El que habla con los muertos (23 page)

BOOK: El que habla con los muertos
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No, hijo mío. Yo te hablo a ti. Porque eres uno de los míos. Y recuerda que yo no estoy muerto. Soy un no-muerto. Ni siquiera yo podría hablar con los muertos. Examinarlos, sí, pero no hablar con ellos. La diferencia está en la manera de abordarlos, en que nos acepten, y en su deseo de hablar. En cuanto a la nigromancia, el cadáver no desea revelar sus secretos, el nigromante extrae la información como si fuera un torturador, como un dentista que arranca un diente sano
.

De repente, Dragosani sintió que la conversación daba vueltas y más vueltas.

—¡Basta! —exclamó—. ¡Me estás confundiendo deliberadamente!

Estoy respondiendo a tus preguntas como mejor sé
.

—Muy bien. Entonces no me digas cómo ser un wamphyr, pero dime qué es un wamphyr. Cuéntame tu historia. Dime qué has hecho cuando vivías, aunque no me digas cómo lo has hecho. Háblame de tus orígenes…

Después de un instante:

Como quieras. Pero antes…, antes dime lo que sabes, o lo que crees que sabes, de los wamphyri. Cuéntame esos «mitos», esas «historias de viejas» que has oído, puesto que pareces ser una autoridad en la materia. Y luego separaremos las mentiras de k leyenda, como dices tú
.

Dragosani suspiró, se recostó contra un bloque de piedra y encendió otro cigarrillo. Todavía tenía la sensación de que intentaban confundirlo, pero al parecer no podía hacer nada al respecto. Ahora estaba oscuro, pero sus ojos se habían acostumbrado a la penumbra. Podía percibir cada una de las retorcidas raíces, y de las grietas en las losas y bloques de piedra. El cerdito, que estaba a sus pies, lanzó un bufido y volvió a quedarse inmóvil.

—Avanzaremos muy lentamente —gruñó.

Un encogimiento de hombros mental.

—Muy bien, comencemos con esto: un vampiro es un ser de las tinieblas, fiel súbdito de Satán.

¡Ja, ja, ja! En nuestras leyendas, Shaitan fue el primero de los wamphyri. Seres de las tinieblas, pues sí, en tanto la oscuridad es nuestro elemento. Somos… diferentes. Pero hay un dicho: de noche, todos los gatos son pardos. De noche, nuestras diferencias no son tan grandes, o no parecen serlo, al menos. Y antes de que me lo preguntes, déjame decirte algo: a causa de nuestra inclinación por la oscuridad, el sol nos es perjudicial
.

—¿Perjudicial? ¡Podría destruiros, convertiros en polvo!

¿Cómo? ¡Eso es un mito! No, no puede hacernos nada tan terrible, pero la luz del sol, aun la más débil, nos daña de la misma manera que el sol ardiente daña a los hombres
.

—Teméis la cruz, el símbolo del cristianismo.

Odio la cruz. Para mí, es el símbolo de todas las mentiras, de todas las traiciones, ¿Pero temerla? No

—¿Me estás diciendo que si empuñan una cruz contra ti, una cruz consagrada, tu carne no arderá?

Quizás arda de odio, un instante antes de que yo mate al que sostiene la cruz
.

Dragosani suspiró hondo.

—¿No me mientes?

Tus dudas me ofenden, y ponen a prueba mi paciencia, Dragosani
.

Dragosani maldijo entre dientes, y siguió:

—No arrojas sombra. No te reflejas en los espejos ni en el agua.

¡Ah!, un concepto erróneo, aunque el error tiene su razón de ser! El reflejo que produzco no es siempre el mismo, y mi sombra no siempre coincide con mi forma
.

Dragosani frunció el entrecejo. (Recordaba el tentáculo leproso, veinte años atrás.)

—¿Quieres decir que eres fluido, no sólido? ¿Qué puedes cambiar de forma?

No he dicho eso
.

—Entonces, explícame lo que has dicho.

Ahora le tocó suspirar al viejo ser en el suelo.

¿No respetarás ningún misterio, Dragosani'? No, estoy seguro de que no

Pero ahora Dragosani estaba pensando por sí mismo.

—Creo que esto puede responder a dos preguntas —dijo, mientras el otro cavilaba—. Tu habilidad para convertirte en un murciélago o en un lobo, por ejemplo. Eso también es parte de la leyenda. ¿Eres capaz de cambiar de forma?

Dragosani percibió el regocijo del otro.

No, pero puedo parecer una criatura con semejante facultad. De hecho, no hay nadie que pueda cambiar de forma, que yo haya visto, al menos
.

Y entonces… pareció como si el viejo ser hubiera tomado una decisión.

Muy bien, te lo diré. ¿Qué sabes del poder del hipnotismo?

—¿Hipnotismo? —repitió Dragosani, que aún no comprendía. Pero un instante después quedó boquiabierto cuando, en un relámpago de comprensión, la verdad apareció ante sus ojos—. ¡Hipnotismo colectivo! ¡Ése era tu truco!

Así es. Pero el hipnotismo puede engañar a la mente, no a los espejos. Y aunque yo parezca ser un aleteante murciélago, o un ágil lobo, mi sombra continúa siendo la de un hombre. ¡Ah, la mística se desvanece, Dragosani! ¿No lo crees así?

Dragosani recordó una vez más el leproso tentáculo, pero no dijo nada. Dragosani estaba convencido desde hacía tiempo que las criaturas muertas (o no-muertas) que hablaban en la mente de los hombres podían además ser maestras en el arte del engaño. De todas formas, él tenía más preguntas:

—No puedes cruzar una corriente de agua, pues te ahogas.

¡Ejem! Creo que también tengo una explicación para esa creencia. Cuando vivía, yo era un mercenario voivoda. ¡Y por cierto que no cruzaba nunca una corriente de agua! Ésa era mi estrategia. Cuando el invasor se acercaba, yo esperaba a que él cruzara el agua, y lo masacraba en mi ribera. Puede que allí se haya originado la leyenda, en las orillas del Dunarea, del Motrul y del Siretul. Y yo he visto a esos ríos correr rojos de sangre, Dragosani

Mientras el otro ofrecía esta explicación, Dragosani se preparaba para la gran cuestión. Y ahora, sin hacer una pausa, la planteó:

—¡Tú bebes la sangre de los vivos! Es un deseo que te posee y te domina. Sin sangre mueres. Tu naturaleza malvada exige que te alimentes de las vidas de otros. La sangre es la vida.

¡Ridículo! La maldad, o el mal, no es más que una disposición de la mente. Si aceptas el mal, debes aceptar el bien. Quizá yo no esté muy al corriente de lo que sucede en tu mundo, Dragosani, pero en el mío el bien brillaba por su ausencia. Y con respecto a beber sangre, ¿tú no comes carne? ¿Y bebes vino? ¡Claro que lo haces! Devoras la carne de las bestias y bebes la sangre de las uvas. ¿Es eso malo? Muéstrame una criatura viva que no devore a otras criaturas inferiores a ella, pero igualmente vivas. Esta leyenda se origina en las crueldades que cometí, que no niego, y en la sangre que derramé en el curso de mi vida. ¿Por qué fui cruel? Pensaba que si mis enemigos me creían un monstruo, se mostrarían menos dispuestos a atacarme. Y así fue cómo me convertí en un monstruo. ¿Y quién puede decir que me he equivocado, si mi leyenda se ha vuelto aún más terrorífica con el paso del tiempo, y ha durado tanto?

—Eso no responde a mi pregunta. Yo…

Y yo… estoy muy cansado. ¿Sabes cuánto me cuesta esta especie de inquisición? ¿Crees que yo soy uno de tus cadáveres, Dragosani? ¿Un sujeto susceptible de ser examinado por un nigromante?

Cuando oyó estas palabras, Dragosani tuvo una ocurrencia que apartó de inmediato de su mente.

—Una última pregunta —dijo con tono sombrío.

De acuerdo, si no puedes evitarla

—La leyenda dice que la mordedura de un vampiro vuelve vampiros a los hombres. Si tú bebieras mi sangre, ¿me convertiría yo en lo que tú eres, en un no-muerto?

Hubo un largo silencio, en el que Dragosani percibió cierta confusión, la búsqueda de una respuesta. Y finalmente:

Hace mucho, mucho tiempo, cuando el mundo era joven, los bosques estaban poblados por diversas especies de criaturas, y también por grandes murciélagos. La enfermedad los destruyó —una horrible enfermedad que sólo los atacaba a ellos
—,
pero algunos aprendieron a vivir con su dolencia. En mis días existía una especie que chupaba la sangre de otros animales, y también la de los hombres. Como los murciélagos eran portadores de la enfermedad, la transmitían a aquellos a quienes mordían, y se vio que sus víctimas manifestaban ciertos síntomas que

—¡Basta! —exclamó Dragosani—. Tú te refieres a los murciélagos vampiros, una especie que aún existe en América del Sur y América Central. La enfermedad es la rabia. Pero… no veo la relación.

La criatura en el suelo decidió ignorar el escepticismo de su interlocutor.

¿América?
, preguntó.

—Un continente nuevo —explicó Dragosani—. En tus tiempos aún no lo habían descubierto. Es muy grande, muy rico y muy, muy poderoso.

¿De verdad? Deberás describirme este nuevo mundo con más detalle, pero en otra ocasión. Ahora… ahora estoy fatigado y

—¡No tan rápido! —exclamó Dragosani, que se daba cuenta de que la conversación había vuelto a perder el rumbo—. ¿Quietes decir que si me muerdes no me convertiré en un vampiro? ¿Intentas convencerme de que la leyenda carece de fundamento, con excepción de esa supuesta relación con los murciélagos vampiros? ¡No te creo, viejo demonio! No, porque los murciélagos fueron llamados «vampiros» por ti, y no al revés.

Otra pausa, aunque no lo bastante larga como para que el otro tuviera tiempo de meditar su respuesta, y Dragosani continuó:

—Me has preguntado si yo deseaba pertenecer a los wamphyri. ¿Y de qué otra manera podrías hacerme wamphyr? ¿Acaso podrían «concederme» la condición de tal, como a ti en una ocasión se te otorgó la Orden del Dragón? ¡Ja! ¡Basta de mentiras, viejo demonio! Quiero saber la verdad. Y si realmente eres mi «padre», ¿por qué no me la dices? ¿De qué tienes miedo?

Dragosani sintió la desaprobación de las presencias invisibles; percibió que se alejaban de él. La voz que resonaba en su mente parecía ahora extremadamente fatigada y acusadora.

Me has prometido un obsequio, un pequeño tributo, y sólo me has traído fatiga y tormento. Soy una chispa que se debilita, hijo mío, un rescoldo que se extingue. Has mantenido viva la llama temblorosa, ¿por qué habrías de apagarla ahora? Déjame dormir si no quieres… que… me… agote… por completo…, Dragosaaniiii

Dragosani apretó los labios, se tragó la frustración que sentía, y cogió al cerdito por las patas traseras. Se puso en pie de un salto, cogió una navaja y la abrió. La hoja relució, afilada como una cuchilla de afeitar.

—¡Tu obsequio! —exclamó con brusquedad.

El cerdito lanzó un chillido y luchó para soltarse. Dragosani le abrió de un solo tajo la garganta, y dejó caer el chorro de sangre sobre la oscura tierra. De inmediato se levantó un viento que suspiró entre los pinos con una voz semejante a la de la criatura que yacía enterrada:
¡Ahhhh!

Dragosani arrojó el cadáver del cerdito entre unas nudosas raíces, dio unos pasos hacia atrás, sacó un pañuelo y se limpió las manos. Las presencias invisibles se deslizaron hacia adelante.

—¡Atrás! —las increpó Dragosani, y se giró para irse—. ¡Atrás, fantasmas de hombres! ¡Es para él, no para vosotros!

Dragosani descendió entre los pinos en medio de la más completa oscuridad, pero sus pasos eran tan seguros como los de un gato. A su manera, también él era una criatura nocturna. Pero estaba vivo. Y mientras pensaba en la vida, la muerte y la no-muerte, una helada sonrisa apareció en su rostro. Y sonriendo en la oscuridad, recordó una pregunta que no había formulado: ¿Cómo se puede matar a un vampiro? ¿Cómo matarlo bien muerto?

No, no le había hecho esa pregunta a la criatura que yacía enterrada; no era algo que se pudiera preguntar en un lugar como éste, y en las horas oscuras. Porque, ¿quién podía prever la reacción de aquella cosa? La pregunta podía ser muy peligrosa.

Además, Dragosani creía conocer la respuesta.

El día siguiente era jueves. Dragosani había pasado una mala noche y se despertó temprano. Miró por la ventana y vio a Ilse Kinkovsi que daba de comer a las gallinas. Ella vio sus movimientos en la ventana por el rabillo del ojo, y alzó el rostro.

Dragosani había abierto las ventanas de par en par y llenaba sus pulmones con el aire de la mañana. Apoyado en el alféizar, inclinado hacia la luz, su tez era blanca como la nieve. Ilse le miró el pecho desnudo. Cuando respiraba profundamente, como ahora, los músculos bajo sus brazos, que se extendían en forma de V hacia la espalda, parecían hincharse como globos. Este tipo no era lo que parecía. Ilse sospechó que Dragosani podía ser muy fuerte.

—¡Buen día! —lo saludó.

Él le respondió con una leve inclinación de cabeza, y cuando la miró supo por qué había dormido tan mal. Ilse era la razón…

—¿Le sienta bien? —le preguntó ella, tras pasarse la lengua por los labios para dejarlos brillantes.

—¿Cómo dice? —preguntó él de nuevo a la defensiva, y de inmediato se maldijo por dentro por comportarse como un niño. ¡Sí, él, Dragosani!

—Digo que si le sienta bien el aire en la piel. ¿Le agrada? Pero ¡qué pálido está usted,
Herr
Dragosani! ¡Le vendría bien un poco de sol!

—Puede… puede que tenga razón —tartamudeó él y se retiró de la ventana para vestirse.

Mientras se vestía, dando furiosos tirones a las ropas, pensó:

«Mujeres, hembras, sexo… ¡Qué horrible! ¿Pero lo es, de verdad? ¡Tan poco natural, en todo caso! ¡Y tan… tan necesario! ¿Será eso lo que me falta?»

Bueno, había una manera de averiguarlo. Esta noche. Tendría que ser esta noche, porque mañana llegaban los ingleses. Dragosani se decidió y fue hacia la ventana.

Ilse continuaba alimentando a las gallinas. Cuando oyó carraspear a Dragosani miró hacia arriba y vio que se estaba abotonando la camisa y que la miraba. Sus ojos se encontraron durante un instante; luego, con voz insegura, él dijo:

—Ilse, ¿todavía hace mucho frío? Quiero decir, por las noches…

Ella frunció el entrecejo y se preguntó qué querría decir él realmente.

—¿Frío? No, si ya estamos en verano.

—Si es así, creo que esta noche dejaré la ventana abierta. Y también las cortinas.

La frente de Ilse se distendió. La joven echó hacia atrás la cabeza y rió.

—Eso es muy saludable —respondió al cabo de un instante—. Estoy segura de que le sentará muy bien.

Dragosani, de repente muy avergonzado, volvió a apartarse de la ventana, la cerró y terminó de vestirse. Por un momento lamentó lo que había hecho —esa cita tan fácil, que en verdad parecía preparada especialmente para él—, pero luego decidió no preocuparse más por el asunto. Ya no podía volverse atrás. Lo que tuviera que ser, sería. Y, de todos modos, ya era tiempo e que perdiera la virginidad.

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