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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

El señor del carnaval (30 page)

BOOK: El señor del carnaval
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María no dijo nada.

—Puede que sea usted una agente de policía consumada, Frau Klee, pero cuando hablamos de esta línea de trabajo, no es más que una simple aficionada. Para convertirse en un experto en vigilancia hace falta algo más que un tinte de pelo barato.

María miró a la mujer. Era joven y de una belleza espectacular, con los ojos azul claro y brillante, difícil de confundirse entre la muchedumbre. El hombre asustaba a María. Tenía el mismo tipo de ojos verdes que Vitrenko, con aquel extraño brillo penetrante que tantos ucranianos parecen tener. Tenía el pelo casi negro y la piel de su rostro dibujaba una especial tensión sobre la arquitectura eslava de sus facciones. Su aspecto era eficiente y su musculatura delgada, pero a María le dio la impresión de que estaba cansado.

—¿Qué va a pasar conmigo ahora? —dijo María—. ¿Por qué me han traído aquí en vez de tirar mi cuerpo por un bosque cualquiera, por ahí? No sé nada que les pueda ser de utilidad.

El ucraniano intercambió una sonrisa con la mujer que tenía al lado.

—Frau Klee, no tenemos absolutamente ninguna intención de hacerle daño. De hecho, hemos «intervenido», por decirlo de una manera suave, porque estaba usted a punto de ponerse en grave peligro de muerte. Y muy pronto. ¿Creyó usted realmente que Kushnier no sabía que lo estaba siguiendo a los pocos minutos de salir del bar?

—Kushnier —dijo la mujer ucraniana—. Maxim Kushnier, antiguo paracaidista ucraniano encargado de operaciones de bajo nivel en la organización de Vitrenko. Eso es lo más lejos que has ¡legado, hasta un capitán de a pie que probablemente no ha llegado a ver nunca a Vitrenko cara a cara. ¿Cómo demonios pretendías que Kushnier te llevara hasta Vitrenko?

—No lo pretendía. Pero pensaba que era una primera pista.

—Y ha estado a punto de ser la última —dijo el hombre. Se levantó y le hizo un gesto a la mujer, que se colocó detrás de María y la desató—. La estábamos siguiendo, aunque ni usted ni Kushnier se dieron cuenta: estaban demasiado ocupados bailando ese vals en la carretera de Delhoven.

—Si aquello era un baile —dijo María, frotándose las muñecas ahora liberadas—, yo era quien lo llevaba.

—Sí… —dijo el ucraniano, asintiendo con la cabeza con gesto conciliador—. Fue impresionante. Pero mientras merodeaba perdida por los campos de Renania, nosotros le limpiábamos los platos rotos.

—¿Lo maté?

—Con tres disparos: hombro, cuello y otra bala que le atravesó el riñón. La del riñón le hubiera provocado la agonía. Por suerte para él, murió desangrado por la bala en el cuello.

De pronto, María se sintió mareada. Sabía que lo había tocado, pero el hecho de que no hubiera encontrado el coche significó, hasta ese momento, no tener que enfrentarse al hecho de que había acabado con la vida de otro ser humano.

—Así que, ya lo ve —dijo el ucraniano—; ahora está usted trabajando oficialmente fuera de la ley. Como nosotros.

—¿Quiénes son ustedes? —María tomó el vaso de agua que la mujer le ofrecía.

—Somos tus nuevos socios.

—¿Servicio de Inteligencia Ucraniano?

—No, no somos del SBU.
[2]

Técnicamente, somos agentes de policía. Yo soy el capitán Taras Buslenko del
Sokil
, que significa «halcón». Pertenecemos a la brigada contra el crimen organizado de la Spetsnaz. Esta es la capitana Olga Sarapenko, de la milicia municipal de Kiev, algo parecido a vuestra
Schutzpolizei
. La capitana Sarapenko forma parte de la unidad antimafia de la policía de Kiev.

—¿Vais detrás de Vitrenko? —preguntó María.

—Sí. Y él detrás de nosotros. Lo que ves aquí son los restos de una unidad especial de siete personas organizada para venir aquí a «encargarnos» de Vitrenko.

—¿Planean llevar a cabo un asesinato ilegal en suelo alemán?

—¿No era exactamente lo que planeabas hacer tú si tenías la oportunidad?

María ignoró la pregunta.

—Decía usted que eran siete. ¿Dónde están los demás?

—Muertos. En el grupo había dos traidores. Nos encontramos en un pabellón de caza aislado de Ucrania, sin que nadie lo supiera. Para cuando supimos que habían sido dos de los nuestros y no un ataque externo, ya estábamos expuestos. Sólo tres conseguimos escapar al bosque, y entonces Belotserkovsky recibió un tiro por la espalda.

—Fue culpa mía… —El rostro de Olga Sarapenko reflejaba el dolor—. Yo estaba herida y él me estaba ayudando a salir.

—Se suponía que yo los cubría —dijo Buslenko. Entre ellos cayó un silencio y María pudo sentir que ambos estaban en un lugar y un tiempo distintos. Sabía lo que era vivir y revivir una experiencia como aquélla.

—¿Y por qué no volvieron a formar una unidad completa? —les preguntó.

—No teníamos ni el tiempo ni el motivo —dijo Buslenko—. El tiempo juega a favor de Vitrenko; tenemos que atraparlo antes de que él nos atrape a nosotros. Queremos que piense que hemos abortado nuestra misión y que la capitana Sarapenko y yo hemos escapado asustados. No podíamos estar seguros de que, en el caso de volver a formar la unidad, no volviésemos a tener infiltrados. Sabemos que podemos confiar el uno en el otro, y hay sólo otra persona de la que podemos fiarnos…

—¿Quién?

—Tú —dijo Buslenko, mientras le devolvía a María su pistola.

6

El público se enfervorizó. Andrea se colocó delante de ellos, con el cuerpo oscuro y brillante de falso bronceado y aceite corporal, con el odio y la rabia ocultos tras su falsa sonrisa, que resplandecía por toda la extensión del auditorio. La música elegida por Andrea retumbaba con fuerza y dureza y ella pensaba todo el rato en la puta estúpida y blanda que había sido. La de ahora, para que todo el mundo la viera, era la nueva Andrea Sandow; Andrea
la Amazona
. Cada nueva postura levantaba un rugido de admiración del público. Improvisó una postura opcional final al acabar su ejercicio: victoria general. Sus bíceps, mayores que los de cualquiera de sus competidoras, se hincharon con una topografía ondulante de venas y tendones. El público aplaudió y muchos se levantaron a aclamarla. Bajó hasta la postura de frontal relajado y le dedicó una profunda reverencia a los espectadores. Se volvió de lado de un salto y se retiró rápidamente al lado del escenario donde la esperaban las demás participantes. Maxine le dedicó una amplia sonrisa y un gesto respetuoso de la cabeza mientras la aplaudía, y con esto Andrea se supo vencedora. Todo el dolor, toda la angustia y los sacrificios la habían llevado hasta allí. Lo que nadie en el auditorio sabía era que no sólo había derrotado a sus competidoras.

Maxine le dio un abrazo sincero y cálido tan pronto como los jueces anunciaron su decisión. Andrea tuvo ganas de llorar pero, por supuesto, no le salieron las lágrimas.

Las otras concursantes la felicitaron, pero ella se dio cuenta de que sólo Maxine se alegraba sinceramente por ella. Andrea se sintió mal, consciente de que si las cosas hubieran sido al contrario, ella no habría sido tan generosa.

—Esta noche nos emborrachamos —dijo Maxine en inglés—. La competición ha terminado… ¿qué tal una semana de indulgencia antes de volver a la trituradora?

—Al champán invito yo —dijo Andrea mientras entraban en el vestuario. Allí las esperaban tres personas, a una de las cuales reconoció como Herr Waldheim, miembro del comité organizador de la competición.

—Éstos son Herr Doktor Gabriel y su enfermera, Frau Bosbach —dijo Waldheim, presentando a las personas que tenía al lado—. Están aquí de parte de la asociación de culturismo para hacerle un análisis de sangre aleatorio, si no tiene usted inconveniente.

—Por supuesto que no —respondió Andrea, que sentía que le dolían las mandíbulas por el esfuerzo de mantener la sonrisa puesta tanto rato.

7

Siguiendo la sugerencia de Fabel, dejaron el coche aparcado y él y Scholz anduvieron hasta Santa Úrsula. La iglesia estaba ubicada en una plazoleta encerrada entre los edificios circundantes. A un lado de la calle había un bar restaurante, y una rectoría anexa al templo.

—¿Dónde encontraron a Sabine Jordanski? —preguntó Fabel.

—Ahí, detrás de la iglesia.

Fabel y los demás siguieron a Scholz por el lateral del templo. Aquel lugar, como el escenario de la muerte de Melissa Schenker, quedaba oculto a la vista. Otra trampa mortal escondida.

—¿Dónde vivía?

—Su apartamento quedaba al volver la esquina más arriba, en Gereonswall —Scholz señaló la calle que salía desde donde se encontraban.

—Hay algo que no cuadra… —afirmó Fabel, mirando en dirección a la ciudad.

—¿Qué? —preguntó Scholz.

—Estoy convencido de que el asesino espera a sus víctimas, pero esta iglesia está en el lado equivocado. La muchacha no debió de pasar por aquí.

Scholz sonrió con tristeza y negó con la cabeza.

—Cuando volvió a casa iba con unos amigos. Se separaron aquí y ella siguió.

Aunque hubiese venido por este camino, el asesino no podría haberla atacado. Había testigos.

—Entonces, o bien la convenció, o bien la obligó a venir hasta aquí.

—Así debió de ser.

—Eso podría significar que esta iglesia en concreto sí representaba algo. ¿No había ningún síntoma de contacto sexual? —preguntó Fabel, aun sabiendo la respuesta.

—Ninguno —respondió Tansu—. Ni semen, ni muestras de agresión sexual.

Los cuatro detectives se quedaron mirando al fantasma del escenario del asesinato; el segundo que examinaban aquel día. Fabel empezaba a entender la dinámica de aquel pequeño equipo: Scholz actuaba como si no fuera el jefe, Kris y Tansu lo llamaban Benni, nunca
Chef
, pero la realidad era que conducía a su equipo de una manera probablemente más estricta de la que Fabel conducía al suyo. Kris era el aprendiz: recogía en silencio las perlas de sabiduría a los pies de Scholz. Tansu era voluntariosa e inteligente, pero se la veía todavía insegura y no estaba dispuesta a retar a Scholz. Estaba claro que éste no había aceptado la teoría de Tansu sobre la víctima de violación de 1999. Fabel, en cambio, era capaz de entender su razonamiento.

—Hay algo que tienes que ver. —Scholz encogió los hombros por el frío y guio a Fabel hacia las enormes puertas oscuras de Santa Úrsula. Jan lo siguió al interior de la iglesia, mientras levantaba la mirada hacia los techos abovedados y los vitrales de colores ardían débilmente sobre la luz invernal del fondo.

—Muy bonita.

—No es eso lo que quería enseñarte. —Scholz llevó a Fabel hacia una puerta grande, reforzada, que quedaba inmediatamente a la derecha de la entrada principal.

—Nosotros les esperamos aquí —dijo Tansu—. Eso de ahí abajo me da mal rollo.

Fabel y Scholz bajaron los peldaños de piedra hacia la cripta de la iglesia.

—Está abierta al público durante el día, pero vigilada constantemente por un circuito cerrado de TV. Y esa puerta tan sólida que acabas de ver, de noche queda cerrada a cal y canto y con un dispositivo de apertura cronometrada.

Fabel se detuvo de golpe. El techo abovedado era blanco, encalado y con detalles brillantes, como si todo el espacio estuviera recubierto de oro. Pero lo que el oro recubría fue lo que fascinó a Fabel.

—La Cámara Dorada… —explicó Scholz—. Santa Úrsula es la segunda iglesia románica más antigua de Colonia. Como has visto, la ciudad se ha ido comiendo su espacio, pero antiguamente había un vasto cementerio en el exterior desde los tiempos de los romanos. —Fabel miró por todos los rincones de la cámara. Los detalles de las paredes eran huesos y calaveras reales, incrustados en el cemento de las paredes y distribuidos en diseños geométricos. Había cientos de ellos, miles, todos dorados. El arte de la muerte. Había pequeñas hornacinas cavadas en las paredes de la bóveda, cada una con un busto de yeso.

—¿Conoces la leyenda de Santa Úrsula? —preguntó Scholz.

Fabel negó con la cabeza. Todavía estaba asimilando los detalles de la cámara.

Tantos muertos, restos humanos bañados en oro y utilizados como decoración. Era sobrecogedor, y horrible.

—Úrsula era una princesa británica que viajó hasta aquí con once mil vírgenes. Por desgracia, cuando llegaron, Colonia estaba asediada por una horda de hunos calenturientos procedentes del Este. Úrsula y sus vírgenes prefirieron morir antes que perder el honor, o algo así. —Se rio—. ¡Lo que costaría ahora encontrar a once mil vírgenes en Colonia! En realidad, la historia empezó con que había once vírgenes que acompañaban a Santa Úrsula, pero ya sabes cómo somos aquí en Colonia… empezamos hinchándolo hasta mil cien, y luego resultó que eran once mil. De todos modos, hay razones para creer que en el siglo V hubo algún tipo de martirio que tuvo que ver con las vírgenes. Cuenta la historia que las enterraron en este cementerio y después, cuando cavaron la tumba, construyeron la Cámara Dorada para albergar y exponer los restos. No obstante, lo más probable es que estos huesos sean de hace un par de siglos. Hay también docenas de osarios, y estos bustos de escayola contienen los restos de los que tenían bastante dinero como para reservarse un lugar para ellos.

—Resulta morboso —dijo Fabel.

—Es el catolicismo. —Scholz sonrió—. Éramos muy buenos con eso del
mementomori
: diviértete mientras estés vivo pero recuerda siempre que la muerte y la eternidad te esperan. Como te dije, es una idea que hemos refinado y concentrado en el carnaval.

—¿Por qué querías que viera esto? —preguntó Fabel—. I Crees que puede tener alguna relevancia la leyenda de las vírgenes y la Cámara Dorada? Según Tansu, la víctima de violación de hace siete años fue atacada detrás de esta iglesia. Y era virgen.

—Supongo que es posible que haya relación entre ese caso y los asesinatos. Pero pensé que querrías verlo, porque ambos crímenes ocurrieron en los aledaños de Santa Úrsula. Tal vez todo esto —dijo Scholz, mientras señalaba la Cámara Dorada con un movimiento de su mano— tenga algún significado especial para el asesino. Tal vez supuso que Melissa Schenker era virgen. Desde luego, por su estilo de vida parecía ser célibe. Pero, en cambio, tengo la sensación de que Sabine Jordanski debió de haber abandonado ese estado con entusiasmo desde hacía tiempo.

Fabel asintió con la cabeza.

—Algo habría en esas muchachas que le llamó la atención; no sólo el hecho de que tuvieran un cuerpo que le gustara. Las había visto antes de la noche que las mató. De alguna manera y en algún lugar hay un rasgo común.

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