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Authors: Arthur Conan Doyle

El regreso de Sherlock Holmes (15 page)

BOOK: El regreso de Sherlock Holmes
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—Empiezo a creer que sí, señor Holmes, pero cuando pensé en todas las precauciones que había tomado para proteger a esta muchacha..., porque yo la amaba, señor Holmes, y es la única vez en mi vida que he sabido lo que es el amor... me volví loco al saber que estaba en poder del matón más brutal de Sudáfrica, un tipo cuyo solo nombre infunde un terror supersticioso desde Kimberley a Johannesburgo. Sí, señor Holmes, usted no lo creerá, pero desde que esta chica empezó a trabajar para mí, ni una sola vez dejé que pasara delante de esta casa, donde yo sabía que se ocultaban estos canallas, sin seguirla en mi bicicleta para asegurarme de que no le ocurriera nada malo. Me mantenía distanciado de ella, y me ponía una barba postiza para que no me reconociera, porque se trata de una joven decente y orgullosa, que no se habría quedado mucho tiempo en mi casa de haber sabido que yo la iba siguiendo por las carreteras rurales.

—¿Por qué no la advirtió del peligro?

—Porque también en este caso se habría marchado, yo no podía soportar la idea. Aunque no me amara, significaba mucho para mí ver su preciosa figura por la casa y oír el sonido de su voz.

—Usted llama a eso amor, señor Carruthers —dije yo—, pero yo lo llamo egoísmo.

—Puede que las dos cosas vayan unidas. Fuera como fuere, no quería que se marchara. Además, con esta gente por aquí, convenía que hubiera alguien cerca para cuidar de ella. Y cuando llegó el telegrama, tuve la seguridad de que pronto entrarían en acción.

—¿Qué telegrama?

—Este —dijo Carruthers, sacándolo del bolsillo. El texto era breve y conciso:

«El viejo ha muerto.»

—¡Hum! —dijo Holmes—. Creo que ya sé cómo se desarrollaron las cosas, y me doy cuenta de que este telegrama debió impulsarlos a entrar en acción, como usted dice. Pero, mientras aguardamos, podría usted explicarme algunos detalles.

El viejo renegado de la sobrepelliz soltó una explosiva descarga de palabrotas.

—Por mi alma, Bob Carruthers —dijo—, que si nos delatas te voy a hacer lo mismo que tú le hiciste a Jack Woodley. Puedes rebuznar todo lo que quieras acerca de la chica, porque ese es asunto tuyo, pero si traicionas a tus compañeros con este poli de paisano, será la peor faena que has hecho en tu vida.

—No se excite, reverendo —dijo Holmes, encendiendo un cigarrillo—. Los cargos contra usted están bastante claros, y sólo quiero preguntar unos cuantos detalles por curiosidad personal. Sin embargo, si existe algún problema en que ustedes me lo cuenten, seré yo quien hable y veremos qué posibilidades tienen de ocultar sus secretos. En primer lugar, tres de ustedes llegaron de Sudáfrica para dar este golpe: usted, Williamson, usted, Carruthers, y Woodley.

—Error número uno —dijo el anciano—. Yo no conocía a ninguno de los dos hasta hace dos meses, y jamás en mi vida he estado en África, así que puede meter eso en su pipa y fumárselo, señor Metomentodo Holmes.

—Es cierto lo que dice —confirmó Carruthers.

—Bien, bien, vinieron sólo dos. El reverendo es un producto del país. Ustedes conocieron a Ralph Smith en Sudáfrica y tenían motivos para suponer que no viviría mucho. Entonces averiguaron que su sobrina heredaría su fortuna. ¿Qué tal voy?

Carruthers asintió y Williamson soltó una palabrota.

—No cabe ninguna duda de que ella era el pariente más próximo, y ustedes estaban seguros de que el viejo no haría testamento.

—No sabía ni leer ni escribir —dijo Carruthers.

—Así que ustedes dos se plantaron aquí y localizaron a la chica. El plan era que uno de los dos se casara con ella y el otro recibiría una parte del botín. Por alguna razón, Woodley salió elegido como marido. ¿Cómo fue eso?

—Nos la jugamos a las cartas en el viaje. Él ganó.

—Comprendo. Usted tomó a la joven a su servicio, y así Woodley podría cortejarla. Pero ella se dio cuenta de que era un bruto borracho y no quiso saber nada de él. Mientras tanto, su plan se trastornó porque usted mismo se enamoró de la chica, y no podía soportar la idea de que este rufián se la quedase.

—¡No, por San Jorge, no podía!

—Hubo una pelea entre ustedes. Woodley se marchó enfurecido y comenzó a hacer sus propios planes sin contar con usted.

—Empiezo a pensar, Williamson, que no hay mucho que podamos decirle a este caballero —dijo Carruthers con una risa amarga—. Sí, nos peleamos y él me derribó. Pero ahora ya estamos en paz. Entonces lo perdí de vista. Fue entonces cuando él reclutó a este padre renegado. Descubrí que se habían instalado juntos aquí, en el trayecto que ella recorría para ir a la estación. A partir de entonces, no la perdí de vista, porque sabía que se estaba cociendo alguna diablura. Hace dos días, Woodley se presentó en mi casa con este telegrama, que nos comunicaba la muerte de Ralph Smith. Me preguntó si estaba dispuesto a seguir adelante con el trato. Le respondí que no. Preguntó entonces si accedería a casarme con la chica y darle a él una parte. Le dije que lo haría de muy buena gana, pero que ella no me aceptaba. Entonces, Woodley dijo: «Primero vamos a casarla, y puede que al cabo de una o dos semanas vea las cosas de diferente manera». Le respondí que me negaba a utilizar la violencia, y se marchó maldiciendo, como el canalla malhablado que siempre ha sido, y jurando que sería suya de un modo u otro. Ella se iba a marchar de mi casa esta semana y yo había conseguido un coche para llevarla a la estación, pero me sentía tan intranquilo que la seguí en bicicleta. Sin embargo, dejé que me tomara demasiada delantera, y antes de que pudiera alcanzarla el mal ya estaba hecho. No supe nada más hasta que los vi a ustedes dos regresando con el coche.

Holmes se puso en pie y tiró la colilla de su cigarrillo a la chimenea.

—He sido un obtuso, Watson —dijo—. Cuando me presentó usted su informe dijo que le había parecido ver al ciclista arreglarse la corbata entre los arbustos. Sólo con esto tendría que haberlo comprendido todo. Sin embargo, podemos felicitarnos por haber intervenido en un caso bastante curioso y en algunos aspectos único. Veo venir por el sendero a tres policías del condado, y me alegra comprobar que el pequeño mozo de cuadras se mantiene a su paso; es probable que ni él ni el fascinante novio sufran daños permanentes a causa de las aventuras de esta mañana. Creo, Watson, que en su calidad de médico debería atender a la señorita Smith y decirle que si se encuentra suficientemente recuperada tendremos mucho gusto en acompañarla a casa de su madre. Y si su recuperación no es completa, ya verá usted como una ligera alusión a la posibilidad de enviar un telegrama a cierto joven electricista de las Midlands la deja curada del todo. En cuanto a usted, señor Carruthers, creo que ha hecho todo lo que ha podido por reparar su participación en un plan maligno. Aquí tiene mi tarjeta, y si mi declaración puede servirle de ayuda en el juicio, me tendrá a su disposición.

El lector probablemente habrá observado que, sumido en el torbellino de nuestra incesante actividad, suele resultarme difícil redondear mis relatos añadiendo esos detalles finales que tanto aprecian los curiosos. Cada caso ha servido de preludio a otro y, una vez pasada la crisis, los actores desaparecen para siempre de nuestras ajetreadas vidas. Sin embargo, al final de los manuscritos referentes a este caso he encontrado una breve anotación que confirma que la señorita Violet Smith heredó una gran fortuna y que actualmente es la esposa de Cyril Morton, socio principal de Morton & Kennedy, conocidos electricistas de Westminster. Williamson y Woodley fueron procesados por secuestro y agresión; al primero le cayeron siete años y al segundo diez. No consta ningún dato acerca de Carruthers, pero estoy seguro de que el tribunal no juzgaría con mucha severidad su agresión, teniendo en cuenta que Woodley tenía reputación de ser un maleante peligrosísimo, y creo que con unos meses bastaría para satisfacer las exigencias de la justicia.

5. La aventura del colegio Priory

En nuestro pequeño escenario de Baker Street hemos presenciado entradas y salidas espectaculares, pero no recuerdo ninguna tan repentina y sorprendente como la primera aparición del doctor Thorneycroft Huxtable, M.A., Ph.D., etc.
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Su tarjeta, que parecía demasiado pequeña para soportar el peso de tanto título académico, le precedió en unos segundos y luego entró él: tan grande, tan pomposo y tan digno que parecía la encarnación misma del aplomo y la solidez. Y sin embargo, lo primero que hizo en cuanto la puerta se cerró a sus espaldas fue tambalearse y apoyarse en la mesa, tras lo cual se desplomó en el suelo y allí quedó su majestuosa figura, postrada e inconsciente sobre la alfombra de piel de oso colocada delante de nuestra chimenea.

Nos pusimos en pie de un salto y durante unos instantes contemplamos con silencioso asombro aquel enorme resto de naufragio, que parecía el resultado de una repentina y letal tempestad ocurrida en algún lugar lejano del océano de la vida. Luego corrimos a socorrerlo, Holmes con un almohadón para la cabeza y yo con brandy para la boca. El rostro blanco y macizo estaba surcado por arrugas de preocupación, las fláccidas bolsas de debajo de los ojos tenían un color plomizo, la boca entreabierta se curvaba en una mueca de dolor y sus rollizas mejillas estaban sin afeitar. La camisa y el cuello mostraban las mugrientas señales de un largo viaje, y el cabello se encrespaba desordenadamente sobre la bien formada cabeza. El hombre que yacía ante nosotros había sufrido sin duda un duro golpe.

—¿Qué tiene, Watson? —preguntó Holmes.

—Agotamiento total, puede que simple hambre y cansancio —respondí, tomándole el pulso y verificando que el torrente de vida se había reducido a un débil goteo.

—Billete de ida y vuelta desde Mackleton, en el norte de Inglaterra —dijo Holmes, sacándoselo del bolsillo del reloj—. Y aún no son ni las doce. No cabe duda de que ha madrugado.

Los párpados fruncidos empezaron a temblar y un par de ojos grises y ausentes alzaron su mirada hacia nosotros. Un instante después, nuestro hombre se ponía en pie con dificultades y rojo de vergüenza.

—Perdone esta muestra de debilidad, señor Holmes; temo que me han fallado las fuerzas. Gracias. Si pudiera tomar un vaso de leche y una galleta, estoy seguro de que me pondría bien. He venido personalmente, señor Holmes, para asegurarme de que me acompañará usted a la vuelta. Temía que un simple telegrama no lograría convencerlo de la absoluta urgencia del caso.

—Cuando se haya repuesto usted del todo...

—Ya me siento perfectamente otra vez. No me explico cómo me dio este desfallecimiento. Señor Holmes, quiero que venga usted a Mackleton conmigo en el primer tren.

Mi amigo sacudió la cabeza.

—Mi compañero, el doctor Watson, podrá decirle que en estos momentos estamos ocupadísimos. No puedo dejar este caso de los documentos Ferrers, y además está a punto de comenzar el juicio por el crimen de Abergavenny. Sólo un asunto muy importante podría sacarme de Londres en estos momentos.

—¡Importante! —nuestro visitante levantó las manos—. ¿No se ha enterado del secuestro del único hijo del duque de Holdernesse?

—¿Cómo? ¿El que fue ministro?

—Exacto. Hemos tratado de ocultárselo a la prensa, pero anoche el Globe publicaba algunos rumores. Pensé que tal vez estuviera usted al corriente.

Holmes estiró su largo y delgado brazo y sacó el volumen «H» de su enciclopedia de consulta.

—«Holdernesse, sexto duque de K.G., P.C...
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, y así medio alfabeto...; barón de Beverley, conde de Carston... ¡Caramba, menuda lista!... Señor de Hallamshire desde 1900. Casado con Edith, hija de sir Charles Appledore, en 1888. Hijo único y heredero: lord Saltire. Propietario de unos 250,000 acres. Minas en Lancashire y Gales. Residencias: Carlton House Terrace, Londres; Mansión Holdernesse, en Hallamshire; castillo de Carston, en Bangor, Gales. Lord Almirante en 1872. Primer secretario de Estado... » ¡Vaya, vaya! Se trata, sin duda, de uno de los grandes personajes del reino.

—El más grande, y puede que el más rico. Ya sé, señor Holmes, que es usted un profesional de primera fila y que está dispuesto a trabajar por mero amor al trabajo. Sin embargo, puedo decirle que su excelencia ha prometido entregar un cheque de cinco mil libras a la persona que pueda indicarle el paradero de su hijo, y otras mil a quien pueda identificar a la persona o personas que lo han secuestrado.

—Una oferta principesca —dijo Holmes—. Watson, creo que acompañaremos al doctor Huxtable al norte de Inglaterra. Y ahora, doctor Huxtable, en cuanto se haya terminado la leche, le agradecería que nos contara lo que ha ocurrido, cuándo ocurrió, cómo ocurrió y, por último, qué tiene que ver en ello el doctor Thorneycroft Huxtable, del colegio Priory, cerca de Mackleton, y por qué viene a solicitar mis humildes servicios tres días después del suceso, como se deduce del estado de su barba.

Nuestro visitante había dado cuenta de su leche y sus galletas. Recuperado el brillo de sus ojos y el color de sus mejillas, comenzó a explicar la situación con considerable energía y lucidez.

—Debo informarles, caballeros, de que el Priory es un colegio preparatorio, del que soy fundador y director. Tal vez les resulte más familiar mi nombre si lo asocian a los Comentarios a Horacio por Huxtable. El Priory es el mejor y más selecto colegio preparatorio de Inglaterra, sin excepción alguna. Lord Leverstoke, el conde de Blackwater, sir Cathcart Soames..., todos ellos me han confiado a sus hijos. Pero cuando me pareció que mi colegio había alcanzado el cenit fue hace tres semanas, cuando el duque de Holdernesse envió a su secretario, el señor James Wilder, para notificarme la intención de poner a mi cargo al joven lord Saltire, de diez años de edad, hijo único y heredero suyo. ¡Qué poco imaginaba yo que aquello iba a ser el preludio de la desgracia más terrible de mi vida!

El muchacho llegó el 1 de mayo, que es cuando comienza el semestre de verano. Era un joven encantador, que se adaptó en seguida a nuestras normas. Debo decirle..., espero no estar cometiendo una indiscreción, pero en un caso como éste es absurdo andarse con medias verdades..., que el chico no era muy feliz en su casa. Es un secreto a voces que la vida matrimonial del duque no ha sido muy apacible y acabó desembocando en una separación por mutuo acuerdo. La duquesa se ha establecido en el sur de Francia. Esto ocurrió hace muy poco, y se sabe que las simpatías del muchacho estaban del lado de la madre. Cuando ella se marchó de la mansión Holdernesse, el chico se quedó muy deprimido, y por eso decidió el duque enviarlo a mi colegio. A los quince días se había adaptado por completo y parecía absolutamente feliz con nosotros.

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