandato corporativo.

—Creí que nos habíamos disuelto —recordó Siraj.

—Decreto una prórroga por circunstancias de gravedad insoslayable —respondió Ben dirigiendo una mirada fulminante a su compañero.

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