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Authors: Dan Brown

El símbolo perdido (61 page)

BOOK: El símbolo perdido
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—Por desgracia —añadió la sombra—, su respuesta ha fallado en casi cinco mil kilómetros y medio milenio.

La sala pareció reanimarse.

El proyector presentó entonces una fotografía moderna, a todo color, del mismo castillo, visto desde otro ángulo. Las torres, construidas con arenisca de las canteras de Seneca Creek, ocupaban el primer plano; pero al fondo, a una distancia asombrosamente breve, se erguía la majestuosa cúpula con el doble tambor de columnas del Capitolio de Washington.

—¡¿Qué?! —exclamó la chica que había intervenido—. ¿Hay un castillo normando en Washington?

—Desde 1855 —replicó la voz—, el año en que fue tomada la siguiente fotografía.

Apareció entonces una nueva diapositiva: un interior en blanco y negro, que mostraba un extenso salón de baile de techo abovedado, poblado de esqueletos de animales, vitrinas con objetos científicos, frascos de cristal con especímenes biológicos, piezas arqueológicas y moldes de escayola de reptiles prehistóricos.

—Este castillo maravilloso —dijo la voz— fue el primer auténtico museo de ciencias de Estados Unidos. Fue un regalo hecho a nuestro país por un acaudalado científico británico, que al igual que los padres fundadores estaba convencido de que este joven país iba a convertirse en tierra de la iluminación espiritual. Ese hombre legó a nuestros antepasados una fortuna enorme y les pidió que levantaran en el corazón de la nación «un establecimiento para el incremento y la difusión del conocimiento». —Hizo una larga pausa—. ¿Quién puede decirme el nombre de ese generoso científico?

Una voz tímida, en las primeras filas, arriesgó una respuesta.

—¿James Smithson?

Un susurro de reconocimiento se extendió entre los asistentes.

—Smithson, en efecto —replicó el orador. Peter Solomon dejó entonces que lo iluminaran los focos, revelando un destello de picardía en los ojos grises—. Buenos días. Soy Peter Solomon, secretario de la institución Smithsonian.

Los estudiantes prorrumpieron en entusiastas aplausos.

En la penumbra, Langdon observaba con admiración mientras Peter guiaba a las jóvenes mentes en un recorrido fotográfico por los primeros años de la Smithsonian. La presentación empezaba por el castillo, los laboratorios de ciencia del sótano, los pasillos flanqueados por piezas de museo, un salón lleno de moluscos, unos científicos que se hacían llamar «los conservadores de crustáceos», e incluso una fotografía antigua de los inquilinos más famosos del castillo, una pareja de búhos ya desaparecidos, llamados
Difusión
e
Incremento.
La proyección de diapositivas, de media hora de duración, terminaba con una impresionante vista de satélite del National Mall de Washington, donde ahora se concentraban varios museos enormes de la Smithsonian.

—Como he dicho al principio —añadió Solomon para concluir—. James Smithson y los fundadores de la nación aspiraban a que nuestro país fuera una tierra de iluminación intelectual. Estoy seguro de que hoy se sentirían orgullosos. La gran institución Smithsonian se yergue como un símbolo de la ciencia y el conocimiento, en el corazón mismo de Estados Unidos. Es un tributo vivo, dinámico y activo a la visión que nuestros predecesores tuvieron de este país, un país fundado en los principios del conocimiento, la razón y la ciencia.

Solomon apagó el proyector mientras una estruendosa salva de aplausos resonaba a su alrededor. Se encendieron las luces de la sala y docenas de manos se levantaron para hacer preguntas.

El conferenciante dio la palabra a un chico pelirrojo de aspecto frágil, sentado en una de las filas del centro.

—Señor Solomon —empezó el chico con una nota de desconcierto en la voz—, acaba de decir que los padres fundadores huyeron de la opresión religiosa de Europa y establecieron un país sobre los principios del progreso científico.

—Así es.

—Pero... yo tenía la impresión de que nuestros antepasados eran hombres muy religiosos, que fundaron este país como una nación cristiana.

Solomon sonrió.

—Amigos míos, no me malinterpreten. Los padres de la nación fueron hombres profundamente religiosos, sí, pero deístas, lo que significa que creían en Dios pero de una manera universal, amplia y tolerante. El único principio religioso que defendieron fue la libertad de culto. —Separó el micrófono del soporte y se alejó del estrado, hasta el borde del escenario—. Los fundadores de este país soñaban con una utopía de iluminación espiritual, en la que la libertad de pensamiento, la educación del pueblo y el progreso científico desplazaran la oscuridad de las viejas supersticiones religiosas.

Una chica rubia, al fondo, levantó la mano.

—¿Sí?

—Señor Solomon —dijo la chica, enseñando el teléfono móvil—, lo he estado investigando por Internet, y veo en la Wikipedia que es usted un importante miembro de la masonería.

Solomon le mostró el anillo masónico.

—Yo mismo podría haberle ahorrado el coste de la bajada de datos.

Los estudiantes se echaron a reír.

—Bueno, verá —prosiguió la joven en tono dubitativo—, acaba usted de mencionar las «viejas supersticiones religiosas», y yo tengo la impresión de que si hay alguien culpable de propagar viejas supersticiones... son precisamente los masones.

La observación no pareció perturbar a Solomon.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo es eso?

—He leído mucho sobre masonería y sé que tienen ustedes muchos rituales raros y creencias antiguas. Este artículo de la Wikipedia dice incluso que los masones creen en el poder de una especie de sabiduría mágica de la antigüedad..., capaz de elevar a los hombres a la estatura de dioses...

Todos se volvieron y miraron a la chica como si se hubiera vuelto loca.

—En realidad —dijo Solomon—, lo que dice es cierto.

Los estudiantes se giraron otra vez para mirar al frente con expresión de asombro.

Reprimiendo una sonrisa, Solomon preguntó a la joven:

—¿Hay en el artículo alguna nota más de sabiduría wikipédica sobre ese conocimiento mágico?

Aunque para entonces parecía algo incómoda, la chica empezó a leer de la página web.

—«Para que esa sabiduría poderosa no cayera en manos de personas indignas, los primeros iniciados cifraron sus conocimientos... y ocultaron la potente verdad bajo un lenguaje metafórico de símbolos, mitos y alegorías. Hasta hoy, esa sabiduría cifrada se encuentra a nuestro alrededor..., codificada en la mitología, el arte y los textos de ocultismo de las diferentes épocas. Por desgracia, el hombre moderno ya no tiene la capacidad de descifrar esa compleja red de simbolismos... y la gran verdad se ha perdido.»

Solomon aguardó un instante.

—¿Eso es todo?

La joven se movió inquieta en su asiento.

—En realidad, sigue un poco más.

—No esperaba otra cosa. Continúe leyendo, por favor.

La chica pareció vacilar, pero se aclaró la garganta y prosiguió.

—«Según la leyenda, los sabios que cifraron hace mucho tiempo los antiguos misterios dejaron una especie de clave..., una contraseña que puede utilizarse para descifrar los secretos escondidos. Se dice que esa contraseña mágica, conocida como
"verbum significatium",
tiene el poder de disipar la oscuridad y liberar los antiguos misterios, volviéndolos accesibles al entendimiento humano.»

Solomon esbozó una sonrisa nostálgica.

—Ah, sí... El
verbum significatium.
—Dejó que su mirada se perdiera en el vacío por un momento y después bajó la vista otra vez hacia la joven rubia—. ¿Y dónde está ahora esa palabra maravillosa?

La chica parecía nerviosa y se notaba claramente que hubiera preferido no discutir con el conferenciante invitado. Aun así, terminó de leer.

—«Cuenta la leyenda que el
verbum significatium
está sepultado en un lugar profundo, donde aguarda pacientemente un momento decisivo de la historia..., un punto de inflexión en el que la humanidad ya no pueda sobrevivir sin la verdad, el conocimiento y la sabiduría del pasado. En esa oscura encrucijada, el hombre descubrirá por fin la Palabra y abrirá las puertas a una nueva era de luz.»

La chica cerró el teléfono y se hundió en la butaca.

Después de un largo silencio, otro estudiante levantó la mano.

—Señor Solomon, usted no cree de verdad en esas cosas, ¿no?

Solomon sonrió.

—¿Por qué no? Nuestras mitologías tienen una dilatada tradición de palabras mágicas que abren la mente y proporcionan poderes divinos. Incluso hoy, los niños dicen «abracadabra» con la esperanza de crear algo de la nada. Hemos olvidado, claro está, que esa palabra no es un juguete, sino una fórmula que hunde sus raíces en el antiguo misticismo arameo, en el que
avrah kadabra
significaba «crearé lo que nombre».

Hubo un silencio.

—Pero, señor Solomon —insistió el estudiante—, seguramente no creerá que una sola palabra... ese
verbum significatium...,
sea lo que sea..., tiene el poder de sacar a la luz la sabiduría antigua... y traer una era de iluminación espiritual, ¿o silo cree?

La expresión de Peter Solomon era impenetrable.

—Mis creencias personales no deben preocuparles. Lo que sí debe interesarles es que esa profecía de una futura era de iluminación encuentra eco prácticamente en todas las confesiones religiosas y tradiciones filosóficas del mundo. Los hindúes la llaman la era Krita; los astrólogos, la era de Acuario; los judíos la hacen coincidir con el advenimiento del Mesías; los teósofos la llaman la Nueva Era, y los cosmólogos hablan de la Convergencia Armónica e incluso predicen su fecha.

—¡El 21 de diciembre de 2012! —exclamó alguien.

—Sí, en un futuro inquietantemente próximo..., si damos crédito a las matemáticas de los mayas.

Langdon rió entre dientes, recordando que diez años antes Solomon había pronosticado con acierto el torrente de programas especiales de televisión que ya empezaban a hablar de 2012 como el año del fin del mundo.

—Fechas aparte —prosiguió Solomon—, me parece fascinante observar que las filosofías más dispares de la humanidad, a lo largo de la historia, han coincidido en una sola cosa: el advenimiento futuro de una era de iluminación. En todas las culturas, en todas las épocas y en todos los rincones del mundo, los sueños de la humanidad se han concentrado en un mismo concepto: la apoteosis del hombre, la futura elevación de la mente humana hasta alcanzar su verdadero potencial. —Sonrió—. ¿Qué explicación puede haber para una coincidencia tan absoluta?

—La verdad —dijo una voz serena en medio de la audiencia.

Solomon se volvió.

—¿Quién ha dicho eso?

La mano que se levantó era la de un chico asiático de físico menudo, cuyas facciones suaves sugerían un origen nepalí o tibetano.

—Puede que haya una verdad universal presente en el alma de todos —dijo el muchacho—. Quizá todos tengamos la misma historia escondida en nuestro interior, como una constante compartida o como el ADN. Tal vez esa verdad colectiva sea la causa de que todas nuestras historias se parezcan.

Solomon estaba radiante cuando unió las manos y dedicó al joven una respetuosa reverencia.

—Gracias.

Todos guardaron silencio.

—La verdad —repitió Solomon, dirigiéndose a la sala—. La verdad es poderosa. Si todos gravitamos hacia ideas similares, es quizá porque esas ideas son verdaderas... y están inscritas en lo más profundo de nuestro ser. Cuando oímos la verdad, aunque no podamos comprenderla, la sentimos resonar en nuestro interior, la sentimos vibrar al unísono con nuestro saber inconsciente. Posiblemente la verdad no se aprende, sino que se recuerda..., se rememora..., se reconoce... como aquello que ya llevamos dentro.

El silencio en la sala era total.

Solomon dejó que se prolongara un buen rato y después dijo, con voz serena:

—Para terminar, quiero advertirles de que nunca es fácil encontrar la verdad. A lo largo de la historia, en todos los períodos de iluminación ha habido una corriente de oscuridad que empujaba en sentido contrario. Así son las leyes de la naturaleza y del equilibrio. Si hoy vemos avanzar la oscuridad en el mundo, hemos de comprender que eso significa que también la luz avanza en igual medida. Estamos en el umbral de una era verdaderamente grandiosa de iluminación, y tenemos la enorme fortuna de vivir en esta época decisiva de la historia. Todos ustedes tienen esa suerte. De todas las personas que han vivido en las diferentes épocas de la historia, nosotros nos encontramos en el breve período que nos permitirá ser testigos de nuestro renacimiento definitivo. Tras milenios de oscuridad, veremos el día en que nuestras ciencias, nuestras mentes e incluso nuestras religiones descubran la verdad.

Solomon estaba a punto de recibir una entusiasta salva de aplausos cuando levantó una mano para pedir silencio.

—¿Señorita? —Su mano apuntaba directamente a la rubia polemista del teléfono móvil, sentada al fondo—. Ya sé que usted y yo no coincidimos en muchas cosas, pero quiero darle las gracias. Su pasión es un importante catalizador para los cambios que vendrán. La oscuridad se alimenta de la apatía... y nuestro antídoto más potente es la convicción. Siga estudiando su fe. Estudie la Biblia —añadió con una sonrisa—, sobre todo las últimas páginas.

—¿El Apocalipsis? —dijo ella.

—En efecto. El libro de las Revelaciones es un ejemplo vibrante de nuestra verdad compartida. El último libro de la Biblia cuenta una historia idéntica a la de otras innumerables tradiciones. Todas predicen la revelación de una gran sabiduría.

Otra persona intervino.

—¿Pero no trata el Apocalipsis del fin del mundo? El Anticristo, el Armagedón, la batalla final entre el bien y el mal...

Solomon rió entre dientes.

—¿Quién de ustedes estudia griego?

Se levantaron varias manos.

—¿Qué significa literalmente la palabra «apocalipsis»?

—Significa... —empezó un estudiante, pero en seguida hizo una pausa, como sorprendido—. «Apocalipsis» significa «quitar el velo», «revelar».

Solomon inclinó la cabeza en señal de aprobación.

—Exacto. «Apocalipsis» significa, literalmente, «revelación». El libro de las Revelaciones, en la Biblia, predice la manifestación de una gran verdad de inimaginable sabiduría. El apocalipsis no es el fin del mundo, sino más bien el fin del mundo tal como lo conocemos. La profecía del Apocalipsis es uno de los maravillosos mensajes de la Biblia que han sido tergiversados. —Solomon avanzó hacia el frente del escenario—. El apocalipsis se acerca, créanme..., pero no se parecerá en nada a lo que nos han enseñado.

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