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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

El señor del carnaval (35 page)

BOOK: El señor del carnaval
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—¿Esta noche? —Wagner se mordió los labios—. Veré lo que puedo hacer. Se supone que no puedo sacar documentos del disco duro del despacho… Pasaré por tu hotel sobre las ocho.

—Gracias. No sabes cuánto te lo agradezco.

—De nada, Jan. Sólo recuerda lo que acordamos.

—Lo haré —dijo Fabel—. Hasta la noche.

Observó a Wagner andando hacia la puerta oeste de la catedral, más allá del turista mexicano que seguía tomando notas y estudiando los detalles del vitral del rinoceronte que no debía estar allí.

4

Olga Sarapenko habló por el móvil con Buslenko mientras María mantenía la mirada fija en la pantalla del monitor, concentrada en la imagen borrosa y veteada de la puerta principal de la mansión de Molokov, esperando a que Vitrenko volviera a salir.

—Taras dice que debemos esperar —dijo Olga después de colgar—. Se acercará a Lindenthal. Le llevará al menos veinte minutos llegar a la ubicación exacta. Si Vitrenko no sale antes de que él llegue, Taras localizará el Lexus y lo seguirá.

—¿Solo? Buslenko correrá el mismo riesgo que corrí yo.

—Taras ya sabe lo que hace. —Olga hizo un gesto de disculpa—. Perdona, ya sabes lo que quiero decir. Es un especialista en esto.

—También lo son los tipos a los que persigue —espetó María, sin desviar su atención de la pantalla.

Olga acercó una silla a la de María y las dos se quedaron contemplando la falta de actividad. Dos guardas: uno en la puerta, el otro rondando la casa. Pareció que transcurría un año hasta que sonó el móvil de Olga. La conversación fue breve.

—Ya está en posición. Tenemos que informarlo de hacia dónde gira el Lexus cuando salga de las puertas.

5

Fabel comió de regreso a su hotel. Se sentó a una mesa rinconera de un café-bar en la planta baja de una vieja cervecería cerca de la catedral y se tomó una de las cervezas tradicionales de Colonia que, como el dialecto de la ciudad, se llamaba
Kolsch. LaKölsch
se servía siempre en unos vasos pequeños de tubo llamados
Stange
y Fabel advirtió que, tan pronto como se acababa una, le traían otra sin que la pidiera. Luego se acordó de que la costumbre de Colonia es que, a írtenos que pongas el posavasos encima del vaso, el camarero entiende que debe seguir sirviéndote nuevas dosis
deKölsch
. En el estado en el que se sentía en ese momento, Fabel pensó que aquel trato era más que satisfactorio. Pensó en lo bien que le sentaría quedarse en aquella acogedora cervecería y emborracharse tranquilamente. Pero, por supuesto, no lo haría. En realidad Fabel no había llegado nunca a emborracharse hasta caerse: hacerlo habría significado perder el control, permitirse entregarse a lo arbitrario, al caos. De pronto apareció un camarero ataviado con un delantal largo y le dijo algo totalmente ininteligible. Fabel lo miró sin comprender y luego se rio, recordando de nuevo las costumbres de Colonia. En los lugares así llamaban
Kobes
a los camareros y éstos hablaban en un
kölsch
muy cerrado, a menudo salpimentado con frases ingeniosas. El camarero sonrió y repitió su pregunta en alemán normativo y Fabel pidió su almuerzo.

Colonia era muy distinta de Hamburgo. «¿Es posible —se preguntó Fabel— cambiar tu entorno y cambiar tú mismo para adaptarte? Si hubiera nacido aquí en vez de en el norte, ¿sería una persona distinta?» El camarero se le acercó con su plato y un nuevo vaso de cerveza y Fabel trató de alejar todo aquello de su cabeza. De momento.

6

Llevaba cuatro horas allí sentada, pero María declinó la oferta de Olga de sustituirla en la vigilancia de los monitores. Empezaba a oscurecer y la mansión se reducía a una oscura figura geométrica interrumpida por la luz de las ventanas. De pronto se encendieron las luces encima de la puerta principal e iluminaron a uno de los guardas.

—Dile a Buslenko que hay movimiento… —le ladró a Olga.

La puerta se abrió de par en par y salió el guardaespaldas de Vitrenko. Se abrió la puerta del Lexus para que entrara alguien que seguía dentro de la casa y fuera del campo de visión. Luego una figura alta quedó enmarcada por la luminosa entrada.

De nuevo, el escalofrío del reconocimiento. Podía haberse cambiado la cara, pero desde esa distancia había un instinto primario capaz de identificar una forma grabada a sangre y fuego en su memoria. Se detuvo con la silueta de la cabeza ladeada. María sintió que se le helaban las venas: era como si Vitrenko estuviera mirando hacia la cámara, directamente hacia ella.

Avanzó y se metió en el Lexus, fuera ya de su vista.

María siguió el coche, que avanzaba en silencio sendero abajo hacia las puertas de la verja.

—Giran a la derecha.

El Lexus desapareció. El desapareció.

—Taras los sigue —dijo Olga Sarapenko—. Se dirigen a la autopista. Quiere que lo ayudes con su vigilancia. —Le lanzó un walkie-talkie—. Canal tres. Taras te guiará hasta dentro. Yo tengo que hacerme cargo de este puesto de vigilancia. Seré vuestro enlace y os pondré al día de cualquier novedad.

—¿No sería mejor que fueras tú? —preguntó María. De pronto tuvo mucho miedo y se sintió poco preparada para enfrentarse a las consecuencias de ponerse a su altura—. ¿No estás mejor entrenada para esto?

—Yo sólo soy agente de policía como tú. La diferencia es que tú eres una agente alemana. Taras cree que eso nos puede resultar útil si se complican las cosas.

—Pero yo no conozco esta ciudad…

—Tenemos todo el material de GPS que necesitamos para orientarte. Usa tu coche.

Será mejor que te vayas ya.

Había oscurecido y hacía una noche fría y húmeda. Colonia tenía un brillo apagado de noche invernal. Para ir a Lindenthal por Zollstock y Sülz había una carretera en línea recta. La radio permanecía en silencio en el asiento del copiloto. Al cabo de diez minutos, cuando se acercaba al parque de Stadtwald, María la cogió.

—Olga… Olga, ¿me oyes?

—Te oigo.

—¿Dónde se supone que voy?

—Estoy en la autopista en dirección norte… —Era la voz de Buslenko—. Ve hasta el cruce de Kreuz Köln-West y coge la A57 en dirección norte. Ya te avisaré si salimos.

Olga, guía a María por Junkersdorf hasta la autopista. El coche de Vitrenko no va rápido, pero María no nos atrapará hasta que nos detengamos. Olga… ¿Tienes alguna idea de adonde nos lleva?

—Espera —dijo Olga. Hubo una pausa—. Parece que Vitrenko está saliendo de la ciudad. Puede ser que vuelva hacia el norte. A Hamburgo.

—Es poco probable, a estas horas de la noche —dijo Buslenko. Su voz por la radio sonaba como si estuviera en otro mundo. María se sintió aislada, arropada por la oscuridad y la densa aguanieve que caía ahora sobre su parabrisas. ¿Cómo se había metido en aquella situación? Había depositado mucha confianza en aquella gente.

¿Quién le aseguraba que eran quienes decían ser? Alejó la idea de su cabeza: le habían salvado la vida; habían encontrado el cuerpo de Maxim Kushnier y lo habían hecho desaparecer; le habían dado a su mal planeada misión algo de coherencia y, al menos, un punto de viabilidad.

Tocó el botón de llamada de la radio.

—Dime hacia dónde tengo que ir…

7

El hotel Linden quedaba a unos pocos minutos de donde el Hansaring de Colonia se unía con la Konrad-Adenauer Ufer, que transcurría junto a la orilla del Rin. De alguna manera le dio a Fabel la esperanza de percibir algo de la vieja María en su elección: la situación del Linden le proporcionaba una base lo bastante céntrica sin llamar la atención. Le dijo al taxista que le esperara y subió las escaleras de acceso al pequeño vestíbulo del hotel. Una bella muchacha de pelo oscuro le sonrió desde detrás del mostrador de recepción, pero cuando Fabel le mostró su identificación de la policía de Hamburgo, su sonrisa se convirtió en una mueca de preocupación.

—No es nada grave —la tranquilizó—. Sólo intento encontrar a alguien.

Fabel le mostró una foto de María.

—¿Le suena de algo?

Su rictus de preocupación se hizo ahora más marcado.

—No puedo decirle que sí, pero la semana pasada estuve fuera. Déjeme que llame al jefe de servicio.

Se metió en la oficina y volvió acompañada de un hombre que parecía demasiado joven para lo serio de su expresión. En la manera en que miró a Fabel había un deje de desconfianza.

—¿En qué podemos ayudarle, Herr…?

—Erster Hauptkommissar Fabel. —Sonrió y volvió a mostrar su identificación—. Vengo de Hamburgo en busca de esta mujer. —Hizo una pausa mientras la bella recepcionista le mostraba la foto al jefe—. Se llama María Klee. Tenemos in formaciones que sugieren que se hospedó en esté hotel, pero puede que usara un nombre supuesto.

—¿Qué ha hecho?

—No veo que eso tenga nada que ver con su respuesta a mi pregunta. —Fabel se apoyó en el mostrador de recepción—. ¿La ha visto o no?

El jefe de servicio examinó la foto.

—Sí, la he visto. Pero ahora no tiene este aspecto.

—¿Qué quiere decir?

—Dejó el hotel hace un par de semanas. —Tecleó algo en el ordenador de recepción—. Sí, aquí está, habitación 26. Pero cuando se marchó llevaba el pelo muy corto y teñido de negro. Y otra cosa, su vestuario…

—¿Qué tenía de especial?

—Siempre era distinto. Y no me refiero a un simple cambio de ropa… Quiero decir que adoptaba estilos totalmente distintos. Un día super elegante; al día siguiente con aspecto dejado y ropa de baratillo…

«Vigilancia», pensó Fabel. Tenía alguna pista y la estaba siguiendo.

—¿Nada más? ¿Alguna vez se encontró con alguien en el hotel?

—Que yo sepa, no. Pero sí aparcó su coche en el aparcamiento del hotel sin registrar la matrícula. Estuvimos a punto de avisar a la grúa, pero uno de los porteros la reconoció como huésped. Iba a decirle algo al respecto pero se marchó antes de que tuviera ocasión de hacerlo.

—¿Apuntó la matrícula?

—Por supuesto… —El jefe de servicio prematuramente altivo volvió a consultar el ordenador. Garabateó alguna cosa en un bloc de notas y le dio el papel a Fabel.

—Pero esta matrícula con K es de Colonia… —Fabel volvió a mirar el número—. ¿Qué tipo de coche era?

—Viejo y barato. Creo que era un Citroën.

—¿Tiene alguna idea de adonde se dirigió al irse de aquí?

El jefe de servicio se encogió de hombros. Fabel le anotó su número de móvil en el reverso de una tarjeta de la policía de Hamburgo.

—Si volviera a verla, necesito que me llame a este número. De inmediato. Es muy importante.

De nuevo en el taxi, Fabel examinó la lista de hoteles de Colonia. Tenía que intentar pensar como María. Supuso que habría abandonado ese hotel porque se había registrado con su nombre auténtico. Buscaría otro lugar todavía menos visible. Se inclinó hacia delante y le dio la lista al taxista.

—¿Cuál de estos sería el mejor si quisiera hospedarse bajo una identidad falsa y pagar en efectivo sin que le hicieran demasiadas preguntas?

El taxista apretó los labios, meditando un momento, y luego cogió su lápiz y rodeó tres nombres con un círculo.

—Éstos serían los mejores, creo yo.

—De acuerdo… —Fabel se volvió a apoyar en su asiento—. Empecemos por el más cercano.

8

—Están parando… —La voz de Buslenko rompió el silencio de la radio, que parecía haber durado horas—. Estamos en una especie de edificio industrial abandonado, junto a un depósito o una cantera inundada o algo parecido. Hay otro coche. Es evi dente que han quedado con alguien.

—¿Puedes ver con quién? —dijo la voz de Olga, entrecortada en las ondas.

—No, no lo veo. ¿Dónde estás, María?

—Estoy en la A57 al norte de la ciudad, cerca de Dormagen. —María estaba mareada. Se dio cuenta de que estaba haciendo el mismo itinerario de la noche que había jugado al gato y al ratón con Maxim Kushnier.

—Vale… —Buslenko parecía dubitativo—. Llegarás en unos quince minutos.

Dirígete por Provinzialstrasse hacia Delhoven hasta donde la carretera hace una curva. Gira a la izquierda y verás un camino rural que sale de allí. He escondido mi coche, un Audi negro, un poco más arriba del camino. Nos vemos allí dentro de un cuarto de hora.

—De acuerdo —dijo María, que se dio cuenta de que tenía la boca seca.

—Olga —sonó otra vez la voz de Buslenko—. Me acercaré para echar una ojeada más de cerca. Quiero ver con quién se encuentra Vitrenko.

—Espera, Taras —dijo Olga—. Espera a que llegue María. Creo que deberías ponerte en contacto con la policía local. Es nuestra oportunidad de cogerle.

—No es así como íbamos a hacerlo. Todo irá bien. Voy a apagar mi radio hasta que vuelva al coche. Seguramente Vitrenko tiene guardias apostados.

—Ten mucho cuidado, Taras —dijo María.

Luego apretó un poco más el pie del acelerador del Saxo. «Ahora —pensó—. Ahora se va a terminar de una vez por todas.»

Olga guio a María hasta el lugar que Buslenko había indicado por última vez. Los caminos eran cada vez más estrechos y las casas más escasas. Se encontró en un paisaje de campos abiertos salpicados por núcleos de arboledas densas y dispersas.

La oscuridad azulada del exterior iba dando paso a la auténtica noche a medida que avanzaba el crepúsculo. La lluvia había cesado.

—Estoy en el cruce con Provinzialstrasse —informó por radio a Olga Sarapenko—. ¿Qué hago?

—Gira a la derecha y sigue el camino durante más o menos un kilómetro. Allí deberías ver la curva de la que Taras hablaba y el sendero en el que ha ocultado su coche.

Para empezar, María condujo más allá de la entrada al sendero: estaba repleto de densos helechos y tuvo que dar marcha atrás para meterse en él. Al cabo de unos veinte metros descubrió el Audi de Buslenko. Salió del coche y tembló al sentir el frío aire nocturno; aquel viejo temblor. Algo en aquel sendero, en aquella noche, le sugería la forma más siniestra de un
déjà vu
.

—He visto el coche —dijo por la radio, en voz baja. Miró al interior por la ventanilla salpicada de lluvia—. Pero ni rastro de Buslenko.

—No te muevas —respondió Olga—. Debe de estar haciendo todavía su reconocimiento. No tardará en volver.

María miró el reloj. Había dicho quince minutos; ella había tardado doce en llegar.

Algo le llamó la atención en el asiento del copiloto del Audi.

—Olga, ha dejado la radio en el coche.

Hubo una pausa llena de crujidos estáticos, y luego la voz de Olga:

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