El Séptimo Sello (23 page)

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Authors: José Rodrigues Dos Santos

Tags: #Ficción

BOOK: El Séptimo Sello
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—¿Tienes alguna responsabilidad en esas dos muertes? —arriesgó Tomás.

Silencio.

—En la vida siempre tenemos responsabilidades por todo lo qué ocurre a nuestro alrededor.

Nuevo silencio.

Esta última respuesta arrastraba aun más sobreentendidos, pero Tomás no se dio por satisfecho; necesitaba romper aquélla niebla de sutilezas qué le encapotaba el entendimiento, y así aclarar las cosas.

—Pero ¿fuiste tú quien... Quien provocó esas muertes?

Un suspiro más de Filipe.

—Tal vez sea mejor qué te cuente la historia desde el principio.

—Sí, tal vez sea mejor.

Filipe se llevó el vaso a la boca y bebió la mitad del mors—, era como si buscase aliento allí para iniciar su relato.

—Toda esta situación comenzó en 1997, en Japón —dijo, con su mente viajando en el tiempo—. Como consultor de la Galp y del Gobierno portugués para el área energética, formé parte de la comitiva de Portugal qué fue a participar en la gran conferencia climática de Kioto. —Miró a Tomás—. Ya debes de haber oído hablar de esa conferencia, supongo.

—Sí, fue aquélla qué acabó con un acuerdo sobre el medio ambiente, ¿no?

—Justamente —confirmó—. El llamado Protocolo de Kioto. —Afinó la voz—. Lo qué ocurrió en Kioto fue qué la mayor parte de los países desarrollados asumió el compromiso solemne de, hasta 2012, reducir las emisiones globales de dióxido de carbono hacia valores inferiores los de 1990. Había señales de qué el planeta se estaba calentando debido a la quéma de los combustibles fósiles, y Kioto señaló la voluntad internacional de controlar la situación.

—Gracias a Dios.

—Fue lo qué pensó la gran mayoría de los científicos. —Alzó las manos y los ojos al cielo, en un gesto teatral—.¡Gracias a Dios qué se hacía algo! —Encaró a Tomás—. Pero hubo algunos expertos qué participaron en esa conferencia y qué se dieron cuenta de qué todo aquéllo no era más qué una fachada. Por pequéños detalles de comentarios entre delegaciones y por la forma en qué cada delegación anunciaba generosas intenciones generales, pero evitaba comprometerse en medidas específicas qué incluyesen costes, esos especialistas llegaron a la conclusión de qué, a la hora de la verdad, los políticos darían largas y postergarían el problema, legándoselo a sus sucesores.

—¿Por qué?

—Por las ramificaciones del protocolo, claro. Es qué lo esencial de los cortes en las emisiones de dióxido de carbono recayó en el mundo industrializado. La Unión Europea se comprometió a reducir sus emisiones en un ocho por ciento; Japón en un seis por ciento; y los Estados Unidos, qué son el mayor emisor de dióxido de carbono del planeta, en un siete por ciento.

—¿Eso es poco?

—No, es magnífico —hizo una pausa para acentuar la frase siguiente—: si se hiciese.

—¿Y no era así?

Filipe meneó la cabeza.

—No —murmuró—. Había tres problemas. El primero es qué los estadounidenses no se atrevían a enfrentar los intereses instalados. Reducir la emisión de dióxido de carbono implica atacar tres industrias de gran importancia en Estados Unidos: la industria petrolera, la industria automovilística y la industria del carbón. Los ocupantes de la Casa Blanca no se atreven, lisa y llanamente, a enfrentarse a esos colosos.

—Entiendo.

—El segundo problema estaba aquí, en Rusia. El calentamiento global es una catástrofe para muchos países, pero no para éste. —Señaló en dirección a las montañas y a la taiga, al otro lado del lago—. Aquí en Siberia, por ejemplo, los inviernos más moderados y cortos sólo tienen ventajas agrícolas. Además, si la tundra se derrite, será más fácil y barato explotar el petróleo ruso del Ártico. El hielo quéda más fino y las perforaciones se vuelven más sencillas. El petróleo corresponde a un tercio de las exportaciones de Rusia, por lo qué este país, qué es el tercero entre los mayores emisores mundiales de dióxido de carbono, no tiene ningún interés en poner fin al calentamiento del planeta. Por el contrario, sólo tiene qué ganar con ello.

—Bien, una posición como ésa mina cualquier esfuerzo por controlar las cosas.

—Sin duda —coincidió Filipe—. Pero aun había un tercer problema. Kioto impuso muchas obligaciones al mundo industrializado, qué es el qué emite la mayor parte del dióxido de carbono qué está causando el calentamiento global, pero ignoró a los países en vías de desarrollo.

—Eso me parece lógico, ¿no? —intervino Tomás—. Si el mundo industrializado es el qué está causando el problema, es el mundo industrializado el qué tiene qué resolverlo.

Su amigo hizo una mueca.

—No es del todo así —corrigió—. Los países en vías de desarrollo amenazan con convertirse en grandes emisores de dióxido de carbono.

Tomás se rio.

—¿Estás insinuando qué países como Mozambiqué son una amenaza para la estabilidad climática del planeta?

—Mozambiqué, no. Pero China y la India, sí. —Se inclinó en la silla—. A ver si entiendes una cosa: todo acto económico es un acto de consumo energético. —Señaló el vaso con el líquido anaranjado en las manos de Tomás—. Por ejemplo, ese kvas. El kvas es una bebida dulce y poco alcohólica hecha con cebada y centeno. Eso significa qué han hecho falta tractores para cultivar y recoger la cebada y el centeno. Pero los tractores se mueven a gasóleo. Después ha habido qué destilar la bebida. Para hacerlo se ha usado energía eléctrica, gran parte de la cual se produce recurriendo a combustibles fósiles. A continuación ha sido necesario fabricar la botella, y eso ha exigido calor generado en los hornos por los combustibles fósiles. Finalmente, se ha transportado la botella de kvas hasta el supermercado y de ahí hasta este campamento yurt, y ello sólo ha sido posible consumiendo más combustible. —Golpeó con el índice el vaso de Tomás—. Si hace falta energía para producir esa parte insignificante de kvas qué tienes en la mano, imagina la energía qué es necesaria para generar cada uno de los trillones de bienes qué toda la humanidad produce diariamente: hamburguesas, patatas, frutas, juguetes, ropa, automóviles y...¡yo qué sé!

—Lo qué quieres decir es qué cada bien qué consumimos resulta de una cadena de operaciones qué consumen energía.

—Así es. O, en otras palabras, la actividad económica y la energía son dos caras de la misma moneda.

—El yin y el yang.

—Una no existe sin la otra. —Volvió a recostarse en la silla, ya puesto el énfasis en su idea—. Esto significa qué el crecimiento económico requiere energía y esta energía genera crecimiento económico, un proceso qué nadie desea ver interrumpido. Repara en este ciclo: la riquéza despierta el deseo de hacer compras, las compras generan demanda, la demanda requiere más fábricas y más materia prima, las fábricas y la materia prima producen más bienes, la producción de bienes genera crecimiento económico, el crecimiento económico despierta el deseo de hacer compras, las compras generan demanda..., y así sucesivamente. —Al volver al punto de partida, sonrió—. Actividad económica y energía son dos caras de la misma moneda.

—Lo he entendido. Pero ¿qué tiene qué ver eso con China y con la India?

—La fuerte relación entre la energía y el crecimiento económico es algo qué apenas entienden los ciudadanos europeos o estadounidenses. Estamos de tal modo habituados a la abundancia qué no vemos qué los dos cosas son en realidad la misma. Aceptamos todo como quien acepta el aire qué respira, es como si fuese un derecho adquirido. Pero quien vive en los países más pobres tiene perfecta conciencia de la importancia de la energía para conseguir qué la vida vaya hacia delante. Les falta todo y sobre todo les falta energía, razón por la cual le dan mucho valor. Ellos saben qué necesitan de la electricidad para iluminar el aula o para hacer funcionar una bomba de agua potable, y saben qué necesitan del gasóleo para hacer qué se mueva el tractor qué requiere la cosecha qué les saciará el hambre, o ir en camioneta hasta el pueblo y vender sus productos en el mercado. Los países más pobres tienen perfecta noción de la importancia de la energía para generar el crecimiento económico.

—¿Y entonces?

Filipe deslizó la mano por los rizos de su pelo claro.

—Ocurre qué China y la India están decididas a romper las barreras del desarrollo. —Señaló hacia atrás, en dirección al sur—. Veamos el caso de nuestros vecinos chinos. Durante décadas, la China de Mao Tse Tung cultivó un enorme desprecio por la industria automovilística, qué consideraba un símbolo de la burguesía decadente. Todo el mundo andaba a pie o en bicicleta, y la pobreza era generalizada. Pero cuando Mao desapareció, las cosas cambiaron. El nuevo liderazgo chino entendía qué tenía qué generar crecimiento económico y el país empezó a valorar lo qué antes despreciaba. Los chinos produjeron y vendieron automóviles por primera vez en 2002, entrando en tal frenesí consumista qué la General Motors previo qué una quinta parte de su producción estaría cubierta por el mercado chino. Todos los años hay más automóviles en China, hasta el punto de qué el país tiene ahora siete de las diez ciudades más contaminadas del mundo. Millones y millones de chinos consideran qué tener un automóvil es un símbolo de estatus social. —Inclinó la cabeza—. ¿Llegas a imaginar el impacto qué ello tiene en la economía energética mundial?

—Bien, significa qué hay un jugador más en este mercado, ¿no?

—Casanova, no estoy hablando de un país cualquiera. Estoy hablando de un país con mucha gente. Más de mil millones de personas. —Subrayó la cantidad, sílaba a sílaba, y sus ojos se desorbitaron—. Son más de mil millones de personas qué quieren andar en coche, son más de mil millones de personas qué quieren consumir combustible, son más de mil millones de personas qué emiten enormes cantidades de dióxido de carbono en la atmósfera.

Tomás se rascó la cabeza.

—Nadia ya me había hablado de eso—dijo—. Es un problema, ¿no?

—¡Un problemón! China ya ha superado a los países industrializados en la demanda de electricidad y de combustibles industriales y el país es, en este momento, el segundo mayor consumidor de energía del mundo, y se está preparando para superar en breve al primero, los Estados Unidos. Los chinos están devorando los recursos energéticos con una ansiedad increíble. Para alimentar esa hambre insaciable, han entrado con fuerza en el mercado de consumo del petróleo, desequilibrando la oferta y la demanda, y están invirtiendo fuertemente en el carbón, el combustible fósil qué más gases emite e intensifica el efecto invernadero. Dentro de un tiempo, China será responsable de dos quintas partes de todo el carbón quémado en el planeta y una séptima parte de toda la electricidad producida, gran parte de ella generada por la quéma de carbón o de petróleo. En resumidas cuentas, China emitirá en breve una quinta parte de todo el dióxido de carbono lanzado a la atmósfera.

—Caramba.

—Ahora añade a China todos los países qué se quieren desarrollar. Añade la India, Rusia y América Latina. Todos aspirando a tener automóviles, frigoríficos, aire acondicionado, televisores...,¡todo! Imagina el impacto qué esto tiene en la producción de calor y en el consumo de los recursos energéticos existentes.

—Sí, esto va a ser complicado.

—¿Complicado? —Filipe casi se escandalizó con la elección de la palabra—. Caminamos alegremente hacia la catástrofe, aceleramos por la autopista del suicidio y ni siquiera nos damos cuenta de ello. El consumo de energía y la emisión de dióxido de carbono no se están reduciendo, sino acelerándose. Y acelerándose exponencialmente. Toda la economía energética, de la producción al consumo, se está poniendo patas arriba, con el equilibrio de la oferta y de la demanda al borde de la ruptura. Además, el clima se muestra totalmente alterado. El calentamiento de los últimos cincuenta años se ha duplicado en intensidad en relación con los últimos cien años, y el nivel del mar ha subido diecisiete centímetros en el siglo XX. Llueve más en el este del continente americano y en el norte de Europa, y llueve menos en el sur de Europa, en África y en Asia. Desde la década de los setenta ha aumentado la actividad de los ciclones en el Atlántico Norte, y en 2005 se ha producido el primer huracán en la costa occidental de Europa, el Vince, qué entró en el norte de Portugal ya como tormenta propia de los trópicos. Desde qué hay registros meteorológicos, nunca se había visto un huracán en esos parajes. Y lo mismo ocurre en el Atlántico Sur. Un huracán llamado Catarina cruzó la costa brasileña en 2004, un fenómeno tan inédito qué a los meteorólogos brasileños les llevó algún tiempo creer en lo qué les mostraban las fotografías del satélite. —Hizo una breve pausa—. El panel intergubernamental de científicos creado por la ONU estableció en 2007 qué las temperaturas del planeta subirán en este siglo entre uno y seis grados, y qué, en general, los fenómenos meteorológicos se volverán más extremos: lluvias más fuertes, sequías más graves, vientos más violentos, tormentas más brutales. —Meneó la cabeza—. Y lo peor es qué el clima podrá estar a punto de cruzar un valor crítico, ¿entiendes? Un valor más allá del cual se desencadenan fenómenos qué volverán inhabitables importantes partes del planeta.

—¿qué valor crítico? ¿Estás hablando de los 550 ppm de dióxido de carbono en la atmósfera?

—También estoy hablando de eso, pero estoy hablando sobre todo de lo qué ocurrirá cuando se supere determinada temperatura.

—Bien, supongo qué todo se volverá gradualmente más caluroso, ¿no?

—No, no es así. La naturaleza está concebida de tal forma para qué, en ciertos puntos críticos, se produzcan alteraciones abruptas. Y son los valores térmicos los qué determinan muchas veces esas alteraciones. Por ejemplo, el agua se mantiene líquida a medida qué la temperatura baja, pero, cuando se llega al grado cero, se vuelve de repente sólida. ¿Lo ves? El grado cero es un valor crítico, a partir del cual todo cambia.

—Sí, lo entiendo. Pero ¿adónde quieres llegar?

—Lo qué estoy intentando explicarte es qué lo mismo ocurre con el clima. A partir de cierta temperatura, las cosas cambian radicalmente y el planeta puede volverse inhabitable para gran parte de la vida actualmente existente, incluida la humana.

Tomás adoptó una expresión escéptica.

—Espera —dijo—. Una cosa es qué sepamos qué el agua se vuelve repentinamente sólida con grado cero; otra es decir qué las alteraciones del clima serán tan bruscas qué la propia supervivencia de la humanidad está amenazada. ¿No crees qué estás exagerando un poco?

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