—Como dije, la mente me juega una mala pasada. Vine casi sin saberlo. Pero ya que estoy aquí, tendría que preguntar… Me dijiste que Nimue estaba en Avalón. Tendría que preguntarte qué ha sido de ella. ¿Está bien? ¿Se encuentra a gusto entre las sacerdotisas?
—Lo siento —murmuró Morgana—. Parece que sólo tengo malas noticias para daros. Nimue murió hace un año.
No diría más. Lanzarote ignoraba la traición de Merlín, la última visita de Nimue a la corte. Conocer el resto sólo serviría para entristecerlo más. Él no hizo preguntas; sólo bajó la vista, con un fuerte suspiro. Al fin dijo:
—Y la menor, la pequeña Ginebra, está casada y vive en la baja Britania. Y la búsqueda se ha tragado a Galahad. Nunca me esforcé por conocer a mis hijos. Los dejé casi enteramente en manos de Elaine, incluso al varón, pensando que eran lo único que podía darle. Cuando partimos de Camelot viajé con Galana durante un tiempo; en esos diez días lo conocí mejor que en los dieciséis años anteriores. Tal vez sea buen rey, si sobrevive.
Miró a Morgana, casi suplicante, y ella comprendió que deseaba una respuesta tranquilizadora, pero no la tenía. Por fin le dijo:
—Si sobrevive será buen rey, pero rey cristiano. —Por un momento los sonidos de Avalón parecieron apagarse a su alrededor, como si hasta las olas del lago y el susurro de los juncos callaran para oír sus palabras—. Si sobrevive a la búsqueda del Grial, gobernará rodeado por los curas; en todo el país habrá un solo Dios y una sola religión.
—¿Tan trágico sería eso, Morgana? —preguntó Lanzarote en voz baja—. El Dios cristiano está causando un renacimiento espiritual en todo el país. ¿Es malo eso, si la humanidad ha olvidado los Misterios?
—No los ha olvidado —corrigió Morgana—: los ha encontrado demasiado difíciles. Los hombres quieren un Dios que cuide de ellos y no les exija buscar la iluminación; que los acepte tal como son, con todos sus pecados, y los borre con arrepentimiento.
Lanzarote sonrió con amargura.
—No quieren esperar a la justicia divina: la quieren ahora. Ese es el cebo que les ofrece esta nueva raza de sacerdotes.
Morgana comprendió que eso era verdad y bajó la cabeza, angustiada.
—Y como es su visión del Dios lo que da forma a la realidad, así ha de ser. La Diosa fue real mientras la humanidad le rindió homenaje y creó su forma. Ahora creará el tipo de Dios que cree desear… el Dios que merece, quizá.
Y así tenía que ser, pues la realidad era lo que el hombre veía de ella. Bajo las enseñanzas de los curas, la naturaleza pasaría a ser maligna, ajena y hostil. Los dioses antiguos, demonios, surgidos de esa parte de sí que el hombre estaba dispuesto a sacrificar o dominar, en vez de dejarse guiar por ella. Recordó algo que había leído en Gales, en los libros del sacerdote:
—Y de esa manera todos los hombres se convertirán en eunucos por el Reino de Dios. Creo que no me interesa vivir en ese mundo, Lanzarote.
El fatigado caballero negó con la cabeza, suspirando.
—Tampoco a mí, Morgana. Pero tal vez sea un mundo más sencillo que el nuestro, donde será más fácil saber qué es lo correcto. Vine en busca de Galahad porque, a pesar de ser cristiano, sería mejor rey que Mordret.
Morgana apretó los puños bajo las mangas.
—¿Viniste a buscarlo aquí, Lanzarote? Era tan d como Elaine; jamás querría pisar este mundo de brujerías.
—Como te he dicho, ignoraba que viniera hacia aquí. Quería llegar a Ynis Witrin y a la isla de los Sacerdotes, pues me llegaron rumores de que en aquella iglesia aparece en ocasiones un mágico fulgor. Supuse que Galahad podía haber ido allí. Y otra vieja costumbre me trajo aquí.
Morgana le preguntó con seriedad, cara a cara:
—¿Qué piensas de esa búsqueda, Lanzarote?
—En verdad, prima, no lo sé. Sólo sé que, el día que vimos el Grial en Camelot, algo muy santo vino a nosotros. Por primera vez sentí que había un Misterio más allá de esta vida. Por eso inicié la búsqueda, aun pensando en parte que era una locura Y mientras viajaba con Galahad su fe era como una burla de la mía. ¡El muchacho era tan puro, tan simple y bueno…! Y yo, anciano y manchado… —Lanzarote bajó la vista al suelo; Morgana vio que tragaba saliva con dificultad—. Por eso me separé de él, finalmente: para no dañar esa fe inmaculada. Fue entonces cuando la niebla y la penumbra invadieron mi mente; no sé adonde fui; me parecía que Galahad conocía todos mis pecados y me despreciaba por ellos.
Hablaba en voz alta, excitado. Por un momento Morgana vio regresar a sus ojos ese brillo insano.
—No pienses en esa época, querido —se apresuró a decir—. Ya pasó.
Lanzarote aspiró muy hondo; sus pupilas se apagaron.
—Ahora mi búsqueda es buscar a Galahad. No sé qué vio él, por qué la llamada del Grial fue tan poderosa para unos y tan débil para otros. De todos los caballeros, creo que sólo Mordret no vio nada; en todo caso, se lo reservó.
«Mi hijo se educó en Avalón; no puede haberse dejado engañar por la magia de la Diosa», pensó Morgana. Iba a explicar a Lanzarote lo que había visto, para no permitir que un hombre de Avalón confundiera aquello con un misterio cristiano, pero al percibir esa nota extraña en su voz optó por callar. La Diosa le había ofrecido una visión consoladora; no le correspondía a ella destruirla con una palabra.
Eso era lo que Ella había buscado: tras el perjurio de Arturo, la Diosa había diseminado a sus caballeros. Y la ironía final era que la más sagrada de sus visiones inspirara la leyenda mas apasionada del culto cristiano. Por fin Morgana dijo, alargando una mano:
—A veces pienso que no importa lo que hagamos. Los dioses nos mueven a su antojo.
—Si yo creyera eso —replicó él—, me volvería loco de una vez por todas.
Morgana sonrió con tristeza.
—Y yo enloquecería si no lo creyera. —«Tengo que creer que nunca tuve alternativa… que no pude rehusar a la consagración del rey ni aniquilar a Mordret antes de que naciera, negarme al casamiento con Uriens, detenerme antes de causar la muerte de Avalloch…, retener a mi lado a Accolon…, ni evitar la muerte de Kevin y de Nimue…»
Lanzarote dijo:
—Morgana, no puedo creer que sea la voluntad de Dios que Arturo y su corte caigan en manos de Mordret. Llamé a la barca y vine a Avalón sin pensarlo, pero ahora creo que obré mejor de lo que pensaba. Tú, que tienes el don de la videncia, puedes mirar dentro del espejo y decirme dónde está Galahad. Estoy dispuesto a enfrentarme a su cólera, exigiéndole que abandone la búsqueda y regrese a Camelot.
El suelo pareció estremecerse bajo los pies de Morgana, como si hubiera pisado arenas movedizas. Se oyó a sí misma decir, como desde una gran distancia:
—Volverás a Camelot con tu hijo, Lanzarote… —Y se preguntó por qué el frío parecía helarle las entrañas—. Miraré en el espejo por ti, primo, pero no conozco a Galahad. Tal vez no vea nada que pueda serte útil.
—Prométeme que harás lo posible —rogó él.
—Será lo que la Diosa quiera. Ven.
Cuando el sol ya estaba alto descendieron por la colina hacia el Pozo Sagrado. Arriba graznó un cuervo, una sola vez. Lanzarote se persignó contra el mal presagio, pero Morgana levantó la vista, preguntando:
—¿Qué has dicho, hermana?
La voz de Cuervo dijo en su mente: «No temas, Mordret no matará a Galahad. Y Arturo matará a Mordret.»
Morgana dijo en voz alta:
—Arturo aún será Macho rey…
Lanzarote se volvió para mirarla fijamente.
—¿Qué has dicho, Morgana?
Cuervo volvió a hablar: «Al Pozo Sagrado no: a la capilla, ahora mismo. Es el momento prefijado.»
—¿Adonde vamos? —preguntó Lanzarote—. ¿Ya no recuerdo el camino hacia el Pozo?
Y Morgana, alzando la cabeza, cayó en la cuenta de que sus pasos los habían llevado, no al Pozo, sino a la pequeña capilla donde la antigua hermandad cristiana celebraba sus oficios. Según se contaba, había sido construida cuando José de Arimatea hundió su cayado en el suelo de la colina que llamaban Wearyall. Morgana alargó la mano para coger una rama del Santo Espino; la púa se le clavó hasta el hueso. Sin saber lo que hacía marcó la frente de Lanzarote con las gotas de sangre.
Él la miró con sobresalto. Morgana oyó el cántico de los sacerdotes:
Kirie eleison, Christe eleison
… Entró calladamente y, para su sorpresa, se arrodilló. La capilla estaba llena de bruma. A través de la niebla creía ver la otra capilla, la de Ynis Witrin, y eran dos los conjuntos de voces que cantaban…
kirie eleison
… Percibía también voces femeninas. Debían de ser las monjas de Ynis Witrin, pues en la capilla de Avalón no había mujeres.
Por un momento vio a Igraine, arrodillada a su lado, y oyó su voz clara y suave, cantando:
Christe eleison
… El sacerdote estaba ante el altar. Y entonces le pareció que también Nimue estaba allí, suelta la cabellera dorada en la espalda, tan encantadora como Ginebra cuando vivía allí, en el convento. Pero en vez de la antigua furia de celos, Morgana la miró con purísimo amor.
Se espesó la niebla; ya casi no podía ver a Lanzarote, arrodillado junto a ella. Pero ante el altar de la otra capilla estaba Galahad, con el rostro elevado, lleno de un fulgor reflejado. Y supo que él también veía, a través de la bruma, la capilla de Avalón donde estaba el Grial.
Oyó un sonido de diminutas campanas en Ynis Witrin, y la suave voz de Taliesin, que murmuraba:
—Pues la noche en que Cristo fue traicionado, el Maestro cogió la copa y la bendijo, diciendo: «Bebed todos de este cáliz, pues es mi sangre, que será derramada por vosotros,»
Vio la sombra del sacerdote que elevaba el cáliz de la comunión, pero fue la damisela del Grial, Nimue… ¿o quizás ella misma?… la que le acercó la copa a los labios. Lanzarote corrió hacia delante, gritando:
—¡Ah, la luz… la luz!
Y cayó de rodillas, cubriéndose los ojos con las manos. Luego se deslizó hacia delante hasta quedar tendido en el suelo.
Ante el contacto con el Grial, la cara ensombrecida del joven se tornó clara, sólida, real, y las brumas desaparecieron. Galahad se arrodilló para beber de la copa.
—Pues así como el vino de muchas uvas fue aplastado para hacer un solo vino, así también, cuando nos unamos en este sacrificio perfecto y sin sangre, así todos seremos Uno bajo la Gran Luz que es Infinita…
Y con el fulgor del éxtasis en la cara, el joven lanzó un suspiro de gozo absoluto y miró de lleno hacia la luz. Alargó la mano para coger el cáliz en las manos… y cayó hacia delante, hacia el suelo de la capilla. También quedó tendido allí, inmóvil.
«Tocar los objetos sagrados sin preparación equivale a la muerte…»
Morgana vio que Nimue (¿o acaso era ella misma?) cubría la cara de Galahad con un velo blanco. Luego la joven desapareció y el cáliz quedó en el altar. Era sólo el cáliz de oro de los Misterios, sin rastro de la luz ultraterrena… Morgana no tenía la certeza de que estuviera allí… La niebla lo rodeaba todo. Y Galahad yacía muerto en el suelo de la capilla de Avalón, frío e inmóvil junto a Lanzarote.
Pasó largo rato antes de que Lanzarote se moviera. Cuando levantó la cabeza, Morgana vio su rostro ensombrecido por la tragedia.
—Y yo no fui digno de seguirlo —murmuró.
—Debes llevarlo a Camelot —dijo Morgana, delicadamente—. Ha ganado la búsqueda del Grial… pero fue la última. No pudo soportar la luz.
—Tampoco yo —susurró Lanzarote—. Mira: aún tiene la luz en la cara. ¿Qué vio?
Morgana cabeceó lentamente; un escalofrío le trepaba por los brazos.
—Ni tú ni yo lo sabremos jamás, Lanzarote. Sólo sé que murió con el Grial en los labios.
Su primo contempló el altar. Los sacerdotes se habían retirado silenciosamente, dejando a Morgana sola con el difunto y el vivo. Y el cáliz, rodeado de nieblas, aún relumbraba allí.
—Sí —dijo Lanzarote, levantándose—. Y esto volverá conmigo a Camelot, para que todos sepan que la búsqueda ha terminado. Ya ningún caballero buscará lo desconocido hasta morir o enloquecer…
Dio un paso hacia el altar, pero Morgana lo rodeó con los brazos para impedírselo.
—¡No, no! No es para ti. ¡Caíste fulminado con sólo verlo! Tocar sin preparación las cosas sagradas equivale a la muerte.
—Entonces moriré por el Grial.
—¿Por qué, Morgana? ¿Por qué tiene que continuar esta locura suicida?
—No —dijo ella—. La búsqueda del Grial ha terminado Se te ha salvado para que lleves la nueva a Camelot. Pero no puedes llevar el cáliz, nadie puede sostenerlo, confinarlo. Quienes lo busquen con fe…
Oyó su voz sin saber lo que estaba a punto de decir:
—… Lo hallarán siempre… aquí, más allá de las tierras mortales Pero si regresara contigo a Camelot, caería en manos de los curas más intransigentes, que lo usarían como a un peón de ajedrez. Te lo ruego, Lanzarote: déjalo aquí, en Avalón. Deja que, en este nuevo mundo carente de magia, haya al menos un Misterio que los sacerdotes no puedan reducir a sus dogmas. —Las lágrimas le quebraron la voz—. En los días venideros, ellos indicarán a la humanidad qué es bueno y qué es malo, qué pensar, cómo rezar, en qué creer. No puedo ver hasta el fin. Quizá la humanidad deba pasar un tiempo de penumbra a fin de reconocer, algún día, la bendición de la luz. Pero que haya un destello de esperanza en esa penumbra, Lanzarote. Una vez el Grial fue a Camelot. Que el recuerdo de su paso por allí no sea mancillado por su cautiverio en algún altar mundano. Que el hombre tenga un Misterio, una fuente de visión para seguir.
Su voz se había ido secando hasta parecer el graznido del último cuervo. Lanzarote se inclinó profundamente ante ella.
—Morgana… ¿eres realmente Morgana? Ya no sé quién eres, qué eres. Pero lo que dices es verdad. Que el Grial permanezca eternamente en Avalón.
A un gesto de Morgana, las gentes pequeñas de Avalón levantaron el cuerpo de Galahad para llevarlo en silencio a la barca. De la mano de Lanzarote, Morgana bajó a la orilla. Allí contempló el cadáver tendido en la embarcación: por un momento le pareció que era Arturo quien yacía allí, pero luego la visión onduló hasta desaparecer, dejando sólo a Galahad, con ese misterioso fulgor de paz en la cara.
—Y vas a Camelot con tu hijo —musitó—, pero no como lo preví. Creo que la videncia es una burla: vemos lo que los dioses nos permiten, pero no sabemos qué significa. Creo que no volveré a emplear ese don, primo.