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Authors: Dan Brown

El símbolo perdido (71 page)

BOOK: El símbolo perdido
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Langdon contempló la imagen de la escalera bajo la pirámide.

—Tú sabes mejor que nadie, Peter, que éste es el símbolo de la escalera de caracol de la francmasonería... La escalera que asciende de la oscuridad terrenal a la luz..., como la escalera de Jacob, que sube al cielo..., o la columna vertebral escalonada del ser humano, que conecta el cuerpo mortal del hombre con su mente eterna. —Hizo una pausa—. En cuanto al resto, parece ser una combinación de símbolos celestiales, masónicos y científicos, confirmación todos ellos de los antiguos misterios.

Solomon se acarició la barbilla.

—Elegante interpretación, profesor. Naturalmente, coincido contigo en que esta cuadrícula puede leerse como una alegoría, y aun así... —Sus ojos brillaron con un destello misterioso—. Esta colección de símbolos también cuenta otra historia, una historia mucho más reveladora.

—¿Ah, sí?

Solomon empezó a caminar otra vez por la habitación, alrededor de la mesa.

—Hace unas horas, esta noche, en la Sala del Templo, cuando creía que iba a morir, miré esta cuadrícula y, de alguna manera, vi más allá de la metáfora y de la alegoría y llegué al corazón de lo que nos dicen estos símbolos. —Hizo una pausa y se volvió bruscamente hacia Langdon—. Esta cuadrícula revela el lugar exacto donde está enterrada la Palabra Perdida.

—¿Qué?

Langdon se movió con incomodidad en la silla, temiendo de pronto que las traumáticas experiencias de la noche hubieran hecho mella en la serenidad mental de su amigo.

—Robert, la leyenda siempre ha dicho que la pirámide masónica es un mapa, y no uno cualquiera, sino un mapa muy específico, capaz de guiar a aquellos que sean dignos hasta el lugar secreto donde se esconde la Palabra Perdida. —Solomon golpeó con el dedo índice la cuadrícula de símbolos que Langdon tenía delante—. Te aseguro que estos símbolos son exactamente lo que afirma la leyenda. Son un mapa, un diagrama concreto que revela el sitio exacto donde encontraremos la escalera que desciende hasta la Palabra Perdida.

Langdon dejó escapar un risita incómoda y se propuso actuar con cautela.

—Verás, Peter, aunque yo creyera en la leyenda de la pirámide masónica, esta cuadrícula de símbolos jamás podría ser un mapa. Mírala. No se parece en nada a uno.

Solomon sonrió.

—A veces sólo se necesita un ligerísimo cambio de perspectiva para ver algo conocido bajo una luz completamente nueva.

Langdon volvió a mirar, pero no vio nada diferente.

—Déjame que te haga una pregunta —dijo Peter—. ¿Tú sabes por qué los masones colocamos la piedra angular en la esquina nororiental de los edificios?

—Sí, claro que sí. Porque la esquina nororiental es la que recibe los primeros rayos del sol por la mañana. Es un símbolo del poder de la arquitectura para ascender de la tierra a la luz.

—Correcto —repuso Peter—. Entonces quizá deberíamos buscar allí los primeros rayos de luz. —Señaló la cuadrícula—. En el ángulo nororiental.

Langdon volvió a mirar la hoja, dirigiendo ahora la vista a la esquina superior derecha, o ángulo nororiental. El símbolo en esa esquina era ↓.

—Una flecha que apunta hacia abajo —dijo Langdon, tratando de comprender adonde quería llegar Solomon—. Eso significa... «bajo» Heredom.

—No, Robert, «bajo», no —replicó Solomon—. Piensa. La cuadrícula no es un laberinto metafórico, sino un mapa. En un mapa, cualquier flecha direccional que indique hacia abajo significa...

—¡El sur! —exclamó Langdon, sorprendido.

—¡Exactamente! —respondió Solomon sonriendo ahora de entusiasmo—. ¡El sur! En un mapa, «abajo» es el sur. Además, en un mapa, la palabra «Heredom» no es una metáfora del cielo, sino el nombre de un lugar geográfico específico.

—¿La Casa del Templo? ¿Estás diciendo que este mapa apunta... al sur de este edificio?

—¡Alabado sea Dios! —exclamó Solomon entre risas—. ¡Por fin ves la luz!

Langdon se puso a estudiar la cuadrícula.

—Pero, Peter..., aunque tengas razón, un punto al sur de este edificio podría ser cualquier lugar, sobre un meridiano que mide más de treinta y ocho mil kilómetros de largo.

—No, Robert. Se te olvida la leyenda, según la cual la Palabra Perdida está enterrada en Washington, lo que acota considerablemente el segmento de meridiano que nos interesa. Además, la leyenda también asegura que hay una piedra enorme sobre la abertura de la escalera... y que en esa piedra hay un mensaje grabado, un mensaje escrito en una lengua antigua, a modo de señal, para los que sean dignos de encontrarla.

A Langdon le costaba tomar en serio lo que estaba oyendo, y aunque no conocía Washington lo suficiente como para recordar lo que había al sur del lugar donde se encontraban, estaba bastante seguro de no haber visto nunca una piedra enorme con un mensaje grabado, colocada encima de una escalera subterránea.

—El mensaje grabado en la piedra —dijo Peter— está aquí mismo, ante nuestros ojos. —Golpeó con el índice la tercera fila de la cuadrícula, delante de Langdon—. ¡Ésta es la inscripción, Robert! ¡Has resuelto el enigma!

Sin salir de su perplejidad, Langdon estudió los siete símbolos.

«¿Resuelto?»

No tenía la menor idea de lo que podían significar esos símbolos completamente dispares entre sí, y estaba seguro de que no estaban grabados en ningún lugar de la capital..., ni menos aún en una piedra gigantesca depositada encima de una escalera.

—Peter —dijo—, no veo qué conclusión podemos sacar de todo esto. No sé de ninguna piedra en Washington que tenga grabado este... mensaje.

Solomon le dio unas palmadas en el hombro.

—Has pasado muchas veces a su lado, sin verla. Todos lo hemos hecho. Está completamente a la vista, lo mismo que los misterios. Y esta noche, cuando vi los siete símbolos, comprendí en un instante que la leyenda era cierta. La Palabra Perdida está sepultada en Washington..., y es cierto que reposa al pie de una larga escalera, bajo una piedra enorme con un mensaje grabado.

Extrañado, Langdon guardó silencio.

—Robert, creo que esta noche te has ganado el derecho a conocer la verdad.

Langdon miró fijamente a Peter, intentando asimilar lo que acababa de oír.

—¿Vas a decirme dónde está enterrada la Palabra Perdida?

—No —respondió Solomon mientras se ponía de pie con una sonrisa—. Te lo voy a enseñar.

Cinco minutos después, Langdon se estaba abrochando el cinturón de seguridad en el asiento trasero del Escalade, junto a Peter Solomon. Simkins se sentó al volante mientras Sato iba hacia ellos por el aparcamiento.

—¿Señor Solomon? —dijo la directora al llegar, al tiempo que encendía un cigarrillo—. Acabo de hacer la llamada que me pidió.

—¿Y bien? —preguntó Peter a través de la ventana abierta.

—He ordenado que les den libre acceso para una visita breve.

—Gracias.

Sato lo miró con expresión de extrañeza.

—Debo decir que es una solicitud sumamente inusual.

Solomon se limitó a encogerse enigmáticamente de hombros.

Sin insistir más, la directora rodeó el vehículo, se acercó a la ventana de Langdon y golpeó la luna con los nudillos.

Langdon bajó el cristal.

—Profesor —dijo Sato sin la menor amabilidad en la voz—, la ayuda que nos ha brindado esta noche, aunque lo haya hecho a disgusto, ha sido esencial para el éxito de nuestra misión, y por lo tanto debo agradecérsela. —Dio una larga calada al cigarrillo y exhaló el humo hacia un costado—. Sin embargo, voy a darle un consejo. La próxima vez que un alto funcionario de la CIA le diga que está ante una crisis que afecta a la seguridad nacional —dijo con un destello en los ojos—, déjese todas las imbecilidades en Cambridge.

Langdon abrió la boca para decir algo, pero la directora Inoue Sato ya se había vuelto y se encaminaba a través del aparcamiento hacia el helicóptero que la estaba esperando.

Simkins miró por encima del hombro con expresión impenetrable.

—¿Están listos, caballeros?

—A decir verdad —dijo Solomon—, falta un pequeño detalle. —Sacó una pequeña prenda doblada, de tela negra, y se la entregó a Langdon—. Robert, antes de salir, quiero que te pongas esto.

Perplejo, Langdon examinó el trozo de tela. Era terciopelo negro. Al desplegarlo, comprendió que tenía en las manos la tradicional capucha masónica, utilizada para tapar los ojos a los iniciados al primer grado.

«¿Qué demonios...?»

—Prefiero que no veas adonde nos dirigimos —dijo Peter.

Langdon se volvió hacia su amigo.

—¿Quieres hacerme viajar con los ojos tapados?

—Es mi secreto y yo pongo las normas —respondió Peter, sonriendo.

Capítulo 127

Una brisa fría soplaba fuera de la sede de la CIA, en Langley. Nola Kaye tiritaba mientras seguía a Rick Parrish, el especialista en seguridad de sistemas, a través del patio central de la agencia, iluminado por la luna.

«¿Adonde me llevará Rick?»

La crisis del vídeo masónico se había conseguido evitar, gracias a Dios, pero Nola aún estaba inquieta. El archivo censurado hallado en la partición del director de la CIA seguía siendo un misterio que no dejaba de atormentarla. A la mañana siguiente, iba a reunirse con Sato para cerrar la misión y quería presentarle todos los datos. Finalmente, se había decidido y había llamado a Rick Parrish para que la ayudara.

Ahora, mientras seguía a Rick hacia algún lugar desconocido fuera del edificio, no conseguía apartar de su memoria las extrañas frases:

«...lugar secreto subterráneo donde la... punto de Washington cuyas coordenadas... descubrió un antiguo portal que conducía... que la pirámide acarrearía peligrosas... descifren ese
symbolon
grabado para desvelar...»

—Tú y yo estamos de acuerdo —dijo Parrish mientras caminaban— en que el pirata que mandó la araña a buscar esas palabras clave estaba intentando encontrar información sobre la pirámide masónica.

«Es obvio que sí», pensó Nola.

—Sin embargo, me parece que dio con una faceta del misterio masónico que no esperaba.

—¿Qué quieres decir?

—Nola, tú ya sabes que el director del CIA ha organizado un foro interno de debate para que el personal de la agencia intercambie ideas acerca de toda clase de temas, ¿verdad?

—Por supuesto.

Los foros proporcionaban al personal de la agencia un lugar seguro donde conversar sobre temas diversos, y ofrecían al director un acceso virtual a todos sus empleados.

—Los foros del director están hospedados en su partición privada; sin embargo, para que puedan acceder a ellos los empleados de todos los niveles de confidencialidad, están por fuera del cortafuegos de la información confidencial.

—¿Adonde quieres llegar? —preguntó ella mientras doblaban una esquina, cerca de la cafetería de la agencia.

—En una palabra —dijo Parrish, señalando un punto en la oscuridad—: aquí.

Nola levantó la vista. Al otro lado de la explanada, frente a ellos, una gran escultura de metal resplandecía a la luz de la luna.

En una institución que se enorgullecía de poseer más de quinientas obras de arte originales, la escultura titulada
Kryptos
(palabra que en griego significa «oculto») era, con diferencia, la más famosa de todas. Era obra del artista estadounidense James Sanborn y se había convertido en toda una leyenda dentro de la CIA.

La obra consistía en un extenso panel de cobre en forma de «S» apoyado sobre uno de los lados, a modo de curvilíneo muro metálico. Sobre la vasta superficie del panel, había casi dos mil letras grabadas, organizadas según un código desconcertante. Por si eso no fuera suficientemente enigmático, en torno al área que rodeaba al muro cifrado en forma de «S» había otros muchos elementos escultóricos, dispuestos con cuidada premeditación: losas de granito que formaban ángulos extraños, una rosa de los vientos, una calamita magnética y hasta una leyenda en código Morse que hacía referencia a la «memoria lúcida» y a las «fuerzas de la sombra». La mayoría de los admiradores de la escultura estaban convencidos de que esos objetos eran pistas para poder descifrarla.

Nola nunca había prestado excesiva atención a la escultura, ni tampoco le había preocupado jamás que estuviera total o parcialmente descifrada. En ese momento, sin embargo, quería respuestas.

—¿Por qué me has traído a ver el
Kryptos?

Parrish la miró con una sonrisa conspiradora y, con gesto teatral, sacó del bolsillo una hoja de papel doblada.

—Voilá!
¡El misterioso documento censurado que tanto te preocupaba! He conseguido acceder al texto completo.

Nola dio un respingo.

—¿Has espiado la partición secreta del director?

—No. Es lo que intentaba decirte antes. Echa un vistazo.

Le entregó el documento.

Nola cogió la hoja plegada y la abrió. Cuando vio el encabezamiento corriente de la agencia en lo alto de la página, ladeó la cabeza, asombrada.

Ese documento no era secreto. Ni por asomo.

Foro de debate para empleados: Kryptos
Almacenamiento comprimido: hilo núm. 2456282,5

Nola se encontró leyendo una serie de mensajes que habían sido comprimidos en una sola página para almacenarlos con más eficiencia.

—Tu documento con todas las palabras clave —dijo Rick— es una conversación entre unos cuantos fanáticos de los códigos que especulan acerca del
Kryptos.

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