Read El símbolo perdido Online
Authors: Dan Brown
Langdon miró espantado los rostros.
Aunque no lo esperaba, lo que estaba viendo le pareció perfectamente lógico. La reunión de los masones más distinguidos de la ciudad más poderosa del mundo tenía que incluir por fuerza a muchas personalidades famosas e influyentes. Y en efecto, en torno al altar, ataviados con guantes largos de seda, delantales masónicos y joyas relucientes, se habían reunido algunos de los hombres más poderosos del país.
«Dos jueces del Tribunal Supremo..., el secretario de Defensa..., el presidente de la Cámara de Representantes... y, por último..., el director de la CIA.»
Langdon hubiese querido apartar la vista, pero no pudo. La escena resultaba fascinante y profundamente inquietante, incluso para él.
Comprendió en un momento la causa de la preocupación y la ansiedad de Sato.
Mientras tanto, en la pantalla, la imagen se disolvía para dar paso a una escena particularmente chocante.
«Un cráneo humano... lleno de un oscuro líquido escarlata.»
El famoso
caput mortuum
se ofrecía al iniciado en las manos huesudas de Peter Solomon, cuyo anillo masónico de oro refulgía a la luz de los cirios. El líquido rojo era vino..., pero reverberaba como la sangre. El efecto visual era escalofriante.
«La quinta libación», pensó Langdon, que había leído descripciones de testigos de ese sacramento en las
Cartas sobre la institución masónica
de John Quincy Adams. Aun así, verla con sus propios ojos y observar cómo algunos de los hombres más poderosos de Estados Unidos contemplaban con toda calma la ceremonia era para Langdon una experiencia fascinante como pocas.
El iniciado cogió el cráneo entre las manos... y su cara se reflejó en la quieta superficie del vino.
—«Que este vino que ahora bebo se torne veneno mortífero en mis labios —declaró— si alguna vez, consciente e intencionadamente, quebranto mi juramento.»
Obviamente, ese iniciado se proponía quebrantar el juramento más allá de todo lo concebible.
Langdon no se atrevía a imaginar lo que podía suceder si la película llegaba a hacerse pública.
«Nadie lo entendería.»
El gobierno se sumiría en el caos. Inundarían la prensa los portavoces de los grupos antimasónicos, los fundamentalistas y los defensores de las teorías conspiratorias, que escupirían odio y miedo, y pondrían en marcha otra vez una caza puritana de brujas.
«Se tergiversará la verdad. —Langdon lo sabía—. Siempre pasa lo mismo con los masones.»
En realidad, la atención que la hermandad prestaba a la muerte era una forma de centrarse en la vida. El ritual masónico tenía por objeto despertar al hombre dormido, sacarlo de su oscuro ataúd de ignorancia, guiarlo hacia la luz y darle ojos para ver. Sólo la experiencia de la muerte permitía al hombre comprender en todo su alcance la experiencia de la vida. Sólo al darse cuenta de que sus días en la tierra estaban contados, podía el hombre comprender la importancia de vivir esos días con honor e integridad, al servicio de sus congéneres.
Las iniciaciones masónicas eran desconcertantes y sorprendentes porque su propósito era obrar una transformación. Los votos masónicos eran implacables, porque eran un recordatorio de que el honor y la palabra de un hombre son lo único que puede llevarse de este mundo. Las enseñanzas masónicas eran arcanas porque estaban destinadas a ser universales y a impartirse en el lenguaje de los símbolos y las metáforas, que trasciende las religiones, las culturas y las razas..., para crear una «conciencia mundial» unificada de amor fraternal.
Durante un breve instante, Langdon percibió un destello de esperanza. Intentó convencerse de que, si la película llegaba a filtrarse, la opinión pública la recibiría con mentalidad abierta y tolerante; al fin y al cabo, era bien sabido que todos los rituales espirituales incluían aspectos que, tomados fuera de contexto, podían resultar alarmantes, como las representaciones de la Pasión de Cristo, los ritos de circuncisión de los judíos, el bautismo de los muertos practicado por los mormones, los exorcismos católicos, el
niqab
islámico, las curaciones obradas por los chamanes en estado de trance o incluso el consumo figurado de la carne y la sangre de Cristo.
«Soy un iluso —reconoció Langdon, que no se engañaba—. Esa película sembrará el caos.»
Imaginó lo que sucedería si apareciera un vídeo en el que los dirigentes de Rusia o del mundo islámico amenazaran con cuchillos el pecho desnudo de una víctima, pronunciaran juramentos violentos, practicaran ejecuciones simuladas, se acostaran en ataúdes simbólicos o bebieran vino en un cráneo humano. El clamor mundial sería instantáneo y abrumador.
«Que Dios nos ayude...»
En la pantalla, el iniciado se estaba llevando el cráneo a los labios. Echó atrás la cabeza para apurar el vino rojo sangre, sellando así su juramento. Después, bajó el recipiente y miró a la congregación reunida a su alrededor. Los hombres más poderosos y respetados de Estados Unidos le hicieron un gesto afirmativo con la cabeza, en señal de aceptación.
—«Bienvenido, hermano» —dijo Peter Solomon.
Mientras la imagen se fundía en negro, Langdon se dio cuenta de que se le había cortado la respiración.
Sin decir nada, Sato se inclinó hacia él, cerró el maletín y se lo retiró de las rodillas. Langdon la miró y trató de hablar, pero no encontró palabras. No importaba. Por su expresión, era evidente que había comprendido. Sato tenía razón. La crisis de esa noche era de alcance nacional... y de proporciones inimaginables.
Vestido únicamente con el taparrabos, Mal'akh iba y venía delante de la silla de ruedas de Peter Solomon.
—Peter —susurró, disfrutando cada minuto del terror de su prisionero—, has olvidado a tu segunda familia: tus hermanos masones. A ellos también los destruiré, si no colaboras.
Solomon parecía casi catatónico, iluminado por el fulgor del ordenador portátil que tenía sobre las rodillas.
—¡Por favor! —tartamudeó finalmente, levantando la vista—. Si esa película llegara a hacerse pública...
—¿Si llegara...? —Mal'akh se echó a reír—. ¿Si llegara a hacerse pública? —Señaló el pequeño módem USB enchufado en un costado del ordenador.— Estoy conectado con el mundo.
—No serías capaz...
«Claro que sí», pensó Mal'akh, saboreando el horror de Solomon.
—Está en tu mano detenerme —dijo— y salvar a tu hermana. Pero tienes que decirme lo que quiero saber. La Palabra Perdida está oculta en alguna parte, Peter, y yo sé que esa cuadrícula revela exactamente dónde encontrarla.
Peter volvió a mirar la cuadrícula de signos, sin que sus ojos dejaran entrever nada.
—Quizá esto te ayude a inspirarte.
Mal'akh alargó la mano por encima de los hombros de Solomon y pulsó varias teclas del portátil. Se abrió un programa de correo electrónico y Peter se puso visiblemente tenso. La pantalla mostraba el borrador de un mensaje que Mal'akh había preparado horas antes: un archivo de vídeo, dirigido a una larga lista de destinatarios, entre los que figuraban las principales cadenas de televisión.
Mal'akh sonrió.
—Creo que ha llegado el momento de darla a conocer, ¿no te parece?
—¡No!
Mal'akh se inclinó y pulsó el botón de envío. Peter se agitó violentamente bajo las ataduras, intentando derribar el ordenador.
—Tranquilo, Peter —susurró Mal'akh—. Es un archivo enorme. La transmisión durará varios minutos.
Le señaló la barra de progreso.
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—Si me dices lo que quiero saber, detendré el envío y nadie verá nunca la película.
Con expresión espectral, Peter contemplaba el lento avance de la barra.
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Mal'akh levantó el ordenador de las rodillas de Peter, lo colocó sobre una de las sillas cercanas tapizadas de cuero y giró la pantalla para que su prisionero pudiera seguir el progreso de la transmisión. Después, volvió al lado de Solomon y depositó sobre sus rodillas la hoja con los símbolos.
—Según la leyenda, la pirámide masónica revelará la Palabra Perdida. Muy bien, éste es el código final de la pirámide, y estoy seguro de que tú sabes leerlo.
Mal'akh echó un vistazo al portátil.
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Después, volvió la vista hacia Peter. Solomon lo miraba fijamente, con los ojos grises refulgentes de odio.
«Ódiame —pensó Mal'akh—. Cuanto más intensa sea la emoción, más potente será la energía liberada cuando celebremos el ritual.»
En Langley, Nola Kaye se apretó el auricular del teléfono contra la oreja. Casi no distinguía la voz de Sato por encima del ruido del helicóptero.
—¡Han dicho que es imposible detener la transmisión del archivo! —gritó—. Clausurar los proveedores locales de Internet llevaría al menos una hora y, si tiene acceso a un proveedor de telefonía móvil, tampoco serviría de nada inutilizar la red terrestre porque conseguiría enviar el mensaje de todos modos.
La circulación de la información digital se había vuelto prácticamente imposible de parar. Había demasiadas rutas de acceso a Internet. Entre las redes de cable, los puntos de WiFi, los modems USB, los teléfonos por satélite, los superteléfonos y las PDA con función de correo electrónico, la única manera de aislar una potencial filtración de datos era destruir la máquina donde podía originarse.
—He encontrado la hoja de especificaciones del UH-60 en el que viajan ustedes —dijo Nola— y, por lo visto, está equipado con PEM.
Desde hacía cierto tiempo, los cañones de pulso electromagnético o PEM formaban parte del equipo habitual de los cuerpos de seguridad, que los usaban sobre todo para detener a distancia la huida de un vehículo. Mediante la emisión de un pulso superconcentrado de radiación electromagnética, un cañón PEM podía inutilizar los circuitos electrónicos de cualquier aparato al que se dirigiera: coches, teléfonos móviles, ordenadores... Según la hoja de especificaciones que estaba consultando Nola, el UH-60 llevaba montado en el bastidor un magnetron de seis gigahercios, con mirilla láser y bocina amplificadora de cincuenta decibelios, que generaba un pulso de diez gigavatios. Una de sus descargas, orientada directamente a un portátil, podía freír la placa madre del ordenador y borrar instantáneamente el disco duro.
—No podemos usar el PEM —gritó a su vez Sato—. Nuestro objetivo está dentro de un edificio de piedra, sin línea visual y con protección electromagnética de muchos centímetros de grosor. ¿Hay algún indicio de que la película haya empezado a circular?
Nola echó un vistazo al segundo monitor, donde aparecían los resultados de una búsqueda continua de noticias recientes acerca de los masones.
—Todavía no. Pero si empieza a circular, lo sabremos en cuestión de segundos.
—Manténme informada —dijo Sato antes de cerrar la comunicación.
Langdon contuvo el aliento mientras el helicóptero caía del cielo a Dupont Circle. Unos cuantos viandantes se dispersaron mientras el aparato descendía a través de una abertura entre las copas de los árboles y se posaba bruscamente en el césped, justo al sur de la famosa fuente en dos niveles diseñada por los dos creadores del Lincoln Memorial.
Treinta segundos después, Langdon viajaba a toda velocidad a bordo de un Lexus todoterreno confiscado, subiendo por New Hampshire Avenue en dirección a la Casa del Templo.
Peter Solomon estaba intentando desesperadamente determinar qué hacer. Lo único que podía conjurar en su mente eran imágenes de Katherine desangrándose en el sótano... y de la película que acababa de ver. Volvió lentamente la cabeza hacia el ordenador situado a varios metros de distancia, sobre la silla tapizada de cuero, y vio que casi un tercio de la barra de progreso se había rellenado.
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completado
Para entonces, el hombre tatuado caminaba en amplios círculos en torno al altar cuadrado, balanceando un incensario encendido y salmodiando entre dientes. Densos penachos de humo blanco se arremolinaban en su ascenso hacia la claraboya del techo. El hombre tenía los ojos dilatados y parecía haber entrado en un trance demoníaco. Peter volvió la mirada hacia el cuchillo antiguo, que aguardaba junto a la sábana de seda blanca extendida sobre el altar.
Peter Solomon no tenía la menor duda de que moriría en el templo esa misma noche. La cuestión era cómo morir. ¿Encontraría la manera de salvar a su hermana y a sus compañeros? ¿O moriría completamente en vano?
Bajó la vista hacia la cuadrícula de símbolos. La primera vez que había visto el cuadrado, la impresión del momento lo había cegado y le había impedido atravesar el velo del caos para contemplar la asombrosa verdad. Ahora, sin embargo, el auténtico significado de los símbolos se reveló ante sus ojos, claro como el agua. Veía la cuadrícula bajo una luz totalmente nueva.
Peter Solomon supo con exactitud lo que tenía que hacer.
Inspiró profundamente y miró la luna a través del óculo que se abría sobre su cabeza. Después, empezó a hablar.
«Todas las grandes verdades son simples.»
Mal'akh lo había aprendido mucho tiempo atrás.
La solución que Peter Solomon le estaba explicando era tan elegante y sencilla que sólo podía ser verdad. Increíblemente, la solución del código final de la pirámide era mucho más simple de lo que nunca podría haber imaginado.
«¡Tenía la Palabra Perdida delante de mis propios ojos!»
En un instante, un brillante rayo de luz atravesó las tinieblas de los mitos y la historia que rodeaban a la Palabra Perdida. Como prometía la leyenda, la Palabra Perdida estaba escrita en una lengua antigua y revestía un gran poder místico en todas las filosofías, las religiones y las ciencias conocidas por el hombre.
«En la alquimia, la astrología, la Cábala, el cristianismo, el budismo, el rosacrucianismo, la masonería, la astronomía, la física, la ciencia noética... »
De pie en la cámara donde había sido iniciado, en la cima de la gran pirámide de Heredom, Mal'akh contempló el tesoro que llevaba tantos años buscando y supo que su preparación no podría haber sido más perfecta.
«Pronto estaré completo.
»La Palabra Perdida ha sido hallada.»
Mientras tanto, en Kalorama Heights, un agente solitario de la CIA hablaba por teléfono entre un mar de basura, después de volcar los cubos encontrados en el garaje.