El prisionero en el roble (22 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Fantasia

BOOK: El prisionero en el roble
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—Id a ver que mi sentencia sea cumplida al pie de la letra. Que lo maten de un solo golpe y no dejen su cuerpo sobre tierra ni siquiera una hora.

Vio que su compañera la observaba, como si todos supieran que él había sido su amante. Pero Niniana se limitó a preguntar:

—¿Y vos?

—Iré a reunirme con Nimue. Me necesita.

Pero Nimue no estaba en la Casa de las doncellas. Morgana cruzó deprisa los patios barridos por la lluvia, pero tampoco la halló en la recoleta vivienda que había ocupado con Cuervo. No estaba en el templo. Una de las sacerdotisas le dijo que Nimue había rehusado aceptar comida, vino e incluso un baño. Morgana sentía crecer en ella, con cada chasquido de los rayos, una terrible aprensión. La tempestad iba en aumento. Convocó todos los criados del templo para iniciar la búsqueda, pero entonces regresó Niniana, muy pálida, acompañada por los hombres a quienes había encomendado la ejecución de Kevin

—¿Qué pasa? —interpeló Morgana, con voz fría— porqué no se cumplió mi sentencia?

—Fue ejecutado de un solo golpe, Dama del Lago —susurró Niniana—, pero con ese único golpe cayó un rayo que partió en dos al gran roble sagrado. Está hendido de la copa a la raíz

Morgana sintió un nudo en la garganta. «No es tan extraño Hay tormenta y los rayos siempre caen en el punto más alto Pero que sucediera a la misma hora en que Kevin profetizaba el fin de Avalón…»

Para que no la vieran temblar, se abrazó el cuerpo con los brazos bajo el manto. ¿Cómo haría para separar ese mal presagio de la inminente destrucción de Avalón?

—El Dios ha preparado un lugar para el traidor. Enterradlo dentro de la hendidura del roble.

Todos se inclinaron en señal de aquiescencia y se alejaron, entre el tronar y el súbito repiqueteo de la lluvia. Morgana, afligida, cayó en la cuenta de que se había olvidado de Nimue. Pero una voz dentro de ella decía: «Ya es demasiado tarde.»

La encontraron a mediodía, cuando salió el sol, ya pasada la tormenta. Flotaba entre los juncos del lago, con el cabello extendido en la superficie, como si fueran algas. Y Morgana, aturdida de pena, no lamentó del todo que el arpista Kevin no hubiera partido solo hacia la tierra de las sombras, más allá de la muerte.

12

E
n los lúgubres días que siguieron a la muerte de Kevin, Morgana se dijo a menudo que, en verdad, la Diosa había asumido la misión de destruir a los caballeros de la mesa redonda. Pero ¿por qué deseaba destruir también Avalón?

«Estoy envejeciendo. Cuervo ha muerto y también Nimue, que habría tenido que ser la Dama después de mí. Y la Diosa no ha designado a ninguna otra profetisa. Kevin yace sepultado dentro del roble. ¿Qué será ahora de Avalón?»

Era como si el mundo estuviera mudando de sitio; más allá de las brumas, se movía a una velocidad cada vez mayor. Ya nadie podía abrir la entrada entre las nieblas, salvo ella y una o dos de las sacerdotisas de más edad. Y a veces, cuando salía a caminar, ya no veía el sol ni la luna; así se percataba de que había cruzado las fronteras del país de las hadas, aunque muy rara vez entreveía a su gente entre los árboles y nunca a la reina.

«La Diosa vino al mundo por última vez cuando recorrió el salón de Camelot con el Grial en las manos», pensó. Y luego, confundida, se preguntó si había sido en verdad la Diosa la que lo hiciera o sólo ella y Cuervo, creando ilusiones.

«He convocado a la Diosa y la hallo dentro de mí misma.»

Y Morgana supo que ya nunca podría buscar consuelo o consejo fuera de sí misma: sólo en su interior. De vez en cuando, siguiendo la costumbre de toda una vida, trataba de invocar la imagen de la Diosa para que la guiara, pero no veía nada; a veces, la cara de Igraine, joven y bella. En ocasiones, la de Viviana.

«Ellas son la Diosa. La Diosa soy yo. No hay nadie más.»

Poco le interesaba mirar dentro del espejo mágico, pero de vez en vez, cuando la luna estaba en sombras, iba a beber del manantial y miraba dentro del agua. Pero sólo veía imágenes fugaces e intrigantes: los caballeros de la mesa redonda, viajando de un lado a otro, siguiendo sueños y visiones sin que ningún hallara el verdadero Grial. Algunos, olvidando la búsqueda cabalgaban abiertamente en busca de andanzas; otros se encontraron con más aventuras de las que podían afrontar y acabaron por perecer; algunos hicieron buenas obras y otros, maldades Un o dos, en penetrantes visiones de fe, soñaron un Grial propio y murieron. Otros, siguiendo el mensaje de sus videncias, peregrinaron a la Tierra Santa; hubo quienes, siguiendo los vientos que soplaban por entonces en el mundo entero, se hicieron ermitaños, buscando, en cuevas y toscos refugios, una vida de silencio y penitencia…

Una o dos veces vio fugazmente una cara conocida: Mordret, en Camelot, junto a Arturo. También a Galahad, en su búsqueda del Grial, pero luego dejó de verlo y se preguntó si la búsqueda lo habría llevado a la muerte.

Y una vez reconoció a Lanzarote, medio desnudo, cubierto con pieles de animales, largo y desaliñado el pelo; corría por un bosque sin armadura ni espada, con un brillo de locura en los ojos. Había imaginado que esa búsqueda sólo podía llevarlo a la demencia y la desesperación. Volvió a buscarlo en el espejo de luna en luna, pero durante mucho tiempo no tuvo éxito. Por fin lo encontró dormido sobre paja, vestido con harapos; a su alrededor se alzaban los muros de una mazmorra. Y ya no lo vio más.

«Ah, dioses, ¿acaso él también se ha ido, como tantos de los hombres de Arturo? En verdad el Grial no fue una bendición para la corte, sino una maldición. Y así tenía que ser: una maldición contra el traidor que lo profanó. Y ahora ha desaparecido de Avalón para siempre.»

Durante mucho tiempo Morgana estuvo convencida de que el Grial había sido llevado por la Diosa a los reinos divinos, para que la humanidad ya no pudiera volver a profanarlo, y se contentó con eso, pues había sido mancillado con el vino de los cristianos y ella no sabía cómo purificarlo.

Algunos rumores del mundo exterior le llegaban a través de las antiguas hermandades de sacerdotes cristianos que, en aquellos días, llegaban a Avalón huyendo de la obligada conformidad con ese nuevo sacerdocio empeñado en borrar cualquier cu que no fuera el propio. Ahora decían que aquel cáliz fue, en verdad, el que Cristo usó en la última cena, que estaba ahora en cielo y que ya no se volvería a ver en el mundo. Pero también comentaba que había sido visto en «la otra isla», Ynis Witrin, refulgente en el fondo del pozo: el mismo pozo que, en Avalón, el sagrado espejo de la Diosa. Por eso los curas de Ynis Witrin empezaban a llamarlo «el Pozo del Cáliz».

Y cuando los ancianos sacerdotes ya llevaban un tiempo en Avalón, Morgana empezó a oír rumores de que, en ocasiones, el Grial aparecía durante un momento sobre su altar. «Será como la Diosa quiera. No lo profanarán.» Pero ignoraba si estaba en verdad en la vetusta iglesia de la hermandad cristiana…, que había sido construida en el mismo sitio donde se alzaba la iglesia en la otra isla. Por eso decían que, cuando las brumas se atenuaban, la antigua hermandad de Avalón oía los cánticos de los monjes en su iglesia de Ynis Witrin. Morgana recordaba entonces el día en que las nieblas, al atenuarse, habían permitido que Ginebra pasara a Avalón.

En Avalón, el tiempo transcurría ahora de una manera extraña. Morgana ignoraba si ya había pasado el año y un día al que se comprometieran los caballeros. A veces pensaba que el mundo exterior debía de haber visto pasar varios años.

Pensaba mucho en las palabras de Kevin: «… las brumas se están cerrando sobre Avalón.»

Y un día fue convocada a la orilla del lago. No necesitó de la videncia para saber quién llegaba en la barca. Lanzarote ya tenía el pelo completamente gris; estaba delgado y demacrado. Pero cuando bajó de la barca, siendo sólo una sombra de su antigua gracia, Morgana se adelantó para cogerle las manos y no encontró en su cara rastros de locura.

Cuando él la miró a los ojos tuvo la súbita sensación de ser la Morgana de antaño, cuando el templo estaba lleno de sacerdotisas y druidas, cuando Avalón no era una tierra solitaria a la deriva entre la niebla, con un puñado escaso de ancianas sacerdotisas, algunos druidas entrados en años y unos cuantos cristianos antiguos, medio olvidados.

—¿Cómo es posible que el tiempo te afecte tan poco, Morgana? —le preguntó Lanzarote—. Todo parece cambiado, aun aquí, en Avalón. Mira, ¡hasta el círculo de piedras está oculto en las brumas!

—Oh, todavía están allí —aseguró Morgana—, aunque ahora algunos nos extraviamos al buscarlas. Tal vez algún día desaparezcan por completo en la niebla, para no ser derribadas jamás por manos humanas ni por los vientos del tiempo. Ya nadie rinde culto allí; las fogatas de Beltane han dejado de encenderse incluso en Avalón, aunque dicen que todavía se celebran los ritos antiguos en Cornualles y en Gales del norte. Los del pueblo pequeño no los dejarán morir mientras sobreviva uno solo de ellos. Me sorprende que pudieras llegar hasta aquí, primo.

Lanzarote sonrió; entonces vio en sus ojos los rastros del dolor y hasta de la demencia.

—Caramba, apenas tenía conciencia de venir hacia aquí prima. Ahora la memoria me juega una mala pasada. Estuve loco, Morgana. Deseché la espada; vivía en el bosque, como un animal, y en algún momento, no sé por cuánto tiempo, estuve confinado en una extraña mazmorra.

—La vi —susurró Morgana—, pero no sabía qué significaba.

—Tampoco yo. Y todavía no lo sé. Recuerdo muy poco de aquella época. Creo que es una bendición no recordar lo que hice. No fue la primera vez; en los años que pasé con Elaine hubo momentos en que apenas tenía conciencia de lo que hacía.

—Pero ya estás bien —señaló Morgana, deprisa—. Ven a desayunar conmigo, primo. Es demasiado temprano para cualquier otra cosa, cualquiera que sea el motivo que te trajo.

Lo llevó a su vivienda; con excepción de las sacerdotisas que la atendían, Lanzarote era la primera persona que entraba allí desde hacía años. Aquella mañana había pescado del lago, que ella le sirvió con sus manos.

—Ah, qué rico —dijo él, masticando con apetito.

Morgana se preguntó cuánto tiempo llevaría sin acordarse de comer. Iba tan pulcramente peinado como de costumbre; ahora tenía el pelo completamente encanecido y retazos blancos en la barba, cuidadosamente recortada; su capa, aunque raída y gastada por los viajes, estaba bien cepillada y limpia. Viendo que ella observaba la prenda, rió un poco.

—Perdí, no sé dónde, capa, espada y armadura; tal vez me los robaran en alguna mala aventura, o quizá los desechara en mi locura. Sólo recuerdo borrosamente que un día alguien me llamó por mi nombre; era uno de los caballeros, quizá Lamorak. Yo estaba demasiado débil para viajar con él, que partía al día siguiente, pero empecé a recordar poco a poco quién era. Entonces me dieron una túnica y me permitieron sentarme a la mesa y comer con mi cuchillo, en vez de arrojarme las sobras en un cuenco de madera. —Su risa sonó trémula y nerviosa—. Creo que herí a algunos de ellos. Parece que perdí casi todo un año de mi vida; sólo recuerdo nimiedades. Lo que más me preocupaba era no darme a conocer, por no arrojar vergüenza sobre Arturo y sus caballeros. —Hizo una pausa; Morgana calculó su tormento por lo que no decía—. Bueno, lentamente recuperé las fuerzas suficientes para viajar. Lamorak me había dejado dinero para un caballo y provisiones. Pero la mayor parte de ese año está en sombras.

Cogió el pan restante para recoger decididamente los restos de pescado. Morgana le preguntó:

—¿Y qué fue de la búsqueda?

—¿Qué, en verdad? He sabido muy poco, aquí y allá, mientras viajaba por el país. Gawaine fue el primero en regresar a Camelot.

Morgana sonrió, casi contra su voluntad.

—Siempre fue inconstante en todo.

—Salvo en su lealtad a Arturo —corrigió Lanzarote—. Y mientras venía hacia aquí me encontré con Gareth.

—¡El querido Gareth! Es el mejor de los hijos de Morgause. ¿Qué te dijo?

—Dijo que había tenido una visión —musitó Lanzarote—, en la que se le ordenaba regresar a la corte y cumplir con su rey y sus tierras, sin demorarse buscando espejismos de objetos sagrados. Charló largamente conmigo, rogándome que abandonara la búsqueda del Grial para acompañarlo a Camelot.

—Me sorprende que no lo hicieras.

Lanzarote sonrió.

—También a mí, prima. Le he prometido regresar en cuanto pueda. —De pronto su expresión se tornó grave—. Gareth me dijo que ahora Mordret está siempre cerca de Arturo. Que lo mejor sería buscar a Galahad y pedirle que regresara de inmediato, pues desconfía de Mordret y su influencia sobre el rey. Lamento hablar mal de tu hijo, Morgana.

Ella comentó:

—Una vez me dijo que Galahad no viviría lo suficiente para gobernar, pero me juró que no tendría ninguna participación en su muerte.

Lanzarote parecía atribulado.

—He visto cuántas desgracias pueden acontecer en esta maldita búsqueda. Dios permita que pueda hallar a Galahad antes de que sea víctima de algo así.

Entre ellos se hizo el silencio. Morgana pensaba: «En el fondo lo sabía: por eso Mordret rechazó la búsqueda.» Y cayó en la cuenta de que ya no creía que Gwydion, Mordret, llegara a reinar desde Avalón. Se preguntó cuándo había empezado a aceptarlo. Tal vez a la muerte de Accolon, puesto que la Diosa no había dado protección a su elegido.

«Galahad será rey, un rey cristiano. Y eso puede significa que mate a Gwydion. ¿Qué será del Macho rey cuando el ciervo joven haya crecido?» Pero si el tiempo de Avalón había llegado a su fin, tal vez Galahad ocupara el trono en paz, sin necesidad de matar a su rival.

Lanzarote miró hacia el rincón.

—¿Es el arpa de Viviana?

—Sí —confirmó Morgana—. La mía quedó en Tintagel Pero supongo que es tuya, si la quieres, por derecho de herencia.

—Ya no toco ni tengo voluntad de hacer música, Morgana. Es tuya por derecho, como todo lo que pertenecía a mi madre.

Morgana recordó unas palabras que le habían llegado al corazón, una vida entera atrás: «Ojalá no te parecieras tanto a mi madre, Morgana.» Ahora el recuerdo no encerraba dolor, sino calidez; Viviana no desaparecería por completo mientras algo sobreviviera en ella. Lanzarote agregó, a trompicones:

—Quedamos tan pocos… somos tan pocos los que recordamos los viejos tiempos de Caerleon… e incluso los de Camelot…

—Allá está Arturo —apuntó Morgana—. Y Gawaine, Gareth, Cay… y muchos más, querido. Sin duda se preguntan todos los días dónde está Lanzarote. ¿Por qué has venido aquí en vez de estar allí?

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