El símbolo perdido (64 page)

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Authors: Dan Brown

BOOK: El símbolo perdido
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—Verá, yo no soy ningún especialista en magia ritual —insistió—, pero después de ver los documentos que hay en la pared del sótano y de saber por Katherine que ese hombre tiene en la cabeza una zona sin tatuar..., diría que su propósito es encontrar la Palabra Perdida y grabársela en la piel.

Sato condujo al grupo al comedor. Fuera, el helicóptero estaba calentando motores y las aspas atronaban con fuerza creciente.

Langdon no dejaba de hablar, pensando en voz alta.

—Si ese individuo cree realmente que está a punto de desatar el poder de los antiguos misterios, no habrá para él ningún símbolo más poderoso que la Palabra Perdida. Si pudiera encontrarla y grabársela en la coronilla (que en sí misma es un punto sagrado del cuerpo), entonces se creería sin duda perfectamente ornamentado y ritualmente preparado para...

Se interrumpió al ver que Katherine palidecía ante la idea del destino que aguardaba a Peter.

—Pero, Robert —dijo ella con voz débil, casi inaudible en medio del estruendo del rotor del helicóptero—, eso que dices tiene su aspecto positivo, ¿no crees? Si pretende grabarse la Palabra Perdida en la coronilla antes de sacrificar a Peter, entonces tenemos tiempo. No lo matará hasta que encuentre la palabra. Y si la palabra no existe...

Langdon intentó mostrarse esperanzado mientras los agentes ayudaban a Katherine a sentarse.

—Por desgracia, Peter cree que todavía te estás desangrando. Cree que la única manera de salvarte es cooperar con ese lunático..., probablemente ayudándolo a encontrar la Palabra Perdida.

—¿Y qué más da? —insistió ella—. Si la palabra no existe...

—Katherine —dijo Langdon, mirándola a los ojos—, si yo creyera que te estás muriendo y alguien me prometiera salvarte a cambio de que yo le encontrara la Palabra Perdida, entonces le daría una palabra a ese hombre, cualquier palabra, y después le rogaría a Dios que cumpliera su promesa.

—¡Directora! —gritó un agente desde la habitación contigua—. ¡Tiene que ver esto!

Sato salió apresuradamente del comedor y vio a uno de sus agentes que venía bajando la escalera desde el dormitorio. En la mano llevaba una peluca rubia.

«¿Qué diantre...?»

—El postizo que usaba el hombre —dijo, al tiempo que se lo entregaba—. Lo encontré en el vestidor. Mírelo bien.

La peluca pesaba mucho más de lo que Sato esperaba. El casquete parecía moldeado con un gel espeso. Curiosamente, del revés sobresalía un cable.

—La batería de gel se adapta a la forma del cráneo —dijo el agente—, y alimenta una cámara espía de fibra óptica, oculta entre el pelo.

—¿Qué? —replicó Sato, rebuscando con los dedos hasta dar con el diminuto objetivo de la cámara, alojado de manera invisible entre los rizos rubios—. ¿Esta cosa es una cámara oculta?

—Una cámara de vídeo —especificó el agente—. Guarda lo que graba en esta minúscula tarjeta de memoria de estado sólido —añadió, señalando un cuadrado de silicio del tamaño de un sello postal, adherido al casquete de la peluca—. Probablemente se activa con el movimiento.

«¡Dios santo! —pensó ella—. ¡Entonces fue así como lo hizo!»

Aquella versión actualizada de la cámara espía disimulada en la flor de la solapa había desempeñado un papel crucial en la crisis a la que la directora de la Oficina de Seguridad tenía que hacer frente esa noche. La estuvo observando un minuto más y después se la devolvió al agente.

—Seguid registrando la casa —dijo—. Quiero toda la información que podáis reunir sobre ese tipo. Sabemos que se ha llevado el portátil y necesito saber cómo piensa conectarse con el resto del mundo mientras esté fuera. Buscad en su estudio manuales de instrucciones, cables y cualquier cosa que pueda darnos pistas acerca del material que tiene a su disposición.

—Sí, señora —respondió el agente, aprestándose a cumplir sus órdenes.

«Ahora hay que salir.»

Sato oía el gemido de las aspas girando a la máxima potencia. Volvió rápidamente al comedor, donde para entonces ya se encontraba Warren Bellamy, al que Simkins había hecho pasar desde el helicóptero para interrogarlo acerca del edificio adonde pensaban que se había dirigido el sujeto.

«La Casa del Templo.»

—Las puertas delanteras están cerradas por dentro —estaba diciendo Warren Bellamy, temblando visiblemente y envuelto aún en una manta térmica de rescate, tras su estancia a la intemperie en Franklin Square—. Sólo podrán entrar por detrás. Hay un teclado de seguridad, con un número de acceso que sólo conocemos los miembros de la hermandad.

—¿Cuál es el número? —preguntó Simkins mientras tomaba notas.

Bellamy se sentó, demasiado débil para mantenerse de pie, y pese al castañeteo de los dientes, recitó el código de acceso y después añadió:

—La dirección es Sixteenth Street, número 1733; pero tendrán que buscar la entrada del garaje, detrás del edificio. No es fácil de encontrar, pero...

—Yo sé dónde está —intervino Langdon—. Se la mostraré cuando lleguemos.

Simkins negó con la cabeza.

—Usted no viene, profesor. Es una misión estrictamente...

—¡Claro que voy! —lo interrumpió Langdon con ferocidad—. ¡Peter está allí! ¡Y ese edificio es un laberinto! ¡Sin nadie que los guíe, tardarían por lo menos diez minutos en encontrar el camino a la Sala del Templo!

—Tiene razón —dijo Bellamy—. Es un laberinto. Hay un ascensor, pero es viejo, ruidoso, y está a plena vista de la Sala del Templo. Si quieren entrar sin que los oigan, tendrán que subir por la escalera.

—No podrán encontrar el camino sin ayuda —advirtió Langdon—. Desde la puerta de atrás, hay que pasar por la Sala de las Vestiduras, la Galería del Honor, el entresuelo, el vestíbulo central, la escalinata...

—Es suficiente —dijo Sato—. Langdon viene con nosotros.

Capítulo 116

La energía iba en aumento.

Mal'akh la sentía palpitar en su interior, la sentía subir y bajar por su cuerpo, mientras empujaba la silla de Peter Solomon hacia el altar.

«Saldré de este edificio infinitamente más poderoso de lo que he entrado.»

Sólo le faltaba localizar el último ingrediente.

—Verbum significatium
—susurró para sus adentros—,
verbum omni-ficum.

Colocó la silla de ruedas de Peter junto al altar, rodeó la estructura y abrió la cremallera de la pesada bolsa de viaje que su prisionero cargaba sobre las rodillas. Buscó en su interior, sacó la pirámide de piedra y la levantó a la luz de la luna, directamente a la vista de Peter, para enseñarle la cuadrícula de símbolos grabados en la base.

—¡Tantos años —le dijo con sorna—, y todavía no sabías cómo guardaba sus secretos la pirámide!

Mal'akh la depositó con cuidado en una esquina del altar y volvió a la bolsa.

—Y este talismán —prosiguió mientras extraía el vértice de oro— en verdad ha puesto orden en el caos, tal como prometía.

Colocó con esmero el vértice de metal sobre la pirámide de piedra y se apartó para que Peter pudiera observar el resultado.

—¡Mira! ¡He aquí tu
symbolon
completo!

Con expresión torturada, Peter intentó vanamente hablar.

—Bien, veo que tienes algo que decirme —dijo Mal'akh, arrancándole bruscamente la mordaza.

Antes de conseguir hablar, Peter Solomon estuvo varios segundos tosiendo y combatiendo la sensación de ahogo.

—Katherine... —dijo por fin.

—A Katherine le queda muy poco tiempo. Si quieres salvarla, te sugiero que hagas exactamente lo que yo te diga.

Mal'akh suponía que probablemente ya estaría muerta, o casi. Le daba lo mismo. Había tenido suerte de vivir el tiempo suficiente para despedirse de su hermano.

—Por favor —suplicó Peter—, envíale una ambulancia...

—Eso mismo haré, pero antes tienes que decirme cómo acceder a la escalera secreta.

La expresión de Peter fue de incredulidad.

—¡¿Qué?!

—La escalera. La leyenda masónica habla de una escalera que desciende decenas de metros, hasta el lugar secreto donde está enterrada la Palabra Perdida.

Ahora el pánico pareció adueñarse de Peter.

—Ya sabes: la leyenda —insistió Mal'akh—, una escalera secreta oculta debajo de una piedra.

Señaló el altar central, un bloque enorme de mármol negro con una inscripción dorada en hebreo:
Dios dijo: «Hágase la luz», y la luz se hizo.

—Obviamente, éste es el lugar. El acceso a la escalera debe de estar oculto en uno de los pisos de abajo.

—¡En este edificio no hay ninguna escalera secreta! —gritó Peter.

Mal'akh sonrió pacientemente e hizo un gesto indicando el techo.

—Este edificio tiene forma de pirámide.

Señaló los cuatro lados de la bóveda, que se afinaban hasta confluir en el óculo cuadrado del centro.

—Sí, la Casa del Templo es una pirámide, pero ¿qué tiene que ver eso con... ?

—Peter, yo tengo toda la noche —lo interrumpió Mal'akh, alisándose la túnica blanca de seda sobre su cuerpo perfecto—. Katherine, en cambio, no. Si quieres que viva, tienes que decirme cómo encontrar la escalera.

—¡Ya te lo he dicho! —exclamó Peter—. ¡No hay ninguna escalera secreta en este edificio!

—¿No?

Con mucha calma, Mal'akh sacó el papel donde había reorganizado la cuadrícula de símbolos grabados en la base de la pirámide.

—Éste es el mensaje definitivo de la pirámide masónica. Tu amigo Robert Langdon me ayudó a descifrarlo.

Mal'akh levantó la hoja y la sostuvo delante de los ojos de Peter. El venerable maestro contuvo una exclamación. No sólo los sesenta y cuatro símbolos se habían reorganizado en grupos con significado claro, sino que a partir del caos se había materializado un dibujo.

El dibujo de una escalera... debajo de una pirámide.

Peter Solomon se quedó mirando con incredulidad la cuadrícula de símbolos que tenía delante. La pirámide masónica había guardado su secreto durante generaciones, y ahora, de pronto, lo revelaba. Una sensación de oscuro presagio le encogió el estómago.

«El código final de la pirámide.»

A primera vista, el verdadero significado de los símbolos seguía siendo un misterio para él. Sin embargo, de inmediato comprendió el motivo de que el hombre tatuado hubiera sacado una conclusión errónea.

«Cree que hay una escalera oculta debajo de la pirámide llamada Heredom. Ha interpretado mal los símbolos.»

—¿Dónde está? —preguntó el hombre tatuado—. Dime cómo encontrar la escalera y salvaré a Katherine.

«Ojalá pudiera —pensó Peter—, pero la escalera no es real.» El mito de la escalera era puramente simbólico; formaba parte de las grandes alegorías de los masones. La escalera de caracol, como la llamaban, aparecía en los tableros de dibujo del segundo grado, y representaba el ascenso intelectual del hombre hacia la verdad divina. Al igual que la escalera de Jacob, la escalera de caracol masónica era un símbolo del camino hacia el cielo, de la ruta del hombre hacia Dios, de la conexión entre el mundo terrenal y el plano espiritual. Sus peldaños representaban las múltiples virtudes de la mente.

«Él debería saberlo —pensó Peter—. Ha sido iniciado en todos los grados.»

Todos los iniciados de la masonería oían hablar de la escalera simbólica que les permitiría ascender y «participar en los misterios de la ciencia humana». La francmasonería, como la ciencia noética y los antiguos misterios, tenía en muy alta estima el potencial inexplotado de la mente humana, y muchos símbolos masones guardaban relación con su fisiología.

«La mente es un vértice dorado en la cima del cuerpo físico; es la piedra filosofal. Por la escalera de la columna vertebral, la energía asciende y desciende, circula y conecta la mente celestial con el cuerpo físico.»

No era coincidencia, como Peter bien sabía, que la columna tuviera exactamente treinta y tres vértebras.

«Treinta y tres son los grados de la masonería.»

La base de la columna era el sacro, es decir, el «hueso sagrado».

«El cuerpo es en verdad un templo.»

La ciencia humana que los masones veneraban era la antigua sabiduría que enseñaba a usar ese templo para su fin más noble y poderoso.

Por desgracia, explicar la verdad a ese hombre no iba a servirle para ayudar a Katherine. Peter echó un vistazo a la cuadrícula de símbolos y lanzó un suspiro resignado.

—Tienes razón —mintió—. Es cierto que hay una escalera secreta debajo de este edificio; en cuanto le envíes una ambulancia a Katherine, te la enseñaré.

El hombre de los tatuajes se limitó a mirarlo fijamente.

Solomon le devolvió la mirada, desafiante:

—¡Puedes salvar a mi hermana y averiguar la verdad... o matarnos a los dos y vivir para siempre en la ignorancia!

Con tranquilidad, el hombre bajó el papel y meneó la cabeza.

—No estoy contento contigo, Peter. No has pasado la prueba. Todavía me tomas por tonto. ¿De verdad piensas que no sé lo que estoy buscando? ¿Crees que aún no conozco mi verdadero potencial?

Tras decir eso, el hombre le dio la espalda y dejó caer la túnica. Mientras la seda blanca se deslizaba y caía al suelo con un susurro, Peter vio por primera vez el largo tatuaje que le recorría al hombre toda la columna.

«Dios mío...»

Subiendo en espiral desde el taparrabos blanco, una elegante escalera de caracol dividía por la mitad la musculosa espalda. Cada peldaño correspondía a una vértebra. Sin habla, Peter dejó que sus ojos subieran por la escalera hasta la base del cráneo del hombre.

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