Read El símbolo perdido Online
Authors: Dan Brown
Se volvió hacia Sato y dijo en tono perentorio:
—Quizá lo que recuerdo baste para averiguar lo que queremos, pero necesito consultar algo en Internet.
La directora sacó su BlackBerry del bolsillo.
—Busque «cuadrado de Franklin de orden ocho».
Ella lo miró con asombro, pero empezó a teclear sin hacer preguntas.
Langdon aún tenía la vista nublada y sólo entonces empezaba a procesar el extraño lugar donde se encontraba. Se dio cuenta de que la mesa de piedra donde se apoyaban estaba cubierta de manchas antiguas de sangre, y que la pared de la derecha estaba totalmente empapelada con textos, fotografías, dibujos, y mapas, todo ello conectado con una gigantesca red de líneas.
«Dios mío.»
Se acercó al extraño
collage,
sujetando aún contra el cuerpo las mantas que lo envolvían. En la pared, colgada con chinchetas, había una extrañísima colección de información: hojas de textos antiguos, desde manuales de magia negra hasta textos sagrados del cristianismo; dibujos de símbolos y sellos; páginas impresas de webs que difundían teorías conspiratorias, e imágenes de Washington captadas por satélite, marcadas con notas y signos de interrogación. En una de las hojas había una larga lista de palabras en muchos idiomas, entre las que reconoció varios términos sagrados masónicos, así como fórmulas mágicas y encantamientos rituales.
«¿Es eso lo que busca? ¿Una palabra? ¿Es así de simple?»
El escepticismo que desde hacía tiempo profesaba Langdon respecto a la pirámide masónica se debía sobre todo a su pretendida revelación: la localización de los antiguos misterios. Supuestamente, la pista debía conducir a una especie de enorme cámara subterránea, repleta de miles y miles de volúmenes, que de algún modo habrían sobrevivido a la desaparición de las antiguas bibliotecas que alguna vez los habían albergado. Todo eso le parecía imposible.
«¿Una cámara tan grande? ¿En el subsuelo de Washington?»
En ese momento, sin embargo, el recuerdo de la conferencia de Peter en la Academia Phillips Exeter, combinado con las listas de palabras que tenía delante, le abrió otra asombrosa posibilidad.
Langdon no creía ni por asomo en el poder de las palabras mágicas..., sin embargo, parecía bastante evidente que el hombre tatuado sí creía en ellas. Se le aceleró el pulso mientras volvía a repasar con la vista las notas garabateadas, los mapas, los textos, las páginas impresas y todas las líneas interconectadas y las notas adhesivas.
Era indudable que había un tema recurrente.
«Dios mío, ese hombre está buscando el
verbum significatium...
la Palabra Perdida... »
Langdon dejó que cobrara forma la idea, recordando fragmentos de la conferencia de Peter.
«Lo que busca es la Palabra Perdida. ¡Eso es lo que cree que está sepultado aquí en Washington!»
Sato se situó a su lado.
—¿Es esto lo que ha pedido? —preguntó mientras le pasaba la BlackBerry.
Langdon vio la cuadrícula numérica de ocho filas por ocho columnas que aparecía en la pantalla.
—Exacto. —Cogió un trozo de papel—. Necesitaré un bolígrafo.
Sato le dio el que tenía en el bolsillo.
—Dese prisa, por favor.
En la oficina del sótano de la Dirección de Ciencia y Tecnología, Nola Kaye estaba estudiando una vez más el documento censurado que le había llevado Rick Parrish, el especialista en seguridad de sistemas.
«¿Qué demonios hará el director de la CIA con un archivo sobre pirámides antiguas y localizaciones subterráneas secretas?»
Cogió el teléfono y marcó un número.
Sato respondió al instante, con voz tensa.
—¿Sí, Nola? Estaba a punto de llamarte.
—Tengo información nueva —dijo Nola—. No sé muy bien cómo encaja en todo esto, pero he descubierto que hay un documento censu...
—Sea lo que sea, olvídalo —la interrumpió Sato—. No tenemos tiempo. No hemos podido capturar al objetivo y tengo todos los motivos para pensar que está a punto de hacer efectiva su amenaza.
Nola se estremeció.
—El aspecto positivo es que sabemos exactamente adonde se dirige. —Sato hizo una profunda inspiración—. El negativo es que se ha llevado el portátil.
A poco más de quince kilómetros de distancia, Mal'akh arropó a Peter Solomon con la manta y lo empujó sobre la silla de ruedas a través de un aparcamiento iluminado por la luna, hacia la sombra de un edificio enorme. La estructura tenía exactamente treinta y tres columnas exteriores, cada una de las cuales medía treinta y tres pies exactos de altura.
6
El colosal edificio estaba vacío a esa hora de la noche y no había nadie que pudiera verlos, aunque en realidad daba lo mismo. Desde cierta distancia, nadie habría reparado en un hombre alto de aspecto gentil, con abrigo negro largo, que llevaba a dar un paseo nocturno a un inválido calvo.
Cuando llegaron a la entrada trasera, Mal'akh acercó la silla de Peter al teclado numérico de seguridad. Peter miró las teclas con expresión desafiante, evidenciando que no tenía la menor intención de marcar el código.
Mal'akh se echó a reír.
—¿Crees que te he traído para que me dejes entrar? ¿Tan pronto se te ha olvidado que soy un miembro de tu hermandad?
Tendió la mano y tecleó el código de acceso que le había sido revelado tras su iniciación al grado trigésimo tercero.
La pesada puerta se abrió con un chasquido.
Peter emitió un gruñido y empezó a debatirse en la silla de ruedas.
—¡Ay, Peter, Peter...! —suspiró Mal'akh—. Piensa en Katherine. Si colaboras, ella vivirá; está en tu mano salvarla. Te doy mi palabra.
Empujó la silla de su prisionero hacia el interior del edificio y cerró la puerta por dentro, con el corazón desbocado por la expectación. Tras recorrer con Peter varios pasillos, llegó a un ascensor y pulsó el botón. Las puertas se abrieron y Mal'akh entró de espaldas, tirando de la silla de ruedas. Después, procurando que Solomon viera lo que hacía, tendió la mano y pulsó el botón más alto.
Una expresión de creciente temor surcó el rostro atormentado de su prisionero.
—Tranquilo —susurró Mal'akh, acariciando suavemente la cabeza rapada de Peter mientras las puertas del ascensor se cerraban—. Ya sabes... El secreto es cómo morir.
«¡No puedo recordar todos los símbolos!»
Langdon cerró los ojos, empeñado en rememorar la ubicación exacta de los símbolos grabados en la base de la pirámide de piedra, pero ni siquiera su memoria eidética alcanzaba semejante grado de precisión. Anotó entonces los pocos símbolos que conseguía recordar, colocándolos en las posiciones indicadas por el cuadrado mágico de Franklin.
Aun así, no logró ver nada que tuviera sentido.
—¡Mira! —exclamó Katherine—. La pista que estás siguiendo debe de ser buena. Todos los símbolos de la primera fila son letras griegas. ¡Los símbolos del mismo tipo se disponen juntos!
Langdon también lo había observado, pero no se le ocurría ninguna palabra griega que coincidiera con aquella configuración de letras y espacios.
«¡Necesito la primera letra!»
Volvió a contemplar el cuadrado mágico, esforzándose por recordar la letra que había visto en el lugar correspondiente al número uno, junto a la esquina inferior izquierda.
«¡Piensa!»
Cerró los ojos y trató de visualizar la base de la pirámide.
«La fila inferior... Junto a la esquina inferior izquierda... ¿Qué letra había?»
Durante un instante, Langdon estuvo de vuelta en el tanque, transido de terror, mirando la base de la pirámide a través de la ventana de plexiglás.
Súbitamente, la vio. Abrió los ojos, respirando ruidosamente.
—¡La primera letra es una «H»!
Volvió a la cuadrícula y escribió la primera letra. La palabra aún estaba incompleta, pero había visto suficiente. De pronto, comprendió cuál podía ser la palabra.
«Ηερεδομ»
Sintiendo que el pulso le latía con fuerza, tecleó una búsqueda en la BlackBerry, con el equivalente en caracteres latinos de la conocida palabra griega. El primero de los resultados que aparecieron en la pantalla enlazaba con el artículo de una enciclopedia. En cuanto lo leyó, supo que había dado con la respuesta.
Heredom.
n. m. Palabra importante en los grados más altos de la masonería, en particular, la del Rito Rosacruz francés, donde alude a una mítica montaña de Escocia, sede legendaria de su primera agrupación. Deriva del griego HepeSop, que a su vez tiene su origen en
hieros-domos,
«casa sagrada» en griego.
—¡Eso es! —exclamó Langdon, sin salir de su asombro—. ¡Allí es adonde han ido!
Sato, que había estado leyendo por encima de su hombro, parecía confusa.
—¿Adonde? ¿A una mítica montaña de Escocia?
Langdon negó con la cabeza.
—No, a un edificio de Washington cuyo nombre cifrado es Heredom.
La Casa del Templo, conocida como Heredom por los miembros de la hermandad, siempre había sido el orgullo de los masones del Rito Escocés de Estados Unidos. Con su cubierta piramidal de lados empinados, el edificio llevaba el nombre de una imaginaria montaña escocesa. Sin embargo, Mal'akh sabía que el tesoro oculto en su interior no tenía nada de imaginario.
«Éste es el lugar. —Lo sabía—. La pirámide masónica ha mostrado el camino.»
Mientras el antiguo ascensor subía lentamente al tercer piso, Mal'akh sacó el papel donde había reorganizado la cuadrícula de símbolos, siguiendo el orden del cuadrado de Franklin. Todas las letras griegas se habían desplazado a la primera fila... junto con un sencillo símbolo.
El mensaje no podía ser más claro. «Bajo la Casa del Templo.» Heredom↓
«La Palabra Perdida está aquí..., en algún sitio.» Aunque Mal'akh no sabía exactamente cómo localizarla, estaba convencido de que la respuesta estaba oculta en los restantes símbolos de la cuadrícula. Para su gran conveniencia, no había nadie más capacitado que Peter Solomon para descifrar los secretos de la pirámide masónica y del edificio donde se encontraban.
«¡El venerable maestro en persona!»
Peter seguía agitándose en la silla de ruedas y emitiendo sonidos ahogados a través de la mordaza.
—Sé muy bien que estás preocupado por Katherine —dijo Mal'akh—, pero ya casi hemos terminado.
Para Mal'akh, la llegada del final había sido repentina. Después de tantos años de sufrimiento y preparación, de investigación y espera, por fin había llegado el momento.
Cuando el ascensor empezó a detenerse, sintió que lo atenazaba la emoción.
El cubículo se detuvo.
Las puertas de bronce se abrieron y Mal'akh contempló la gloriosa cámara que se abría ante ellos. El vasto espacio cuadrado, adornado con diversos símbolos, resplandecía a la luz de la luna, que se derramaba por el óculo abierto en lo más alto de la cubierta.
«He vuelto al punto de partida», pensó.
La Sala del Templo era el mismo lugar donde Peter Solomon y sus hermanos habían cometido la ingenuidad de iniciar a Mal'akh en sus misterios, como si fuera uno de los suyos. Ahora, el secreto más sublime de los masones, un secreto en cuya existencia la mayor parte de la hermandad ni siquiera creía, estaba a punto de ser revelado.
—No encontrará nada —dijo Langdon, todavía algo confuso y desorientado, mientras subía con Sato y los demás por la rampa de madera que conducía a la salida del sótano—. Esa palabra no existe. Es una metáfora, un símbolo de los antiguos misterios.
Katherine iba detrás de ellos, dejando que dos agentes sostuvieran por la rampa su cuerpo debilitado.
Mientras el grupo pasaba cautelosamente entre los restos de la puerta metálica destrozada y a través del cuadro giratorio en dirección al salón, Langdon iba explicando a Sato que la Palabra Perdida era uno de los símbolos más perdurables de la francmasonería: una sola palabra, escrita en una lengua arcana que el hombre ya no podía descifrar. Se suponía que la Palabra, lo mismo que los antiguos misterios, sólo revelaría su poder oculto a aquellos que tuvieran suficiente lucidez para descifrarla.
—Se dice —añadió Langdon para terminar— que sólo aquel que posea y comprenda la Palabra Perdida podrá descifrar los antiguos misterios.
Sato lo miró.
—¿Entonces usted cree que ese hombre busca una palabra?
Langdon tuvo que reconocer que su sugerencia podía parecer absurda a primera vista, pero resolvía muchas cuestiones.