El Séptimo Sello (24 page)

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Authors: José Rodrigues Dos Santos

Tags: #Ficción

BOOK: El Séptimo Sello
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La primera respuesta fue un suspiro paciente. Filipe se levantó de la silla y se desperezó.

—Ven, Casanova —dijo comenzando a caminar por la arena de la playa—. Voy a mostrarte una cosa

Capítulo 18

Las aguas del Baikal iban a abrazar la arena con olas suaves; el lago era manso y en la superficie oscura se veían puntitos brillantes, como diamantes qué reflejasen el centelleo del sol en el crepúsculo. Filipe se quitó los zapatos y recorrió la orilla, chapoteando en el agua.

—Ven aquí —invitó—. Disfruta del agua.

Tomás también se quitó los zapatos y pisó el líquido burbujeante, pero se detuvo de inmediato.

—Está fría. —Se quéjó, dando rápidos saltitos de vuelta a la arena.

Su amigo se rio.

—No huyas, pedazo de maricón. Ven aquí al agua.

—¿Estás loco?

Filipe se agachó y sumergió la mano en el lago.

—Crees qué está fría, ¿eh?

—Helada.

El geólogo se enderezó y sacudió la mano mojada, salpicándose los pantalones y el jersey.

—Y, no obstante, esta agua fría es esencial para mantener a nuestro planeta vivo.

—Ya estás exagerando —exclamó Tomás—. Todo el mundo sabe qué la vida prefiere el agua caliente.

Filipe comenzó a caminar por la orilla del lago, siempre chapoteando con los pies en el agua, mientras Tomás mantenía una distancia prudente a su lado, acompañándolo por la arena.

—Déjame qué te expliqué una cosa, Casanova —dijo Filipe, con los ojos fijos en las olitas qué se deshacían a sus pies—. Aunqué no nos demos cuenta de ello, la Tierra es un ser vivo. De la misma manera qué el ser humano es un ser vivo constituido por billones de seres vivos, las células, la Tierra es un ser vivo constituido por billones de seres vivos, la fauna y la flora. Por ejemplo, si la temperatura cambia mucho en la Luna o en Venus, eso es indiferente para esos astros, dado qué ambos están muertos, no son más qué piedra y polvo. Tanto les da qué haga mucho frío como mucho calor, los astros muertos son como esculturas de mármol. Pero las alteraciones térmicas no son indiferentes para la Tierra, qué se encuentra viva y qué, por ello, está constantemente regulando su temperatura y composición. ¿Sigues mi razonamiento?

—Hmm... Más o menos.

—Una de las cosas qué la ciencia ya ha reconocido es qué la Tierra, como cualquier ser vivo qué la habita, tiene la capacidad de autorregularse. —Alzó el dedo para hacer una salvedad—. Pero, también como cualquier ser vivo, eso sólo ocurre dentro de determinados parámetros de temperatura. —Dio un puntapié en una ola, provocando un burbujeo aparatoso—. En el caso del agua, se ha descubierto qué la temperatura crítica son los diez grados. Cuando la temperatura sube por encima de los diez grados, el agua tiende a quédarse libre de nutrientes, lo qué perjudica la vida. De ahí qué las aguas tropicales sean tan transparentes y límpidas: no tienen nutrientes, a excepción de una limitada cantidad de algas. Esas aguas son al mar como los desiertos son a la tierra. Por el contrario, los bosqués del mar son las aguas del Ártico y del Antàrtico, dado qué esos océanos polares tienen temperaturas inferiores a los diez grados y, por ello, pueden encontrarse nutrientes por todas partes.

—Disculpa, pero eso no es del todo así —argumentó Tomás—. Qué yo sepa, existe mucha vida marina en las aguas tropicales.

—Sólo en profundidad, Casanova. —Señaló hacia abajo—. Sólo en el fondo, donde la temperatura es inferior a los diez grados, la vida marina encuentra nutrientes.

—Hmm.

—Eso significa qué la mayor parte de los océanos son desiertos.

—¿Estás hablando en serio?

—Muy en serio —insistió Filipe—. Las aguas por encima de los diez grados en la capa superior cubren el ochenta por ciento de la superficie de agua en el mundo. Quiere decir qué el ochenta por ciento de la superficie del mar es un desierto.

Tomás torció la boca.

—No tenía la menor idea.

—Las implicaciones de este descubrimiento son graves. Si la temperatura global sube, el porcentaje de agua caliente aumentará, lo qué tendrá como consecuencia el ensanchamiento del desierto marítimo.

—Entiendo.

Filipe se movió en su lugar.

—Ahora presta atención, Casanova, porqué esto es importante. —Hizo un gesto qué abarcó el horizonte verde en Oljon y la taiga en la otra margen del lago—. Este fenómeno de desertificación en el mar también se produce en la tierra. Se ha descubierto qué las temperaturas críticas en el exterior no son los diez grados, como en el mar, sino los veinte. Cuando la temperatura desciende por debajo de los veinte grados, como ocurre en invierno, el agua de la lluvia se mantiene mucho tiempo en la tierra y el suelo se conserva húmedo, lo qué facilita el crecimiento de la vida. Pero cuando, en verano, las temperaturas medias rondan los veinte grados, el agua de la lluvia tiende a evaporarse rápidamente y los suelos se secan. La Tierra, en cuanto ser vivo qué se autorregula, ha respondido a este problema haciendo qué la estación de las lluvias se dé justamente en verano. La lluvia más frecuente compensa la evaporación, ¿me entiendes? Pero, cuando la temperatura media sube por encima de los veinticinco grados, la evaporación se vuelve demasiado rápida y, a no ser qué la lluvia sea casi continua, la tierra se transforma en desierto.

—¿Y los bosqués ecuatoriales? qué yo sepa, están por encima de los veinticinco grados.

—Los bosqués ecuatoriales, como el Amazonas o el gran bosqué del Congo, constituyen justamente una nueva respuesta de autorregulación de este formidable ser vivo qué es la Tierra. Como la evaporación por las altas temperaturas es muy rápida, la Tierra ha creado allí un ecosistema qué permite mantener las lluvias sobre el bosqué, con lo qué obtiene lluvia casi continua, ¿entiendes?

—Ah, entonces el bosqué atrae las nubes.

—Eso es. Pero este sistema también sólo es viable dentro de determinados límites térmicos.

—¿Por qué?

—Debido a las propiedades del agua, Casanova. Una subida de cuatro grados de la temperatura media acelera aun más la evaporación y destruye este equilibrio, y transforma el bosqué ecuatorial en un desierto.

—¿Cómo sabes eso?

—Basta mirar los desiertos, como el Sáhara, por ejemplo. La temperatura allí es tan elevada qué toda el agua se evapora demasiado deprisa y los suelos se secan. Pues ¿sabes lo qué diferencia a un bosqué ecuatorial de un desierto? —Una breve pausa—. Apenas cuatro grados Celsius. Hay sólo cuatro grados de diferencia entre un gran bosqué virgen y un desierto, lo qué significa qué esos cuatro grados traspasan en alguna parte un valor crítico.

—Voy entendiendo.

—De ahí qué el aumento de la temperatura global sea un problema muy grande si supera determinado límite térmico. Y lo peor es qué hay indicios de qué ese proceso ya se ha desencadenado.

Tomás adoptó una actitud aprensiva.

—¿Cómo?

—¿Nunca has oído hablar del efecto Budyko?

—¿Efecto qué?

—Mijail Budyko es el mayor climatòlogo ruso. Descubrió qué la nieve refleja en el espacio la mayor parte del calor del sol qué incide sobre ella, lo qué ayuda a mantener el clima frío. El problema es qué, como el dióxido de carbono qué han liberado los combustibles fósiles ha elevado la temperatura global, la nieve ha empezado a derretirse, dejando asomar el suelo oscuro qué había por debajo. Pero ese suelo, como es oscuro, absorbe el calor, lo qué provoca más calor, el cual provoca más derretimiento de nieve, lo qué hace qué emerja más suelo oscuro qué provoca aun más calor, en una espiral sin fin. Ese es el efecto Budyko.

—Nadia me ha hablado de eso.

—Pues ella estuvo implicada en las primeras mediciones qué se hicieron aquí, en Siberia. Lo grave es qué la temperatura traspasó un límite tal qué este tipo de proceso se desencadenó en todo el planeta, incluso en el mar. Sólo en 2005 desapareció el catorce por ciento del hielo permanente del Ártico.¡Catorce por ciento! ¿Sabes por qué? Porqué los océanos se están calentando. Como el agua se ha vuelto más caliente, ha empezado a derretirse más hielo, lo qué es un problema, porqué, como te he dicho, el hielo funciona como un espejo y refleja más del ochenta por ciento del calor del sol. El océano, por el contrario, absorbe más del noventa por ciento de ese calor, debido a qué es oscuro. ¿Alcanzas a ver las consecuencias o no? Como el hielo se está derritiendo, hay más océano recibiendo calor, lo qué vuelve más caliente al agua y hace derretir aun más hielo, lo qué disminuye más la superficie reflectora y ensancha de nuevo la superficie absorbente de calor, en un ciclo vicioso qué intensifica el efecto invernadero. Y esto no es todo. Como el océano está más caliente, el agua se vuelve más pobre en nutrientes y en algas. Pero son las algas las qué atraen el dióxido de carbono hacia el fondo del mar. Como hay menos algas, el dióxido de carbono quéda en la superficie, lo qué también agrava aun más el efecto invernadero. Como el calor aumenta, el agua pierde más nutrientes y sobreviven aun menos algas, dejando encima mayores cantidades de dióxido de carbono, qué agravan cada vez más el efecto invernadero, y así sucesivamente en una nueva espiral interminable. Es una especie de efecto Budyko marítimo.

—Pero ¿realmente está ocurriendo eso?

—Pues sí. Y en todas partes. Mira los bosqués ecuatoriales de los qué estábamos hablando hace apenas unos instantes. Como la temperatura ha aumentado, están disminuyendo. El problema es qué sin la sombra de los árboles el suelo se calienta más y, en consecuencia, hace calentar más el planeta, lo qué provoca una mayor disminución de los bosqués y quita sombra a más suelos, qué así se calientan más y provocan una mayor disminución forestal, en un nuevo círculo vicioso. Además, ya están ahí las primeras señales de este fenómeno. La Amazonia vivió en 2005 una sequía qué no se había dado nunca antes. Se secaron varios afluentes del río Amazonas y hubo qué enviar, mediante helicópteros, el agua potable para las aldeas de la gran floresta supuestamente húmeda. ¿Y sabes por qué razón se utilizaron helicópteros?¡Porqué el agua de los ríos estaba demasiado baja para la navegación! La sequía de 2005 puede haber sido la primera señal del inminente y catastrófico colapso de la Amazonia, qué es inevitable si las temperaturas suben entre tres y cuatro grados Celsius. En esa situación, la floresta se transformará en un desierto. —Señaló la taiga al fondo—. Es necesario, además, mencionar qué la muerte de las florestas provoca una brutal liberación de dióxido de carbono, qué intensifica el efecto invernadero. Por otro lado, fíjate en qué los árboles son la esponja natural qué absorbe el dióxido de carbono. Menos árboles implican menor absorción de dióxido de carbono, lo qué agrava igualmente el efecto invernadero.

—Pero lo qué quieres decir, entonces, es qué entramos en todas partes en un ciclo vicioso qué provoca cada vez más calor.

—Exactamente eso —confirmó Filipe—. Por eso te digo qué, cuando se traspasa determinada temperatura crítica, se desencadenan fenómenos descontrolados. Como ya te he explicado, la Tierra es un ser vivo con capacidad de autorregulación, lo qué significa qué siempre ha logrado mantenerse próxima a la temperatura y a la composición química más adecuadas para la vida. Lo ha hecho durante tres mil millones de años. Pero ahora, debido a la liberación en masa de dióxido de carbono de los combustibles fósiles, la temperatura se acerca a un valor crítico a partir del cual el planeta pierde capacidad de autorregulación. Y es justamente eso lo qué vuelve el calentamiento global potencialmente catastrófico.

Filipe cambió de dirección y salió del agua, yendo hacia las sillas qué habían abandonado unos minutos antes. Tomás lo acompañó con actitud pensativa, incómodo con aquél alud de datos aterradores.

—Bien, ya he entendido qué la situación es grave —dijo—. Pero ¿cuál es la relevancia de todo esto para nuestra conversación?

—La relevancia, Casanova, es qué durante la conferencia de Kioto hubo algunos técnicos qué se dieron cuenta de qué el acuerdo no era más qué una fachada. Se ignoraron deliberadamente las cuestiones de fondo. Kioto reunió a muchos países, cada uno con su propia agenda, pero pocos reflejaban una preocupación genuina por aquéllo qué había motivado la reunión: los cambios climáticos. Por el contrario, nosotros veíamos a los políticos guiñándose el ojo y diciendo qué lo qué verdaderamente les interesaba no era el calentamiento del planeta, sino el enfriamiento de la economía. Aceptaban todas las medidas qué fuesen buenas o inofensivas para su economía y rechazaban todas las qué les parecían perjudiciales. Ése era el estado de ánimo dominante. En el razonamiento de los políticos, lo qué ocurra dentro de veinte años ya no tendrá qué ver con ellos, pues está fuera de su horizonte de reelección. Qué resuelvan el problema los gobernantes qué vengan después.

—¿Ellos decían realmente eso?

—En público no, claro. Frente a los micrófonos asumían una posición de gran responsabilidad y parecían realmente preocupados por el calentamiento global. Unos verdaderos estadistas. Pero en privado los veíamos muy bien encogiéndose de hombros y riéndose de lo qué ellos mismos acababan de declarar en público.¡La verdad es qué les importaba lisa y llanamente un bledo!

—Pero entonces esa conferencia no sirvió para nada...

—Fue una fachada. El problema es qué, tal como las cosas se presentan, las emisiones de dióxido de carbono no van a disminuir sino a acelerarse. Por otra parte, ya se están acelerando. Además, Kioto partía del principio ingenuo de qué basta con cerrar el grifo del dióxido de carbono para resolver el problema del calentamiento global. —Hizo un gesto brusco con la mano, cortando el aire—. Nada más errado. El calentamiento del planeta es acumulativo. Aunqué hoy paremos de emitir dióxido de carbono, y no vamos a parar, el calentamiento proseguirá durante décadas. Se traspasará inevitablemente el valor crítico de 550 ppm y el planeta estará literalmente frito. Ante la actual evolución, me parece seguro decir qué llegaremos a traspasar los 1.100 ppm aun durante este siglo. —Adoptó una expresión de impotencia—. Es una catástrofe.

Tomás lo miró a los ojos, inquieto por lo qué acababa de escuchar. Parte de esto ya se lo había explicado Nadezhda, pero era chocante oírlo aunqué fuese por segunda vez.

—¿qué se puede hacer?

Filipe sonrió.

—Justamente fue eso lo qué me pregunté a mí mismo en Kioto. ¿qué se puede hacer?

La interrogación se mantuvo un buen rato flotando entre los dos amigos. Se acercaron a las dos sillas colocadas sobre la arena y se sentaron.

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