Read El regreso de Sherlock Holmes Online

Authors: Arthur Conan Doyle

El regreso de Sherlock Holmes (11 page)

BOOK: El regreso de Sherlock Holmes
9.11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Como usted desee, señor Holmes, siempre que atrapemos a nuestro hombre.

—No es mi intención hacerme el misterioso, pero cuando llega el momento de actuar resulta imposible entretenerse en largas y complicadas explicaciones. Tengo en la mano todos los hilos del asunto. Aunque la señora no llegara a recuperar la conciencia, todavía podríamos reconstruir lo que sucedió anoche y encargarnos de que se haga justicia. En primer lugar, necesito saber si por estos alrededores hay alguna posada que se llame «Elrige's».

Se interrogó a los sirvientes, pero ninguno de ellos había oído hablar de semejante lugar. Sin embargo, el mozo de cuadras aclaró la cuestión al recordar que a varios kilómetros de allí, en dirección a East Rust, vivía un granjero que se apellidaba así.

—¿Es una granja aislada?

—Muy aislada, señor.

—¿Incluso es posible que aún no se hayan enterado de lo que sucedió aquí esta noche?

—Puede que no, señor.

Holmes reflexionó un momento y una curiosa sonrisa apareció en su rostro.

—Ensilla un caballo, muchacho —dijo—. Quiero que lleves una nota a la granja de Elrige.

Sacó de un bolsillo una serie de papeles con los dibujos de monigotes, los colocó delante de él en la mesa del estudio y estuvo trabajando durante un rato, al cabo del cual le pasó una nota al mozo, encargándole que la entregara en propia mano a la persona a quien iba dirigida, e insistiéndole de manera especial en que no respondiera a ninguna pregunta que pudieran hacerle. Pude ver el sobre de la carta, escrito con letra irregular y desordenada, que no se parecía nada a la letra pulcra de Holmes. Iba dirigido al señor Abe Slaney, Granja Elrige, East Ruston, Norfolk.

—Creo, inspector —comentó Holmes—, que lo mejor será que telegrafíe pidiendo refuerzos, pues si mis cálculos son correctos, puede usted tener que conducir a la cárcel del condado a un preso muy peligroso. Seguro que el mismo muchacho que lleva esta carta puede llevar su telegrama. Si sale esta tarde algún tren para Londres, Watson, creo que haríamos bien en cogerlo, porque tengo que terminar un análisis químico bastante interesante y esta investigación está a punto de concluir.

Cuando el joven hubo partido con la nota, Sherlock Holmes dio instrucciones a la servidumbre. Si llegaba alguna visita preguntando por la señora Cubitt, no se le debía dar ninguna información sobre su estado, sino que tenían que hacerla pasar inmediatamente al recibidor. Puso la máxima insistencia en que se grabaran esto en la mente. Por último, nos condujo al recibidor, mientras comentaba que el asunto había quedado ya fuera de sus manos y que procurásemos pasar el tiempo lo mejor que pudiéramos hasta que viésemos lo que nos aguardaba. El doctor se había marchado a atender a sus pacientes y sólo quedábamos el inspector y yo.

—Creo que puedo ayudarles a pasar una hora muy entretenida y provechosa —dijo Holmes, acercando su silla a la mesa y extendiendo delante de él los diversos papeles donde habían quedado registrados los bailes de los monigotes—. En cuanto a usted, querido Watson, le debo toda clase de reparaciones por haber dejado transcurrir tanto tiempo sin satisfacer su natural curiosidad. A usted, inspector, el asunto le resultará muy atractivo como estudio profesional. Antes que nada, debo informarle de las interesantes circunstancias relativas a las consultas que el señor Hilton Cubitt me hizo en Baker Street.

A continuación, Holmes resumió en pocas palabras los hechos que el lector ya conoce.

—Tengo aquí delante estas curiosas obras de arte, que nos harían sonreír si no hubieran demostrado ser el anuncio de una tragedia tan terrible. Estoy bastante versado en todos los tipos de escritura secreta, e incluso he escrito una modesta monografía sobre el tema, en la que analizo ciento sesenta cifrados diferentes, pero confieso que éste era completamente nuevo para mí. Al parecer, la intención de los inventores del sistema era que nadie notara que los dibujos encerraban un mensaje, dando la impresión de que se trataba de meros dibujos infantiles hechos al azar.

Sin embargo, una vez que sabemos que los símbolos representan letras y aplicando las reglas que se utilizan para descifrar toda clase de escrituras en clave, la solución resulta bastante sencilla. El primer mensaje que llegó a mí era tan corto que me resultó imposible hacer nada con él, excepto determinar con relativa confianza que el símbolo X correspondía a la letra E. Como saben ustedes, la letra E es la letra más corriente del alfabeto inglés, y predomina de tal manera que, incluso en las frases muy cortas, podemos tener la seguridad de que aparecerá con más frecuencia que las demás. De los quince símbolos que componían el primer mensaje, cuatro eran iguales, por lo que cabía suponer que representaban la letra E. Es cierto, en algunos casos la figurita aparece llevando una bandera y en otros casos no, pero por el modo en que estaban distribuidas las banderas, parecía razonable suponer que servían para separar las palabras de la frase. Partí, pues, de la hipótesis de que la siguiente figura representaba la E:

Pero ahora venía lo verdaderamente difícil del problema. Después de la E, el orden de frecuencia de las demás letras en el idioma inglés no es tan claro, y las preponderancias que pueden advertirse en una hoja de texto impreso pueden no presentarse en una frase breve. Hablando en general, el orden numérico de frecuencia de las letras sería T, A, O, I, N, S, H, R, D y L; pero la T, la A y la O aparecen casi con la misma frecuencia, y resultaría interminable probar una a una todas las combinaciones hasta obtener una frase que tuviera sentido. En consecuencia, esperé a disponer de más material de estudio. En mi segunda entrevista con el señor Hilton Cubitt, éste me proporcionó otras dos breves fases y un mensaje que, puesto que no tenía banderas, parecía consistir en una sola palabra. Aquí están los símbolos. Ahora bien, en esta única palabra tenemos dos E, en segunda y cuarta posición de una palabra de cinco letras. Podría tratarse de sever, lever o never
701
. No cabe duda de que la última posibilidad es la más probable, como respuesta a una petición, y las circunstancias parecían indicar que se trataba de una respuesta escrita por la señora. Si aceptamos esto como correcto, podemos ya afirmar que los siguientes símbolos corresponden, respectivamente, a las letras N, V y R
702
:

Aun así, las dificultades seguían siendo considerables, pero una idea afortunada me proporcionó varias letras más. Se me ocurrió que, si estas peticiones procedían, como yo sospechaba, de alguien que había conocido íntimamente a la dama en su vida anterior, era muy probable que la combinación formada por dos E y tres letras intermedias significara el nombre ELSIE. Examinando los dibujos, descubrí este tipo de combinación al final del mensaje que se había repetido tres veces. No cabía duda de que se trataba de un llamamiento a "Elsie". De este modo conseguí la L, la S y la I. Pero ¿qué podía estarle pidiendo? La palabra que venía delante de "Elsie" tenía sólo cuatro letras y terminaba en E. Lo más probable era que se tratara de COME (ven). Probé con otras muchas palabras terminadas en E, pero ninguna parecía adecuada al caso. Así pues, disponía ya de la C, la O y la M, y me encontraba ya en situación de atacar de nuevo el primer mensaje, dividiéndolo en palabras y colocando puntos en lugar de símbolos aún no descifrados. Una vez sometido a este tratamiento, el mensaje arrojó el siguiente resultado:

.M .ERE ..E SL.NE.

Ahora bien, la primera letra no podía ser más que la A, lo cual constituía un descubrimiento utilísimo, ya que se repite no menos de tres veces en esta frase tan breve. Además, la H se hace evidente en la segunda palabra, con lo cual, el mensaje queda así:

AM HERE A.E SLANE.

Y rellenando los huecos evidentes del nombre:

AM HERE ABE SLANEY

Ahora ya disponía de tantas letras que podía acometer con bastante confianza el segundo mensaje, que quedó de la siguiente manera:

A. ELRI.ES

Esto sólo cobraba sentido sustituyendo los puntos por las letras T y G, y suponiendo que se trataba del nombre de alguna casa o posada en la que se aloja el autor del mensaje.

El inspector Martin y yo escuchábamos con el máximo interés la clara y completa explicación de cómo mi amigo había obtenido los resultados que le habían proporcionado un control tan completo de nuestra difícil situación.

—¿Y qué hizo usted entonces? —preguntó el inspector.

—Tenía toda clase de razones para suponer que este Abe Slaney era americano, ya que Abe es un diminutivo norteamericano y además sabíamos que una carta procedente de Estados Unidos había sido el punto de partida de todo el problema. También tenía razones de sobra para sospechar que el asunto encerraba algún secreto criminal. Las alusiones de la dama a su pasado y su negativa a confiarle su secreto al marido señalaban en la misma dirección. Así pues, telegrafié a mi amigo Wilson Hargreave, del Departamento de Policía de Nueva York, que más de una vez se ha beneficiado de mis conocimientos sobre el delito en Londres, y le pregunté si conocía algo del nombre Abe Slaney. Aquí está su respuesta: «El maleante más peligroso de Chicago.» La misma tarde que recibí esta respuesta, Hilton Cubitt me envió el último mensaje de Slaney. Utilizando las letras ya conocidas, quedó de esta forma:

ELSIE .RE .ARE TO MEET THY GO.

Añadiendo una P y una D se completaba el mensaje (Elsie prepare to meet thy god = Elsie, prepárate a comparecer ante Dios), que demostraba que el canalla había pasado de la persuasión a las amenazas; y, conociendo como conozco a los granujas de Chicago, estaba seguro de que no tardaría en pasar de las palabras a la acción. Así que vine a toda prisa a Norfolk con mi amigo y compañero el doctor Watson, pero, por desgracia, sólo llegamos a tiempo de comprobar que ya había sucedido lo peor.

—Es un privilegio colaborar con usted en la resolución de un caso —dijo el inspector con gran convicción—. Sin embargo, me perdonará que le hable con franqueza. Usted sólo tiene que responder ante sí mismo, pero yo debo responder ante mis superiores. Si este Abe Slaney que vive donde Elrige es, efectivamente, el asesino, y consigue escapar mientras yo me quedo aquí sentado, me veré sin duda en un grave apuro.

—No debe usted preocuparse. No intentará escapar.

—¿Cómo lo sabe?

—Huir equivaldría a confesar su crimen.

—Entonces, vayamos a detenerlo.

—Estoy esperando que venga él aquí, de un momento a otro.

—¿Por qué habría de venir?

—Porque le he escrito pidiéndole que venga.

—¡Pero esto es increíble, señor Holmes! ¿Cree que va a venir sólo porque usted se lo pida? ¿No ve que una petición semejante despertará sus sospechas y le impulsará a huir?

—Creo que he sabido presentar la carta del modo adecuado —dijo Sherlock Holmes—. De hecho, o mucho me equivoco o aquí tenemos al caballero en persona, que viene por el sendero.

En efecto, un hombre avanzaba por el sendero que llegaba hasta la puerta. Era un tipo alto, apuesto y moreno, que vestía un traje de franela gris, con sombrero panamá, barba negra y encrespada, nariz grande, aguileña y agresiva y un bastón con el que hacía florituras al andar. Por los aires que se daba al caminar por el sendero, se diría que el lugar le pertenecía, y llamó a la puerta con un campanillazo fuerte y lleno de confianza.

—Creo, caballeros —dijo Holmes en voz baja—, que lo mejor será tomar posiciones detrás de la puerta. Toda precaución es poca cuando se trata de un sujeto como éste. Necesitará usted sus esposas, inspector. Deje que sea yo el que hable.

Aguardamos en silencio un momento —uno de esos momentos que ya no se olvidan— y luego se abrió la puerta y entró nuestro hombre. Al instante, Holmes le aplicó una pistola a la cabeza y Martin cerró las esposas en torno a sus muñecas. Todo se hizo con tal rapidez y destreza que el individuo se encontró indefenso antes de poder darse cuenta de que le atacaban. Nos miró con sus ojos negros y llameantes y entonces estalló en una amarga carcajada.

—Bien caballeros, esta vez me han ganado por la mano. Parece que fui a topar con algo duro. Pero vine aquí en respuesta a una carta de la señora Hilton Cubitt. ¿No me dirán que ella está metida en esto? ¿No me dirán que ella los ayudó a tenderme esta trampa?

—La señora Cubitt está gravemente herida y se encuentra a las puertas de la muerte.

El hombre soltó un alarido de dolor que resonó en toda la casa.

BOOK: El regreso de Sherlock Holmes
9.11Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Ice Harvest by Scott Phillips
The Wedding Bees by Sarah-Kate Lynch
Dragon Blood-Hurog 2 by Patricia Briggs
The Killing Blow by J. R. Roberts